Debussy / Jaques-Émile Blanche

En el reverso del monumento a Debussy, los hermanos Martel muestran al compositor al piano, rodeado por varios de sus amigos. ¡Debussy al piano! Uno tiene que haberlo visto para apreciar la magia. No hay palabras para describir el misterioso encanto de su interpretación, o la manera en la que murmuraba cuando recitaba sus versiones de poesía. Durante esos almuerzos tardíos en el departamento de soltero de Pierre Louÿs, Claude se sentaba al armonio, uno bastante ordinario, y tocaba un extracto de las páginas rehechas de la partitura orquestal de Pelléas. El trabajo era lento y nos desesperábamos para que lo terminara. Dar clases de música lo irritaba. Indolente como era- un soñador, alguien entregado a la sensualidad, un voluptuoso-, todo entretenimiento del exterior lo distraía de la difícil tarea que significaba para él quedarse en su casa. Sus necesidades eran imperiosas y frenéticas. Sus amigos hacían todo lo que podían para satisfacer su pecado acuciante: la gula. Cuántas veces me he encontrado con él  saliendo de Cuvillier con una botella de oporto y acariciando un pote de caviar, que consumiría solo en su departamento sin calefacción. Después de nuestros encuentros, alguien lo invitaba a comer a un restaurante, luego la seguían en el circo o en el music hall- pero de ningún modo en el teatro- y finalizaban la noche con una larga caminata hasta el amanecer.

Hacia 1900, poco quedaba de Debussy, el ganador del Prix de Rome. Lo había conocido cuando estaba en la Villa Médici, cuando usaba el pelo echado sobre su frente como si fuera un casco a la manera bizantina. La cara esculpida de Claude parecía, para la época de Pelléas, como una máscara del siglo XIV. Estábamos apabullados por su extraordinario desarrollo intelectual, debido en parte a los libros que le recomendaba Pierre Louÿs, aunque su elección de The Blessed Damozel de Rossetti como texto para su cantata obligatoria era un temprano indicio de sus tendencias; y de hecho se confirmaron con cada texto en el cual se inspiró, desde Baudelaire hasta Mallarmé.

Como después de Pelléas  la gente comenzó a incentivarlo para que escribiera más óperas, trató sin éxito de hacer una comedia fantástica basada en El diablo en el campanario de Poe. La literatura todavía lo fascinaba. Más adelante habló con entusiasmo de un proyecto bastante vago para el cual me solicitó que le preparase un boceto. Su idea era la de un drama cosmogónico, sin palabras ni argumento, en el cual cantantes, solistas y coro invisibles pronunciarían sílabas onomatopéyicas, con el acompañamiento de efectos lumínicos en el escenario. La orquesta, que debería estar oculta  detrás del escenario, simbólicamente representaría nubes, los vientos y el mar. De esos sueños pasamos a las grandes obras maestras  sinfónicas de su madurez, lo que los alemanes llaman «cuadros musicales», pero sin una sinopsis impresa  en el programa como para ayudar a los amantes de la música. La sensibilidad de Debussy hacia todos los sonidos de la naturaleza lo acercó aún más a estos intentos de «equivalencia» en el timbre orquestal e incluso en piano.

Un día, cuando estábamos en el jardín, estalló una tormenta; todos nos refugiamos en la casa, pero Claude se negó a seguirnos, dispuesto a disfrutar al máximo del olor a tierra mojada  y el suave golpeteo de la lluvia sobre las hojas. En recuerdo a esa noche de junio, me dedicó la maravillosa serie que contiene «Jardins sous la pluie»  y «Pagodas» , una transposición de las danzas javanesas que escuchamos juntos varias veces en la Exposición Universal de 1900.

 Jacques-Émile Blanche (1861- 1942), «Souvenirs sur Manet et sur Debussy», Le Figaro , 22 de junio de 1932.

Traducción de Alejandro Varela

Roger Nichols: El mundo de Debussy / Adriana Hidalgo editora