
La lengua del mar bajo la lluvia,
un discreto paisaje de esplendor
en las gotas rezagadas, y la cabeza fría
de los patos en el agua.
¿Podré recordar esta imagen dichosa en otro instante
y demorarme en su tenue lentitud, en su fantasma?
La lectura devora, y he leído
que en Nepal
hay siete maneras de mirar la luna
sin mirarla. (Mientras los patos
forman un círculo perfecto
en el cielo del alba)
Siempre amé a los que amaban la tierra. Por ejemplo,
a los cazadores de jirafas del desierto de Kalahari, que ven
en las manchas del pelaje las de la luna, y en la carrera atroz
frente a las lanzas la estampida de la propia muerte.
Siempre admiré las raíces de los árboles, pero más
admiré las ramas, y más aún las hojas y la flor perecedera.
Lo que se va y no queda
más que en el ojo de la mente,
o en el alma, según la religión.
Amor
En el contestador automático , tu voz
bajo otro cielo. Suena una trompeta, el jazz
de este país lejano que ahora habito,
en nuestra casa, al sur,
donde nada regresa, donde ahora estarás
mirando pasar el invierno
hacia otra estación, desconocida.
Nuestra casa en invierno, al sur,
donde nada está previsto pero
el agua corre como siempre
en la dirección opuesta.
(…)
Digo tu nombre como una esclava
del amor. Pereza en las páginas,
pereza del idioma desconocido.
Trazado de líneas como patas de flamenco
sobre el papel rayado del cuaderno.
Una civilización toca a su fin, o toca
su prometido incendio. Como tus ojos, una estrella
en la noche de este cielo
me aísla en la ventana. Miro
el aire en tu imagen.
Miro mi almohada. Toco
las páginas de un libro
que no quiero leer. Toda la noche,
voy a mirar la sola estrella
del poema de Hölderlin. Toda la noche,
voy a tocar tu cuerpo con su luz.
Iowa City, 1995
Todo fue escrito. En Singapur ofrecen
un banquete a los monos durante dos días;
el resto del año se ven obligados a mendigar
o a robar comida. Así, quisiera para mí el festín,
la gratuidad de la escena pública, ofrecida.
Lawrence Ferlinghetti
Dice que envejece y que percibe
que la vida se muerde la cola,
ouroboros en la frágil insistencia de la luz.
Dice que envejece y ya no compite
por el limbo inmortal de las palabras
y que ahora, bajo la piel rugosa y las alas
que el viento abrió en sus ojos,
el único desafío es el cielo.
Dice que envejece y que no ignora
que las puertas se cierran y se abren con rítmico abatimiento,
que va a leer lo que no sabe en el caparazón de una tortuga,
en la constelación salvaje que alumbra la pampa salvaje, en el
sonido que el cielo se traga y devuelve en ecos.
Dice que el poeta es un pescador
para quien el cielo está despejado
aún si está cubierto.
Gary Snyder
Rastro de conejos,
rastro de ciervos, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos en la noche helada,
bajo los pinos,
recitando el poema de Leopardi
con memoria vaga, viendo
las estrellas limpísimas que acaso
anuncian la aurora boreal?
Rastro de osos,
rastro de linces, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos cuando la nieve quieta cubre los vidrios
y sólo se oye el sonido del cielo, afuera, lejos?
Rastro de alces,
rastro de nutrias, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos cuando a la mañana siguiente, en cuclillas,
contemplando el lago donde el zorro se mojó la cola
sólo para demostrarnos que hay cierta verdad
en las palabras?
Teresa Arijón / Poemas y animales sueltos (Selección), 2005 / pato-en-la-carta
Ph/ Humberto Rivas
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