Poemas / Jorge Pirozzi

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Y me voy, como muriendo…

me voy como muriendo…

cuando pasan tus fotos amarillas

donde se suman años y perros que tuvimos,

hijos que tuvimos

y hasta algunas plantas imborrables

pasado de un pasado, donde fuimos el otro

y de alguna manera lo seguimos siendo.

Me voy como muriendo

a lo largo de un mundo que se pasó volando

como un avión a chorro, como un relámpago

y como tantas cosas que no pude agarrar.

Se suman geografías y otras caras

(maestras, salpicaduras)

no se a quién nos miran ellos

pero, me están viendo escaparme

en este después,

me ven como muriendo.

Ahora que me muero sin otra enredadera

que un tiempo que

lejos de ser inmortal, se evapora.

Entre muertos y vivos recorro la comarca

de habernos ocultado y que ya no figura

sino en un páramo retenido por pocos,

extinto

mientras la luz se pone tenue

y nosotros nos vamos,

me voy también en mí

y es triste

me enfermo de tal muerte

que no hay foto ni lumbre

que secuestre mi paso

y me muestre a los ojos

de otras vidas conmigo.

 

Buenos Aires, diciembre 2018

 

I

 

Cuando rallo queso

Soy mi viejo, sale

De adentro para afuera

Me denoto en gestos

Que no hace falta verlos,

Soy espejo oculto, seco de mí

Que hace en mí lo que sigue haciendo.

La misma postura,

La trama de la carne actúa:

Un “mi viejo en mí” (rallando queso)

El ojo en la periferia, afuera

Cualquier pared es aquella cocina,

Borrosa… me lo veo allí,

Adentro – afuera, como siempre

El tiempo se sincera

Y dice que no existe.

La mano trémula

Y el labio inferior semi mordido

Como eje de la concentración.

Un leve ardor en la cadera

La vista en ningún lado,

En un fuera del tiempo, del nosotros,

De él, de mí, del ahora y del nunca,

Sale en mí lo que es del otro

(O del uno solo)

Como una eternidad evaporada

Perpetua sospecha de lo ausente inmediato

Recupero en esa leve acción

En los pulgares inflamados: La mirada.

Olvidada de sí, pellizcando un ángulo

De ausente transparencia, sin dónde,

Y el labio es un apoyo

Para lo que somos.

Rallo queso.

En la eternidad de las cocinas:

Soy mi viejo (Él siempre fui yo)

Y de adentro hacia afuera

En la intersección,

Dejamos el cada uno y somos el otro,

El cada otro

El que ralla queso y se sabe

A sí mismo como acción

O se adivina como suceso arrimador de ser.

Resucito lo poco del instante y ya no hago falta

Ya no soy necesario,

La mera acción nos elimina, o nos eleva,

No soy ni somos.

El otro asoma a labios doloridos,

A vida pasajera,

Tenue arbusto, mano derecha.

Ahora el transcurso se anota

Por la piel arrugada

Por la mutilación que estropea las falangetas,

Me agobio

Porque de chico el Ser

Se acepta sólo, sin respuestas

Hoy, lo vivido amenaza

Ser el otro en mí.

No hubo sino irse muriendo

Y una historia que sale

Olvidada en pequeños gestos

O nos obliga por oclusión.

Me atoro en vos

Como un recuerdo-cuerpo

Del otro en mí,

Como cuando vivía, y yo

Debí estarlo padeciendo

En la tangente de un recuerdo

(Pero sin vocablos y sin imágenes)

La sensación de presentirte

Allí junto a la hilera de azulejos

De la pileta del patio

Abandonada en otro planeta,

En la cocina infinita

Que se extendía sobre lo que era un mundo,

De selvas y laberintos

Que llegaba hasta la pared del fondo, y yo

Estaba sólo, porque vos estabas.

Hoy, a veces, somos Ser,

Que lejos de amparar

Reclama un abismo cercano

Justo aquí,

(El aquí de mi cuerpo – espacio)

El camino que nos convive.

 

II

 

Mujercita desamorada

Que habitó mis confines,

Que fue capaz de todo

Inclusive la muerte,

La víscera de mi corazón no latiera

Sino por tu empecinada epopeya

De transitarme

Cuanto consultorio estuviese a tiro,

Y allí nosotros.

Yo casi flameándote en la mano,

Como marsupial,

Como cetáceo recién parido.

Qué era esa época sin nosotros,

No me imagino de otra forma

Parece que quisiéramos ser inmortales

Sobre un páramo que se extingue.

Esa inquietud me quedó estampada

Y vos, seguís dándome de comer futuro

En platos invisibles. Entonces,

La enredadera de mi cuerpo

Se retuerce y come

Se acerca a una frontera

Que es de loza rústica, y come.

Te recuerdo (te traigo)

Por soliloquios aprendidos

A fuerza de ignorarlos, de desoírlos

De transformarlos en ritmo agotador

Pero vuelven.

Despertar a tiempo de pesadillas

O sueños placenteros

Donde hay mujeres que se desnudan

Y me abrazan, todo parece

Igualarse en noches que de fondo

Tienen la cercanía de tu sueño,

En la pieza de al lado

Bástame recordarte o simplemente,

Existirte.

Yo cupiera en tu inmortalidad

Si no fuera que Iturri

Me puso a volar

Cerca del cementerio, o me abrió

Al laberinto de las ciudades

Pero perderme no alcanzó, tampoco.

Eso y cometer errores

Elementales de suicida:

Dispararse y seguir vivo

Saltar y no morir.

Aquí en futuro, (tu futuro), sigo

Estamos sin embargo, a veces

En un solo ser acaecido

Por recuerdos que siguen siendo olores

Almuerzos, casi siempre,

O amamantamientos percibidos

Como intersticios de incertidumbres.

A lo lejos, en el recuerdo-tiempo

Que me queda, intoxicado en vos,

De nosotros, pesado

Baja en malestares de palabra

Que dibujan el blanco de un plato vacío

Aquí entra el presente

De aquél raro futuro

Que entre sombras y sopa

Engullí con ojos abiertos

Que quieren hablar a los gritos,

Porque lo difícil, lo oscuro

Pesa más, ¡soy Moroni

Por donde lo busquen!

De mis genes sureños me haré cargo

En instantáneas irreales,

En cuadros pintados a los cuchillazos

Presentidos como precipicios

Que llaman a zambullirse, ignotos,

Periferia de sensaciones

Que escapan dando frío.

Solamente alardeo

Por los bordes vertiginosos

Que no alcanzo, y del otro lado,

A lo espejo, unas manos,

Deformadas por el laburo,

Amasar, lavar platos, coser

Barrer el piso… y entonces el verano

Es apenas, un imperturbable olor a lavandina

Que guardo por los años ’50 en una botella

Amarilla, (hoy de plástico)

Y vuelve el patio gris de baldosas,

Adornadas con guardas asimétricas…

Amén, somos uno

Que te piensa

Que te sigue viva…

 

III

 

Carlitos en la yema de los dedos

Empiezo (que son míos) a

Tenerte, como cuando los veía dibujar

O hacer malabarismo

Con un hilo de algodón.

Cuando traen una pizza

Uso el hilo para revivirte

Hago lo que recuerdo, y te estoy viendo

En mis yemas, medio azuladas ya, y brillosas

Como tenemos los viejos de todo el mundo.

Estás acá a la vuelta en la otra pieza,

En el cuartito, doblado sobre el tablero

Que yo ensucié con estalagmitas de pintura,

Que arruiné (seguro ya no te importa).

Fui tapando las marcas de la madera lastimada

Por las “chinches”, cincuenta y tantos años

Empujadas con la misma yema,

(Lo veo en PPP)

El pulgar doblado, clavando tus planos infinitos, hoy

Todavía deben ser edificios

Viviendas o escombros que no olvidan

El sonido inaudible del metal

Destrozando la madera de pino.

Lo veo todo en mi pulgar envejecido

Como en una vieja postal de la carne,

Nuestra carne.

El hilo se retuerce en tu mano izquierda

Mete cuatro arabescos y se deshace

Ante el asombro de un chico improvisado,

Una circunstancia fortuita.

Los peces se volaron y los rollos de papel

Que imitan papiros, flotan

En la penumbra de algún recuerdo mío

Siempre inundado

De otras cosas indelebles.

Lo sensible es diminuto pero

Abarca toda la superficie de la tierra

Que como me enseñaste

Es más extensa que el universo.

 

IV

 

Charco de pequeños ojos,

Caldo del asombro

Engañosamente sigue buscando

Por el ímpetu interminable.

De ninfas esenciales

Abajo hay larvas que serán mosquitos.

El mosquito no busca solo sangre ni volar.

Busca ver. Su larva no es larva de insecto,

Es larva de ojo.

Al final busca sumarse ignotamente

Arrastrando un impulso: Ser el ojo,

El  gran ojo, la mirada,

La que se deshace en otros cuerpos

En infinidad de cuerpos y de ojos.

Detenida en el tiempo, la larva

Alimenta un ojo. En definitiva una mirada,

Una simple mirada de dios y morirá con él.

La otra mirada se arrastrará por generaciones.

Por multiformes búsquedas de ver.

Hay fuerza de mirar. Potencia de mirar

Ya en las insignificantes manifestaciones de la vida.

Ocultando en lo efímero lo imperecedero.

Yo, sin ir más lejos, me adivino mirando

Por infinitos ojos que se piensan en mí.

Aunque el fin sea comerse a otro, libar o seguir vivo

Poco tiene que ver con una química,

Es el acontecimiento, la utopía.

El ojo que alimenta al ojo, la causa

Que el humano cree un “más adelante”

Jorge Pirozzi, 2019