25 de mayo / Susana Szwarc

para susana

 

Es 25 de mayo y el frío traspasa el patio, se detiene previamente en los fuentones donde anoche pusimos en almidón las blusas blancas y las sábanas, llega hasta las habitaciones, entra en los cuerpos y hace que las voces se toquen, se vean envueltas en vapor.

Como es 25, desde temprano se enciende el carbón de la cocina y la leche comienza su tibieza. Mi hermana será la abanderada. Imagino al sol lanzarse sobre los yuyos que crecen en las paredes del patio mientras en la cama ahora más vacía me arrimo al que bosteza, después alarga la mano entera para decir “buenos días, tesoro” y levantarse. Entraban los pies en los zapatos.

Desde la cocina la risa de la madre y las hermanas que levantan las ropas del fuentón como a títeres abandonados, se mezcla con el canto de los pájaros y el primer estruendo de la celebración.

El plumaje del loro cambia el color de la mañana.

Hay una pausa en los sonidos, en el rumor de las cintas que unas enlazan a otras hasta hacerse moños, en el abrirse las cortinas que separan los cuartos, en el resbalar el balde al aljibe, en la demora de la manteca al pan y en la boca, aprovechada.

Golpean-dice Luz, la madre.

Golpean-dice el loro.

 

 

Corremos, el padre y las hermanas.

-Llegué primera.

Al abrir la puerta nos encontramos con los ojos de Amada, después con sus pies.

-Te metiste en la zanja.

– Me están buscando.

Escondemos los libros. Escondemos a Amada.

 

 

En la vereda, en el espacio del pasto, alguien duerme. Miramos la escarcha que se adhirió a su ropa.

-Parece otra prenda del fuentón- dice una de mis hermanas, que entra a la casa, corre, vuelve a salir.

Lleva una frazada, con ella abriga al dormido que abre un instante los ojos, estira una mano hasta el cuello de Sofía que sonríe. Se arriman un poco para darse calor.

 

 

En la casa se reinicia el movimiento. Como es 25 iremos a la plaza. Cantaremos el himno mientras de las bocas saldrá el aire en forma de humo y con el roce de los guantes de lana haremos círculos.

-Golpean- dice el loro.

Y ahora nadie se apresura. El loro insiste. Va Luz, camina demasiado despacio. Lleva el cuchillo con un poco de manteca, olvidó dejarlo en el pan. Se oye hasta aquí su respiración cuando abre la puerta.

-¿Está Amada? -dice uno de los policías que conocemos desde siempre. Y sabemos ahora que es digno de temer.

-Golpean- otra vez el loro- Y los policías miran de reojo hacia esa voz donde el color se concentra y parece que va a explotar.

-No, hace mucho que no la vemos. ¿Quieren pasar, tomar algo caliente? Hace frío.

-Gracias, Luz, tenemos que seguir nuestro trabajo. Y el peligro parecía alejarse aunque Luz se da cuenta de que algo raro había crecido ante sus ojos.

 

 

Amada, escondida, trata de recorrer con la imaginación el pueblo en ese día de fiesta: la escarcha que con el sol pasa a rocío, los conocidos que llevan la carne para el asado y alejan a los perros o les tiran un hueso. El sol del mediodía cegando y después el atardecer violeta. El loro, más verde, repitiendo “golpean”. Sigue por las paredes y los árboles del pueblo, como cuando era más chica y estaba irritada o aburrida.

Algunos vecinos ya están en la vereda, se desperezan como el loro y se escucha el crujir de las articulaciones. La orquesta improvisa un chamamé.

En la mesa donde queremos volver al desayuno, la jarra de leche hirviendo oscila, cae como un volcán sobre el piso de tierra y el loro cree alcanzar un poderoso don de vuelo.

El aire se deshace más frío, más frío.

Llega el segundo estruendo de la celebración.

 

Susana Szwarc

ph / Jirí Kolar, Sin título, 1997