Santina Manzanera / Néstor Torres

 

 

 

La Espuma neoperonista.

 

Es la cocina de una antigua casa de la periferia de una gran ciudad. Es una cocina grande con azulejos blancos y negros en el fondo y un gran pilón de lavar en uno de los costados. En el centro, atrás, una mesada de ladrillos con sus cortinitas cuadriculadas azul y blanco. Hay una cocina y unas agarraderas primorosamente bordadas en los colgaderos. Hay una mesa de cocina de formica verde y patas de metal y alguna silla de los mismos materiales.

 

Una casa que en su época fue una buena casa de familia pero a la que, el paso del tiempo, ha ido imprimiendo una pátina de abandono y vejez.

 

En la penumbra de un ambiente cerrado con olor a lejía, a revoque húmedo y a ladrillos mohosos, se oye ruido de agua caer, goteras, pérdidas, gotitas que se escurren por el desaguadero.

 

La silueta de un hombre, ni viejo ni joven, se ve sentada en una silla de metal, una silla como las que se usaban en los hospitales de antaño, con algo de ortopédica, sin curvas, perfectamente recta y pintada de verde agua. El hombre lee algo que reposa en la mesa que tiene delante, del mismo estilo que la silla y del mismo color.

 

Una silueta de mujer atareada se ve ir y venir por la escena, como si estuviera preparando algo, afanosa.

 

La voz de Segundo:

 

Segundo. – Después de la lluvia, si sale el sol y todavía quedan en el aire gotas de agua, podemos contemplar el arco iris…

 

Sube la luz. Una luz de una sola bombilla desnuda colgada del techo.

 

Santina. – Otra vez no, Segundo, ¡por favor! ¿Por qué no leés otra cosa? Deberías leer algo más útil. Hace años que leés lo mismo.

 

Segundo.– A mí me gusta, nunca he visto un arco iris en un regador de jardín.

Quiero lavarme.

 

Santina.- Ya te lavaste Segundo, no podés estar lavándote todo el tiempo.

 

Segundo.- Mamá decía «pobres, pero limpitos». Lo repetía siempre.

 

Santina.- Sí mamá lo decía, pero eso no quiere decir que tengas que lavarte más de una vez al día. Y si querés hacerlo, aprendé a hacerlo solo. Tenés que arreglártelas, yo tengo que ocuparme de los pobres del barrio.

Tenés que calentar el agua, mezclarla para que esté tibia.

 

Segundo.- Ya sé, pero a mí me gusta hacerlo como siempre, me gusta que vos me ayudes.

 

Santina.– ¿Con qué vas a esperar a la tía? ¿Con torta frita o bizcochitos de grasa?

 

Segundo.- ¡Mandarinas!

 

Santina.– La tía no va a tardar en llegar.

Si llueve no te olvides de cerrar la claraboya y no le abras la puerta a nadie sin preguntar.

 

Segundo.– Era más lindo cuando te quedabas a planchar.

 

Santina.- Ya no tengo tiempo Segundo, tenemos que pensar en todos y no sólo en nosotros mismos.

Ah, y no te olvides de tapar al pajarito cuando se haga de noche.

 

Segundo.– Yo creo Santina que es mejor que la gente compre sus propios alimentos. Así podrías quedarte en casa.

 

Santina.– Pero a mí me hace bien Segundo, así salgo y converso con las vecinas.

 

Segundo.- Pero yo estoy solo todo el día.

 

Santina.– Tenés que entretenerte con tus cositas. Podés aprender canciones nuevas.

 

Segundo.– A mí solo me gusta ésa, la que cantaba mamá. ¿Te acordás cuando jugábamos con la espuma del lavarropas? Me gustaba el ruido del motor.

 

Santina.– Algún día lo vamos a mandar a arreglar.

 

Segundo.– A vos no te gusta porque te recuerda aquel día.

 

Santina.- Hay que pensar en el futuro Segundo, de nada sirve estar recordando todo el día. Además, ya no estoy deprimida.

 

Santina se prepara para salir, se pone su saquito de barnlon sobre el vestidito de corte geométrico con dibujos naranjas sobre el fondo blanco, se nota el paso del tiempo, los colores han perdido su intensidad a fuerza de innumerables lavados y está casi sin planchar, como si solo lo hubiesen estirado o colgado mojado de una percha para que el peso del agua alisara la tela. Toma un paraguas y un pequeño bolsito color crema. Besa a Segundo en la frente y sale rauda.

 

Segundo.– Hoy es domingo, antes íbamos a lo de la tía, pero desde que Santina es manzanera, me quedo solo. Algunas veces viene la tía a visitarme pero la más de las veces leo o juego.

Si viene Periquita ella hace la comida, pero si no, como unas sobras que me deja Santina.

Antes… los domingos… ella lavaba o planchaba… y jugábamos juntos. Se oía todo el tiempo el ruido del lavarropas funcionando y todo olía a ropa caliente recién planchada.

A mí me gusta mucho estar en casa… pero a ella ya no.

Yo le hacía preguntas y ella me contestaba y si se equivocaba yo me reía mucho.

Yo le preguntaba… Santina, ¿todos los pájaros tienen nido?

 

Se oye la voz de Santina en off.

 

Santina.– Sí… claro… todos los pájaros tienen nido.

 

Segundo.– Y yo me reía mucho porque no todos los pájaros tienen nido y ella no lo sabía.

En esa época ella salía poco, pero ahora está todo el día atareada fuera de casa y a mí no me gusta. Siempre la estoy esperando.

A veces cierro los ojos y me imagino que llega y entonces canto para que venga, esa canción que nos enseñó mamá.

 

Segundo canta la vieja canción italiana. Se levanta y baila como lo hacía con Santina, como si ella estuviera bailando y fuese únicamente él quien la viese.

 

“Rosa Rosenda la rosa e fiorita

bianca la rosa,

la rosa in mezzo el mar.

Fato la riverenza…”

 

Se oye de lejos la voz de Santina que se le une en sueños.

 

Segundo.- Santina era igualita a papá, pero ahora se parece a todo el mundo.

También jugábamos, oíamos el ruido del mar y nos revolcábamos en la arena para hacernos milanesas. Pero Santina dice que ya somos grandes para jugar. Que la vida es algo serio.

Todo cambió a partir de ese domingo.

Llovía, y no pudimos ir a lo de la tía. Estábamos casi por salir y se vino el vendaval.

La fábrica de al lado parecía un enorme tambor de lata golpeado por el agua.

Esa tarde ella planchaba y planchaba sin parar.

 

La voz de Santina.- Vivíamos de una renta, una casa que fue de nuestro abuelo, nos alcanzaba para vivir sin grandes pretensiones. Luego tuve que venderla porque peligraba este techo bendito que nos mantiene unidos.

Aprendí de mamá que lo primero siempre es la familia y Segundo era mi única preocupación. Pero después de aquel día me di cuenta que el corazón se me había vuelto estrecho y que necesitaba querer a alguien más.

 

Segundo.- La casa es la prueba material de que seguimos unidos.

 

Segundo se dirige a la ventana y señalando con el dedo, dice:

 

Segundo.- ¡El camión del vecino! ¡Lo estoy mirando!

 

Santina.- Yo me pasé toda la tarde lavando y planchando.

 

Segundo.- Yo jugaba con las pinzas de la ropa. Hacía colas de pavo real o el pico de un tucán para mostrarle a Santina, pero ella no parecía divertirse.

 

Santina.- Yo ya no encontraba qué más hacer, así que le saqué la camiseta para lavársela. Segundo se estremeció cuando le toqué el cuerpo con las manos mojadas. Hacía frío.

 

Segundo parece creer que la Santina que oímos es real y se dirige a ella.

 

Segundo.- ¿Te acordás cuando jugábamos al zoológico?

 

Santina.- Sí me acuerdo.

 

Segundo.- Pero ya no querés jugar, porque te acordás del día que te quisiste morir.

 

Silencio

 

Segundo.- Llovía con fuerza y se cortó la luz. Yo me asusté mucho cuando me di vuelta y te vi colgada.

No me gustaría estar solo en el mundo. Por eso puse mis hombros debajo de tus pies para sostenerte y que no me abandonaras, pero al final me abandonaste igual.

 

Entra Santina y al escuchar lo que Segundo dice le contesta, sin dudar, como siguiendo una misma conversación. Una conversación que se repite y que queda inconclusa siempre.

 

Santina.- No te abandoné Segundo, pero el corazón se achica si solo queremos a una persona. Los pobres me necesitan y ahora me siento útil.

La Señora nos va a comprar una computadora para que podamos estar en contacto directo con ella y poder informarle de todo lo que pasa en la manzana y en los ratos que yo no lo use te lo voy a prestar para que no te sientas tan solo.

 

Segundo.- ¿Y qué le contás a la Señora?

 

Santina.- Le cuento cuántos comieron hoy, cuántas chicas están embarazadas, quiénes roban, quiénes tienen trabajo y siguen cobrando el subsidio.

 

Segundo.-El vecino me dijo que lo que gana con el camión no le alcanza y por eso sigue cobrando. Me pidió que no te lo dijera.

 

Santina.- Yo lo sabía. Y ya informé.

 

Segundo.- ¿Por qué Santina? Ahora ya no va querer sacarme a dar una vuelta.

 

Santina.-Porque así le quita a otro que lo necesita más.

 

Segundo.- Pero él dice que no le alcanza.

 

Santina.- Tenemos que arreglarnos con lo poco que tenemos Segundo, así habrá para todos.

 

Segundo.- Él dice que sos una agente de la burguesía. ¿Qué es la burguesía? Santina.

 

Santina.- ¡Y yo que sé Segundo! Ya te dije que no hables más con el vecino. Te llena la cabeza de cosas raras. Ese no es de los nuestros. Solo quiere crear problemas. Nunca se conforma con nada.

 

Segundo.- Pero a mí me gusta mucho el camión. Si no hablara con él nunca me daría una vuelta.

 

Santina.- Como no pague la cotización, hasta el camión le van a quitar a ese.

 

Segundo.- ¡¿Quitarle el camión?!  ¡No Santina! Nadie podría ser tan malo.

 

Santina.- Ya vas a ver Segundo, no se puede estar en contra todo el tiempo. Es el único de la manzana que no participa en nada. Es un revoltoso.

 

Silencio. Segundo se queda pensando y dice para sí mismo.

 

Segundo.- Santina cambió mucho.

 

Santina.- Lástima que vos no puedas cambiar Segundo. No sabés que lindo es sentirse otra persona.

 

Segundo.- A mi me gustabas antes, cuando todo estaba limpito y planchado.

 

Santina.- Pero no era feliz Segundo.

 

Segundo.- ¿Por qué no eras feliz?

 

Santina.- No sé Segundo, era solo que sentía algo aquí en pecho, al lado del corazón.

 

Segundo.- Yo sentí eso cuando creí que te morías. Era como el ala de un pajarito bajo mi corazón.

 

Silencio.

 

Segundo.- Santina, la camiseta está sucia, lavámela.

 

Santina.- Otro día Segundo, hoy estoy muy ocupada.

Cuando podamos arreglar el lavarropas y la plancha vas a tener la ropa limpita y bien planchada como antes. Te lo prometo.

 

Santina recoge una bolsa y sale diciendo:

 

Santina.- En un rato vuelvo Segundo, me esperan en el salón comunitario. La tía no va a tardar en llegar. Tené paciencia.

 

Segundo la mira irse y no dice nada.

Mira que hacer. Se acerca a la ventana, Vuelve a su mesa. Ojea el libro. Se levanta, va hacia la puerta, mira por la mirilla y vuelve a sentarse.

La tía no llega y Segundo siente lo mismo que aquel niño al que se han olvidado de ir a buscar a la salida del colegio.

 

Segundo.- Santina… Santina… Santina… Santina… Santina… Santina…

 

Y mientras lo dice se acompaña golpeando con los dedos sobre la mesa de metal. Segundo descubre la rara armonía entre el sonido de la lluvia, el golpeteo y sus propias palabras.

Parece gustarle, deja ver una leve sonrisa casi imperceptible. Se entretiene así durante el tiempo que dura la repetición del nombre de Santina cien veces. Pero Santina no aparece.

Parece fastidiado.

 

Segundo.-No me gusta las manzaneras, no me gustan los pobres, no me gusta que Santina salga.

Solo el camión es bonito. Voy a volver a mirarlo.

 

Se levanta, va hacia la ventana, mira unos instantes, lo que parece sacarlo de su tedio, pero no pasado mucho tiempo vuelve a su sillita, como un niño que no pudiera estar demasiado sin el aparato ortopédico que le permite andar.

 

Segundo.- Voy a cantar para que vuelva.

 

Se recuesta en sus brazos cruzados sobre la mesa y cierra los ojos. Empieza tarareando hasta que las letras se van uniendo y adquiriendo la forma de las palabras y luego las palabras adquiriendo la forma de los versos y luego las notas se unen a las palabras como gotas de lluvia, una para cada letra o sílaba y sale la canción, la canción mágica de Segundo, su abracadabra, su ábrete sésamo.

 

Rosa Rosenda la rosa e fioritta,

bianca la rosa,

la rosa in mezzo el mar…

Fatto la riverenza…

 

Ha empezado a llover con fuerza y la lluvia y la música se mezclan.

Santina aparece como alguien que llega tarde, como alguien que no para nunca, como alguien que tiene demasiadas cosas pendientes de realizar. Tiene el pelo desordenado y algo mojado.

 

Santina.- A ver Segundo, ¡despertate! La tía no habrá podido venir por la lluvia, la pobre no está ya para andar saliendo con este tiempo. A ver si se cae y se quiebra el fémur o la cadera.

 

Segundo despertando, pero despertando a otra realidad que él no siente como diferente de cualquier otra, de la del sueño, por ejemplo o la del ensueño provocado, técnica de la cual él es maestro por propios medios. Segundo es un autodidacta del ensueño.

 

Segundo.- Santina, tenés el vestido sucio y arrugado. Y los zapatos… No es bonito.

 

Santina.- Segundo, después de la reunión tuve que hacer la encuesta de desocupados y había mucho barro… pero tengo el corazón reluciente, es como si tuviera el mismo sol de la bandera en el pecho.

 

Ha dicho esto como una niña dice el poema épico en una fiesta patria. Lo dice sinceramente, no hay ningún signo de impostura en sus palabras.

 

Segundo.- Yo jugué solo.

 

Santina.- Pero es que no puedo dejar de ir Segundo, no podemos permitirnos perder los 150 pesos.

 

Además traigo dos huevos y un litro de leche. Esta noche te voy a hacer un flan.

 

Segundo.- ¿Con dulce de leche?

 

Santina.- No, con caramelo. Y lo vamos a comer mañana.

 

Segundo.- No, esta noche mejor.

 

Santina.- Esta noche no Segundo va a estar caliente. Hay que dejar que se enfríe.

 

Segundo.- Tengo hambre.

 

Santina.- ¡Ay sí! ¡Se me había olvidado! Ahora mismo te preparo alguna cosita. ¿Qué preferís fideos con manteca o dos huevos fritos?

 

Segundo.- Zapallitos rellenos.

 

Santina.– ¡No hay carne, Segundo!

 

Se pone impaciente. Está cansada y tiene ganas de sentarse a fumar.

 

Santina.- ¡Vamos Segundo!

 

Segundo. Fideos con manteca.

 

Santina se dirige a la cocina, una vieja cocina blanca enlozada con las manijas y perillas negras.

Toma una olla de aluminio, la llena en el grifo y la pone sobre la hornalla, enciende el fuego con unos fósforos de cera que están sobre la mesada. Agrega sal al agua y se sienta a esperar el hervor.

Enciende un cigarrillo y fuma disfrutando el humo y el silencio. Parece que pensara.

 

Segundo. Te pone contenta salir… a mí no.

 

Santina.- Vas a tener que venir conmigo Segundo, aunque sea algunas veces. Se toma lista y a los que no van les quitamos el subsidio y los alimentos. Yo no puedo hacer excepciones porque seas mi hermano. Perdería el prestigio que tengo ganado en toda la manzana. Vas a venir, aunque sea los días que haya que votar.

 

Segundo.- Yo no quiero salir, afuera todo es feo, adentro todo es bonito.

 

Santina.- No todo es feo Segundo. Hoy por ejemplo nos reunimos con las comadres y confeccionamos ajuares.

 

Segundo.- ¿Qué son ajuares?

 

Santina.- Es ropita interior y un moisés, junto a un enterito de lana, otro de algodón, camisón, mantilla y algodón para el aseo.

 

Segundo.- El vecino dice que ustedes engañan al proletariado.

 

Santina levantándose furiosa pero queriendo contenerse, adopta un tono y una postura de autoridad pero no grita, reafirma sus palabras con fuerza.

 

Santina.- Cuantas veces querés que te diga Segundo que no hables nunca más con el vecino. ¡No quiero que vuelvas a hablar con él, entendiste!

 

Segundo.- Pero yo solo salgo al patio a mirar el camión y él es el que me habla.

 

Santina.- ¡Vos metete para adentro!

 

Santina se vuelve para no mostrarle su cara deformada por la ira. No encuentra qué hacer. Se vuelve.

 

Santina.- ¿Qué te dice?

 

Segundo.- Dice: «el que maneja el alimento de las masas, maneja a las masas», decíselo a tu hermana, dice.

 

Santina.- Ves que está loco Segundo. Viajar tanto lo volvió loco, se volvió loco de tanto pensar en la ruta.

 

Segundo.- Y también dice: «¡Quieren apagar el incendio, eh!»

Santina.- A ése le gustaría que todo ardiera… entonces no se salvaría ni él ni nosotros.

 

Segundo.- ¿Es que hubo un incendio?, Santina.

 

Santina.- No, Segundo es una forma de hablar de la gente que está mal de la cabeza.

 

Segundo.- También te dice buchona, informante.

 

Santina.- Te prohíbo que le vuelvas a hablar Segundo. ¡¿Entendido?!

 

Segundo.- Pero es él el que habla, yo lo escucho y la verdad no entiendo mucho lo que dice. A mí no me interesa la política Santina.

 

Santina.- No es política, Segundo, es caridad.

 

Mientras tanto el agua ha soltado el hervor violentamente y se derrama haciendo chisporrotear al fuego. Santina se dirige presurosa hacia la cocina y baja la intensidad del fuego.

Va por los fideos, toma un buen puñado y los echa a la olla.

Se vuelve un poco mas recompuesta y con voz gentil dice:

 

Santina.- Sabés Segundo que un gran modisto internacional va a trabajar con nosotras… va a diseñar los nuevos guardapolvos para los niños pobres y no solo para los de aquí también se van a exportar a otros países. No te parece lindo que una persona tan encumbrada ayude también. Así deben ser las cosas… todos unidos. Cuando la gente se junta hace grandes cosas.

 

Segundo.- Yo prefiero estar en casa. Me gusta. Pero sólo si estás vos.

 

Silencio.

 

Segundo.- Santina, ¿Qué es un puntero?

 

Santina.- Un palito de madera que antes usaban las maestras para señalar el pizarrón. Algunas veces cuando te portabas mal también lo usaban para darte algún golpe en las palmas de las manos.

 

Segundo.- El vecino dice que vos sos la mina del puntero Pereyra.

 

Santina furiosa, le da un chirlo en la boca.

 

Santina.- Eso para que nunca más digas eso. ¿Estamos? ¡Nunca más!

 

Se le saltan las lágrimas a Santina, pero no quiere llorar. Pucherea.

Segundo helado, inmóvil, suelta dos lágrimas que ruedan lentas por sus mejillas, no emite sonido alguno.

Santina en un arrebato, fuera de sí misma, lo abraza violentamente, como se abraza a un muñeco que no puede reaccionar.

 

Santina.- Segundo… Segundo… Yo nunca voy a poder separarme de vos. Nunca. ¿Entendés? ¡Nunca!

 

Silencio.

 

 Santina.- Lavate las manos, Segundo. Los fideos ya deben estar pasados.

 

Se levanta y va hacia la cocina. Toma la olla y un colador viejo y abollado y cuela los fideos en el pilón.

Los pone en un plato, les pone manteca y coloca el plato sobre la mesita de Segundo que después de lavarse las manos vuelva a sentarse para cenar.

 

Segundo.- ¿Vos no comés?

 

Santina.- No Segundo, no tengo hambre.

 

Segundo come dos bocados de fideos y deja el tenedor a un costado del plato.

Mira al frente, quieto, con los brazos cayéndole a los costados del cuerpo.

Silencio

 

Santina.- Comé Segundo.

 

Segundo.- Ya comí. No tengo hambre.

 

Santina.- ¿Y para eso me los hiciste preparar?

 

Segundo.- Comí, solo que no comí todo.

 

Santina.- A ver dame, me los voy a comer yo.

 

Santina se levanta, toma el plato y come los fideos con avidez, sentada en su silla. Hace ruido al sorber los fideos.

 

Segundo.- Santina no hagas ruido. A mamá no le hubiese gustado.

 

Santina.- Yo no hago ruido Segundo.

 

Segundo.- Sí. Hacés.

 

Santina.- Bueno será que no me di cuenta.

 

Segundo.- Sí, hacemos muchas cosas sin darnos cuenta. Tenemos que ser vigilantes.

 

Santina.- ¿Qué decís Segundo?

 

Segundo.- Sí, estar vigilantes… para no hacer cosas sin que nos demos cuenta.

 

Santina se queda callada. Segundo no habla.

Silencio.

 

Santina.- Segundo… yo esta noche tengo que salir…

 

Segundo.- ¿Otra vez?

 

Santina.- Si, Segundo. Mirá ahora te ponés el pijama, y te metés en la cama y cuando estés dormido y solo cuando ya te hayas dormido yo voy a salir un ratito, así que ni te vas a dar cuenta.

 

Segundo.- ¿A dónde vas?

 

Santina.- Voy a acompañar a una de las comadres a ver a una chica que está por parir.

 

Santina mientras dice esto, ha ido en busca del pijama de Segundo, se lo entrega y le dice.

 

Santina.- Ponete el pijama Segundo y dame esa ropa que la voy a poner en remojo.

 

Segundo.- Date vuelta.

 

Santina se da vuelta y Segundo se quita la ropa y se pone un pijama blanco con rayas grises, muy arrugado.

Le alcanza la ropa usada a Santina. Santina la coloca en el pilón, abre el grifo y agrega jabón al agua.

 

Santina.- Bueno y ahora a la cama.

 

Santina besa la frente de Segundo y éste desaparece de la escena.

 

Ella se cambia los zapatos por otros limpios que tiene en la zona del pilón de lavar.

Enciende un cigarrillo, fuma y lo deja en el cenicero, de su bolso saca un espejito, se mira, saca el polvo, se colorea las mejillas, lo guarda, saca el lápiz de labios, se pinta, lo guarda y vuelve a fumar. Apaga el cigarrillo antes de acabarlo y sale rápidamente. Un haz de luz deja ver al fondo de la escena la figura de Segundo de pié mirando a la puerta. Espera un par de segundos, se da la vuelta y desaparece.

 

Santina vuelve a entrar, es casi de madrugada y está en evidente estado de embriaguez.

Trata de no hacer ruido pero la torpeza de sus movimientos se lo impide. Va hacia la cocina y trata de encender una hornalla, pero se quema cuando enciende el fósforo de cera. Murmura. Vuelve a intentarlo y esta vez lo consigue. El azul de la llama de gas le envuelve en una luz mortecina, morada, azul. Pone agua a calentar.

Por las ventanas comienza a entrar la primera luz de una mañana en la que el cielo empieza a escampar luego de la lluvia.

Santina toma un jarrito de loza y mete dentro un sobrecito de té. Le agrega el agua en cuanto ésta haya hervido. Sale humo de la infusión lo que ayuda junto con la luz a disolver la fría y oscura imagen de la madrugada.

Enciende un cigarrillo y tose a la primera bocanada. Tose, ahogada y lo apaga rápidamente.

La tos ha terminado de despertar a Segundo que aparece en pijama.

 

Segundo.- Santina, es muy tarde o muy temprano.

 

Santina, trata de parecer sobria. Revuelve el té. Toma un sorbo.

 

Santina.- Llovía mucho Segundo, me quedé en casa de la comadre.

 

Segundo.- Nunca antes habías pasado la noche fuera de la casa.

 

Santina.- No sentí nada extraño, Segundo, es casi igual.

 

Segundo.- Nada podría ser igual a esta casa. Porque esta casa era la casa de nuestros padres y porque aquí nacimos y aquí fuimos niños. Ninguna otra casa podría parecérsele.

 

Santina.- Sin embargo yo siento a veces que cada ladrillo de esta casa es un muro que me separa del mundo, de todo lo que hay de bonito en el mundo.

 

Santina enciende un segundo cigarrillo y esta vez sí lo fuma, sin toser, aspirando profundamente, mirando el humo.

 

Santina.- Algún día me gustaría levantarme con tanta energía como para hacer una pequeña valijita, con solo alguna poquita ropa, y decirme a mí misma. Santina todos los caminos son tuyos. Y salir a la calle, ir al centro de la ciudad y tomar un tren, sin siquiera saber a qué destino, daría lo mismo.

Me sentaría junto a una ventanilla y miraría por largo tiempo el paisaje, solo vería como pasan las casas, los campos, las vacas.

Luego me dirigiría al salón comedor y pediría pollo asado con papas. Incluso llegaría a beber algo de cerveza y luego postre y café. Pediría la prensa del día y me quedaría largo rato hojeándola, mientras fumo un cigarrillo.

Después volvería a mi asiento para seguir mirando como las cosas pasan rápidamente delante de mis ojos.

Y cuando el tren llegara a cualquier destino, solo me bajaría y tomaría otro a cualquier parte. Y así, así por mucho tiempo.

 

Segundo.- ¿Y yo, Santina?

 

Santina.- Ah… si yo tuviera un día esa energía… vos Segundo… seguro que habrías cambiado hasta tal punto que ya no te importaría estar solo y no solo eso, te gustaría salir y podrías estar trabajando en algún proyecto del barrio y así tendrías compañía mientras yo no estoy.

 

Segundo.- ¿Pero volverías?

 

Santina.- Si encontrara algún tren que me trajese de vuelta…

 

Segundo.- Tengo miedo.

 

Santina.- ¿De qué tenés miedo?, Segundo.

 

Segundo.- De que te pierdas.

 

Santina.- No creo que sea muy fácil perderse Segundo. En seguida me encontrarían.

 

Segundo.- Yo preferiría morirme a perderme en el mundo. Debe ser muy feo no tener una casa y andar de aquí para allá como el que no tiene adónde ir.

 

Santina.- Todos tenemos algún nido adónde regresar. Todos, Segundo… todos.

 

Segundo.- Hay pájaros que no.

 

Santina.- Sí, es verdad. Hay pájaros que no.

 

Silencio.

 

Santina.- Segundo me voy a tirar una horita en la cama. Y cuando me levante te preparo el desayuno. Mientras tanto jugá o entretenete con algo, pero no cantes que quiero descansar.

 

Segundo.- Está bien. ¿Qué hago?

 

Santina.- Lo que vos quieras.

 

Segundo.- Bueno.

 

Santina se levanta, bebe el último sorbo de té y se retira.

Segundo va en busca de su ropa y la deposita en su mesita.

Se quita el pijama y se va poniendo cada una de sus prendas.

 

Segundo.- Me pongo el pantalón.

 

Se lo pone.

 

Segundo.- Me pongo la camisa.

 

Se la pone.

 

Segundo.- Me pongo las medias.

 

Se las pone.

 

Segundo.- Me pongo los zapatos.

 

Se los pone.

 

Segundo.- Estoy bien.

 

Se sienta en su mesa y lee.

 

Segundo.- ¿Es real todo lo que vemos?

 

Silencio.

Segundo piensa la respuesta, tapa la solución impresa en el libro con la mano. Y se contesta a sí mismo.

 

Segundo.- Sí, sí, todo es real.

 

Quita la mano de sobre la respuesta y lee.

 

Segundo.- No, no todo es real.

 

Santina se levanta y aparece despeinada con el mismo vestido que la noche anterior.

 

Santina.- ¿Que querés desayunar, Segundo? ¿Té con galletitas o mate cocido con pan y manteca?

 

Segundo.-Té con galletitas.

 

Santina se dirige a la cocina a prepararle el té.

 

Segundo.- ¿Dormiste?

 

Santina.- Casi nada. Soñé mucho.

 

Segundo.- ¿Qué soñaste?

 

Santina.- No me acuerdo.

 

Segundo.- Tenés que acordarte. Yo me acuerdo de todo lo que sueño.

 

Santina.- No sé… creo que soñaba que alguien me cantaba una canción.

 

Segundo.- ¿Rosa Rosenda?

 

Santina.- No, otra canción Segundo. Una canción nueva que yo no conocía.

 

Segundo.- ¿Y de qué hablaba?

 

Santina.- De un hombre que buscaba otro país.

 

Segundo.- ¿Y lo encontraba, Santina?

 

Santina.- No, Segundo, porque es un lugar que no existe.

 

Segundo.- Era una canción triste.

 

Santina.- Sí, un poco.

 

Santina le coloca un jarro y un plato con un pan con manteca espolvoreado con azúcar.

 

Santina.- Comé Segundo.

 

Segundo come.

Mientras Segundo toma su desayuno, Santina se lava la cara en el pilón de lavar, se moja también un poco el pelo y lo peina, lo alisa, lo recoge.

 

Segundo.- Vos no desayunás.

 

Santina.- No, Segundo, tengo que ir al comedor a servir el desayuno.

 

Segundo.- Bueno, yo voy a salir a tomar el sol al patio.

 

Santina.- ¡Pero te prohíbo que hables con el del camión, eh! ¿Me entendiste?

 

Segundo.- Sí Santina, pero si él me habla qué le digo.

 

Santina.- Decile que tenés cosas que hacer y te metés para adentro, no quiero que te moleste.

 

Segundo.- No si él no me molesta. Yo solo lo escucho.

 

Santina.- No lo escuches más. ¿No ves que no me quiere?

 

Segundo.-Bueno Santina, lo que vos digas.

 

Santina.- Cerrá la ventana así no lo ves.

 

Segundo.- Estará oscuro.

 

Santina.- Mirá corremos las cortinas y pasa luz suficiente.

 

Segundo.- Bueno.

 

Santina recoge su bolso y sale.

Segundo se pone de pie y va en busca del pajarito. Lo destapa. (Es una pequeña jaula, casi diminuta, donde el pájaro apenas cabe).

Segundo coloca la jaulita sobre su mesa y se sienta frente a ella.

Le silba la melodía de la vieja canción italiana.

Está un lapso considerable de tiempo silbando a los oídos del pájaro que se mueve inquieto en su jaula.

 

Segundo.- (Al pajarito).  Aunque tengas el corazón tan chiquito seguro que entenderás que yo no quiera que en el mundo haya más que Santina y yo.

El amor de hermanos es una de las pocas cosas lindas de esta vida.

Pero Santina tiene el corazón demasiado grande para entenderlo.

 

Silencio.

Mientras tanto se ha vuelto a poner oscuro, esa oscuridad que precede a cualquier tormenta. Se oyen truenos y la lluvia se vuelve a desatar furiosa.

 

Segundo.-  No es un día apropiado para salir…

No es apropiado ni para el hombre… ni para los animales… ni para los hombres… ni para los animales…

 

Lo repite. Se acompaña golpeando con la punta de los dedos la mesa de metal

Silencio.

 

Segundo.- ¡Me gustaría que todo fuera bonito! ¡Muy bonito!

 

Sigue repitiendo.

 

Segundo.- No es un día apropiado… no lo es.

 

Tararea la música de Rosa Rosenda

La canta un rato.

Está recostada su cabeza sobre los brazos cruzados y apoyados éstos en la mesa.

 

Segundo.- (Con sorpresa, recordando de pronto algo que tenía completamente olvidado).

¡Me acuerdo cuando me clavé un clavo oxidado!

 

Y al público o con la mirada perdida o a nadie en particular.

 

Segundo.- Eso me hizo pensar en mi propia muerte y me sumí en la más profunda de las melancolías.

 

Una nube ha descendido sobre el alma de Segundo, sobre su propio cuerpo, y se le nota cuando se mueve. Se levanta. Se queda de pié, quieto por un momento, con la mirada perdida.

Mira la cocina. Vuelve la cabeza y se dirige a ella. Abre todas y cada una de las llaves del gas.

Se oye el sonido del gas fluyendo sin llama por los quemadores

Segundo vuelve a la silla y se sienta.

 

Segundo.– La vida siempre me había parecido bonita…

 

Cruza los brazos sobre la mesa, recuesta la cabeza en ellos, cierra los ojos y canta.

Pero canta otra canción, una canción de cuna, cualquier canción de cuna. La más cercana al corazón del intérprete o del lector.

El pajarito revolotea en su minúscula prisión y el sueño de Segundo se hace profundo.

Bajan las luces. Segundo deja de cantar.

 

Néstor Torres

Ph / Mirtha Dermisache