
“Cuando ellos se dirigen a ofrecerle sacrificios como a un héroe, brota por sí solo el humo de la tumba. Esto, pues, lo he visto yo personalmente. Los tebanos enseñan también la tumba de Tiresias a unos quince estadios de la tumba de los hijos de Edipo. Los mismos tebanos admiten que Tiresias acabó sus días en Halartía y que el monumento que hay en Tebas es un cenotafio”.
Pausanias, Descripción de Grecia
Un mismo espacio –según la narración de Pausanias- cobija las cenizas de la progenie de Edipo y de su primer intérprete, Tiresias. Cuenta, por otra parte, que cuando le ofrecen sacrificios tiene lugar algo prodigioso que asombra a los lugareños: el humo y la llama que le sigue se dividen en dos. En la tumba el acto de la obra en cierto modo continúa, es el ulterior y perpetuamente renovado: lo que el mito preserva – según la tajante recomendación de Aristóteles que el poeta no debe cambiar – lo que la historia mezcló- en términos de parentesco, como incesto y crimen- a lo que la tragedia, en fin, dio forma, ahora lo separa y conmemora dócilmente el humo de las piedras. Consideremos no ya a Edipo un personaje histórico, padre de sus hijos, o un personaje de tragedia, tomémoslo sólo en su nombre que es apertura de historias sobre un fondo de leyenda: el intérprete y su progenie cohabitan un mismo espacio, locus y humus parecen pacificar la tensión de dos genealogías antagonistas, hay la cálida y pétrea comunión- apenas diferenciada como la llama del humo- que devuelve todo a la fábula, al poema, al tiempo de la lectura, y su variación. A la historia de sus precursores: la narración detenida de los ritos que hace Pausanias. Sólo a través de la representación de la tragedia los agonistas volverán a salir a escena, habrá algo que nos estará interdicto, que la tragedia nunca fue trágica estrictamente hablando en una voz moderna: su función era la de recomponer una cadena social amenazada de disolución. Era un detenimiento en la marea de una creciente: en un punto, parece decirnos, la peste ha de terminar, su purificación será equivalente a un rito religioso, lo que éste, falto de recursos, no puede llevar a cabo.
El héroe no es sino un punto de encuentro de esas fuerzas indómitas, incontenibles que cruzan –contaminan- la comunidad, son también su fin encarnado a través del cual ella renace. Estamos en plena purgación de las pasiones, lo que Aristóteles llamó catarsis.
La purgación trágica, en lo que Pausanias describe, prosigue a modo de ritual precisamente porque ya ha tenido lugar, la llama, como signo de las pasiones, sucede en cambio en otro incendio, cenizas tanto más inquietantes que el humo y la llama, los espectadores están calmos, extasiados o irritados por la representación de la obra, no es eso lo que importa, la comunidad en cambio no cesará de purificarse jamás, nunca estará tranquila: hemos, dice, como si la obra siguiese, enterrado y llorado nuestros muertos, él, el héroe, ha matado por nosotros, hecho lo que sin duda nunca nos hubiésemos atrevido a llevar a cabo, hemos muerto ya en cada uno de ellos y todavía sin embargo hablamos…¿qué otra sangre hay en juego que no tiene nombre, rango, género…?
Y siempre daremos con el susurro a media voz de todo corifeo, que ningún progreso puede acallar: ¿por qué somos, todavía, aún en potencia, asesinos? Por la purgación dirán algunos, no es que haya habido purgación a causa de un derramamiento de sangre sino que ha ocurrido, tenía que pasar y esto en función de la purgación misma. Ahí la circularidad trágica se dobla, parece amenazar a lo social que debía ordenar, diferenciar, pero es, sabemos, sólo una ilusión retrospectiva, el último resplandor de un simulacro ya falto de potencia. Hasta ahí pudo la tragedia, separó la confusión aniquiladora de las pasiones, las encauzó, sublimó, hacia un discernimiento que no hay que confundir con el del sujeto cartesiano o psicológico sino con un yo ya religado a la comunidad, precisamente, el seco clamor de Edipo en Colono, cuando el pudor fulgura por encima de todas las obras humanas, no es el fin de la vida sino su ordenamiento para una respuesta que no puede no ser religiosa.
La tragedia sin embargo dejó el interrogante de algo demasiado vago para ser respondido de una sola vez, eso lo supo Nietzsche hasta la locura, algunos helenistas leerán como dionisíaco este sobrevuelo del pudor sobre toda obra humana que es sin duda el límite trágico, un don a la religión no de los hombres sino de los dioses.
Pero el interrogante del corifeo es también el de los hombres. Cuando ha sido retomado por la religión lo descubrimos en una forma aseverativa: somos todos asesinos, lo sabemos desde que tenemos conciencia del pecado. Quiero decir: de un acto marcado por la secundariedad. En un lapso que se roba toda la historia ya no podemos identificarnos con quien ha violado –confundido- tales o cuales lazos de parentesco, entramos en otro orden, el del primer creador y el primer imitador según la Biblia, el efecto Adán, menos adánico de lo que suele creerse.
A diferencia de los héroes trágicos cuyo nombre depende del linaje y el lugar en la ciudad, el abolengo y la genealogía, Adán puede ser cualquiera, es el número inicial de una serie ausente, está en cruce con un nombre por venir, Jesús, en el Nuevo Testamento, no es la mera respuesta al Job que pregunta cómo de mujer puede nacer algo puro, la redención emerge como un trazo que marca algo no purificable en todas las purgaciones. Leibniz se interrogó qué habría ocurrido si Adán no hubiera hecho lo que hizo y tal pregunta no sería compatible (en términos leibnizianos) para cualquier héroe trágico.
Cualquiera, desnudo: el padre de la especie humana cuyo acto de creación es pecado no tanto por ser malo sino por proceder por imitación, estar viciado de secundariedad y bajo dictado femenino. Esto suena a fábula en una época que hace a la paradoja de ser la menos religiosa de todas pero en la cual nunca fue tanta la idolatría, no hay objeto tangible de adoración, la producción serial de fetiches equilibra las tensiones como conjuro estratificado del Otro y se constituye en la pura performatividad de la palabra, el lenguaje se torna una mudez redundante que duda entre la consigna y el anatema, ninguna voz, pocas, son “artísticas”, quiero decir, se sostiene pasando por cada uno de los poros; el adjetivo, con un eco de misterio, “imposible” reaparece a cada frase, diríase que es imposible dejar de escribirlo.
La cultura como una gran compañía de seguros de vida contra todo riesgo – incorrecto – termina por asegurar contra la propia vida.
El género y la especie tienen muy poco que traducir para reflejar una cadena, una continuidad no de tipo matemático sino antropomórfica. El que habla no es Edipo ni Adán, soy cualquiera, me es imposible imitar al creador, en cierto modo uno escribe en un tiempo donde todo ha sido ya imitado, citado, recuerdo que para Walter Benjamin todo hombre que citaba era una suerte de Adán, yo tengo que contentarme con no ser Caín. Ni el poder ni el arte puro entonces: apenas si cierta relación con la verdad pero que no es lógica, filosófica, religiosa o científica, relación que se da como no relación, una relación con la verdad no puede ser exceptuada de las paradojas, creer que puede darse en un cotejo de proposiciones –verdaderas, falsas- , no hay relación con la verdad sin un exceso de “mentira”, quiero decir, de simulacro, es éste quien la traza en constelación, es ésta la que me dice ante todo que tengo un nombre propio y hay algo de verdad en la firma de tal nombre en una trama indeterminada, escrita ahí mismo donde la botella arrojada al mar no es una metáfora, donde ésta nace en el movimiento diferido, desviado de su huella, no en el acto de arrojarla, mucho menos su intención, sólo la figura del ideograma: una indicación de Leonardo, una escansión de Bach, la “circulata melodia” que Dante entona ante el nombre de María: “Io sono amore angelico che giro…”
Quedemos en que la tragedia es más catártica que “trágica”, ahí vive la diferencia trágica con la cual, siempre, toda vez, diferimos, esta diferencia es idealizante, la expulsión de la víctima nos hunde, cómodos, en el espacio regulado de la ciudad, las piezas de nuevo colocadas.
El Paraíso –el de Dante- en cambio responde a otra vía, la de la sublimación, siempre artificial luego de Baudelaire, no es cuestión sólo de la condena a trabajar (Adán) y el dolor de gozar (la criatura), el paraíso es precisamente el nombre que surge cuando el placer y el dolor, el trabajo y el derroche pasan por vías no calculables, que para escándalo de la especie cualquiera –si abandona toda esperanza-, puede atravesar, basta perder el pudor trágico para eso.
Paradiso: si la vía de Dante resulta un poco árida, hay que repensar la de Claudel; tocada por la gracia, que pone de manifiesto cierta falsa arrogancia en la humildad contemporánea, o si de entrada se quiere desbordar todo lo moderno: Lezama Lima, explicando la gracia en Claudel, están las voces que ascienden en el aire en Joyce: “and still the voices sang in supplication to the Virgin, most powerful, Virgin most merciful”.
Si uno no se sitúa en relación a estos nombres intensos no entenderá palabra de estos dichos: la purgación joyceana es menor, consiste, en el Retrato, en limpiarse las uñas. En Ulises, Ella: “Refuge of sinners. Comfortress of the afflicted”. Es que la risa del paraíso –según Dante, recordada por Phillipe Sollers- poco tiene que ver con la felicidad, sí con el cumplimiento de una trama que firma más que supera las figuras del confinamiento infernal, su cara a cara mortífero, hay un entre dos con resonancia de infinito: es el Deseo que se convierte en Temor (voz de Virgilio), el criminal desea castigo (Dante). La rosa de Dante es también mística en Joyce, ella, a través de la plegaria de San Bernardo, es un poder de intersección –“Virgin’s intercessory power”- para quienes le imploraron: “Trough the open window of the church the fragant incense was wafted and with in the fragant names of her who was conceived without stain of original sin, spiritual vessel, pray for us, mystical rose”. Y uno pide que entre tantos “joycismos” se piense esto en Joyce.
El verbo retorna de lo reprimido, es un ángel de Swedenborg que cuenta que hay que diferenciar la pasión de la cruz –la duda en cuanto al Padre: “¿por qué me has abandonado?-, de la redención de los pecados. No hay aquí la seguridad estratégica de la dialéctica, las trampas de las preguntas-respuestas, hay más bien un sacramento, ese goce de la confesión que Joyce examina en todo un capítulo sin que el lenguaje pueda ser mediado, detenido por ese tiempo que es dinero, por el mundo, que reza la purificación final, utópica. Por eso: “el cielo y la tierra pasarán”… “Huc omnis turba ad ripas effusa ruebat”, ese verso de Virgilio explica los pretextos de Carón para con Dante… sostenida privación.
Las indicaciones de Leonardo son sugestivas cuando tratan el tema de la Anunciación, está menos preocupado por los puntos de fuga que por el encuadre de María y el Angel: “Hace algunos días vi el cuadro de un ángel que al formular la Anunciación parecía que estuviese expulsando a María de su habitación, con movimientos que mostraban la clase de ataque que uno haría contra un odiado enemigo; y María como desesperada, que parecía tratar de arrojarse por la ventana: no caigas en errores como estos”.
No se trata de una perspectiva sino de un matiz en torno de una figura que en sí misma es fuga, hay toda una dispositio que en su misma enunciación es “pintura”, aunque no se trata del ut pictura poiesis del clasicismo, el monólogo en torno de Ella de Fra Roberto entre las condiciones anunciadoras –loables dice- habla de la Humiliatio, cuarta condición, cuando ella baja la cabeza y dice he aquí la doncella del señor: “¿Qué lengua podría jamás describir, en verdad, qué mente podría contemplar el movimiento y estilo con que ella apoyó en el suelo sus sagradas rodillas?”
Las condiciones son, Fra Roberto lo entreve, posibilidades de representación artística, eso parece imposible, pero no cesarán las versiones; según Max Baxandall las Anunciaciones del siglo XV son de inquietud o Sumisión, también de Interrogación y/o Reflexión, la Humiliatio –que muestra la mansedumbre de Ella- está en antítesis con la Conturbatio- su exageración, efecto de una moda violenta según Leonardo- y eso opone, hace diferir las Anunciaciones de Fra Angélico y Botticelli: “Nos recuerdan, por ejemplo, que Fra Angélico en sus muchas Anunciaciones nunca se apartó del tipo Humiliatio mientras Botticelli tiene una peligrosa afinidad con la Conturbatio”.
Esto hacía cuerpo con los discursos de los predicadores, la casuística, era, ya antes de Gracián cosa de pintores, el predicador tenía el interrogante, por ejemplo, su cabello ¿era oscuro o claro?, no podía ser morena, no podía ser rubia, menos pelirroja, pensaba Alberto el Magno, cada uno de esos colores supone una imperfección, es una aleación de colores que participa de todos ellos pero no se confunde con ninguno parece decirnos el dominico Gabriel Barletta, estaba cerca de ser morena, del lado oscuro, era judía, insiste Alberto… los pintores asumirán estas frases a veces en un más allá del color, un estallido incesantemente reiniciado.
La Anunciación, parafraseando a Leonardo, no puede confundirse con una expulsión, los personajes de Beckett, expulsados antes de haber entrado a lo social, testimonian como expósitos esa ausencia, tampoco con un después de una incorporación previa, es la voz que suena en todo un capítulo de Joyce en el Ulises en un universo abrumado de mujer, la que parece más bella se descubre coja, imperfecta, una falla inconfesable interrumpe el sueño de las diosas. No hay hoy tampoco que negarse al oído, caer en la alucinación, hay esa expulsión sin negación que favorece la utopía de la purificación final, el demonio, es sabido, no lo es tanto por ser malo de película sino por decir casi siempre la verdad mintiendo, él sin embargo también tiene sus malos ratos, ahí sueña ser más puro que Ella, un discurso sin Virgen, común a esa purificación mortífera donde incluso puede declamarse el sexo pero la diferencia sexual no cuenta, es esto lo que ella permite entrever desde su lugar significante –exterior a la reproducción sexual- sublime sin duda no por negar el cuerpo sino por encarnar la voz –verbo- en la imagen imposible por excelencia y que las Anunciaciones no dejarán de anunciar, jugar, volver artística: se explica la obsesión de Lutero en negar intelectualmente a la Virgen, en lanzarla a la cadena de la especie, todo un sistema de equivalencias depende de eso, estamos ya cerca ahí del discurso positivista y la impotencia correlativa que Jean Luc Godard ha puesto de manifiesto en su oración fílmica: Je vous salve Marie… una entre todas las mujeres, protégeme de la idealización tanto más mediocre cuanto se dice sublime… incluyendo la setentista idealización de La Chinoise (tener en cuenta a Ibn-Boltan: si un negro cayera del cielo, lo haría con mesura…), por ella ya no puede haber nada “puro” en el mundo, ella puede “enseñar a los mismos espíritus pureza” (Gracián), la pregunta desesperada de Job – ¿cómo de mujer puede nacer algo puro? – no tiene respuesta, acaso sí una relación idealizada con el verbo, hay un breve tramo que se va a resolver en anatema, cerrando a priori esa trama de la sublimación donde “ella” es un efecto de inicio: impide un campo común para la pulsión unitaria que quisiera encontrarse de cuerpo entero, desacierta los pactos, las concordancias entre lo anatómico y lo sexual, entre la reproducción y su finalidad social, agujero que el Saber no puede topologizar ni la moral contemporánea, el “hedonismo irreligioso” (Pasolini) transgredir sin poner de manifiesto su moralismo contenido, esa cara permisiva de la represión que para Pasolini anunciaba el mito de la “liberación sexual”, tan compartido, repartido en cada uno de los ismos.
Las Meditaciones de Gracián son ejercicios que el orante debe llevar a cabo según casos específicos, topos que suponen una labor de sublimación, una música y un circuito, se trata que ésta pueda “recibir el mismo Verbo encarnado en su pecho que María recibió en su vientre”, lo que en el vientre está encarnado en el pecho está sacramentado: si ella, piensa Gracián, se turba (Conturbatio: las vacilaciones ante el Angel), cómo uno no habrá de experimentar algo parecido, y la retórica que resuelve la confrontación entre conturbatio y humiliatio: “Menester fue que entrase el Angel a buscarla en su escondido retrete, y que llamase al retiro de su corazón; tres veces la saludó para que la atendiese una; tan dentro de sí estaba, tan engolfada en su devoción; era velo a su belleza su virginal modestia, y el recatado encogimiento muro de su honestidad. Admirado la saluda el Angel, turbada lo oye María, que puede enseñar a los mismos espíritus pureza. Convídala el sagrado Paraninfo con la maternidad divina y ella atiende al resguardo de su virginidad; encójese al dar el sí de la mayor grandeza, y concede, no el ser reina, sino esclava, que en cada palabra cita un prodigio y en cada acción un extremo”.
Literalmente: en cada palabra un prodigio y en cada acción un extremo habla de un curso no necesariamente barroco del lenguaje pero en cierto modo asediado, interrogado por él en una “aleación de colores”, es posible volver a oírla a Ella en los cantos de poetas de nombre paterno, está en el nacimiento de las lenguas romances con una memoria medieval, es posible hablar de los poetas de la Virgen: de Villón (Oh louée conception / Envoiée ca jus des cieulx / Du noble lis digne syon / Don de Jhesus tres precieulx / Marie, nomb tres gracieux”, a Claudel (pasando por Baudelaire), de Gonzalo de Berceo a Lezama Lima –vía Gracián-, de Chaucer a G. M. Hopkins: “Now burn, new born to the world / Doubled – natured name / The heaven flung, heart – fleshed, maiden- furled / Miracle – in – Mary – of – Flame”, en ese afuera cíclico de las literaturas que tiene el nombre de Joyce, vía, dirá Beckett, Vico, Bruno, Dante que dice su lugar como “albergo de nostro disiro”, nos da a pensar que la negación de ese otro lugar hace que la lengua tienda a lo virginal, quede absuelta, exculpada de sus paradojas y sus dogmas, eso supone la purga de las vías purgativas –expurgación -, la cual suele reaparecer en las más siniestras políticas de lo sublime en las cuales todo es religioso (ídolos: tierra, sangre, raza, partido) menos esta vía que abre la trama de la sublimación en la que tanto insistió Pasolini.
Es por tanto la contra- iniciación moderna (Murena), nada menos que el intercambio de corte protestante que hoy triunfa a escala mundial hasta ser la “utopía” de los socialismos concretos: Lutero, que al mismo tiempo que creaba la lengua alemana repudiaba a la Virgen y anatemizaba al judío “preparaba el terreno que hizo posible cuatro siglos más tarde la herejía hitleriana” (León Poliakov), habría dado lugar a un relato de los fines, que continúa circulando, silencioso, de mano en mano, moneda predicable, traducible, “universal”.
En términos de vida y derechos la diferencia de las sociedades democráticas con los socialismos concretos es abismal, pero el malestar insiste. La omisión de la risa del Paraíso es necesaria a la clarividencia de un infierno que hay que volver a recorrer, en su línea oblicua y bifurcada, y ya estamos de nuevo en curso, hay que decir buen día demonio- nadie más católico que el diablo según Baudelaire- ha tenido sus épocas tontas, brutales, asesinas, hoy se muestra demasiado humano- un pobre diablo – ante el surgimiento del tecno matriarcado, ni siquiera intenta ser más inteligente que la criatura, hemos notado ya que no era demonio por malo sino por estar diciendo siempre la mentira como verdad, faltaba el aprendizaje interminable de dejarse ganar por él para vencerlo en su propia victoria, algo llevado a cabo por ciertos artistas o escritores: ahí surgen los nombres más intensos, la lengua reconoce en olvido sus huellas.
Se insiste en las matanzas llevadas a cabo por los cruzados en guerras sangrientas, pero el tema del homicidio ritual – al que se refiere Poliakov – tendrá un límite con la bula de Inocencio III (1274), desde la Santa Sede en defensa de los judíos: “Si en algún lugar aparece un cadáver a ellos se les imputa aviesamente el homicidio. Se les persigue tomando como pretexto esas fábulas u otras muy parecidas, y en contra de los privilegios que les han sido concedidos por la Santa Sede apostólica, sin proceso y sin instrucción regular, pasando por alto la justicia, se les despoja de todos sus bienes, se les hace pasar hambre, se les encarcela y se les tortura, de manera que el destino es tal vez peor que el de sus padres en Egipto”.
Es esta tradición que Pier Paolo Pasolini – en posición de “corsario”- le recuerda a la Iglesia, que ha sido vencida por el “mundo”, que su poder es superfluo, la invita a traducir su tema – el de los pobres- a su lenguaje, la invoca contra una ideología sexual, el “hedonismo irreligioso”, la única religión que cuenta, la llama a pasar a la oposición, antes de la renovación de Juan Pablo: “si las faltas de la Iglesia han sido numerosas y graves en su larga historia de poder, la más grave de todas sería la de aceptar pasivamente el ser liquidada por un poder que se burla del Evangelio”.
Muestra cómo la televisión a través de la réclame neutraliza al catolicismo en el momento de predicarlo, este medio (vuelto a valorarse hoy desde el postmodernismo) es para él el signo del nuevo poder ante el cual son irrisorios los slogans fascistas: “Sin ninguna duda (los resultados lo prueban) la televisión es autoritaria y represiva como jamás ningún medio de información del mundo ha sido”[4]
¿Significa esto que Pasolini es asimilable al Pound de la radio, a quien, en una retrospectiva que alcance a otros, sólo puede justificarse por haber sido fascista por primera vez cuando, a diferencia de muchos contemporáneos ellos no sabían dónde iban, querían restaurar una cultura a través de esa mediación? Exagera… para introducirnos a un ámbito post-apocalíptico: un infierno donde no hay individuos (Dante) sino masas. Creemos entrar en la transparencia posmoderna sin haber agotado la selva negra que no es precisamente esa cabellera que nace del fondo del mar para atravesar un aro de fuego en un cielo diáfano.
Con predominancia de Infierno, Pasolini escribió su vía purgativa en la Divina Mímesis, había sido el primer, creo, intelectual de izquierda europeo – a diferencia de un Sartre – en denunciar los gulags que no llegó a conocer totalmente; ahí, entre círculos no se encuentra con Rimbaud ni con Gramsci, es sólo un viejo poeta de los años 50, oímos su propia voz, retornando del otro, el Guía que apenas tiene palabra, la Lengua del Odio – ahí donde lo culto y lo popular ya no son discernibles, donde “no hay pasión ni corazón” – por momentos lo traba, hay que esperar sus momentos amables, alguna articulación: “Antes la gente era pequeña, no quería serlo. En suma… toda esta gente, por miedo a la grandeza, es instintivamente falta de religión. Reducción, espíritu de reducción, es ausencia de religión: éste es el gran pecado de la época del odio. Y así en ninguna parte del Infierno verás a tanta gente ¡Las masas, amigo mío! Las masas que han elegido como religión el no querer tenerla sin saberlo”.
La religión se ha diluido o retornado como fanatismo. En la semiología de Pasolini el lenguaje del comportamiento, del slogan, de la uniformidad total que vuelve indiscernible la diferencia entre cualquier fascista de otrora y un bienpensante en un universo donde hasta los más antagónicos hablan el mismo lenguaje, tiene más semejanzas que diferencias con el espíritu de reducción que analiza en la jerga – “con una grosería típica de la psicología y la técnica del bienestar” – estereotipada al extremo de los jóvenes del mayo del 68, sus derivaciones: se dice “asesino” para señalar una responsabilidad indirecta con algún hecho político, no hay sutileza lingüística, la lengua está tomada de los textos sociológicos de por sí simplificadores, Pasolini nos dice que estos jóvenes no hablan, analiza el libro de uno que ha superado en su osadía – la “espantosa miseria cultural” vertida en la estereotipia de una nueva cultura – lo que ningún magazine femenino del más bajo nivel se atrevió a hacer: publicarse en forma de libro.
Ahí se nota la función paralizante- reproducción mimética- que es para él asumida por medios que simulan un respeto por la cultura cuando se trata de un desprecio profundo- coexiste, encuentra su paradigma en el obediente contestatario, no es extraño que el poder lo adule, no sabe siquiera burlarse: “Su humildad esencial vuelve absolutamente mecánicas todas sus actitudes. Su rebelión es puramente mimética. Y lo importante: el es demasiado bueno para saber burlarse. Se queja, sonríe, ríe, pero es incapaz de burlarse. Si lo hace es en forma organizada, colectiva”.
Que la más baja subcultura coexista con la más alta técnica es casi una anécdota. Pasolini muestra bien que los jóvenes del 68 han sido leídos por sus supuestas buenas intenciones- a las que sumaban a un Mao-, un laberinto de supuestos, falacias en espiral. Ni bien se pronuncian se revelan hijos de los slogans de época: uno no deja de pensar en nuestros, hoy, tardíos contestatarios que con atonía tratan de traducir el aspecto festivo del 68 a la tragedia ocurrida en la Argentina, no obran así por europeizantes o afrancesados sino por obediencia al dictado de los maestros, el tema es reducido a lo hilarante, con suprema vulgaridad, tienen en común con la dictadura la negación – repudio- de lo acontecido, o su aceptación superflua. Por eso también los escritores de mi generación, hasta los más declaradamente “transgresivos” no tienen voz propia: o bien esperan ser hablados por los Pupilos, adulándolos, o bien tienden a hacerse pasar por alguno de ellos, fingiendo la amnesia, parecer “jóvenes”, recienvenidos. Y los más afines son cómplices de lo que Pasolini llamaba el linchamiento. Así todo ocurre en el “nuevo” medio cultural, habida cuenta de las excepciones.
“El primer carácter de la vulgaridad consiste en ser invasora, en su voluntad de hacer vulgar también lo que no lo es, al que es “extraño a su mundo”, escribe. Y esto en el “nuevo fascismo” vale tanto para lo culto como para lo popular, ambos términos son para él categorías extraclasistas, que resisten la uniformidad.
Algunos quieren en nuestros medios “ayudar a la cultura”, difundir la literatura con el uso de una voz retórica, “profunda”, pero acrecientan las más de las veces la sospecha de aburrimiento que pesa sobre ella, terminan por convertirla en pariente pobre ya que la miden con su rasero, los escritores contribuyen a eso, cuando, piadosos, se prestan al personaje irrisorio que ha sido concebido de antemano.
Todo el problema estriba en cómo decir lo “intraducible” de la escritura y para eso tiene que haber una voz en la que se escuche, por ejemplo, que por primera vez la Humanidad puede prescindir totalmente de la literatura – no hablo, cierto, de su función ornamental, piadosa-, ésta es una nueva que pocos se atreven a confesar, fingen ceremoniosamente incluso tratar de domesticarla, pero es un gesto formal, un homenaje a lo que otrora fue peligroso. Por eso a mi entender una cultura verdaderamente pluralista tendría que comenzar partiendo de las voces singulares de los escritores, no con la complicidad concertada para degradar los temas, ni hacer de la cultura una cuestión de votos.
¿Cómo hablar de posmodernismo sin haber leído a Hannah Arendt, a Poliakov, silenciando a Soljeinistein y los campos en Cuba? Por eso también lo ritual ha ido ganando los temas posmodernos ya que se parte de una modernidad que conservaría intactas sus ilusiones teleológicas, su Utopía, ella más que ninguna otra tradición está quebrada en su perspectiva humanista.
En vez de traducirlo todo a la parálisis del “lenguaje acción”, con la ética muda que resulta de ello, las autoridades universitarias tendrían que pensar en esa necesidad del Latín que Anthony Burgess recuerda, haciendo eco en el reproche que Pasolini le hacía al latín de la Iglesia – el tratar los textos sin amor-, todo eso nos hace pensar que en la función excéntrica del anacronismo Borges no está solo. Esto podría coexistir creativamente con la adopción de nuevas tecnologías para que el lenguaje no se vuelva definitivamente instrumental.
El deseo de querer curar a toda costa conduce inevitablemente a la policía del pensamiento, antesala del campo de reeducación a la cubana, apenas camuflado en los ideólogos del utopismo. Para mí no se trata de reemplazar una ilusión por otra sino de un arte de decepcionar (Freud) que en su camino encuentra el principio jesuita de tratar el mal por el mal. Curarlo todo desde una política en la que no hay política –oposición- , he ahí el rasgo común que se reproduce en los dichos de la religión de Utopía, es siempre un tema comunitario donde se expresa anticipadamente la lengua del odio (Pasolini) como única, el arte de decepcionar el bienestar de la cultura (no asimilable al de la sociedad) no desconoce por eso el encanto que era para Stevenson la condición perdurable de la literatura, el movimiento abrupto, la transición a veces suave de la fuga, el contretemps: cosa de trazo, metáfora, color, cita, vibración musical, cambio de lengua y de plano, el mal por el mal habla de la salida como exceso (la crítica de Pasolini a los media está en su visión puesta en escena: El Evangelio según San Mateo, en la trilogía de Eros: Chaucer, Bocaccio, Sade). O también por la saturación de la representación, una tranquila, apacible delicia como intermitencia, recordar que en Joyce el promontorio ante el mar no es canto a la naturaleza, o, de otro modo, todo es ahí salvaje, vegetal, femenino, salvo la Iglesia que se alza entre las rocas en coros, es the voice of prayer, la cual nombra a la que es un faro para el atribulado corazón del hombre – “Mary, star of the sea” -, tener en cuenta un teatro como el de Tadeuz Kantor que se aparta de las vanguardias, pero como escribe Guy Scarpetta “no se separa de esa negatividad, de ese negativismo”, por el contrario, los arranca de una plácida infancia que fatiga de sí misma y “muy católicamente los carga de Pecado”, algo “decisivo en mi creación” según anota en sus escritos Kantor.
Lo fértil está por ahora en el desencuentro: empezando por el de los “escritores” y los “críticos” que se encuentran en demasía en sus roles, revuelven la misma crema mientras la fatiga, amarga, crece, ninguna ilusión sirve ya de sabor. Se trata de recrear la disidencia no respecto a tal o cual enunciado sino en un lenguaje que atraviesa la regulación que impone la especie.
Aun si no se nos ha escuchado – entendido, suele decirse- al tratar de explicar el “utopismo a los niños” cuando se vuelve al de la escritura tras cierto halo – rocío en el aire- la visita de un vértigo donde en singular insiste el sermón de Fray Roberto Caracciolo de Lecce: ahí el predicador debe ser el répétiteur del pintor a riesgo de esparcirse en un puñado de arena.
Fra Roberto distingue tres misterios en La Anunciación: 1) La Misión Angélica; 2) El Saludo Angélico; 3) El Coloquio Angélico, que se divide en cinco condiciones espirituales, las de una mujer que es virgen y madre, la madre ben-dita, una que ha sido bien-dicha por el Verbo, la lengua del odio común va quedando de manifiesto: coincide, curiosamente, con la especie, y se entiende mejor a San Francisco en su campanario – acrobacia del verbo-, a Loyola, peregrinando con los Ejercicios bajo el brazo.
Entonces las condiciones se dejan oír mejor: la Conturbatio (inquietud), la Cogitatio (reflexión), la Humiliatio (humillación), la Meritatio (el mérito), llevan a pensar que la teología es la demostración de una inexistencia en cuanto especie, la escritura cálamo currente en un paisaje de hayas de platino. Y desde la perturbación de inicio pasando por esas figuras límites que son la Interrogatio y la Humiliatio – figuras de paradiso, ya en la voz o en el gesto – que no dejan de ser inquietantes para la conciencia, turbar la dócil afinidad con los silogismos, la negativa universal – ninguna M es V – y la afirmativa universal – toda M es V – con todas las inclusiones lógicas y predicables que le atañen, damos con que ese afuera es más articulable desde la topología que por la filosofía y siempre por los efectos del arte.[5]
La Anunciación es una frase declarativa no del todo bien formada, no se deja ordenar por la trama del sujeto, el objeto, el referente, por la forma lógica de un enunciado que remite a una clase general, extensiva, no participa del postulado lógico por el cual la frase que tiene por objeto todas las frases no debe formar parte de su referencia, es una declarativa que vuelve vanas todas las declaraciones, incluidas las prédicas donde el mal está a punto de ser tomado por las astas, las que dicen que reside, por ejemplo, en la pornografía, cuando lo clerical quiere abolir el mal en vez de tratarlo e ignora que la poena danni – el mayor tormento, la pena del daño, según el jesuita del Retrato – hoy consiste en que todo tiene que ser pornográfico, hasta los mismos anatemas: esa vertiente represora que transforma el mal en litigio – quaestio en términos teológicos- no es extraña a la crisis de Stephen Dedalus en el Retrato de Joyce: “Era extraño cómo encontraba un árido placer en seguir hasta su término las rígidas líneas de la doctrina católica y en penetrar hasta sus puntos más oscuros sólo por oír y sentir más profundamente su propia condenación. Aquella sentencia del apóstol Santiago – en su Epístola – según la cual el que infringe un mandamiento se hace reo de todos, le había parecido una frase vacía antes y sólo la había llegado a comprender ahora al tantear en la oscuridad de su propia situación”.
El artista como reo de todos, he aquí alguien que evita por esa acepción la mayor de las condenas: el desconocimiento de la propia condenación, ahí comienza, por un retorno, la escritura de Joyce, por la Angenbite, los nombres en él no son “trazas de intensidad” como en Nietzsche – escritura de la amante, de la filología y la filosofía, inclinadas a una inocencia del devenir, según una creencia en el “mundo” – , los nombres y su mordedura son velocidades entre la condenación y el paraíso: porque los ciclos (Vico) son culpables es que hay Time Finnegan’s o la resurrección.[6]
Para Samuel Beckett: “¿En qué sentido es, pues, purgatorial la obra de Joyce? En el de la ausencia absoluta del Absoluto”. Además: “¿Y el agente parcialmente purgatorial? El parcialmente purificado”. Ni premio ni castigo: la risa que suena con exterioridad del todo…
En la división del humo y la llama, división trágica, ritual, filosófica, no hay esta vez un dilema – tipo: Protágoras y discípulo, el que perdió todas las causas pese a la instrucción del maestro y, en consecuencia, no quería pagarle, pero al no hacerlo ganaba una, luego por el contrato debía pagar, había perdido, ganado, y al perder, ganar – ni una víctima lista para ser reapropiada, instrumentada, articulada. Hay que recordar lo que San Agustín escribió de las mujeres violadas: las defiende de la condena social – los castigos físicos en primer término – pero también del linchamiento subyacente en la comunidad ya que “un ser no es responsable de lo que se hace con su carne sino de las adhesiones y rechazos de su voluntad”, la pureza es asimilada a la fuerza, la belleza, la salud, pueden disminuir con el tiempo sin comprometer el ser: la violencia ejercida contra un cuerpo no implica el alma, Agustín dice que no deberían castigarse a sí mismas, quitarse la vida como Lucrecia, que agrava con el homicidio de sí misma el otro crimen del cual no es responsable, haber sido violada. En todos los casos el dilema de la víctima es un “falso” dilema, aun si ella, Lucrecia, dio un consentimiento voluptuoso a la agresión en ningún caso hubiera debido poner fin a su vida, tal vez lo hizo porque creyó sospecharían una complicidad implícita, no hay salida posible del dilema – “Si adulterata, cur laudata; si púdica, cur occisa?” -, es decir, si ella fue adúltera – gozó en la violación -, por qué se la alaba (post-mortem, convengamos) si ella fue casta, ¿por qué se quitó la vida? Agustín concluye que ella no pudo soportar la mirada de los hombres – “quibus conscientiam demonstrare non potuit”, a quien no pudo abrir la conciencia , encontrar las palabras… que confesión y demostración vayan juntas, la falta para Agustín reside en una sustitución: por querer evitar las ofensas y las sospechas humanas, la injuria, termina, ella, por sustraerse a la ley divina, Agustín ahí defiende el individuo contra la comunidad precisamente porque él no se pertenece a sí mismo: el “non occides” refiere también a sí mismo, al suicidio.[7]
La víctima está siempre en otra parte, no da lugar a la ceremonia ni a los réditos de la victimización, pide ser nombrada a discreción, yo he hablado de una que no se distingue de un hombre cualquiera en una calle cualquiera. El discurso de la Utopía que habla en nombre de los pueblos oprimidos a los que ese mismo discurso sojuzgó es la tentativa descarnada de una última palabra y un último silencio, el epíteto postrero y vencedor como el sueño de una lengua compartida por todos y dicha por ninguno.
Hay sin embargo otra figura, no decantada de inmediato, surgida en la lectura, la metalepsis de un duelo que descubre la risa al escribir su diferencia – “culpable” – con el todo, no para abrir un litigio, resolverse en una escena de contraprestaciones, en un contrato subyacente entre partes y en función de un dictamen que ha de medrar en el tiempo, la paradoja de que hablo no es objeto de juicio, está tomada en un cruce de anatemas, siempre en la inminencia comunitaria del tema compartido, es ante todo cosa de ritmo: antes de leer tantas cosas que no deberían haber sido dichas, antes de entrar en frases, formar parte algunas veces de los paradigmas y los contrastes, atravesar los nuevos cultos y la idolatría de nuevo cuño – la proximidad de un suicidio cultural que ahí se lee en todas sus letras – antes de poner en juego (inventar) el valor de una diferencia entre tantos heroicos temores es necesario recordar – para evitar un malentendido respecto de este punto – esa condición – decepcionante para el género humano – que Fra Roberto llamó su mérito: “ella pasó más allá de la experiencia de toda otra criatura”.
Luis Thonis / De Anunciación, Purgación, Expurgación, La Anunciación, Revista de Literatura (1988).
Ph / Leonardo da Vinci, Anunciación (1472-1475)
1] El futuro de la democracia no depende sólo de un partido, es fundamental, por ejemplo, la actitud que pueda tomar la renovación peronista con los aspectos corporativos de un programa, respecto de los militares “kadafistas”, etcétera. En suma: la actitud intolerante refuerza lo que se dice criticar. En los sucesos de Semana Santa los ideólogos del utopismo no se diferenciaron en sus discursos de los golpistas.
[2] Son necesarios los matices. De lo contrario se es “macarthista” para con los otros y revolucionario para si mismo, síntoma primario de la mayoría de las izquierdas. ¿Acaso los que tomaron parte de la lucha armada no sufrieron una educación semejante a los textos que analizo? En términos culturales su objetivo final lo leemos en Palabras contra la Tiranía de Carlos Franqui: que pueden extenderse a la frase que inmortalizó un régimen: “Un poeta vale menos que una silla”.
[3] También se lee en un artículo de David Viñas- “Alfonsín, recapitulación, insidias y pronósticos- revista Fin de Siglo, número I- que éste, desmintiendo la firmeza que se le atribuía, llega a descalificarlo con epítetos más acordes al grupo faccioso durante los hechos de Semana Santa- “ese profesor de botánica saludó sin placer, como si quisiera comprobar que las sisas del saco no le oprimían los sobacos”, o “El profesor de pastelería se había cambiado en escolástico medieval: Felices Pascuas, concluyó”, es decir, todo lo que se quiera menos una figura presidencial. Para no quedarse atrás, Piglia en El Periodista-número 194, junio de 1988- le aconseja un diván público: “¿O no dicen ahora que Alfonsín está deprimido? Lo único que falta es que lo trate Abadi en el programa de Neustad”. Esta insistencia en la debilidad de Alfonsín termina por hacerle el juego al fascismo…que el utopismo necesita para la Verdad de su prédica. Los ultras de izquierda y derecha quieren un hombre fuerte, sea Fidel Castro o Aldo Rico, dos “antiimperialistas” de raza. Y casi con el mismo lenguaje: la grosería como estilo, la intimidación como método para lograr consenso. La “superada” escolástica medieval podría demostrar que los límpidos espacios verdes no reemplazarán los cuarteles: los extenderán a toda la sociedad, aun si la militarización total tiene el color del follaje, verde.
[4] La televisión, pese al tajante rechazo de Pasolini, ha demostrado que puede defender la democracia. Ni bien se pasaban las noticias de la acción de los golpistas puede decirse que ésta empezaba a disolverse fuera cual fuere la intención de los comunicadores: no había sombra de consenso para ellos. Habría que analizar el funcionamiento de los nuevos medios en situaciones específicas y como instrumentos que pueden resistir la instrumentalización de los cuerpos que se produce cuando el Estado es dueño y señor de los mismos.
[5] Para algunos filósofos como Victor Massuh el nazismo es cosa del pasado. Si bien Massuh muestra que en Europa los temas se han desplazado pasa por alto el tema de los campos en la Argentina “no necesariamente encuadrados en la ideología nazi”, pero campos de solución final al fin. Hoy todo un coro universitario repite una mala traducción de Wittgestein: “aquello de lo cual no se puede hablar, hay que callarlo”. El es necesario (muss man) referido al sujeto implica necesidad, no obligación. Si el nazismo es ya un viejo fantasma( pese a las recientes declaraciones del Presidente del Parlamento de Alemania Federal) habría que pensarlo en sus metamorfosis y la continuidad en la historia del antisemitismo. Recuerda en esto a Gorgias: ya no hay campos en Alemania, importa poco que los haya habido en la Argentina, o bien nuestro folklore carece de dignidad filosófica o de cámara de gas.
[6] Ultra posse nemu obligatur: nadie está obligado a lo imposible, escribió Kant desde la sentencia latina: “Si la negación de un acto está prohibida, el acto se llama obligatorio. Debemos hacer lo que no se nos permite no hacer”, escribió G.H. Wright, sucesor de Wittgenstein en Cambridge. El utopismo crónico repetiría el tema común a Aristóteles de la batalla naval: desplaza lo obligatorio a un futuro en bruto- ya ni contingente ni necesario- , es decir sin ninguna relación de obligatoriedad con él: debemos hacer lo que siempre será imposible de hacer, siempre que se borre la instancia obligatoria del discurso, el juego de lo prescriptivo y lo normativo. Resultado: los primeros ahogados son los pupilos, haya o no haya batalla naval que ha pasado de lo necesario a lo imposible.( de ahí la tendencia argentina a vencer batallas que se perdieron o pelear gestas imaginarias) Habrá que poner siempre sobre el tapete el tema de los campos de concentración que hubo en la Argentina, ya que algunos sienten melancolía por ellos, otros dicen que no los hubo, que nada influyeron en la cultura, mientras que algunos sueñan otros- mejores, más perfectibles- y esto se atisba en los discursos que quieren retornar a los orígenes preconstitucionales- “puros”- , llevar al pueblo ahí para disiparlo en una sola línea de tierra, La Gran Matriz Concentracionaria que en cada uno de los ismos- fundamentalismo, fundacionalismo, utopismo- supone que el nombre no está en juego, que el “pueblo” no es más que la ausencia de voces individuales- sólo el Uno habla-según un programa “progresista” que no es sino una militarización de la cultura en coexistencia con lo arcaico…que no hay que confundir con anacronismos creadores como los de Lezama Lima que habla de “ las cobardes pacificaciones de la síntesis”.
[7] En el vasto poema de Shakespeare, The Rape of Lucrece entre el violador y la víctima el personaje central es el Azar – tiempo, noche, oportunidad -, ambas figuras parecen repartirse todo el mal universal según una temática estoica, ella en cierto modo “nace” al discurso en ese lapso interminable del después hasta que llega, como sucede en Shakespeare, el brillo de puñal, el heredero: “My honour I’ ll bequeath unto the knife”.