
El audio del viento
Había un pedazo de luz debajo de la puerta. Y una ópera errante que quería entrar. Había, también, un juguete asexuado y una franja nueva de indeterminación que lo imaginaba. Era como una R que bien podría parecer de lejos una A. Después estaban los nombres de la calles de los lugares donde viví. No sé bien qué pasaba con esos nombres. Pero estaban ahí. Sobrevolaban el decorado de mi biografía. Y había, además, en la punta del segundero, un instante que se mantenía intacto en el recuerdo. Era, ese momento único, como la música más tranquila del mundo. Era algo. Una canción que se repetía como en una copia de bajísima calidad. Como todo lo que hice sin darme cuenta. Era una única cosa. Una sola y única cosa. Repetida y repetida. Y así. Era como una forma de la réplica. Yo hubiese querido hablar de mi juventud. De la historieta social. De las semanas que empezaban, una y otra y otra vez. Con o sin sentido. Inmotivadas o no. Yo quería hablar del péndulo de las preguntas. Así empezaba esto. Y con el viento detrás. Como una musiquita de fondo.
Una idea de pueblo
Noche y día pasaban sobre un cartel. Había un escorpión tatuado en la muñeca de un electricista. Y bares y calles y semáforos y puentes. El trabajo hidrataba las chapas de las carrocerías y los toldos al costado de la autopista. El ganado estaba siendo mutilado con precisión láser. Yo fui testigo de esa desgracia. Vi cómo una puerta pateó a una chica. El dulce niveló la melancolía de una persona triste y apagada que dormía en la esquina, entre cartones y trapos sucios. Quizás ese mendigo se llamara Ezequiel y tuviera mucho para olvidar. Química, obviedad, contactos. Estaba viendo la vida con los ojos de la muerte. Él amaba desesperadamente a la vida. Y como la vida terminaba con la muerte, entonces también amaba a la muerte. ¿Era la primavera más paciente que las personas? Quizás las nuestras fueran vidas paralelas. Adentro de una habitación adentro de un edificio. Íbamos por un camino, sin mirar atrás. Todo, todo nos decía algo. ¿Pero qué? Era muy confuso. No llegué a entender nada. Ruido de avenida. El perfume del verano otra vez en mis pupilas. Los malditos mosquitos del insomnio.
Paranoia en tiempos de paz
Como una bolsa cayendo cargada de aire. No había tiempo o el tiempo se había ido. Y no hubo relación posible con el medio. Nada que aprender detrás de las paredes. Una bruma de lo que pasaba. Una escenografía de cansancio y sospechas. Una burla flagrante de lo que era. Un deshecho. Algo que no estaba ni bien ni mal. Algo que simplemente no estaba hecho. De cosas concretas. Espacio, aire, luz, atmósfera. Y avanzaba, despacio, casi sin ralear. Algo de sombra. Algo profundo y áspero sin casi ninguna vibración de estupidez. Algo centenario como el miedo al caminar. Noches de una aventura muy larga. Quedaban los lugares tan lejos que, ir o quedarse me parecían lo mismo. Nada de aceptación. Nada de reclamos hacia los males de la época. Todas las épocas eran igual de injustas. El castigo sería siempre un mal con la intención de ser un mal. Nada de meditación ni de medicación. Quizás no calibrara mis emociones porque me faltaba algo de profundidad en los sentimientos. Era posible. A mis desvelos no los podía perder de vista. Tenía una población de animales en celo en las ideas y una yunta de bueyes tatuados en el cuerpo. ¿Por qué no medité? ¿Por qué no me callé? ¿Por qué no cerré los ojos y respiré profundo sin pensar en nada? ¿Por qué dije que sí? ¿Por qué me quedé? ¿Por qué dije que iría? ¿Por qué no insistí? ¿Por qué no me fui? No mentí ni hablé mal de nadie. ¿Por qué no mentí ni hablé mal de nadie?
El corazón es un agujero lleno de basura
En el medio de la estufa había una araña que bailaba. Los problemas prensados se hacían humo. Y un margen esencial de inconformidad alrededor de las cosas me hacía pensar en vos. Una matanza mundial avanzaba como una afirmación que daba vueltas y vueltas en la cabeza. Hacía miles de millones de años que algo giraba en falso. Quizás fueran progresiones hacia lo microscópico muy difíciles de explicar. Mudez, torpeza, tedio y porquería. ¿Era eso? Alguien que había sido invitado y lo hacía todo mal. Un aire doctoral que manchaba todo de aburrimiento. La sensación de sobrar en todas partes. Sí, la escuela era un basurero. Era la continuación del aburrimiento por otros medios. Dar clases era encender un fuego, no rellenar empanadas. Lo publiqué con mi nombre en la portada. La guerra de los ceros. Ese era el título. 4 despreciaba a 6. Y 6 además de despreciar a 4, también despreciaba a 8 y a 2. A todo esto, 4 por su parte valoraba a 8 pero no a 2 y mucho menos a 6. Y 2, a su vez, despreciaba a 6 y a 4 y también a 8 aunque mucho menos que a los demás. Porque quizás 8 fuera más admirado que el resto o gozara de cierto reconocimiento. ¿Pero quién se creyó 8? Personas despectivas en una carrera de vanidades. Por eso, moderación en todo.
Días de pensión
Un niño se encontró con el fantasma de su amigo. Manías civilizatorias, legales, la guerra nuclear, desastres telúricos, el terror y la soledad informática. Pero de eso no hablaron. Casas azules con salones de baile donde personas que estaban muertas todavía conversaban. Terrazas, construcciones, ventanas desde donde se veía un jardín, una puerta, un reloj de mármol negro con incrustaciones de bronce. Ahora no hay nada. ¿Y los poderes del yoga? ¿Y los cueros y la carne con que se indigestaron esos animales rastreros? El espíritu de una casa pervivía en una bolsa con panes adentro. Era también el destino de un país y el porvenir de una nación entera. El encendedor tenía poca vida. Había ricos y había pobres. El mundo era así. Además, existían siempre dos incertidumbres, las que se podían soportar y las que no. Como los consejos nebulosos que una anciana profería antes de morir. Había momentos para cada cosa. Yo me propuse reparar los males provocados en los demás. Pero sin disculpas. Iba a reparar el daño emocional hablando con gente rara sobre mi percepción del mundo. Y así, pude ver toda esa rabia que hacía cómplices, entre los rotos, a los vendedores y a los vendidos.
Javier Fernández Paupy / Un agujero lleno de basura, Ediciones del Trinche, 2020
Ph / Lux Lindner / Sin título (de la serie ‘Activación de las membranas mágico politicas’), 2017, Tinta y lápiz sobre papel, 40x65cm