
Es apenas, no se sabe por qué, es imperceptible, algunas personas se olfatean, se juntan, vienen cada uno de una vida distinta, se juntan un rato y se separan, no se cuentan nada, y al principio escozor de sospecha, y poco a poco lo leído tiene más fuerza que la confesión, que la estafa de la sinceridad, lo leído filtra lo sentido en esta mesa del encuentro, se revelan por ahí.
Toco de la enseñanza de alguna culpabilidad, aquí, en el boliche del encuentro, casi una carpa, habrá ofrendas a medida que avance este rejunte secuaz, y toques repentinos de santidad, y cada uno su responder, más repentinos escamoteos de silencio.
Gloria no mira del lado de esa cosa llamada escribir el lenguaje oral, esa arrogancia mierdosa. Solo anotar lo que se inventa, los silencios de patio, esa intimidad del tapadito de Celia. Piel satinada y morena de Celia.
Un poco de evocación se impone. Un poco de geografía de barrio. Un trazado de Avellaneda a Constitución.
Gloria y su insolvencia maldita, eternísima. Ninguna necesidad de ir allí donde no la quieren, tampoco de frecuentar los medios artísticos. Sueños de «anarquista de la lectura» (dixit Philippe Jaworski) como su amado Orwell. Gloria recorta el artículo con la entrevista y lo archiva.
Gloria, remotísima de todos en su verdad individual, incompartible, incontable, infrotable, únicamente en estado de anotación, la verdad de ese capítulo que no puede compartir con nadie, que se interpone entre ella y los comadreos. Ya ni le interesaba mostrar que sabía algo más que los gallináceos del saber, esos que piden simplicidad.
Gloria anota desde nada, o desde un libro, o desde una frase escuchada, solo que para ella todo eso trae cosas muy viejas, escondidas, íntimas, personales, murmullos de sobremesa. No es tan loca para buscar la sede de la bilis, pero ahí anda, cerca, busca, abre libros y rasca en toda esa montaña de perlas o de bosta algo para vivir, algo para responderse, remota o remotísima trama del pasado. Que le contaron a la hora de la siesta.
Y Celia reaparece, siempre está ahí, apoyada en la barra, y uno la ve después en todas las barras, o sentada en la mesa y uno la ve ese día en todos los bares con ventanas de Avellaneda. Multiplicación de apariciones sucesivas.
Ya hubo una mañana de los negros, pero no conté la mañana de los turcos o de los polacos. O de los rusos Orlando. Y hubo una mañana de invierno, esa de la hora tempranísima de colectivo en la que viajan todas las bestias cautivas en su primera hora de la domesticidad, esa que marca la hora del subir al colectivo, esa distancia insalvable con los teóricos divinos que escriben en traducción. Elia los cruza en silencio. Nieto de fugitivo. Genealogía perdida. Pero algo se deslizó. El secreto hizo más que la sobremesa. Abuelo que escapó solo de un reino inexistente.
Las clanes imprecisables de eso que se llama pensador, más imprecisable, se escriben el libreto, primero se lo cuentan en la retórica de la insinceridad, tal como lo demostró el maestro de las catedrales, y después te lo dan en papel de envolver naranjas y eso es para ellos crítica social. Todo se queda ahí. No pasan de los eclipses de la razón. Su ganzúa. Elia agregó un poco ceremonioso y era obvio que citaba: «todos esos son nuestros enemigos de la verdad.» Finalmente cada uno se queda con lo que le gusta. Nadie va más allá, dijo otra vez, hoy era su día enfático casi al borde de las ideas generales.
Gloria, la única en la que la niebla del Riachuelo flota en sus ojos, anota, después de la mesa del encuentro : Hoy mucha pereza. Elia es insoportable. Heredero de nada. ¿De dónde le viene esa casi arrogancia? Reconozco que es medio monje. Lee los libros hasta el final. Y es muy bueno en eso de sacarse ideales de la cabeza. Pereza. Sí, y eso que ni zurzo ni remiendo. Ya pasó esa época. La montaña de cosas respetables que tengo que aguantar sin abrir la boca. Me voy a dormir. ¿Qué hará Celia? ¡Oh, tapadito Celia!
El viento del riachuelo y subía por Avda. Mitre. Anclaba en Plaza Alsina, decidido, arremolinado, y la barría de hojas amarillas. Las amontonaba en la puerta de la Catedral. Puro giro anti-horario. Y cara rufianesca de la luna, traidora recontraidora.
Escribe sentada en un rincón soleado del Café Maipú, solitaria a re-solitaria, Está sentada y escribe las incertidumbres, mira hacia la calle. Sol intenso. Traqueteo del tren carguero que está por entrar en estación Avellaneda. Este tren va, no viene, va a Temperley, viaje corto de un tren corto, tren en su cabeza anotadora, tren de nada que decir y nada que contar, solo voz de remontar el río, algún río. No olvido que ese es el sueño. Salir del agujero. Habitantes de la tapera. Hasta hacerse olvidar. Días de cielos de la hora azul malditos cielos de esa esquina que espera esas luces amarillas desteñidas.
Hoy no reconstruye nada, no restituye nada, pero hay un insistir de voz murmurada en el enredo de sábanas. Esa voz acofrada de Luis Cardoso.
Quiero insistir: si no les gusta vuelvan a su narrar y ya nos veremos o no, nunca, acuerdo no habrá, no nos encontraremos en ninguna fosa de los piojos, esa posibilidad no existe, es la línea de la lectura la que nos separa, ¿es un poco agresivo? no sé si lo admito, ustedes insisten con esa bondad temblorosa, suplicante, de artistas sorprendidos, esos toques teatrales de la ofensa y de la sinceridad, ese amor a la poesía, ¿cuándo aceptarán que Gloria no va a esa fiesta? Que no ceba mate.
Los trabajos invisibles de la ardilla Irma.
Un sueño: allá, arriba en el Noroeste, ese paso de la infancia redoblada, o pasaje, lejos, bien arriba, ni un pelo de señales orientadoras, salir del agujero y camino del olvido, bosques, fábula del ártico canadiense. Pero por ahora, polilla en el ropero, naftalina, libros, miles de libros que te llenan la cabeza, pero entre esos libros y este sueño, cambiaron los libros, queda el sueño, la salida del agujero, pero por ahora, solo. Aquí estoy, solo. Trato de adaptarme, de ponerlo en clave de cuento de hadas, de hilado como hacen los novelistas modernos, de caerle en gracia a ciertos notables que distribuyen los lugares, trato, intento hacer un poco de elitismo burgués, un poco de pintura, alguna opinión sobre música, un novelista que muestra lo que hace, lo da a leer, pide correcciones, pero me pongo algo lírico, me re-traigo esas imágenes de bosques helados, de exploradores que buscaban ese pasaje, ramitas congeladas en el bosque ártico, todo ese toco hecho de libros, una cabeza desde los libros, y libros raros. Y en la otra punta, el peligro de ponerse esa cocarda de marginal, tedio del marginal, aburrido personaje que quiere ser incluido. Quiere ser de la Historia.
Mierda tres veces al alarde origen, tres veces para estar seguro de no escuchar el eco quejoso del niño pobre interiorísimo y que termina alquilado a realismo. Mejor queja anti-interiorizada a fuerza de leer. Sí, Elia es el niño de Olavarría y Patricios, de ahí, donde nació, en esa casa chorizo de piezas alquiladas. Herida Elia. Más herida Gloria. Menos herida Luis Cardoso. Cuadras del Riachuelo del lado de Barracas. La tentación de hacer elitismo burgués está ahí, ser secretario de algo en esa galería de niños ricos educados para mandar. No rivalizar con ellos, con sus hazañas. No, irse, lejos lejísimo, afuera está la luna de la hora azul, sobre el puente, cara de loca incipiente, irradia los hilos de sombras de las historias con las que Irma le llenaba la cabeza a Elia. Irma, esa ardilla de llotivenco, de máquina Singer, de los cuentos de hadas, de los folletines, de la tradición no tradicionalista, esa le llenó la cabeza a Elia. Lo condenó a escribir, mal, pero a escribir, y a veces llora Irma, le brotan las lágrimas, como a Greis, años después, todo la hace llorar, el cielo, la luna, las viejas historias o leer Coloquio sobre Dante.
Irma nació en la indignidad nacional, nunca aspiró al canto del cacareo lugoniano, no, nació abajo de más abajo. Está contado en otra novela. Nació en esa desolación barrial casa bajas y tranvía a cinco cuadras de la casa. Caminata a tranquitos a la seis de la mañana rumbo a taller. Ni una gramática a mano. Ardilla de orejas blancas, curva de la calle O´Higgins hacia Avenida Mitre, tranvía, barriada del olvido futuro, tristeza de la casa de chapa de la esquina, callejón de la madrugada, adiós de lo que no fue, el trabajo sin defensa, apenas lo corsini punteando la pena, la luz que salía. Nunca es temprano para Irma, nunca. En algún lugar alguien la espera. Ardilla de la noche.
Hay un achuche Gloria, secretísimo, ¿te volviste loca Gloria? ¿O ya caíste del catre y te enterás de que esa indignidad original es también tu marca en el orillo? ¿Y que de los fracasos no se puede hablar con nadie? ¿Que no se puede pedir ayuda? ¿Que todos se olvidan? ¿Ya lo sabés?
Corralón de Barracas y mate del olvido en la re-visita de una de las tardes mensuales. ¿El jueves? Y a veces había primaveras de color yema de huevo con toques de gris naranja y comíamos pan con dulce de leche y los nombres del pasado resonaban en el patio del corralón y yo escuchaba. Eran aventuras casi del siglo pasado. Presencias de ausencias. Ya tenía a Verne y a Twain. Tenía mi educación. Lola será algún día. Por ahora ni nombre. Solo patio y banquitos, viejos que conversan, ronda de mate, y una fidelidad a ese pasado se me cuela. Miré el fondo luminoso del patio. Miré a ese perro acostado. Miré esa escena, esas manzanas Daneri en una mesa rinconera.
Lola le mensajea a Elia desde Barracas. Instalada en Suárez y Montes de Oca lo hace sufrir. Le hace pucheros escritos, pataleo, rabietas.
Pipa e´Moco se rascó el cogote con la mano derecha, no usaba bastón, solo llevaba esa bolsa de arpillera. Manos en la noche que se saludan. Él y yo. Gloria es el puente. Hay que decirlo. Perpleja de Maimónides arma el encuentro. Hoy, justo hoy, con viento sur. Helado pero transparente. Nos vamos a la cocina. Sopa de arvejas. Comemos los tres. Mi primer Verne: Los quinientos millones de la begún. Mi preferido: Miguel Strogoff. Él: Viaje al centro de la tierra. Regalo del padre. Así que sopa más pan trigo candeal más queso más fruta. Más coloquio onírico copiado de una novela de viejos más chicos más jardín más páginas a dos columnas, a veces, no siempre, obscena y rápidamente censurada hace muchos años. Tres adictos a la lectura que sostenían la imitación, la copia a ultranza como principio de alguna posible invención. Y la repetición. Y sobre todo no consultar ningún libro que salga de la fosa de piojos. Definiciones escuálidas. Ahí no hay nada para el adicto. Ni documentos. En esa mesa de tres, cocina y sopa, todo se envuelve en matices sonoros de lo que queda de una lectura hasta que venga relectura infinita. Rezo y re-rezo de lo mismo.
Coleccionistas de citas. Cuadernos. Anotaciones en itálicas. Todo a mano, escrito en papel cuadriculado, libretas tapas gris azulado. Cuadros, escenas.
El pasado pregunta. Y siempre camina, con esas pecas de silogismo, de laberinto chismoso, da pasos en el presente, pesca alusiones, insiste, patalea. Y Gloria rejunta lo rejuntable que le regalan, o que encuentra. Dedos congelados en el invierno de las cocinas. Llotivenco es cocina, es amago de libro posible para ese niño d´amicis sobre banquito de cedro hecho en Sarandí. Gloria adora las migas divinas o infames de las leyendas y odia a las brujas anti-leyendas, anti-cuento de hadas. Trabajar es más fácil que escribir. Y este coloquio de a tres es más complicado que trabajar pero menos difícil que escribir. Comen su cena en paz. La cocina es su carpa. Afuera quedan los sonámbulos vírgenes de la lectura. Greta tiene dedos largos, manos tentadoras, de agarrar chocolate y así rompe el envase y los reparte en tres. Chocolate con almendras y toques de naranja incrustados. Casi un lujo de posguerra. Las historias que traía Pipa e´Moco a la mesa. Que estaba dejando de ser historiador amateur para volver a la onda Verne de su infancia y renovarse, reinventarse o algo así. Pero le quedaban manías del sabio que quiso ser. Por la ventana de la cocina la luna atorranta y hacia el norte, ahí, casi al alcance de la mano una luz se movía por el patio ¿linterna? ¿lámpara de kerosene? ¿apariciones de patio? imágenes de cabeza llena de palabras. Lo peor para cada uno de los tres es no poder estar solos, pero solos en serio, sin moscardones que los vigilen. Gloria dice que el provocador es el más policía de los policías del pensamiento. Da nombres. Cita la advertencia de Lawrence sobre liquidar a tiempo al gritón. Ni bien pisa el umbral del café. Gloria ya sabía porque anotado que el provocador no quiere que se rompa la regla. ¿Dónde naciste Gloria? ¿Por qué todos los Rip Van Winkle de tus amigos siguen durmiendo la siesta? ¿No descubrieron la línea flotante de las fronteras avellanedenses? Concentrado trío de lectores sentado en esa cocina.
La idea de lejos muy lejos se le puso en la cabeza en forma de ruta panamericana no de barco, de navegante. Primero buses y camino.
En el galpón de Sarandí quedan mesas viejas, un catre de lona verde, un banco de carpintero, dos baldes de zinc, dos palas Gerardi. Elia, Elia nunca jugaste entre las piernas de capitanes de la independencia, ni con fotos de antepasados gloriosos. Nunca nunca. Oh ese exilio tuyo. Solo leyendas berretas o prohibidas. Ninguna prosperidad dorada o imperturbables tardes criollas. Solo peones urbanitas, no de campo, no, de calles, de lo porteñísimo a-leyenda, que cambian o le ponen la lona a los camiones. Así, seca escena de un pasado no remoto. Camión y lona verde. Ni un destino de nombre. Ni un nombre para presumir. Ni una falta original, pobre casa pobre, no nombre engendra no nombre, solo indignidad de origen, esa que hacen los ojos mirones y olfateadores de pobres de los porteros de la poesía. Nunca entenderán la desolación de esas casa bajas oscuras arrinconado pasillo largo de Barracas y el ruido de los telares a la noche, música proletaria, música de mierda, folklore del pensador rico, estepas desoladas del barrio gris azulado que mira al río.
Confusión de lugar, de tiempo, escribo como puedo este sueño encantado. Pero tengo que cuidar desliz a sentimentalismo, no hablamos del mismo peón, no hablamos del mismo obrero, no hablo desde arriba, no los tengo lejos, no, están ahí, no se pueden contar, no hablamos del mismo escritor plebeyo de café, el mío no hace comuna, solo habla con gente confiable. Escribe con el oído. Sabe que hubo diluvio de arca, me deja hablar en argentino porteño, mi chifladura.
Elia a Lola : «Suena un poco forzado, pero todo es para mí visión de puerto lejano. Mucha novela de aventuras. Y curiosidad por extranjeros enigmáticos. Su padre, viajero real, el mío viajero de libros de aventuras, y cuentos a la hora de la siesta, también le llenó la cabeza con libros y grabados. No es poco.»
Mesa de cocina café oscuro. Ahí se alarga la conversación. De la vida y de los libros. Pero acá no se lee la auto-ayuda filosófica que viene de la cueva de los parásitos. Nadie piensa lo contemporáneo. No. Se trata de otra cosa. Y cada uno sus notas. (Comentar cuento de Eduardo Wilde). ¿Qué busca el curioso en nuestra soledad de conversadores de cocina de patio o de mesa de café? ¿A qué viene?
Linde del riachuelo, linde del Puente Barracas. Sueño de mohicanos, sueño del Paso del Noroeste. ¿Quiénes son estos? Hijos de padres fondeados en este sur. Re-anclados aquí de abuelo a hijo. Y que no es tierra de Albania. Solo peregrinos crotos que no tuvieron cantor.
Gloria le apretó apenas la mano a Celia. Tapadito y provincia, tren y valijita a Retiro y de ahí a Constitución. Y de ahí el Halcón a Plaza Alsina y de ahí a pensión en Paláa y 9 de julio. Por ahora ese pasado de película blanco y negro. Difícil de escribir, pero pasado al fin. Le apretó la mano y sintió el circuito eléctrico de lo que vendrá primero en su cabeza, después se verá. Celia, muda en entrega de mano. Ermitañas que se miran y se entretienen entre ellas.
Nuestra arca de Noé del Café Maipú no pasaba desapercibida, puta madre, empezábamos a ser una amenaza. Gente que se educa sola, contra la montaña de recuerdos insípidos de los mitómanos que se reinventan padres heroicos. Acá solo se acepta a Jack Kerouac. ¿Se entiende? mitómanos del padre heroico.
Nuestros padres venían de los puertos del olvido. Y en el Café Maipú, cada uno sus libros. Regla de oro. Y cada uno su chucho. El de Gloria era perro ladrador. Y cada uno sus reglas. Releídas y re-escritas y recitadas. Es fácil dejarse tentar. La regla, casi de rigor: no dejarse juzgar por ninguna alcahuetería. Menos por la profesional. Clasificar los documentos del pasado. Evitar la jaula de los ecos, el círculo de los comentarios.
Y todo eran imágenes y sueños de libros, paisajes futuros, de la fuga hacia el Norte.
Pero ahora, en esa tarde de mirar infinito hacia Barracas, del otro lado del puente solo ese atardecer gris entre rojo y naranja de todos los días que acercaba y alejaba la otra orilla. La luna esperaba, ya lo dije, atorrantísima, rumorosa. El viento de rigor apenas roncaba. Del otro lado alguna voz perdida o grito o algún humo o silencio.
No hay fuego fatuo en la otra orilla, la de Barracas, ese tópico de escritores helénicos, y patriotas. No, apenas tambores fogatas para calentarse y tomar mate. No estoy en esa orilla de estos pájaros cantores del ignis fatuus. Solo vías del tren que llevan lejos.
Elia anota: Me juré no joder a nadie más con lo que escribo y leo.
Celia, la del tapadito, apareció en ese rincón del café. Así, y ahí estuvo varios días, en la misma mesa, una hora por día, con un café y mirando por la ventana. Un ojo asustada a rincón y el otro a mesa de la otra punta. La levítica. Donde siempre se cocinaba algo secreto. ¿Por qué año vamos?
Elia anota: Gloria no se dejó emplear en su generación. Y menos que menos por ella. Todos los analistas de la generación están a sueldo de algún amo. Gloria querida, ¿hija de esos obreros que pierden dedos de la mano? ¿Hija de quién? Resistencia al camino de cuento de hadas del origen. Ni padre peón, ni padre obrero, ni padre nada. Silencio.
Círculo cerrado de la mesa del encuentro. Hay una organización de la soledad. No es un universal reportaje, no. Cada uno sus secretos, también. ¿Luis Cardoso se la llevó a Gloria en su virginidad? Esa pregunta flota en el barrio. Finalmente Gloria es una mujer en su virginidad, como cada una. Pero santa será para Luis Cardoso. Eso desespera al barrio. Santa son las madres y las hermanas, no las novias. Gloria es algo así como profanadora de padre en esa leyenda de esquina.
Burócratas de la lectura, banda de estafadores, «poetas delicados» disfrazados de provocadores: ¿tengo que volverme a escribir lo ya escrito?
Tedio de escuchar mis ecos. Lo veo venir a Pipa e´Moco, ya no lo llamo así, solo lo escribo así, ¿concesión? Me ve desde la esquina. Merece ser un saltimbanqui, pero de circo, y lo contaría aquí, camina chueco y un poco encorvado, poco, pegado a la pared, todo lo entiende al vuelo ¿desde cuando anda por este barrio? y aparece a esta hora, tengo mucho que decirle, decirle es la forma de preguntarle ¿por qué lleva todo en esa bolsa? no cree mucho en mis virtudes, creo que piensa que exagero, que deformo, pero de eso no hablamos, todo corre por mi cuenta, la manía de escuchar mis ecos, hablamos de la kermesse del domingo en la calle Paláa, dura todo un día, quiere saber si voy, le digo que sí, él va con Gloria y Luis Cardoso, su diente de oro reverbera y pedimos otro café, le cuento que mis ingresos se volvieron flacos, sardinas en lata, mínimos, me mira, no tiene nada que decir, mira hacia la calle, ninguna palabra en el aire, ninguna música de la compasión, pasamos a la historia de mi tía Inés y su pretendiente, el que me regaló Los quinientos millones de la begún, librero espiritista, lector e instructor de Allan Kardec, pero no hay nadie para leer esto que escribo, es el desierto, y recuerdo sus suspiros cuando la veía a mi tía y yo fui testigo de doce años. Sigo. A pesar de todos mis enemigos de lo que escribo. Sigo. Me sé de memoria todas las objeciones, es la época, y una época es chimento de tiempo, su tela, estoy harto de la misma música quejosa de los guionistas de la inclusión, así que vuelvo a mis motivos, toques, sigo en el mismo lugar de hace unos años, pero todo tiene más volumen, a veces necesito ese pasado, a veces me harta, no sigo, bordo otra cosa, leo, escucho otros sonidos y tiene su efecto, suena algo lejano y hay que traerlo o se hace el hueco de una ausencia y esa que se fue conejo por la cerca de un jardín del poema medio idish medio traducido vuelve a entrar por el mismo agujero y ya no sé qué escribir. Y necesito tender una mano a ese hueco, y alguien me habla de los conejos de su madre, los llama gazapos, pero son conejos que nacen. Y ahí me quedo. Vuelvo al lector Kardec y lo recuerdo subiendo la escalera oscura en sus zapatos de goma crepe, en una mano El Diario Spirito, ínfulas de Galia editado en Barracas, y en la otra el sombrero marrón oscuro. Me saludaba con sonrisa de mediodía, poco gestual, metido, bueno, creo, en su ministerio. Yo iba a su librería y compraba más Verne y lápices y cuadernos. La sección de libros esotéricos estaba bien acomodada en una pared. Hebras de tiempo, las traigo. Y por ahora lo abandono. Sombrero y traje y diario en la mano.
No lo pudieron colgar, lo mataron de hambre, pero no lo pudieron colgar. La horda celebrante necesita declaraciones, franeleo, coloquio y presencia del genio, presencia en el circo, esclavizarlo.
La mañana no entra, sale por la ventana, al azul ojos gatunos de Paláa y Alsina. Y de ahí, de esa pieza pensión no ve los techos rojos o grises o anaranjados, son las casas bajas de un pasado. Que se fija en un olor de cocina, tufo o re-tufo de guiso, las familias no educadas en la noria sentimental se lo pasa de familia en familia. Es borrachera de leyendas. Todavía ni en sueños visitar el mar. Todos hijos de yugadores sin derecho a chalecito en el Chapadmalal. Anclados acá, en el suburbio, sentimentalizado por el porteñismo profesional o denigrado por los poetas del espino y el rosal, agrios. Somos gitanos encerrados entre estos dos rencores. Por algún lado me salta el Ideal, soy humano, y vienen los reproches. Pobre zíngaro del Ideal.
Principio de soledad estricto, de quedarse en la pieza, ejercicio secreto y escondido como si no tuviera documentación, salir poco, esquivar preguntas, mucho simulacro de solidaridad, mucho lobo suelto, mucho tipo con ganas de mandar, mucha policía, mucho jefe con ganas de comerse las rosas como dice el haikú. Solo pensar en esas relaciones, en eso que llaman contactos, en la gentileza, me sacan las ganas de ir al mundo, toda esa retórica de la ayuda, iba a ganarme la vida con esto y no, fracaso, y me aíslo, no rindo cuentas, no pido nada ¿a quién? a los dormidos de cuarenta palancas de retardo, no, acelero la separación, me escribo todas las horas del día mi cuento de hadas, en clave cifra, y continuo, hay que leerse para seguir, no queda otra, contra la sirena del eco.
Vida de santa y vida de monje, para que el eco no entre por la ventana. Eco es vaho más vanidad más ruido exterior más quererse en el espejo. Uno de los más grandes maestros de leyenda dijo que las mejores cosas salen de la vida de ermita aislada, y de evitar lo mundano, que lleva a domesticidad, esa disciplina rigurosa es un escorpión que es mejor que las reglas discontinuas de género, y te ayuda a desandar la culpa de no hacer nada útil para la sociedad. ¿A quién le contás los ojos fijos en ese agujero en el alambrado del jardín? Conejo, gazapo, agujero y pena irreparable y miedo de olvido.
¿Y tengo que hacer un novelón con todos los rechazos? No quiero. ¿Y asociarme a los que se suben al primer colectivo que pasa? ¿Tengo que asociarme? No quiero. ¿Tengo que ser? Ni obligaciones ni sociedad ni confesión. Y un desistir de servir. Y un desistir de contar. Y un afirmar levítico del repetir.
Tero repercute tero gallina engendra figura de gallinero y banco de carpintero remeda galpón y tren dibuja una acuarela de viaducto patio hace jaula gigante de pájaros y antepatio parra de uva blanca y patio parra de uva negra.
Irma enfrenta oficiales de justicia, el estado, que ejecutan desalojos que traen formularios que sacan del bolsillo la ley del rey que se come las dos piezas de ese rincón de patio que están cansados que Irma los cansa más que la media mañana sin viento los pone de mal humor que la cara de cordero degollado de Irma los exaspera mucho más que tienen un camión en la puerta que Roque Juan está trabajando que Elia llora y no se entera de nada que su hermana Carmen está en el colegio que el agente de justicia lo mira llorar y lo melodrama desalojo va a lágrimas y Elia anotará un día y todo será anotación de venganza porque hay ofensas que solo se pueden responder en estado de venganza no con un «cuchillo en la mano» como en tiempos de Dante no solo anotando.
Elia ¿a quién?: pobre y el estado te visita, de vez en cuando. Si leen los libros no permitidos se van a enterar. Pero no los leen. Los desalojos pasan, las venganzas pasan, las historias de ardillas no pasan, quedan flotando en la memoria de las notas.
Toco libresco de la deserción en la ronda de la mesa del encuentro. Nacidos fuera del Código y nacidos en el Código, mezcla, ahí sentada, algún nacido como parentela pobre, molesta, carga pesada, hay que volverlo extranjero, el hogar feliz lo pone en el catálogo de los desdichados, ese apestado, ese cargoso, lastimero quiere sentarse en esa mesa de la felicidad. Parentela pobre rasca centavos. Toma colectivo, vive achicada de palabras. ¿Y la deserción? Por ahora es tema, estudio, acumulación de documentos. Es lo café Maipú a la caída de la tarde, tres varones y una mujer. Otra, ojos gatunos que mira desde el rincón, y otra en Barracas que cada tanto rasca en este atardecer de todos los días.
Hugo Savino, 2020
Ph / Piero Manzoni, Achrome, 1958
Debe estar conectado para enviar un comentario.