Crepúsculo de ceguelocura cae sobre Swift / Haroldo de Campos

En octubre de 1928 James Joyce tenía cuarenta y seis años. Vivía en París desde 1920 y era ya un hombre famoso, casi legendario, en los círculos  literarios  internacionales,  lo  que no impedía que en torno de su obra se cultivase una terca controversia (sobre todo a partir  de los  radicales  experimen­tos con el lenguaje que se convertirían en Finnegans Wake / Finnicius revém / Fineas Regresa, iniciados en 1923). Se­guía siendo, en cierto modo,  un escritor «maldito» expulsa­do de Inglaterra, de los Estados Unidos y de Irlanda, hecho que sería señalado todavía en 1932, en el número especial de la revista Transition, órgano de la vanguardia ecuménica, di­rigido por Eugene Jolas, dedicado a la celebración de los 50 años del escritor y a los 10 de la publicación del Ulysses.

Maldita trinidad de los colores

En el  mes  de octubre, Joyce  envió  una carta a  Miss Harriet Weaver, editora de The Egoist, cuyo apoyo y mecenaz­go, después del impulso inicial de Ezra Pound, era de funda­mental importancia para la continuidad de la carrera del ex­patriado e incomprendido irlandés. Es una carta memorable y en cierto aspecto única. Un testimonio traspasado de auto­ ironía, pero, a pesar de ese deliberado distanciamiento esti­lístico, dolorosamente asaltado por el temor a la ceguera y por la imposibilidad de seguir produciendo la work in pro­gress, un temor que en Joyce se equipara al miedo a la locura . En realidad, como cuenta Richard Ellmann, el espléndido biógrafo de Joyce, desde 1917 el escritor irlandés, que enton­ces vivía en Zurich , sentía agravarse los problemas que afli­gían su visión, problemas que empezaron a manifestarse en el periodo  triestino de su exilio voluntario,  para culminar en un ataque de glaucoma y sinequia , enfermedades de la retina que podían llevar a la ceguera. Para diciembre de 1925, Joyce ya había sido sometido a ocho intervenciones quirúrgicas. A comienzos de 1926, con el ojo izquierdo prácticamente inutili­zado, sólo podía escribir con dificultad y en caracteres exage­radamente grandes . Después de marzo del mismo año, mejoró pero en junio sufrió un nuevo  ataque  en  el  ojo  afec­tado, decidiéndose a una nueva operación,  después  de  la cual y durante cierto tiempo le fue imposible distinguir obje­tos con el ojo izquierdo. De esa época es, probablemente, la foto de Berenice Abbot , en la que Joyce aparece melancóli­co, con el rostro apoyado sobre el puño derecho y un parche al estilo pirata atravesado en la frente, tapando el ojo enfermo sobre anteojos de aro redondo.

La carta del 23 de octubre marca un momento especialmen­te agudo de la crisis. Joyce empieza por aludir al tratamiento al que estaba siendo sometido (inyecciones de arsénico y de fósforo) para combatir nuevas complicaciones oculares del fondo nervioso. Después de unas pocas líneas aparece este desahogo desalentado: «Por cierto, no puedo realizar nin­gún trabajo, aunque tome dos lecciones de español per diem, por vía auditiva, con la insana persuasión de que, dentro de poco, estaré apto para lidiar con la página impresa.» Más adelante, Joyce trasmite la opinión de un periodista literario que compara su «obra en progreso» con los garabatos de un loco sobre las paredes de un asilo. La carta concluye con una promesa puntualmente cumplida: «Voy a enviarle, en uno o dos días, el único texto que escribí en los últimos cua­tro meses. Una breve descripción de la locura y de la ceguera que descienden sobre Swift, compuesta en lo que Gilbert lla­ma la maldita trinidad de los colores, seguida de un comen­tario. Este es cuarenta y siete veces más largo que el texto» .

Laberinto de juegos de palabras

En esa composición, agregada a la carta en la edición de las Letters organizada en 1957 por Stuart Gilbert, se concentra el principal interés de ese item singular de la correspondencia joyceana. En ella, extendiendo el biografema privado a un tema de alcance más amplio y general -el del escritor rebel­de, luciferino, fáusticamente ávido de eterna juventud, casti­gado en su hybris por un crepúsculo de locura/ ceguera – , Joyce proporciona un ejemplo cabal del estilo del Finnegans Wake todavía inconcluso. A la vez, le proporciona una glosa sumamente elaborada, demostrando así los mecanismos más íntimos de la gestación de su texto. James S. Atherton, estu­diando las fuentes literarias de FW. (The Books at the Wake, 1959), señala la importancia de este fragmento en el análisis de la obra máxima de Joyce. Lo mismo ocurre con Giorgio Melchiori, prologuista de la reciente traducción italiana de los  cuatro  primeros capítulos del FW, por Luigi Schenoni (Mondadori, 1982). Para ilustrar los procedimientos que presiden la composición de la inmensa novela-enigma de Joyce, Melchiori reproduce el breve texto enviado por el es­critor a Miss Weaver, con los comentarios respectivos, y opi­na: «Es un documento casi patético en su voluntad de man­tener el tono jocoso y por eso mismo tanto más revelador de Íos mecanismos que producen el lenguaje del FW .»

El texto funde a Joyce con Swift: la ceguera progresiva del primero es comparada con la locura senil del segundo. Swift, además, es uno de los patrones escriturales del FW  (como lo son,  también ,  Lawrence  Sterne y Lewis Carroll) . 

Para J. S. Atherton, Swift proporciona a Joyce un paradigma paródico de la divinidad. Ya en las primeras líneas del libro el nombre del Decano de San Patricio aparece en el texto mezclado en un laberinto de juegos de palabras. En su aspecto de escritor inconformista, maestro corrosivo de la sátira, es Shem, The Penman (Shem, el escritor, el Hombre-Pluma); en su vertien­te  de  publicista  político,  paníletario  y  campeón  de causas públicas, es Shaun, The Postman, (Shaun, el Cartero, el tras­misor del mensaje que el Hombre-Pluma, rebelde solitario, escribe pero no consigue comunicar). En la unión de ambos está H.C.E. (Here Comes Everybody / Heis Cadaqual Evém/ Ha­llase cada uno emplazado), el padre omniabarcante, esposo de la pluribella Ana Livia, incestuosamente enamorado de su propia hija Issy (una reencarnación de Ana Livia joven).

No sólo le interesa a Joyce la obra literaria de Swift, sino que también la biografía del autor de Gulliver le sirve de fuente para innumerables alusiones y juegos de palabras. Sobre todo la ambigua relación de Swift con dos jóvenes de nom­bres parecidos, Esther Johnson y Esther (o Hester) Van­homrigh, es aprovechada por Joyce para la trama parono­mástica de su texto. A la primera le dedicó Swift el famoso Journal to Stella (la conoció cuando Stella/Esther apenas tenía ocho años, y pasó de ser su preceptor a ser su protector e in­cluso se casó con ella nominalmente, según algunos, sin que sus relaciones llegaran a pasar jamás, sin embargo, de un ni­vel platónico). A la segunda, que Swift encontró por primera vez en Londres, en 1708, cuando ella tenía apenas veinte años y él ya andaba casi en los cuarenta, el escritor le dedicó el poema «Cadenus and Vanessa» (en el que la joven apare­ce como Vanessa y Swift, el Deán, como Cadenus, anagrama de Decanus).

«Swift encendió involuntariamente dos pasiones femeni­nas, que brillan melancólicamente sobre su vida, acabando por sumergirse entre sombras de pesada tristeza.» Así se re­fería Rui Barbosa, en 1888, al «affaire» sentimental de Swift, en el prólogo a la traducción brasileña de los Viajes de Gullí­ver. En esas páginas introductorias, calurosa defensa e ilus­tración del genio de Swift contra sus detractores (sobre todo los franceses, Saint-Victor y Taine), Rui Barbosa pinta con tintas algo idealizadas la relación del Deán con las dos jóve­nes homónimas. Citando al biógrafo Leslie Stephen, para quien Swift estaría » peligrosamente inclinado al papel de preceptor de muchachas diferentes en inteligencia y en gra­cias», Rui sigue argumentando que Swift no se había dado cuenta de «qué difícil es que relaciones como ésas preserven su carácter primitivo de despreocupada intelectualidad». Y agrega: «La admiración, que hiciera de Vanessa una alum­na dócil y entusiasta, degeneró naturalmente en amor, el amor en idolatría, la idolatría en delirio .» El error de Swift habría sido la falta de franqueza, que lo llevó a mantener por largo tiempo una situación de duplicidad, sin aclararle a Va­nessa los vínculos que lo ligaban a Estela. «Compasión, ti­bieza, imprudencia, mantuvieron durante años ese comercio hasta que a los ojos de la malhadada se hizo patente la verdadera situación de Swift, sus irrevocables compromisos para con otra. Una averiguación epistolar de Vanessa ante Estela disipó las últimas ilusiones. Se cuenta que Swift, vio­lentamente resentido, se dirigió a la casa de Vanessa, le clavó los ojos como flechas, mudo, con el entrecejo entoldado de odio, fulminándola con una mirada inenarrable, le tiró por añadidura la carta a los pies, y le volvió la espalda para siem­pre.» Y concluye, después de algunas otras consideraciones: » Sin embargo, el episodio de Vanessa es el episodio deplora­ble en la existencia de Swift, y subsiste como una mancha, no en su carácter pero sí en su vida. Debilidad e indecisión hacen su culpa; no inmoralidad o crueldad.»

Es evidente que para Joyce, contemporáneo de Freud y de Jung, cuyo texto oniroparonomástico (como lo define Ant­hony Burgess) estimula al último Jacques Lacan, el escena­rio es más el del sueño y la pesadilla que la versión expurga­da de la racionalización diurna. Swift es Todos-los­ hombres: es Lewis Carroll, circunspecto fotógrafo y subli­mado amador de nínfulas, como es el propio Joyce, Casano­va sin éxito, enamorado de su joven alumna triestina de in­glés, Amalia Popper (tema de «Giacomo Joyce» ,«un affair de ojos, no de cuerpos» ) o que sigue por una calle de Zurich a la joven Marthe Fleischmann (eine Platonische Liebe). La «venganza» de sus ninfas defraudadas, en la versión palimp­séstica del texto escrito en la crisis de octubre de 1928, es la ceguera que se acerca, como en el caso de Swift será la locura que lo gana en la vejez; hielo y decrepitud.

Venganza de ninfas defraudadas

Joyce trató de resumir y encapsular todo esto en el texto que tituló «Twilight of Blindness Madness  Déscends on Swift», y que me propuse recrear en Portugués manteniendo el  rit­mo del original o sus Juegos lexicales en abismo , así como la triple coloración nostálgica verde (glauco), ceniza (gris) y negro (oscuro, fosco) en que se va esfumando el neovocabulario joyceano, en busca de un claroscuro(1) semántico que corres­ponda, cromáticamente, a los tres estadios de la  ceguera (Slarr o Starrblind en alemán, palabra en la que Joyce oye siempre star, estrella): green Starr, ceguera (estrella, Este­ la/ Ester) verde, glaucoma; grey Starr, ceguera, ceniza, catara­ta; black Starr, ceguera negra, disolución de la retina. El es­critor, en el periodo de la crisis,  acostumbraba  combinar esos tres colores en su vestuario, en un conjunto supersticioso.. .

Antes de invitar al lector a oir la música neológica de ese recitativo compuesto «en una sombría tarde de octubre», trataré de explicitar el libretto implícito a partir del glosario que Joyce le envió a Miss Weaver y que anunció hiperbólica­mente como «cuarenta y siete veces más largo que el texto». Resumo: » La hora negra, no lenta, con sus colores melancó­licos, trayendo el célebre mal-de-Swift (la locura / ceguera; swift es «rápido» en inglés ), se avecina. Orad por el triste de mí (pro mean, pro me). Orad por nosotros (pro nobis), ¡oh/ noblesse (noblesse oblige, la nobleza obliga a ello); cuyos ojos glaucos relucen como para decirle (decirme):  ¡sea ofuscado el maldito! cuyos dedos anillados se deslizan en círculos tac­tantes (crepusculan) sobre su (mi) cráneo. Hasta que, finalmente, Estela, a través de la confusa neblina, a punto de ex­tinguirse en el  afecto de Swift,  sustituida  por Vanessa, trata a ésta (Hester Vanhomrigh equivocadamente de meretriz, infamándola. Y sobreviene la catarata ceniza (grey Starr), ¡oh, dolor! El honorable John Jonathan Swift, James Joy­ce), delirando, sueña con la paz del hogar (las moradas de las dos estrellas), en el lar encendido, y cae en coma: glauco­ma». Veamos cómo suena este mismo pasaje, reconcentrado se­mántica  y sintácticamente  en el estilo del «fineganés» joy­ceano y retranscrito por mí en canibalés brasilírico:

CREPÙSCULO DE CEGUELOCURA CAE SOBRE SWIFT

Deslenta, malswiftcélere, pro mímfimo, proh! nobilesse, a Atrahora, Melancolores, s’avizinha. Cujos glaucolbos grislumbram: maledicego seja! Cujos dedanéis crepescu­ ram cranitacteantes. Té qu’enfim -meretrizte!- astella vanescente num neblim mistinfama estheria, e catarrata grisfosca! Honorathan John delirissonha lar cama glau coma (2)

Lo curioso es que Joyce nunca haya incluido este pasaje en el cuerpo del Finnegans. J.S Atherton explica: «su atmósfera de tristeza sin atenuante lo volvió inadecuado para su integra­ción en el libro». La explicación no me parece del todo con­vincente. Como observa G. Melchiori, el tono, pese a serpa­tético, mantiene, aunque con esfuerzo, la modulación joco­sa. La entonación, como en otros muchos momentos del FW (como en la descripción de Shem, The Penman, verdadero au­torretrato irrisorio del propio Joyce) es joco-seria, tragicómi­ca.

Borges, el ciego homeríada de Buenos Aires, escribió en 1939, para El Hogar, una «biografía sintética» de Joyce. Ter­mina así: «La fama conquistada por el Ulysses sobrevivió al escándalo. El siguiente libro de Joyce, Obra en gestación es, a juzgar por los capítulos publicados, un tejido de lánguidos juegos de palabras, en un inglés taraceado de alemán, de ita­liano y de latín. James Joyce, ahora, vive en un apartamento en París, con su mujer y dos hijos. Siempre va con los tres a la ópera. Es muy alegre y le gusta mucho conversar. Está cie­go». La versión de Borges es despreocupadamente descuida­da: Joyce, desde 1930 bajo los cuidados del especialista suizo profesor Vogt, logró reducir considerablemente la amenaza de la ceguera. Pero el retrato abreviado y contradictorio que Borges nos ofrece capta la calidad peculiar del espíritu joy­ceano, el gozoso vigor de su animus scribendi (en una palabra, de su » escrivivir» ).

Método en la locura

Siento la tentación de interpretar el texto que Joyce le envió en 1928 a Miss Weaver – y sin temer por esto a incurrir en anacronía – , como un juego borgeano, un ardid laborioso engendrado en alguna página extraviada de la Enciclopedia de «Tlon, Uqbar, Orbis Tertius», ese vago planeta cuyo len­guaje primitivo, en la versión española de Xul Solar, trans­crita por Borges, tiene, por lo demás, evidente parentesco con el «fineganés» joyceano.

En tanto que elaboraba su macroepopeya nocturna, el la­beríntico irlandés perseguido por el fantasma de la ceguera y constantemente señalado por la insania de su proyecto, re­solvió cierto día otoñal de octubre de 1928, para reconciliar­se con la obsesiva enormidad de su inconclusa tarea, minia­turizar su obra, reducirla a su mónada generativa, incorpo­rarle una glosa copiosa, minuciosísima, aterradora. Y después anexarla a una carta, como quien envía descuidada­mente por valija postal uno de esos objetos de ignorada con­textura, al mismo tiempo diminutos y pesadísimos que, se­gún Borges, «son la imagen de la divinidad, en ciertas regio­nes de Tlon».

Con esto escarmentó a los escoliastas; se anticipó, paradó­jicamente, a la proliferación de glosarios que hoy abarrotan las colecciones joyceanas de bibliotecas y universidades, en los países donde fue por mucho tiempo un autor prohibido; confundió  soberanamente  a sus críticos.  (Algunos  de ellos, cuenta J. S. Atherton, han caído regularmente en la perversa trampa y disertan sobre el miniaturizado pasaje crepuscular como si éste formase parte integrante de la obra finalmente publicada en 1939, sin darse cuenta, por estar escasamente comprometidos en el manejo del voluminoso original, que el libro se puede reflejar en los micromecanismos de la excerta, pero que ésta no encaja, como tal, en ninguna de sus 628 pá­ginas…)

Así, por una vía oblicua, sin premeditación aparente, pero con perceptible desencanto (Borges, un quevediano, preferi­ría tal vez hablar de «desengaño»), Joyce transformó el do­lor en humor. Se vengó en el futuro de los detractores del presente. Probó que su ceguera era visionaria. Que su locura tenía método.

Haroldo de Campos / Publicado originalmente en Revista de la Universidad de México, agosto de 1983

Traducción  de Ida Vitale

Notas

1- Polisemia imposible de conservar en español: H. de C. emplea «lusco­-fusco», «claroscuro» , pero » lusco» es también tuerto, ciego, que tiene un solo ojo.

2- CREPÚCSCULO DE CEGUELOCURA CAE SOBRE SWIFT – Des­-lenta, malswiftcélere, pro mímfimo, iProh! nobilesa, la Atrahora, Melanco­lores, se avecina. Cuyos glaucojos grislumbran: imalediciego sea! Cuyos dedanillos crepuscuran cranitactantes. Hasta que por fin – meretriste!­- astella evanescente en neblin mistifama esteria, y catarata grisfosca! Honorathan John delirisueña lar cama glau coma.