Todos vamos a morir (IV) / Lucía Mazzinghi

SEPTIEMBRE

Tenés olor a flor aplastada me dice J.

Suelo tener los pies fríos y las manos calientes.

Dos años hay que darle al jazmín de leche para que se acomode y explote de flores perfumadas. Naranjos en flor. Azahares. Los chicos empiezan a tomar las calles, ruido de pelota rebotando contra las paredes, risas, puteadas, alguna fruta que cae producto de un pelotazo. El viento pasa las páginas de mi libro. Pienso en Amalio Cacabo cruzando la calle sorbiendo el jugo de una naranja por un agujerito, el jugo le chorrea por la remera amarilla contra el negro oscuro de su piel, con la mano libre empuja la puerta celeste de chapa que da al patio con la parra. Cerretani debería enseñarse en los colegios. También la imagen de papá agachado arrancando yuyos, removiendo la tierra, regando o parado en medio del jardín observando una planta con las manos cruzadas en la espalda recorre toda mi historia.

Me gusta preguntar por las casas. Lo hago desde que soy chica, me gusta imaginarlas. V. me explica como hacían el adobe en Bolivia. Se recuerda a los 5 años pisando el barro frío junto a su hermano. Sueña con esa casa medio derruida en medio de la selva. Sueña con una inundación y esos adobes perdidos en su memoria porosa.  

Chabola cucha choza cuartucho chaperío cuchitril. La miseria tiene el sonido y la forma de la ché.

Charenton. Berai Makada. Castañeda.

Ojo con dejarse petrificar por la cabeza de medusa que son las historias. La libretita negra en el bolsillo de atrás del jean. Anotar detalles con tiza es la ocupación de los sastres dice Marina Tsvietaieva. Libretas de diez pesos contra moleskines de mil doscientos, cuadernos rayados éxito contra los tapa dura con pelotudeces grabadas del tipo Sonreír Perdonar Agradecer Vivir y Soltar. Soltar qué pelotudos. QUÉ. Recuerdo una libretita que me trajo O. de un viaje, 80 páginas lisas, tapa que se abre hacia arriba con la reproducción de un cuadro de Hopper. Una mujer de pelo corto y ondulado sentada en el borde de una cama en un cuarto de hotel de paredes desnudas, encorvada sobre un libro gordo abierto sobre las rodillas. Detrás de la cama se percibe un bulto y una ventana que no da a ninguna parte. Se palpa la soledad, la dulce y terrible soledad que late imperturbable en el fondo de todo sueño americano. Tengo anotadas manos, caras, dedos, tules, gestos, pasos, piernas, dorsos, torsos, acciones y visiones. Coser una visión con otra, armar y desarmar nudos de palabras, tener la boca llena de sonidos y colores. Unir dos escenas que parecen no tener nada que ver, rescatar algo del olvido, dejar señalada una dirección posible. ¿Dónde incrusto el tevoaserpoyo que escuché esta mañana?

En uno de sus viajes a México en 1955, durante varias semanas Kerouac subía al techo del cuartucho que compartía con Bill Garver y escribía un verso por hora y un poema por página de su libretita -muchos de los cuales después se convirtieron en Mexico City Blues– como hizo Christopher Smart doscientos años antes, todos los días durante los casi cuatro años que estuvo internado en el Hospicio San Lucas en Londres, Smart escribió un verso por día ¡durante 4 años! Más adelante se publicaron con el título Jubilate Agno. ¡Cuántos millones de versos escritos durante siglos y siglos por poetas desperdigados por el mundo en completa soledad!

¡El hilo de la Historia por el ojo del culo! grita el innombrable. Y suelta una risa irreverente y cascada.

N. me avisa que come con amigos. Paso por el DIA y compro un vino y maní japonés. Mi cena. 

Cuatro días toda la familia junta por el cumpleaños de papá. ¡Sobrevivimos! Estuvo muy lindo.

Las chicas arrancaron natación, a mí me resulta un deporte aburrido pero N. insiste en probar. Nos turnamos para llevarlas. La textura de las gorras de latex o no sé de qué material están hechas me da erizo y el olor a humedad y cloro concentrado me hace bajar la presión. Narrarnadar, monotonía, respiración, ritmo, ojos cerrados. Mientras espero en el bar me tomo una taza inmensa de café con leche y cada tanto miro por la ventana que da a la pileta y las veo hacer la plancha, practicar crawl, aprender a tirarse de cabeza, felices con sus gorras y anteojitos.

El verso de Viel Temperley: soy el hombre que nada. Solo el hombre que nada.

Sueños raros, cosas escritas en papeles que desaparecen y vuelven una y otra vez. Me quedo despierta dando vueltas en la cama en medio de un silencio casi completo de las cuatro de la mañana. Alguien pasa y patea una lata de cerveza. Intento poner Locas en el mundo pero parece que a nadie le interesa. Tiré tres o cuatro líneas a editoriales: silencio total. Odiotores, camelería pura. Me vuelvo al Cuaderno sin dudarlo. Releo diarios: Gombrowicz, Cheever ( + las cartas), Pessoa (me acuerdo de un mail de R. que decía, descubrí a Eca de Queirós y confirmé más aún que odio a Pessoa, no tengo motivos, sólo que no me lo banco).

OCTUBRE

Mes de festejos.

Veo aparecer a N. por la esquina con un pack de coronas goteando heladas debajo del brazo y me saluda con el otro brazo levantado sobre su cabeza, los focos naranjas del alumbrado municipal cortan el pavimento humedecido, un vientito le mueve los rulos y no puedo evitar pegar un grito de alegría. Amor quiere decir: la vida y el jirón. La costura.

Quedarse parado en una esquina sin esperar a nadie, eso es el poder dijo Gregory Corso. 

La música de la noche. Hay que saber oír, sacarse el toscano de la oreja. Poner a trabajar el rabillo del oído. Luna enorme vieja y glacial pálida amarga inclinada descascarada antigua inflamada húmeda luna llorosa resquebrajada amarilla como una croqueta, burlona redonda tragicómica solitaria desencajada fatídica abollada luna.

El telón de fondo de lo que escribo es la musiquita de la pantera rosa.

La luz entra por la ventana y pega oblicua en el cuadro. ¿Una mueca? No es alucinación. No ilusión. Es luz, luz hasta que se engrisan los bordes, las nubes, las caras engrisadas también. Y la luna.

Kerouac oye que un gallo necio cacarea, agarra su libretita y lo anota en el poema del 7 de agosto del 52 de su Libro de Esbozos. Otra vez sueño con él. Van tres veces en este mes. Nos abrazamos para sacarnos una foto, estamos en blanco y negro.

Las cartas/letras no han vuelto jamás a ser las mismas desde aquel extraño día en el que Biddy Doran -para la conmoción de todos- se puso a mirar y a hacer literatura con sus patitas hundidas en un río de pútrida y dulzona basura. Aprendió a escribir leyendo esas letras cuyo sentido es sonoro y llegó a rozar la verdad en el momento en que estalló en carcajadas cocoricosas al ver el fallido encuentro sexual entre HCE y ALP. Hay escribilingos garabateados sobre los huevos. Letracarne. Máximo de cuerpo en el lenguaje. Nadie nunca fue tan lejos como Joyce.

En el mundo existen 2.629 razas de gallinas.

Vi un documental sobre agujeros negros, apenas lo terminé creí entender todo, de golpe se me hizo la luz, me pareció acariciar la Verdad del Universo con la punta de los dedos pero al rato el velo volvió a correrse y me perdí otra vez, vuelta a la negrura, al anonadamiento. Lo que me quedó grabado a fuego es que la clave está en el concepto de gravedad, incluso el espacio y el tiempo se subordinan a ella, a su fuerza implacable, oscura y silenciosa, a su afán por retenernos.

La mente en blanco, los oídos saturados de acentos arracimados, la mente como una bombita de luz blanca estallando en mil pedazos, cruda blanca luz rota.

Terminamos de armar una biblioteca en la sala del fondo. Pusimos lamparitas nuevas. Hicimos un inventario de los libros donados y los acomodamos en dos muebles apoyados contra una de las paredes. Imprimimos una planilla y pusimos una birome atada con un piolín para que las que retiran libros anoten cuál se llevan y la fecha. Pegamos en otra pared tres láminas con dibujos de Paez Vilaró que encontramos cubiertas de polvo dentro de un armario. V. se comprometió a hacer unas grullas en origami para colgar del techo, ¿cómo se las arreglará para hacer origami con esos dedos salchicha? Misterio. Z. retira el primer libro: La persecución. Parece chiste pero no lo es.

Les regalé a las chicas una colchoneta enorme con forma de flamenco rosa chicle.

Hoy compré algo de fruta (uvas, duraznos, bananas), rúcula, lechuga y un melón. Jamón crudo, té, leche, una prepizza, un jabón. Un pack de cervezas y dos cocas.

Hay mosquitos.

Debajo de un auto estacionado justo enfrente de casa hay un gato muerto. El olor putrefacto sube hasta la terraza. La vieja que los alimenta dejó carteles amenazantes pegados en los troncos de los árboles de la cuadra: asesinos y cosas del estilo.

Mientras preparaba té vi cómo mi nariz se agigantaba en el reflejo de la pava. Me comí una vauquita parada en la cocina mientras esperaba que el té se oscureciera.

Hoy, nada. Mañana será otro día decía papá cuando le pedíamos cosas, mañana será otro día, mañana será otro día…

Diarios de Susan Sontag. Dos tomos: Renacida y Conciencia uncida a la carne. Me aburrieron terriblemente, abandoné el segundo por la mitad.

NOVIEMBRE

Plazas lilas, palos borrachos florecidos, explotan los lapachos. Siento la luz en el pecho, esa luz de la que habla Naomi Ginsberg, pequeña mujer rota. Ahí está la clave, en esa medialuna de luz reflejada en la mano inmóvil, es por ahí insiste Naomi convencida. Escucho en la radio que avanza un frente frío que se instalará sobre la ciudad el resto de la semana. Reviso mis notas, ¿qué estoy tratando de hacer? Reunir los despojos, anotar las sombras. ¿A quién puede interesarle leerlos? Por ahora a G. a H. y a E. todos escritores, ningún editor. Ejercito el arte de la espera. Aprender a no exponerme.

Cómo explico la explosión de alegría que sentí al ver a D. aparecer por la puerta del office después de 5 años sin saber nada de él. Creí que estaba muerto. Su cuerpo alto y flaco como un junco resiste, me tuvieron un año encerrado en Open Door, babeando en una cama, duro, sin poder moverme, logré salir, perdí todos mis escritos, me robaron la mochila y las zapatillas. Le digo que los tengo guardados en un archivo en mi computadora, que mañana se los puedo traer impresos. Me abraza.

La felicidad tiene la forma de una ráfaga, llega repentina y se va.

Después de haber visto como despiojaban a M., soñé con piojos por varios días, millones de piojos negros. Nunca vi semejante cantidad. Pobre M. la vida la molió a palos. Jugale cinco primeros al ochenta y siete en capital y provincia me aconseja el enfermero de la tarde. Me explica cómo se hace. Le jugué. Por supuesto que no gané un carajo. Antes de acostarme me pasé el peine fino.

La feria de los miércoles serpentea bordeando la plaza desparrama un cierto olor a comida y a gente amontonada. Tengo un olfato animal. Quesos fermentados, un olor profundo, intensísimo más el olor de la merluza, el pollo y el carré de cerdo. Mezclo y desmezclo el olor de la cebolla, el cilantro y el ají, doradas botellas de aceite de oliva y miel, canela, té en hebras y pasas de uva, melones, ciruelas azules y aceitunas rellenas, pan casero, almendras, salame y longaniza. Hay también plantas, pantuflas, medias, corpiños, velas, sahumerios y juguetes chinos. Puedo ponerlo en forma de lista si se quiere, un inventario que resalte la belleza de cada palabra.

El triste momento en el que te das cuenta que esa fue la última mañana, la última luz pegándole en los hombros, el último olor a colonia en su piel. El corazón cerrado como un puño lleno de incomprensión y dolor. Esa escena en los orígenes de mi escritura.

A veces mientras me ducho repito para mis adentros Gina Lollobrigida gina lollobrigida y Edurne Pasabán, por el gusto de oír como suenan esos nombres.

Hoy mientras escuchaba a K. pensaba todo el tiempo el amor no se regatea el amor no se regatea se me repetía adentro hasta que lo dije. En voz alta sonó más fuerte de lo que sonaba en mi cabeza. Me miró en silencio, con unos ojos que de solo mirarte te meten el diablo en el cuerpo. Después siguió como si nada.

No gané. Ni primer ni según ni tercer premio, ni mención: niente. Ok, entendido, no pasa nada, sigo. Continuaré en mi cueva, anónima, invisible, sola, zolita como dice B. Re zolita. Mi canto se enrosca en el desierto, se hace uno. El cuerpo del escritor son sus manuscritos dice M. Tsv. Los míos empiezan a acumularse: Los Baldíos (189 pag), Locas (96 pag), este diario (73 pag), pilas de poemas y obviamente el cuaderno que llevo desde el 2007 que no cuenta porque nació y morirá sin ver la luz.

Zuzúrrame sueños. Zozóbrame zinzezar. Zinzeramente tuya Z.

Pakis tickis guachis paraguas, chabonas bolitas pillas chapitas argolleras. Bajo un sol rotundo están Janis, la Jackie, Alexis, el Braian, Quique, Rolo y Vanesa. El celu vibra, casi explota de tanta cumbia. Mala Fama y su sagrada musiquera, le sacan chispas a las baldosas del patio. Gritan, se ríen, se empiezan a bardear, Alexis se pasa de vivo, la Jackie lo corta menos diez. Él se queda muza. Pibe Bazooka de que te la das. Norma, Susana y Beatriz completamente en la suya sentadas en el banco de piedra, miran sin mirar fuman toman mate vuelven a fumar, cada tanto alguna suelta sottovoce un murmullo de letras aspiradas. El hospital, mi propia babel, un crisol enlujuriado de lenguas y acentos chapuceados en babélico torbellino.

La frase lo que sucede conviene es de una pelotudez supina. ¿Existe pelotudez supina? No sé si lo acabo de inventar, lo que quiero decir es que es una tremenda pelotudez. Acá, en Bs.As., siglo XXI el que busca no encuentra, no existe ley del equilibrio universal ni sistema de compensaciones ni menos que menos causa y efecto. ¡Todas pamplinas! El dado y el deseo. Poner o no poner la sangre en el desear. Lo que se pueda con lo que hay.

Como el que va hablando solo por la calle tratando de entenderse. La ciudad es su hospicio y Dymphna su santa patrona. Se para en las esquinas, mira su reloj, dos tres cua y arranca, levanta bien alto las rodillas en cada paso, tiene un ritmo, avanza con el pulgar apoyado sobre la esfera del reloj pulsera, cuenta, se frena en la otra esquina, una pausa dando pasos en el mismo lugar y vuelta a avanzar con los ojos siempre fijos en las agujas y el dedo marcando el ritmo, el loco del Tiempo lo llama N.

Como ese como esa como cuál, el hospicio es su ciudad. Encontré en el canto XXXIII del Paraíso estos versos:  Como aquel que está viendo mientras sueña, / que tras el sueño la pasión impresa queda, / mientras el resto se desdeña. Leónidas siempre tras los pasos de Dante, con la camisa cerrada desde el primer botón, el bigote morsa casi cubriendo los labios por completo, ojos chispeantes, siempre cerca de la rishorror, de los comiqueos, de la v.

DICIEMBRE

Cae una lluvia leve y desapacible sobre las letras gigantes rojas Ferrocarril General Urquiza que parecen flotar en la neblina gris. Titila la carabela neón de la pizzería Santa María, un trapo tirado en la calle parece un animal muerto. Él: pantalón verde arveja deslucido, zapatos abotinados, camisa escocesa, un gesto escandalizado, el miedo larvado, un prevenirse infinito. Ella y su vestido con leve olor a fritura, medivachas color piel y guillerminas con las puntas apuntando al centro. Esperan el 47 debajo de un paraguas negro, no se hablan, no se miran, están ahí parados envueltos en la luz gris de la mañana. El sonido rítmico del limpiaparabrisas me adormece, un bocinazo irritado me saca del ensueño, estaba mirando cómo las olas revientan contra la piedra del acantilado, un ensueño de mar y gaviotas y sol penetrando la piel reseca por la sal no ésta desolación que me envuelve frente al cementerio de chacarita, la lluvia cayendo ininterrumpidamente cayendo cayendo sobre vivos y muertos por igual.

Buen paso hoy. La vuelta entera sumó casi dos horas, el final con Artic Monkeys al mango bajo una luz oblicua que filtra los sonidos y pega en los troncos de las tipas incendiándolos de rojo por un microminuto.

La palabra bollo.

La palabra parapeto. Pozo. Ámbar.

Hoy I. me dijo: puedo escapar SIGILOSAMENTE, e hizo un gesto con las manos como que se iba despacito, sin levantar la perdiz. ¿De dónde sacó esa palabra?

Palabras detestables que nunca hay que usar: toallero, rostro, asociación.

Un cansancio atroz. El abismo de los olores. Prehistoria, jirones, sucios manchones de memoria. Un enjambre de preguntas se acumulan. La lengua no tiene tiempo ni conoce la verguenza. ¿Cómo pensar ciertas imágenes sin que aparezca el mordisco de la nostalgia? Hacerlo, hay que hacerlo. Exorcismos desvíos giros repeticiones. Disloques. Un recuerdo me salta a la cara como un gato asustado, me clava las garras. Vuelve el baldío, insiste esa tierra de nadie conquistada a fuerza de hacer casitas con palos y paja o marcas en un árbol con la victorinox de M. o fogatas humeantes a cualquier hora del día alrededor de la cual dábamos vueltos pegando alaridos sioux con los ojos llenos de humo. Ahora voy a la conquista de la ciudad con el paso acompasado al oído.

Monroe era la esquina del baldío de mi infancia, en bucle, Monroe es hoy la esquina de mi casa, agujeros negros por los que se fuga algo y entra otra cosa, se mezclan los tiempos, vibraciones, resonancias.

La conquista de la ciudad / del vacío / de lo inútil / de las sombras.

La tarde desenrolla sus colores despacio, se toma su tiempo.

Digo lo que está al costado de lo que quiero decir, al costado, de costado, era por el costado, Palacios.

Casi todos los días cruzo frente a su ventana, planta baja a la calle, habitación alargada, oscura garganta del Tiempo, el reflejo de la tele saca chispas en la pared crema, ella arrellanada en el sillón de pana verde botella, debe arañar los cien años, anaftalinada, los anteojos a medio camino de la retorcida nariz, casi siempre teje o acaricia a su gato que me mira con ojos amarillos mientras el lomo sigue la forma de unos dedos huesudos y flacos como palos secos.

Cuatro días con amigas en la playa. Un lujo. ¡Qué maravilla tirar la chancleta! Uno de los regalos más lindos que me dio este año. Hace tiempo que no me reía tanto, no tenía conversaciones prolongadas, sin correr, sin interrupciones, desgranando los temas, uno por uno, todo mezclado con carcajadas y vino y sol y gin tonics y música y baños de mar. Un placer muy necesario. Cuatro días que me resetearon para encarar el último tramo del año. La distancia también hace que se valore lo que uno tiene, N., las chicas, la familia que formamos. Volví a mi cucha con enorme alegría. A la noche refulgimos, pasión, reencuentro, la sábana del olvido cayó sobre los días previos, los desencuentros.

Llegó mi pedido de Amazon: un fabuloso libro con los trabajos de Stanley Donwood. Leyendo el libro de Donwood me vino un recuerdo a la cabeza. A los 18 años se me dio por vagar por la ciudad sin rumbo predeterminado, caminaba y caminaba una calle tras otra, una esquina, una placita, otra calle, una avenida. No buscaba nada, tenía plena conciencia de que no iba a ninguna parte, no recuerdo qué pensaba pero sí que me perseguía un ánimo oscuro, denso, el deseo de fundirme con la ciudad, desaparecer en el anonimato, salirme de mí, espectro vagando entre olores, bocinazos, gritos, pavimento, neones, vidrios y hierros. Envuelta en el humo, el perfume de los árboles y la luz roja y gris del atardecer me sentía solísima, a veces me compraba unas latas de cerveza y me sentaba en las escaleras del monumento a Alvear a mirar las luces blancas y rojas de los autos yendo y viniendo por la avenida Libertador. Fumaba sin parar. Escribía sin parar. Había algo de pose lo reconozco pero más que nada no había paz, mi vida era un tumultuoso conjunto de emociones confusas y angustiantes. Perdida, volcaba desaforadamente una catarata de palabras amorfas, llenaba cuadernos y blocks de hojas oficio con letra desquiciada que después ni yo misma entendía. Cuando me fui a vivir sola, cargué dos bolsas grandes de consorcio con cuadernos libretas y carpetas, y las tiré a la basura.

He sido susurrada millones de veces pero también despreciada. A veces ha sido necesario malabarear el amor, cuando me pasé de filosa, la ligué. Fui desaprendiendo muchas cosas y aprendiendo otras, entre ellas a callar.

N. tigre dormido. Rayas de sol tibio le cruzan la espalda.

Las nubes pasan sobre la pileta reverdecida por las últimas lluvias. 

Caí en la trampa, le mendigué a una editorial y recibí el cachetazo del silencio total. Me lo merezco, me hundo en el odio a mí misma por ceder. Tengo que ajustar mi brújula.

El chino con las letras carmesí de ángulos agudos repintadas en el frente AMOR, los pasillos mortecinos, el mito sobre las heladeras apagadas durante la noche para ahorrar. No sé pero la cerveza siempre está helada. La luz violeta de la carnicería desierta en el fondo. Olor a jabón, a pan, a cebolla. ¡Cómo te gusta cogel a vos! le suelta con un guiño al chico que se lleva dos cajas de forros. Risas en la fila para pagar. Teclea el número en la caja registradora con la uña del dedo índice pintada de negro. El pibe sale con las cajitas apretadas entre el brazo y las costillas y la cara incendiada de vergüenza.

La nueva estación construida en las alturas quedó bastante linda. Hay un reordenamiento del transporte, se mejoraron las plazas, los lugares comunes. Menos ruido, menos humo, menos olor, menos desorden. 

Un calor sin fisuras, bloque de granito. La gata busca el hueco frío de la chimenea, se acomoda para dormir la siesta. Vamos quedando pocos, un rejunte. Algo de lo familiar que aprieta, darle una vuelta más, acomodar. Cualquier cosa menos enredarme en confusas explicaciones. Tampoco vender mi alma. ¿Alma? ¿A quién puede interesarle semejante antigüedad? Todos quieren verdes no almas, verdes fresquitos y olorosos. Hablo chueco, en modo sorna. Con eso escondo el dolor. Ahh las decepciones… el mal camino el buen camino blanco y negro lo recto el Bien, y después on the road todo se pone alresve, los buenos no son tan buenos los malos no son tan malos, todo está mezclado, aparece la sorpresa, los lugares fijos que se hacen carne, retachame la doble y tirar de nuevo, no conocerse tanto, dejarse sorprender.

Riesgo o abstinencia.

Basura fermentada, hoteles baratos, puertas con pesadas cortinas de pana amortiguando la música. Fantasmas de ojos cansados arrastran los zapatos en dirección a los neones de Lavalle marchan hacia el mismísimo centro de la noche de viernes entre los dientes filosos del viento, ojos abiertos en la madrugada vacía, vidrios rotos, ulular de sirenas, visiones agotadas, acumulación descontrolada de desperdicios en las esquinas. Se escucha el crujir eléctrico de neones y una risa lastimosa, sin fondo. Gusto amargo en la lengua adormecida de vino barato. La luna reflejada en el ojo de una rata.

La película Joker. Pobre payaso inmolándose con su risallanto, las señales del Tiempo en su miserable cuerpo esmirriado, risa que traiciona. Cuando hace de esa risa causa, cuando la convierte en lo más propio en lugar de lo más alejado de sí, ahí cambia la cosa. Se hace un nombre.

Un corazón no se endurece porque sí.

Riverrante recirculación de vagabundos, semidioses de la marcha. Vagabundeá vagabundeá pero no pierdas el ritmo que es la luz. Como Ryokan, vagabundo empedernido, deja casa familia y trabajo y se larga sin más al camino, como Basho que muy cada tanto volvía a dormir a su choza debajo del banano. Llevo lo que entra en mi hato de tela colgado a la espalda: una túnica de papel para la noche, algo como una capa, una mesita, pinceles, papel, una cajita con comida, mis remedios… Como Virgilio, padre amorosísimo quien suspende su errancia eterna para guiar a Alighieri en su viaje de ultratumba. La cosa es así, onda metonimia de vírgenes como dice mi amigo R. En el canto II del Infierno la virgen María le cuenta a Santa Lucía que Dante está perdido en la selva oscura, siente pena por él y se lo confía a Lucía quien personalmente va y le pide a Raquel que mande a Beatriz a buscar a Virgilio para que se convierta en el guía de su amado (Raquel y Beatriz comparten lugar en el paraíso). Sin Lucía no hay Virgilio y sin Virgilio no hay recorrido para rescatarse de la selva oscura y llegar al paraíso y a Beatriz, amor eterno. Por ende, y éste es un hallazgo que me alegra mucho: sin Lucía no hay comedia divina. Oh vanidad, todo todo es vanidad…

Otros vagabundos: Baudelaire y sus estampas parisinas palpando la luz y el gesto, Néstor Sánchez aferrado a su cuaderno bordando hilos de voz, afantasmándose irremediablemente, a cada paso, cada punto y coma es imposición de cadencia, avanza hacia su perdición, ya se dijo que irremediablemente avanza, y en el camino se pierde para encontrarse. Beethoven era un vagabundo que escuchaba la luz arrodillado dice Kerouac. Kerouac y Whitman: la voz y el viento.

En mi infancia: un fuerte amor por los niños vagabundos, Huck Finn, Tom Sawyer, Lazarillo de Tormes, mis héroes, niños-huérfanos sin ataduras deambulando por las calles en patas, libres, despreocupados, siempre cerca de algún río o del mar, aparecen de repente entre la niebla parda de la mañana silbando con las manos en los bolsillos o comiendo manzanas o mordisqueando una brizna de pasto. Dormía abrazada a esos libros. Eran mi mundo. 

Tomamos unas cervezas en Barcelona, le damos vueltas y revueltas al año que termina, nos movemos, seguimos, desdramatizamos, brindamos, creemos aún en el paraíso, en lo que viene, en lo que siempre está viniendo.

No tiene por qué haber una conexión entre un fragmento y otro.

Cuando venía para casa vi a una mujer arrastrando a su hija que gritaba y se retorcía intentando zafarse de los dedosgarra. Me quedo con el cuadrado rojo chillón de su pollera y el gesto de fastidio en los ojos. La vieja que alimenta los gatos al lado de la vía se las quedó mirando con un recipiente de plástico transparente repleto de leche en las manos. A la altura de la rotisería Marco Pollo, patié un globo amarillo que se fue volando por la avenida. Sentí un golpe de alegría. Compré una bolsita de caramelos Viena en el quiosco que abrieron el mes pasado y me los fui comiendo uno tras otro hasta llegar a casa.

La respuesta a la pregunta número trescientos cinco del episodio diecisiete de Ulises es: Descansa. Ha viajado.

Felisamemuero para todo el mundo.

Lucía Mazzinghi

Ph / Stanley Donwood