
Macedonio Fernandez
Museo de la novela de la eterna: infinitamente recomenzada.
Leer por «milagro de novela» Porque toda novela «es busca inventada, no impuesta.»
«La dejo libro abierto: será «el primer libro abierto» en la historia literaria.»
Insistencia: cita de Osip Mandelstam, Cuarta Prosa:
«Divido todo lo que produce la literatura mundial en dos partes: las obras permitidas y aquellas escritas sin autorización.»
Cita de Adolfo de Obieta:
«[El Museo de la Novela de la Eterna] Sí, una idea de treinta o cuarenta años, una idea que le interesaba, sobre todo en lo que respecta a la función del personaje, de la estructura, él no estaba con la concepción tradicional de los personajes y de la obra. Eso fue una cosa muy seria para él y que la trabajó. […] Quería llegar no solo a la irrealidad del personaje, sino a poner en duda la existencia de lector por medio del personaje, que el lector dudara de su propia existencia. Posiblemente, él, no creía haber agotado las posibilidades que venía elaborando, creo que no.»
Macedonio Fernández está en otro hacer, en otra orilla del lenguaje, no es de «la escuela realista.» O sea: la escuela del novelón. Pero sabe que hay tendencia a novelón, el mismo la tiene, porque lucha contra tentación literaria a personaje, armado y construido, los «personajes consecuentes» (Néstor Sánchez) entran por la ventana. El novelón también. Macedonio Fernández se corrió lo suficiente como para saber que la escuela realista ocupaba todo el territorio, y contra-anota: «Aunque no me conviene como artista – la continuidad de mentira es la dignidad del Arte, de la novela – diré que el [personaje de] de Dulce-Persona existe.» Y por esa orilla se llega al enredo: «Es mucha enredada fantasmagoría de personajes, lector, autor.» Este enredo, este enredo de tres términos es lo que Macedonio Fernández sostiene en su escribir. Y no hay manera de desenredarlo. Así que tiene que inventarse un lector que no se ate a la escuela realista. Como Arno Schmidt tuvo que inventarse algunos traductores extremos que lo traigan. Un lector que se deje enredar en su fantasmagoría. Y Macedonio Fernández le escribe estas palabras: «Porque mi libro fue anudador como las trenzas de la Eterna, anudador de cariño de los lectores que no sabrán dónde, en qué página los conquisté.»
Desde la voz del propio Macedonio: «¿Popular un metafísico? Un humilde y desconfiado especialista es lo que hemos de querer y roguémosle solamente que se vigile de escolástica.»
Hay en Macedonio un vigilarse de relato, que es un cuidarse del tironeo de la caravana laboriosa de los creyentes.
«La Literatura, que llamaré La Prosa, preocupación principal mía en estas páginas.»
Los libros de Macedonio Fernández vienen siempre con el sello de oscuridad, de hermertismo. Lo presentan como un estrambotista. Lo leen desde una teoría de la oscuridad, que es también una manera de borrarlo. Macedonio no se dejó atrapar en los signos: «Los signos matan a las cosas, el traje de luto al dolor, el ir a misa a la creencia; la teología hace ateo.» Se bajó del ritmo social, es decir de la métrica.
No comulgó con la religión del Progreso: «El Progreso es sombra cercenadora del Presente, Dios lo es en el Ser y la Pasión.» Preservó y extendió el espacio de la pava de mate. Contra las métricas sociales.
Hay un sugerir de pava. Y renovación de novelón para salida de novelón, ese modelo que vende el tentador de relato, tampoco el lugar común de renovar el género, que le queda chico desde el arranque. No, solo un renovar «en frescura cada vez que toma la pluma». Escribe «como las pavitas de agua puestas a calentar que aprenden de nuevo a silbar cada vez que la ponen al fuego; notas disminuidas saltan con gran intervalo después de largo silencio y un tímido silbido largo, y por fin de nuevo el tema». Tomar mate desde Macedonio ya es escuchar pava que se va calentando, es un momento contra la métrica social, un desacato al eterno reportaje mañanero que da el tentador de relato, ese retórico del ritmo social. Es un ponerse en huelga infinitamente. Ahí esta la tensión con lo novelón y su novela. Tema-digresión-desvío. Macedonio Fernández trata de mantener estos términos en tensión, en permanente relación, en irresolución. Se pregunta: «Cómo librarse, un verdadero novelista, del lector de desenlaces. Receta contra esta calaña lectora.» Ese lector alimentado de letra muerta desde los poderes. Hay una violencia en Macedonio que responde a la violencia del alma bella del desenlace, que toma mate con termo y lee finales consecuentes. Y hace prólogo, que se llama «A las puertas de la novela», y convoca: «El lector que no lee mi novela si primero no la sabe toda es mi lector, ése es artista, porque el que busca leyendo la solución final, busca lo que el arte no debe dar, tiene un interés de lo vital, no un estado de conciencia; sólo el que no busca una solución es el lector artista.» Por eso, en Macedonio Fernández, cada frase, cada pregunta, es más fuerte que la respuesta. Novelón y novela coexisten. De tema a escuchar sonido de pava. Irrealizar a un lector también es sacarlo de la costumbre de un estilo de lectura. Del clisé del estilo. La tendencia es a lector de desenlace, es querer siempre el mismo libro. Así que Macedonio Fernández nos empuja a relacionar según sus palabras: a relacionar «en adivinación del misterio». Pero él también es lector. Está pasando continuamente por la tentación a desenlace. Macedonio Fernández no es una subjetividad absoluta. Y soporta no saberse excepcional. Y deja a la crítica, o a la policía, es lo mismo, sin kiosco: «¿Qué es el Lector. El único que no ha encontrado hasta ahora la compasión de nadie.» (Todo y nada).
Y la Pasión Macedonio desarma filología, estructura y mascarada de escritura: «dentro del misterio hay una claridad plena, la Certeza y sólo una: la Pasión. La certeza es esencial al estado místico, pero el único estado místico no es la religiosidad, es la Pasión».
Y la impostura de los no poetas: «Borges dice No soy poeta. Es mucho decir; se cree tan excepcional?» (Todo y Nada).
Macedonio Fernández es un pesimista activo: «Puede uno ser abnegado pero no como para tirarse al agua a salvar un pez que está ahogándose.»
Situar: no hay que perder de vista que esta novela recién aparece en 1967. Estaba escondida en los cuadernos de Macedonio Fernández y su hijo la organiza, la transcribe y la publica. El pasado literario siempre tiene mucho futuro. Ahora se vende el Progreso de la literatura. Contra ese producto hay que volver a situar lo que los ignorantes dan por archi-sabido.
Un día Macedonio Fernández le preguntó al músico Juan Carlos Paz: «Dígame, ¿no se podría crear una música sin ritmo? Porque el ritmo es la parte primaria, casi diría grosera, material, de la música. Me refiero a la música de la tradición occidental, la oriental es muy distinta, parecería que flota sin puntos de apoyo.»
Museo de la novela de la Eterna es moderna en el sentido en que siempre es activa. Como puede ser activa La Divina Comedia o el Ulises. O Una excursión a los indios ranqueles. Una de las guerras de Macedonio Fernández es contra la fealdad. El la escribe con mayúscula: Fealdad: «la lid obstinada y larga en que se destroza Buenos Aires entre (bandos) [el bando Hilarante y el Bando Enterneciente], enceguecida discordia que el Presidente juzga engendrada por haberse consentido en muchos años el reinado de la Fealdad en ella.»
Un secuaz: William Morris – «la fealdad no es neutra; actúa sobre el hombre y determina su sensibilidad, al punto que ni siquiera siente su degradación, algo que lo prepara para descender un grado más.»
En Macedonio Fernández la descripción de una pava es un motivo, un sugerir. Una forma de mostrar que el lenguaje sirve para vivir, no para comunicar. Que los quejosos de lo difícil son solidarios de lo que dicen criticar. La obra de Macedonio Fernández trabaja en contra de la esclavitud del oído. Así como hay una mirada esclava de la combinación entre el arte y la alta finanza (Annie Le Brun). Hay un oído esclavo del relato del poder. Macedonio Fernández desarma la buena conciencia de los que viven del negocio de la conciencia crítica. La sintaxis macedonio trabaja en contra de la lectura comunicativa. Trabaja «en abierto misterio».
El Museo de la Novela de la Eterna tiene una atmósfera, una geografía, está situada, hay una ciudad a conquistar, Buenos Aires, una lengua. Hay en juego una conquista de voz propia. La lengua argentina, «un sistema de lenguaje que identifica todas las mezclas entre una cultura, una literatura, un pueblo, una nación, individuos, y lo que ellos hacen con esa lengua.» (Henri Meschonnic). Siempre hay alguien que habla, que subjetiva en esa lengua. El lenguaje sirve para vivir más que para comunicar. Ahí, esos individuos, se cruzan, se huelen. Tanto en las frases como en el ritmo de Macedonio Fernández se oye el murmullo de las pensiones, de las casas, de los barrios o del campo. Se oye, y él escucha y responde. Hay novelón tradicional dislocado en el Museo. Leerla es escribirla con él. Creo que en Macedonio Fernández hay un amor a novelón. Así que decide escribirse dos novelones. El bueno y el malo. Pero novelones al fin. Hay un probar. Un experimentar. Ese es su continuo, no se trata de una ruptura, en su escribir hay un volver a leer. La lectura empieza en la relectura. Y están sus lecturas: Kafka, William James, Quevedo, Laurence Sterne, el Fausto de Estanislao del Campo, las tertulias, el cruce con amigos y las charlas de café, todo eso está en sus novelones. Los autores de los que se impregnó, a favor y en contra, se leen una vez más en la Eterna, leer en el sentido en que leer lleva una teoría crítica, que se hace en el movimiento, se vuelve a leer en la exploración. Hay que insistir: a favor, en contra, elogiados, rechazados. En Museo hay una sintaxis de la densidad: «poema sin término, e inmutable de la cambiante Eterna.» No termina, es inmutable y a la vez aquí se escribe y se lee el movimiento continuo de la cambiante Eterna. Por eso Ricardo Zelarayán dijo que a Macedonio hay que leerlo con mucha atención. Escribir novelas que no se puedan contar por teléfono. O sea: el sentido se hace y se deshace en este banco de carpintero que es su novela.
Escenas:
Una gran escena de novelón, a mi juicio, es el encuentro de Dulce-Persona con su padre: Ahí, entre otras cosas, Macedonio Fernández pone todo su amor por Buenos Aires, y como siempre, expone su poética en movimiento, todo el lirismo de su voz: «En las formas tan sensuales e inocentes de Dulce-Persona se miraba el resplandor de Buenos Aires, suprema ciudad merodeada por las sombras de campos sin límites, viviendo a oscuras de su destino, como el trasatlántico, iluminado, en la vasta oscuridad del mar, en cuyo seno se avanza; en ambos se vive sin noción de rumbo, por tanto con entero sentido del presente; en cambio cuando se vive históricamente no hay más parte adonde ir la Pasión, hay esa marcha de la humanidad, que es el énfasis de la Historia; un presente de pasión, habido una vez, hace ociosa la marcha, el porvenir; la viciosa noción de marcha está solo en el escribir histórico, no en el corazón de nadie.»
En el Museo de la novela de la Eterna el yo que lleva la leyenda es un yo que trata de flotar «sin puntos de apoyo», sin «accesorios», y que tiene una frontera común con la pluralidad de los seres y las cosas. Le hace este envío en plena novela a Consuelo Bosch – la Señora– : «Pues yo hago de tus esperanzas en mí, la esperanza mía. No la traía conmigo cuando llegué y hoy esperanza tengo, y mejor que mía tenga la tuya, en mí, y no la quiero por mía, ni la tengo sin ti. Sabes ahora así que si dejas a tu fe cesar, nada seré al punto, nada en mí habrá para morir ni aun la esperanza, pues en tu ser estaba lo que mía pareciera.» La infinita formalización de la nada.
Todo el poema de Macedonio Fernández es un combate y un frotamiento con el clisé del estilo. Le pido ayuda a Henri Michaux: «El estilo, esa comodidad para instalarnos e instalar el mundo a sus anchas, ¿es acaso el hombre? ¿Esa sospechosa adquisición por la cual, al escritor que se regocija, se lo elogia? Su pretendido don [el estilo] se le quedará pegado, esclerosándolo sordamente. Estilo: signo (malo) de la distancia incambiada (pero que hubiera podido, hubiera debido cambiar), la distancia en la que erróneamente él permanece y se queda frente a su ser y a las cosas y a las personas. ¡Bloqueado! Se había precipitado a su estilo (o lo había buscado laboriosamente). Por la vía de una vida prestada, abandonó su totalidad, su posibilidad de cambio, de mutación. Nada de qué enorgullecerse. Estilo que se volverá falta de coraje, falta de apertura, de reapertura: en suma, una invalidez. Trata de salir de allí. Vé lo más lejos posible en ti para que tu estilo ya no pueda seguir(te).»
Macedonio Fernández escribió en cuadernos. El cuaderno fue su soporte. Estuvo siempre, por la vía del cuaderno que se hizo novela, trabajando contra la fijeza identitaria. Es decir contra el estilo. Escribir es una transformación del lenguaje y del sujeto: se autorretrata: «Sólo aprendiz soy aun del misterio de amor, que se enseña en las luces de tus ojos, y en tu movible acento, y puedo vacilar, perdido en el reconocerte por las hechicerías y mutaciones en que te transfigura la avidez de renovaciones de tu beldad eterna.» Contra el fondo de los lugares comunes: «movible acento». El estilo sería la estancación de un acento. Para Macedonio Fernández el individuo, la persona, pierde la voz persiguiendo estilo. Hay una misa de la Literatura y una misa de la Filosofía a la que él no asistirá. No piensa reducir su novela al sentido: «sospechosa popularidad de estos grandes nombres de la Metafísica. Descartes, Leibniz, Schopenhauer, Hegel, Pascal, Fichte, Locke, Schelling, Bergson, Kant, Spencer, descubriendo por “incognoscibilidad”, el Deber y Dios. (Los entona tanto la incognoscibilidad que con ella ya lo saben todo).»
Hay una violencia en Macedonio Fernández: escribir «calaña lectora» es un zarpazo al decoro de la prosa oficial. Pero esa violencia es proporcional a la violencia que ejerce el alma bella lectora con su demanda de claridad y desenlace. O que ejercen los pequeños poderes de la literatura con sus exigencias de escribir claro y comunicable.
Hay lector de vidriera y hay lo cultural, se juntan: «Se calcula cien lectores de tapa por uno de libros; títulos-texto y tapas-libro no erran lector; son la única esperanza de un gran radio de acción de la brillante Literatura, las más de las veces, la guardada y secreta Literatura, recatos que no la contenta.» Y hay en Macedonio un desalentar carrera literaria. La celebración de la poesía sería el encuentro feliz entre «el autor que no escribe con el lector que no lee.» Y él, Macedonio, no estaría en esa celebración, porque «ahora decididamente escribo.»
MF necesitaba más escribir que publicar, en la censura de su época no había espacio para sus libros. Para su maniera secreta.
Hugo Savino
Ph / Hiroshi Sugimoto, Lightning Field 010, 2007