
Siempre igual
Disimulábamos estar vivos con una actuación frenética. Muy pocas veces llorábamos. A veces nos reíamos blindados de los demás porque también estaban muertos. Quizás fuera cierto que la gente debería escribir sus vidas o, por lo menos, los momentos especiales que hacen que cada persona sea única en el mundo. Porque no queda el recuerdo de las cosas pasadas, ni el recuerdo de las futuras en los que vendrán después. Ni la estupidez ni la imbecilidad ni la percepción. Nada. ¿Qué espantos nuevos quisimos recuperar? ¿No sabíamos que esa piedra era el camino? Parece que no. Y todo volvía a empezar. Con maneras un poco arbitrarias de ser pero sin el gusto de la modestia. ¿Qué atajos? Noches en las que el frío se volvía espeso. No sé a dónde iban ni de dónde eran. Me descubrieron diciendo algo inoportuno. Simios evolucionados. Eso éramos.
Un átomo
Profesoras bizcas y encorvadas. Niños, barriletes, música para limpiar chacras. El pequeño mundo cerrado y fantástico de los supermercados. Leí en el cielo. En las calles de mi barrio. Leí los gritos de unos niños y unas niñas en el patio de un jardín. Era ingenuo mi amigo. Pobrecito, quería ser feliz. Era una explicación sobre qué era o qué debería ser una escuela. ¡No, no! Por favor, basta de explicaciones. Una madre atolondrada y buena. ¡Sí! Gente loca como todo el mundo dando vueltas por ahí, hipnotizada. Exageró la lluvia cuando apareció y cubrió todo de música y olores. Nos separaban abismos de tecnología. Ruidos de fritura en la cocina. Desde la radio una voz filtrada con Auto-Tune. Exceso de irrealidad y estupidez. Seres de otro planeta caminando alrededor de las luces. Enfermedades genéticas de transmisión mental.
Nada más que eso
Nunca te arrepientas de haber comido poco. Los recuerdos cambian, el pasado no existe. Los sueños son nuestra única certeza. No hay logros detrás del decorado. No confundas un camino recorrido con los espejismos de la megalomanía. Sí, un viaje de mil kilómetros empieza con el primer paso. Pero el primer paso no supone los mil kilómetros que faltan. Es como un momento pedagógico y pedante. Como tener miedo de las pasiones proletarias y fomentarlas a escondidas. Es como un comentario inteligente y aburrido. Desconfiá de la orgía social. Es solo una nota disuelta en el pis de la mañana. Es como el murmullo de un pájaro de madera en un reloj cucú que no funciona. Es como la piel amarilla de Bartolo. Es como algo que no significa nada.
Pequeños detalles sin importancia
La música sonaba en la radio con el pulso de todo lo que pasó y no volvió más. Estábamos ahí. Y cada uno de nosotros nos ocupábamos de nuestra tecnología personal. ¡Qué solos estábamos! Me tiraba un error. Había perdido algo que quizás no iba a recuperar nunca más. En el borde del camino me volvió el recuerdo de una vida pasada. Donde yo era un pez con un anzuelo en la boca. Estaba muerto. Estaba en la red del pescador. Vos leías noticias tristes desde tu celular. ¿Por qué lo hacías? ¿Para sentirte más triste? ¿También habías muerto? Qué desesperación. El hambre, las ganas de reír, las risas, las sonrisas. Habías perdido todo. Como una temporada partida por las dudas. Un vagón de miradas ciegas que no veían nada. Nada, nada por todas partes. Qué increíble. Hubieras querido empezar de nuevo. Valorar y valorarte. Hubieras querido decir en voz alta el nombre de tu padre y pedirle, como si fuera un dios tutelar, que te diera fuerzas para sobrellevar todo eso que no podías soportar. Querías sentir que nada era tan importante como para perder la tranquilidad. Nunca estabas tranquila. En cambio, me pareciste tan sola ahí con el brillo macilento de la pantalla de tu teléfono celular. Esa participación de un mundo virtual, irreal como el del periodismo cultural, falso y no del todo comunicativo. Sin mella teórica. Raro y caprichoso. Ilegile. Estabas atada, cansada y trágicamente aburrida en el corset de esta época.
Desde las pantallas un ruido apenas perceptible
Buscaste al sol en la neblina pero todo era gris y pegajoso. Había partículas de memorias falsas codificadas en tus recuerdos. Todo era falso. Una ilusión. Conocimiento sin gusto. Yo no te expliqué. Mi experiencia funcionaba así. Mente, deseo y voluntad. Un camión había cordoneado y reventó una de sus ruedas. Vos eras ese camión. Mejor dicho, eras esa rueda estallada en el asfalto. Y yo era la pesquisa. Era la vida portátil que iba con vos a todas partes. Enfrascado en mi propia vibración reía, pasado de todo, alerta y despreocupado a la vez. Vos reías también. Éramos una raza condenada a reírnos en la desgracia. Manejaste borracho. Habías tomado MD. Eso te aflojó algo en el intestino. Vomitaste en el balcón y cuando te sacaste el pantalón te diste cuenta que te habías cagado encima. Yo te dije que antes de salir de joda tomaras dos pastillas de carbón. Te consolé diciendo que eras sensible y te pegaba por ahí. Sugerí que salieras con un calzoncillo de repuesto y toallitas húmedas descartables. Qué horror, dijiste. Pero peor sería no tenerlo. Tenías que cortar con el auto en esas noches de fisura. Era la emoción que sentías por ser padre. Vida, recuerdos, amor, amistad: droga a la que se le pasa el efecto.
Javier Fernández Paupy
Ph / Hiroshi Sugimoto