Private Jokes/ Diego Fernández Pais

Tras nuestro primer intercambio, nuestro brevísimo primer intercambio por chat, Luis Thonis me conminó a ponerme en contacto con su amigo Andrés Monteagudo, el editor de Editores Argentinos, ya que justo aquel fin de semana se celebraba en Córdoba una feria de editoriales independientes y me haría llegar con él su famosa obra titulada Estado y ficción en Juan Bautista Alberdi (Paradiso ediciones, 2001), agotada y prácticamente imposible de conseguir en las librerías.

Como todo buen amante (amateur) de la tradición literaria argentina, superando en ese aspecto incluso al propio Borges –quien, de haber tenido la oportunidad de leer la obra de un David Viñas, posiblemente habría pegado un volantazo estético similar–, la trayectoria como crítico literario de Luis Thonis es idéntica a la trama del Astrólogo de Los siete locos en eso de que siempre responde al imperativo moral del cero: «… vuelta al origen sin marca, solución por el terror, donde la moral emerge con yugo más feroz que el del imperativo kantiano».

En su obra sobre Alberdi, de hecho, Luis Thonis cuenta que en mayo de 1835, para celebrar las bodas de plata de la Revolución, el gobierno del todavía embrionario –imperfecto, amateur también si se quiere– Estado de las Provincias Unidas del Río de la Plata organizó un certamen literario y Alberdi, como presidente del jurado, tomó la osada decisión de premiar (de entre todas las que se habían presentado) a la obra más deshilvanada, deshilachada, carente de estructura y lingüísticamente irrespetuosa con respecto a ese purismo castizo que para él tanto hedía a realismo colonial.

Y lo hizo, precisamente, con el fundamento de que una literatura republicana y democrática debía, por fuerza, ser más espontánea y libre –en el sentido de que no se pudiera rastrear en ella las huellas del autoritarismo– que la que se había producido durante la represiva etapa de sometimiento al gobierno de una monarquía imperialista (es decir, foránea) y totalmente ajena a nuestras costumbres criollas.

Los autores del siglo XIX fueron implacables en tal sentido. El canon se formó en contraposición al hispánico y las grandes obras que han terminado marcando a fuego a la historia argentina se produjeron siempre por su cuenta, casi involuntariamente, ya como fruto de cartas o private jokes entre amigos, ya como solipsistas ejercicios para pasar el tiempo muerto de hombres que, cuando no eran dandis que cultivaban en primer lugar las artes amatorias y de la seducción, eran comerciantes más preocupados por sus negocios, profesionales concentrados en su carrera o políticos absorbidos por las cuestiones de orden público.

Cierro la idea: en esa trayectoria regida por una permanente vuelta moral al origen en busca de la esencia o el espíritu de la Revolución a partir de la cual entonces emergió con tanta fuerza un país que, a menos de cien años de su nacimiento, ya había decuplicado su población gracias a la curiosidad y esperanza que despertaba entre tantos europeos –principalmente– que optaron por la masiva emigración, Luis Thonis va tramando su derrotero como crítico literario a contrapelo de todos sus colegas y, cual Oasis en «Little By Little», dominado por una fe ciega en la idea de que la perfección literaria argentina tiene que ser deliberadamente imperfecta.

De ahí que su carta de presentación como crítico literario haya sido un trabajo sobre el Raucho de Güiraldes, obra a la que (si no todos) el grueso de los académicos considera como una ejercicio literario de juventud, amateur, inmaduro, con buenas ideas pero mal desarrolladas. Ni Borges ni Bioy, que mucho se han ocupado de este dandi un tanto anacrónico, la mencionaron ni siquiera una sola vez en sus vidas y es muy probable que en sus mentes no la incluyeran como parte constitutiva de la obra completa del señor Güiraldes.

Luego, lógicamente vendrán los ensayos de Luis Thonis sobre un Arlt aún no consagrado, un outsider de Sur como Murena, un parvenu homosexual de la poesía como Perlongher, un terrorista (de Estado y literario) como Osvaldo Lamborghini, Cerretani, Di Benedetto y todos los demás que ya sabemos.

Retomando la anécdota del principio, lo importante es que al encontrarme personalmente con Andrés, casi que retóricamente le pregunté si Luis escribía todo lo que escribía en joda. Muy serio, su editor me respondió que no lo creía, dando de ese modo por sentado- interpreté- que el trabajo de Thonis era el propio de un verdadero profesional. No me animaba el deseo de ofender a nadie, sino más bien lo contrario.

Sabido es que existe una línea de filósofos, dentro de la cual se podrían inscribir Heráclito, Leibniz, Nietzsche, entre otros, para los cuales la actividad superior o divina es el juego, es decir: el amateurismo. Cabría entonces hacer una última reflexión en relación a la trayectoria como crítico de Luis Thonis.

Decir simplemente que para muchos teóricos la actividad superior o divina es el juego, es no decir gran cosa, porque se trata de saber de qué juego se trata, y las oportunidades según la naturaleza del juego. Es también sabido que ya Heráclito invocaba el juego del niño jugador, pero todo depende de a qué juegue el niño jugador… ¿el Dios de Leibniz juega al mismo juego que el niño de Heráclito? ¿Será ese juego el juego de dados que tanto divierte al Zarathustra de Nietzsche? ¿El crítico literario Luis Thonis invocará el mismo juego que todos ellos?

Diego Fernández Pais, 2021