Exilio, éxodo, etcétera / Maurice G. Dantec

No sé por qué esto me cae siempre encima. Se me pregunta: ¿cómo ser un escritor cristiano en el siglo XXI? Y debo responderme, incluso si mi catecumenado católico apenas acaba de empezar.

Establezcamos, para empezar, la siguiente constatación: esta primera pregunta es la articulación de muchas otras no menos intimidantes. Si nos remontamos a un plano más general, notamos que la pregunta primordial conduce a un desdoblamiento muy interesante:

  1. ¿Cómo ser un escritor en el siglo XXI?
  2. ¿Cómo ser un cristiano en el siglo XXI?

Siguiendo la misma lógica pero en dirección contraria, podemos hacernos la pregunta concerniente a la singularidad: ¿cómo ser un escritor francés del siglo XXI cuando una conversión católica parece ir en contra de todas las tendencias de la sociedad posmoderna, y cómo serlo en Quebec, donde toda ambición cultural ha sido relegada a los turiferarios de Michel Tremblay, a los editores de la prensa fecal y a los imames de la Universidad de Concordia? Es bastante más que una simple pregunta. Es una fuente de angustia.

Está claro ahora para los prebendarios de la sociedad posmoderna con una columna en La Pravda y otra en el Die Stürmer, está claro ahora, decía, que toda referencia al cristianismo (debería decir toda referencia a un cristianismo que, a partir del aterrador Concilio Vaticano II, ya no existe) es siempre condenable y efectivamente condenada, con todas las letras, por esas mismas prostitutas del progreso que ofician la prensa por imprimirse.

Usted tiene ciertamente derecho a ser católico en una sociedad “plural”, pero solamente como si fuese protestante, musulmán, fiel de la Cienciología, ecologista, marxista-leninista, raeliano, quebequés o encargado de la sección local de JMJ. Usted puede reivindicar su “cristianismo” como podría hacerlo con cualquier otra “expresión cultural” —ahora gentilmente igualitaria y pacifista en el Seno de la Matriz Social-Liberal—, pero le desaconsejo que se anime a leer el texto al pie de la letra, de citar los Evangelios contra el ecumenismo o el Antiguo Testamento sin una alusión vagamente antisemita. Peor todavía: le desaconsejo vehementemente, como cristiano y a pesar de todas las persecuciones sufridas por nuestras comunidades en el mundo islámico, que olvide citar, de un momento a otro, el pequeño libro verde tan en boga en este momento.

Ciertamente, uno puede ser cristiano en esta hermosa ciudad de Quebec pero a condición de no serlo en absoluto, es decir, siendo un cristiano no integral y, sobre todo, guardándose de criticar al Islam, esa “religión de paz y de tolerancia”. Usted tiene derecho a ser cristiano, pero a fuerza de abandonar todo lo que le da fuerza y originalidad al catolicismo. Usted puede ser cristiano, pero en tanto considere al catolicismo solamente como una religión más, esto es, como una no-religión, como una no-verdad, porque la definición de la verdad, antes de que Derrida y los gansos de la deconstrucción se la apropiaran, era la de ser absolutamente única.

¿Cómo ser escritor en lengua francesa en un país que, por un lado, hizo de esta lengua un móvil político y que, por el otro, se revela completamente incapaz de recuperar lo que fue —y lo que, tal vez, todavía es— la grandeza de esta cultura? Los cerdos soberanistas dan caza a los anglicismos que aparecen en los carteles de los mecánicos y las cafeterías locales, pero nadie condenaría ni a  la mitad de los sedicentes escritores de este país por ultraje al estilo francés y tentativa de exterminio del lenguaje. Sin embargo, alcanza con mirar de corrido varias horas de lo que la televisión local ofrece a modo de “cabezas parlantes” —aunque la duda subsiste en cuanto a si se trata de la “cabeza” y no de otro órgano, también esencial pero situado en el otro extremo del cuerpo—, alcanza, decía, con media hora de Choix de Sophie, de los debates de la Tele-Quebec o de los chistes de Normand Brathwaite para hacerse una idea de la imposibilidad que está en juego.

No sólo será cada vez más difícil para los “cristianos” vivir en una sociedad que nos los quiere en absoluto, más difícil para los escritores perseguir su obra en una sociedad que los tolera a condición de que se pongan una bombacha o una chilaba antirracista, más difícil para los franceses aceptar la traición que es Chirac sin tener que disculparse por ser una basura fascista o para los inmigrantes europeos en América no ser acusados de neocolonialistas. No sólo le desaconsejarán hablar fuerte de su apoyo a Israel o le escupirán la cara si tiene la desgracia de ser asociado al conservadurismo, sino que sobre todo, aquí, en el país de Nunca Jamás, usted será juzgado si se le ocurre defender veinticinco siglos de civilización occidental y hasta también es posible, a fin de cuentas, que la crítica quebequesa le haga entender, a través del silencio total que resuena alrededor suyo, que usted no está hecho para vivir aquí. Como tampoco lo estaba Jack Kerouac. Y mucho menos Hubert Aquin.

Me avisan que ahora Pierre Foglia, Nathalie Petrowski y Marie Leberge han sido postulados para el premio del Gran Escritor de Quebec. Que les vaya bien. Están a la altura de las larvas pacientes de este país. Por mi parte, no sé todavía cómo ser un escritor cristiano en el siglo XXI, pero empiezo a adivinar cómo voy a convertirme en un escritor canadiense-francés en América.

Dantec, Maurice. “Exile, Exode et caetera” en Égards, primavera del 2004.

Traducción de Nicolás Caresano.