
Estábamos llenos de pensamientos secretos. Aprendimos a cerrar la boca. Era la supervivencia. Reos de la asimilación, reos del sometimiento. Reos de la escuela. Malditos italianos gritones. Todavía no estaba Gadda para protegernos. Todo era parodia y criollo, lengua purísima, disfraces de vanguardia, y nosotros, italianos, estábamos en las patas de pollo pasadas por la hornalla, o grito de verdulero transoceánico contra historia de la Patria, gritones que sacudíamos lo que «ha sido», niños inmigrantes que no pueden recitar la prosa cultural, sus botas de cuero fino lustradas y su imperio de enunciados, faltaba mucho para llegar a Gadda, niño no mísero en delantal blanco, jarro de mate cocido y bolsita con alfajor, yo era un niño doble, con secretos y citas en el bolsillo, recortes de diarios y revistas, la manía de la digresión, y esos viejos que hablan italiano. Tenía trinidades de ilusiones, y las hablaba conmigo mismo, sigo igual, y ya sufría esa prohibición de arte de la etérea capua becada, y no tengo posibilidad de retornar a nada, y sí, quiero hablar de mí, y no me dieron esa oportunidad y ahora, bocones, escribo, lo hago, como quiero, no como quieren ustedes, el soplo está en la mañana, no lo busco en otro lado.
Lo anclado a silencio. Y esa rana que apareció en el fondo de la casa de Sarandí, en un charco de la quinta junto a los tomates. Un croar de rana, y sus destellos.
A veces escribe la historia de un viejo que siempre logró escapar de todos.
Casi llegando a la altura de Plaza Colombia, Suárez y Montes de Oca está Lola, calma zen, plantada en la esquina, a la espera, labios de la mañana, después de mate y desayuno. Humo de colectivos y olor a nafta de las once de esa avenida. Doble mano. Llega Elia y algunos gavilanes de esquina alrededor de esa Lola ahora casi esfinge, se alejan, vuelven, ¿o son perros caniches del levante de la mujer ajena?
Escribe ese olor a ropero de mi infancia, ropero de la pobreza no de la miseria. Roperos de trajes y frazadas olor a naftalina. Mil veces escrito, pero no como él. Cuidado con las lecciones de poética. Sobran.
También escribió la cortina de cretona.
Y estaban las caranchas del barrio, al acecho, carancha Rosalía de mi esquina, canas y dureza.
La oruga de vagones pasa recta por el terraplén de la cancha de Pato.
Pipa e´Moco nunca salió a la vereda en piyama. Nunca se sentó en el banquito, nunca se hizo fomentos. Escucha tango en la radio, toma mate en la pieza, lee ahí o en el bar, depende. Escribe en su libreta. Copia frases. Gloria dice que es el único hombre del paisaje que no quiere que lo halaguen. ¿Entre quiénes vivió? ¿Alguien lo entendió? ¿Uno solo que lo haya escuchado? ¿Fue joven? Es fácil decir viejo loco shakespeariano, es fácil y ya está dicho. Es otra clase de viejo, hay que ir por otro lado. Otros libros. Secretos. Clandestinos. Los dos otra vez debajo del Puente de la Estación Avellaneda ahí, con ese viento. Y nada reemplaza nada, lo ido irremplazable, lo ido que queda adentro, ya no está esa pulga en la que se depositaba una esperanza. ¿Se entiende? Creo que no, pero me lo explico para mí mismo. Dolor ahí, en ese invierno julio de la pena, ninguna creencia le trae consuelo, dijo que solo tendrá alegrías apagadas, si acaso tendrá alguna. Gloria le dice – nos vemos mañana. Y se va por Diaz Vélez hacia la calle Alsina. ¿De dónde viene ese viento embolsante? Sigue su camino de hoja empujada por el soplo divino, Gloria. Hay mandados, hay visitas, hay escenas que se pierden, y hay cuaderno no espiralado, solo uno.
Y ahí se anota lo cotidiano que va de ojos verdes a pelo renegrido Celia, que es tan linda en su tapadito de pensión. Que mirarla y ya pide un quereme para siempre. Celia está en la cabeza de Gloria, ¿desde cuándo?, hoy se da cuenta, justo hoy, en el momento en que se mete por esa calle de viento. Está furiosa contra el mito de que fueron felices en la pobreza, pieza y baño común de patio, olores de pis, olores de bolsas de arpillera, ¿felices?, fábula para almas bellas que admiran el esfuerzo de la privación, no, tres veces no, mejor el resplandor de mi memoria se dice Gloria, mejor me meto debajo de esta frazada que tengo ahora y sueño y leo.
Había perros perdidos y el mío, ese día el mío, el Chiqui, lo busqué en esa siniestra mañana de perro extraviado, horas y horas y todavía está ahí, en ese paisaje sin esperanza, y no sé si encuentro el lenguaje para hacerlo perro de presencia a ausencia en el pasado no ausente, interminable.
Cuaderno del fracaso. 6.07. Soy Elia. Fracaso y no se lo puedo contar a nadie. Hoy descubro que no vale la pena contarle nada a nadie.
Y me meto en la calle de los vendedores ambulantes y en la cabeza me siento perseguido por todos los que critican mi manera, la manía es que hay que escribir lo escrito y no quiero escribir lo escrito.
Por hoy basta. Estoy harto de la literatura y sus rumores. De las normas y sus sacerdotes. Me voy a leer lo impronunciable.
Me encanta ese fragmento en el que entra en los barrios casa de adobe, es una lejanía, y esas lejanías son benditas, mira a las putas, a los chicos pobres, a los que comen sopa de garbanzo, la calle y el barro, mira, se quedó ahí, lejanía es una conquista de la infancia, los cuentos de viaje a un norte que va de caluroso a congelado trineo y perro y reno me perdieron finalmente, la lectura es una condena, una maldición, te llena la cabeza, siempre vas muy adelante y ves antes lo que no tenés que ver y después no hay vuelta, tu cuerpo no entra en el palomar, se acabó, vas a desorden, a cama deshecha, a lo revolcado, a la inutilidad, pasa si te metés en la citas, te vas a vivir ahí, y recapitulás y no perdiste nada alejándote, todos tus dioses se alejaron de todos lados, no se quedaron solos, se fueron a solo, es distinto cultores del mito de la soledad. Quejosos. Así que sigo con el escritor que no se asusta de las formas recurrentes y descogota la repetición, y no recula, y la cabeza siempre en dirección al norte, un cielo azul contra una nieve de alguna novela o historieta, o gris o lluvioso y otra vez sol. ¿De dónde saqué ese cielo? ¿Cuándo supe que nunca renunciaría al pasado? ¿Y lo irregistrable? Se verá. Para lo del cielo no hay respuesta. Para lo del pasado, sí. Que la lengua se cuide sola, que no joda, que no diga nada, que se quede ahí, chota abajo del peral, que se la crea, que diga que hay una resurrección de la literatura, para mí no hay nada, los miro y me duermo, y ellos duermen y yo me meto en el escape atemporal, donde estuve siempre, me voy al café, Celia ya llegó, me cuenta algo de su vida. No nos preguntamos dónde estamos, esa pieza de museo, tampoco el espacio que nos rodea. Solo nos quedamos ahí, dos cafés cada uno.
Elia oye que hay más odio en los que lo acusan de odio, más resentimiento en los que lo acusan de resentimiento. Las samaritanas de la escucha ofrecen ayuda, se arrepienten, dudan, retroceden. Que su odio, que la cantilena sobre su resentimiento. El sainete de la psicología. De los buenos sentimientos a las lánguidas promesas que se lleva el viento.
Y límites que impone el viento. Bajé del colectivo 12 y crucé el puente a pie, a patita, noche helada y luna colgada del cielo.
Tiene que anotar las tres secuencias de la luna que dejaron loca de admiración a Lola.
Lluvia en Avellaneda. No hay ni un santo arriba del puente. Todos duermen.
Cuaderno del fracaso. A punto de traducir un bodoque filosófico por centavos. Ex-traductor: dije no. Hasta que algún ladrón me pague bien, releo Cuarta Prosa. Copiar algunas frases. Manual de anti-tentación. Hay que aceptar finalmente que el trabajo de uno se vea como un acto ilícito. O como salido de ninguna parte. O como una chifladura. O como una distracción. Si quiero saber por qué no consigo trabajo tengo que releer este libro. Y ahí uno descubre que lo que vale es el agujero. Encaje y agujero.
Más perro que ladra y viento que se lleva todos los sombreros. Más otros dos judíos que conversan en el Puente Barracas, uno es Orlando.
Pipa e´Moco no era ese viejo descarnado y seco, encorvado, ese era otro.
El Polaco del barrio – no es un autómata irreflexivo que solo va al cine en los días de damas, no, no tengo que confundirme, camina y modifica su trayectoria en cada caminata solitaria.
Realistas, ahórrenme esa filosofía, por favor, no quiero nada de ustedes.
No seré ovejuno como ese cordero bíblico. Tampoco iré a preguntarle si escribo bien. Lo hice una sola vez. No salió tan mal, pero nunca más lo intenté. Me banco a todos los detractores, a los más ratones, por qué no, detestables, cancheros, sabios, sentados bajo la parra de su edén compasional.
Esa inundación de aguas pesadas, aceitosas que llegaron al borde de Berutti y Colón, a una cuadra de mi casa, mientras Pipa e´Moco con el sombrero abollado mira esa eternidad amarronada, eran las 11hs en otra de las mañanas de su vida.
Cada vez que me escribe me corrige, me pide que me acomode a la sociedad.
Pasa por el Puente la samaritana de la escucha. Le encantan las viejitas mendigas, pero huye huye infinitamente de los amigos a pata chueca, o feos, o quejosos, solo flota en el imán de la dicha absoluta.
Hoy me aburro mucho y solo anoto tres veces carajo. Me aburre la literatura, me aburre mucho, sus intrigas. Salgo, me meto en el tiempo y estoy solo. Tres veces solos.
Cuaderno de Elia. Pobre locardo crédulo, más incauto, más seco, menos elitismo burgués. Esto último a favor mío.
La no-banda eran espíritus despreocupados. Poco desconfiados pero distantes. Todos leían a Balzac.
Cuaderno de Elia. El vacío de Celia es esa perla incontable. Está en ese rincón todos los días.
Y está esa esquina, todo ese mundo, todo ese silencio y todo ese ruido, y todos esos sueños, y esa insignificancia de infinito que insiste, «invisible infinito», ¿de dónde saqué la cita?, ¿y lo que saco a la luz, y lo que escondo, y lo que disfrazo, y lo que insulto, y los que sueñan sueños del pasado, fábulas íntimas, perdidas, que se cuentan contra la marmota del trabajo, del tiempo y de los avaros de perdón, los que se hablan todos sus ecos sensibleros semanas y semanas y años y años, locos del amor propio, y los benditos monologantes de su arte? – y está el pero de algún lector, o varios peros, enorme confianza en su pequeño arte gramatical, en su diccionario que condena mi impreciso, mi primera persona, pero salgo de ahí, hago mis listas de poemas, los transcribo en mi libreta y están mis repeticiones.
Cuaderno de Elia. Traductor imbécil a dos centavos la página. Hoy leo el diario. El clima. Sección turf, busco nombre de jockey. Correo de lectores. Hoy no están mis cronistas preferidos.
Orlando sobre el puente Pueyrredón (lunes a la noche, años después). Ese día se perdió esa luz y todos nos volvimos a casa, en silencio, cada uno por su lado y Orlando se fue al Puente, y hacía mucho frío, pero miró hacia las luces de la Avenida Mitre y se dijo que un día iba a anotar sobre los bulones y las vigas de acero y meditaría sobre puentes, pero otro día, hoy no, hoy perdió lo irrecuperable.
Mira, Orlando mira hacia las calles del tiempo y de la madrugada. Y se siente único y horrible en esa pérdida y la avenida es un túnel de ruinas y faroles amarillos y carteles apagados.
Cuaderno de Elia. Chillidos, quejas, encerrado con libretas y cuadernos, anotación maniática de los días. Una estupidez. Mensajes a nadie.
Y están los que atraviesan el puente todos los días, ida y vuelta, a algunos los conozco, lo martirizado del yugo a las cuatro de la mañana. Estoy condenado a decir estas cosas en el medio de la poesía ambiente. Lo obvio redicho. A los sordos. Perdí la voz entre mis amigos, detecto ínfimas señales de punto cruel, aburrimiento, y mando mensajes mendicantes, no lo puedo evitar, soy un ridículo buscador de trabajo en ese edén de almas vírgenes, y me dan consejos y me chucean, y me enojo, y hago algo mal, ¿y sí nos aburrimos recíprocamente? Descarto toda idea de perfeccionamiento, de pureza o de magma poético. Tres veces no. Leo en voz alta y nadie se conmueve, miran con ojos de cordero estudioso, esperan definiciones, es el reino de la perpetuación del comentario.
Y yo escucho otra cosa, pero ¿qué oigo? ¿y cómo me lo cuento? Lo oigo en el pasado a Roque Juan volviendo a casa a las tres de la tarde y siempre me pareció un horario insólito, era el primero del patio en volver, pero fue el más madrugador, y los italianos del patio vuelven a eso de las cinco y ya los espera el mate, y yo, Elia de doce años, niño prodigio, leo El Gráfico y El Tony y es el origen de mi perdición y ahí aprendí la discreción y a no contar nada. ¿Y si voy a sensiblero? ¿Y si finalmente le pido permiso al comentario? ¿Y si hago elitismo burgués? ¿Y si pido permiso? Algunos de los mejores poetas se volvieron autoridad, y se refugiaron en la paranoia, y los abandoné. Se durmieron en relatos de gloria y yo seguía escuchando otra cosa, y no iba a renunciar a Paul Claudel. Recupero mi experiencia de traje gastado, y anoto lo que quiero.
Los árboles pelados de la entrada a Barracas, tilos verdes y una mujer que viene de alguna iglesia con una rama de eucalipto y camina ligero hacia alguna casa trágica de alguna calle y se mete y desaparece para siempre y paso delante de su puerta color marrón, recién barnizada por un marido amante de las cosas pintadas y limpias, y camino y me siento bien, solo pero bien, me llegan mensajes desde el Norte, o desde esa Odisea del Norte leída en Ediciones selectas, de editorial Jackson, y todo venía del Norte para mí, y paso por un jardín y hay plantas naranja rojizo y no sé qué son, son fragmentos de silencio, hay que mostrarlos y no sé cómo, y todo me aleja de un punto final, todo es parpadeo de frase, trato de evitar «las definiciones miserables», no las quiero encanutar en mi saber, no, quiero seguir caminando por Barracas de casas bajas. Y es posible que te aburras leyendo esto, sí, casi seguro, se lo comentarás en voz baja y secreta a tu amigo del alma, «no se entiende nada», y yo a veces me asusto de mí mismo, es verdad, y trato de salir, samaritana de la escucha, predicadora del amor humano y de los consuelos insípidos otro día tomamos café.
Miramos desde la ventana del mediodía escaso, sandwich y café, a la que apenas sale de la casa, no mata ni una mosca, no se sabe quién la protege, solo la vemos pasar en la realidad de la soledad.
Gloria anota una cita. «Promesas chapoteantes en la negligencia, desvergonzada.»
Cada uno en su interior se alivia pensando que ella tiene una casa a la que volver. Aunque apenas salga. Es verano, zapatillas de lona, vestido bohemio largo a lunares que camina por Avda. Pavón. Esta no-banda sufre con la visión de la soledad anclada.
Melancolía burton, vuelve. Y Elia, escriba compulsivo, quiere meterse en el vacío del tiempo y desde ahí anotar.
Gloria también hace sus notas. El cotorreo es interminable. Que termine es una ilusión momentánea registrada en el Dharma.
Ahora retomo dirección Norte, o rumbo Norte en el sentido de las ediciones selectas Jackson que me llenan la cabeza desde el pasado.
Estoy en la cocina de la casa de la calle Constitución, ¿dos de la madrugada?, radio apagada, y escucho el presente de este feriado y no me digo nada, solo escucho el chaparrón reventado que dura muy poco. Hoy no hago cuadernos.
Perdidos en las discriminaciones y mitomanías sobre los estilos. El cotorreo es interminable.
Cuaderno del fracaso. La única fabulosa historia de Elia es su estupidez. Me sale una escritura patas de mosca pero lo dejo registrado. Me sale poco oscuro porque no hay más que esa frase directa. Tengo que intentar la distancia, y para eso este cuaderno, para tratar de fijarme dónde meto los pies, hay amistades y enemistades, y a veces se juntan en paralíticas promesas esquineras, es un entusiasmo de emoción, de interioridad, la amistad declamada, pero solo son haikus de mentiras. Mantenerse lejos, no contar nada, mierda a las confidencias. Y a los samaritanos de la confesión.
Apenas nacido y ya las escuché, todas esas historias que se me cayeron encima. Niño hijo de inmigrante pata sucia, y, como dije, prodigio de oído absoluto, sin plata, lectura, mucha, pobreza, aprendizaje, desconfianza en el huevo, y pretensiones literarias.
Cuaderno del fracaso. ¿Explicar algo? ¿A quién?
Quejas del explicar. Quejas del no poder. Quejas rotosas que todos fingen escuchar. Quejas del quejoso, infinitamente aburridas. Libros que todos fingen leer, aburridas entregas que me escribo para mí mismo.
Suena lo que suena, es así, y está el zumbido y el abejorro y toda la tristeza del mes de julio. Hay que escribirlo, para nada, para el vacío del tiempo, pero hay que hacerlo.
Elia & familia, pateados por el urbanista, ese egresado medio artista medio intelectual, que ayudó a eliminar la calle con terrazas coquetas para los que hablan de los pobres. Vieja vereda de algún pasado que Elia caminó, vereda de chatarra con cielo gris de garúa y sol repentino y gris otra vez, y humo de chimenea, geometría de calles. Y cloaca. O alcantarilla. Y ruidos. Todo el día. O el último farol luz pálida. Ahí adentro estábamos, un origen si quieren.
Recuerdo y mueca, que se vuelven horribles mitomanías románticas de barrio, y no, solo había guerra de vecinos.
Y esa fábrica textil, la de Avda. Patricios, ahí, con el telar día y noche, entre tanta gente, nombres perdidos, apenas mueca, se extravió el niño twain, ni poeta ni realista.
¿Y si Pipa e´Moco era un huérfano o un niño perdido, algo así, flagelo de la literatura, poco amado, o un niño reconcentrado que jugaba como podía, pero que no terminó en un tipo furioso, seco, malo, intelectual cáustico, policía, paranoico de la celebración?
Mariani: «y no se ejerce ya el derecho a andar perdido.»
Ninguno de ellos miente, solo se callan, desalojados de los cincuenta, echados uno por uno como soretes, expulsados de sus amores, ese el odio, lean un poco, de sus bienes, de sus casas.
Comadres del pasado remotísimo de la calle Olavarría, puerta y banquito y conversación, siempre el mismo paisaje, días y días, comadres solitarias abandonadas por sus hijos, orgullosas de ellas mismas, se admiran, se pasan el mate, congregación de la soledad extrema.
Cuaderno del fracaso. Elia, un paso, solo un paso, basta de amor, de cosa fraterna, basta de franela, tu orilla del lenguaje no es ese toma y daca de amores caniches. Basta, es julio, el mes de lo irreparable.
El invierno llega y trae lana índigo lana púrpura lana azul lana de la Avda. Patricios, lana barata y lana cara, que va hacia Avellaneda, mientras está de paso y ahí todos se conocen por el nombre y por la cara o por el caminar.
Cuaderno de Elia. Situar el silencio.
Y hay alivio de olvido, a veces. Y acumulación de vientos.
Carta de Perla a Orlando:
Muchas gracias, querido Orlando, por la ilustración (y yo que creía que era algo del jazz, estilo «take»… ja)
Descarriados es una hermosa palabra, de hecho, siempre conocí el libro como «Guía de los descarriados», cuando, más tarde vi que usaban «perplejos» me llamó la atención, no está mal, no es erróneo, pero en hebreo nevojím -que es la palabras del título original del libro: Moré Nevojím- quiere decir el que está confundido y no sabe para dónde ir. En este sentido Moré -que suele traducirse por maestro- adquiere el sentido del que indica el camino. Lo acertado de descarriado el que ha perdido el camino va perfectamente con Moré traducido como guía, es decir, quien indica el camino.
Tu segunda cita me trae un recuerdo infantil: una vez fui al templo de Libertad a un bar mitzvá de un amiguito. Mi papá me vino a buscar y yo le pregunté qué significaba la inscripción que había sobre el lugar donde se guardaba la Torá. Decía: dá lifnei mí atá oméd: sabe ante quién estás parado o, en el castellano de mi viejo: que sepas ante quién estás. En ese momento, me alucinó que saber sea un verbo que pueda usarse en imperativo. Es curioso, hace poco días fue el aniversario de la muerte de mi viejo y me acordé de esa escena que ahora vos también me recordás.
Qué suerte tener el Talmud, yo tengo una edición bilingüe pero sólo algunos tomos.
Finalmente (o antes que nada) te reitero: es una alegría leer tu mañana de limón
Un beso
Perla
Enzo es el perro de Gloria. Se sienta debajo de la mesa y nos escucha. Nos pasa la lengua por la mano. Cada tanto alguno le habla. No nos privamos de cierta fusión intermitente.
Mediodía caluroso, café Maipú, refugio y abandono de ideas, solo la improvisación, y antes de entrar en esta no-banda dejar en la puerta las ganas de argumentar.
Y a la hora de evocar queda excluido el parecido.
May andaba por los árboles del fondo de su casa, subía a una rama, se sentaba y miraba a lo lejos, hacia la sombra, a veces se pasaba toda la tarde dibujando monigotes y osos, niña clásica del fondo de Banfield.
Todos los tediosos del argumento comen con buenos vinos y hablan de los pobres. Casi festejo de lo samaritano. Croar de compasionismo y a dormir la mona.
Cuaderno de Elia. Es importante mantener una clandestinidad de lectura.
Esbozo. Pasamos toda la noche en Constitución – Comemos esos sandwiches de miga de jamón y queso y nos vamos por la claridad asomante de las 5 de la mañana más o menos fresca de verano. Las hojas de los árboles indican la dirección sur del viento. Los llevo por Montes de Oca, derecho al Puente. Quiero que vean las curtiembres del otro lado. No quieren. Hay un tironeo. Quiero mostrarles cosas, gama de olores del cuero. No quieren. Están todos absortos en un no insistente, razonado. Casi de programa. Un día este grupo no será. Solo quedará Orlando, que sabe pasar del otro lado de la sombra, siempre.
¿Y si Pipa e´Moco es la soledad sin edad? Irreal, no. Viene desde Avda. Mitre por Lavalle, bolsa de arpillera al hombro, es 1956, solo está anotado en la cabeza del niño prodigio Elia, que lo incrustará en algún lugar del Tiempo.
Los realistas, mancos de escritura, sociales, no te dejan soñar con calles holandesas, las de tu visión repentina.
Hugo Savino
Ph / Norberto Gómez, N°VI, escultura,