Micronovelas (III) / Diego Fernandez Pais

EL DJ DE LA LITERATURA

by Mariano de Lisboa

Finalmente, en la vida, uno no

tiene tanto éxito, ni fracasa tanto,

como lo cree.

                                                                    JORGE LUIS BORGES

Mariano de Lisboa es un jovencísimo y muy promisorio escritor cordobés. Tiene apenas 26 años y nació en una casa con zaguán del barrio General Paz en octubre de 1983. Poderosamente influenciado por la generación beat de la literatura norteamericana, ya desde pequeño optó por jugar el rol social del escritor vagabundo a lo Jack Kerouac.

A los 15 años abandonó la secundaria y empezó a trabajar los fines de semana en una librería artesanal de la feria de las pulgas. Fue a partir de allí que se dedicó a meterle pata en serio a la redacción de cuentos. Cuando por primera vez vio un texto suyo impreso en la contratapa de la revista cultural Octaedro, casi se le escaparon unas lágrimas de emoción.

Desde entonces se dedica al periodismo. Sus reseñas de viajes, libros y películas mantienen en vilo a los lectores de más de un medio gráfico de todo el país.

Luego de que en el 2006 le publicaran su primer libro de cuentos con hilo conductor, se entregó a la polvorienta tarea de rescatar manuscritos de los cajones y ponerlos sobre el escritorio de su excéntrico editor, Federico Achával, con la fija convicción de que el escritor sin lectores es como un plomero sin cañerías por reparar.

Precisamente este vértigo de la publicación es el que se percibe latiendo a lo largo y ancho de las casi doscientas páginas de su segunda y más reciente novela: El DJ de la literatura.

Esta roman está narrada en dos planos que, si bien son atemporales, avanzan en sentido paralelo hacia un mismo punto de convergencia explosiva. Como sus capítulos son muy extensos, y por tanto escasamente numerosos, aprovecharé para, a fin de serle fiel a su intercalado criterio editorial, desglosar el argumento tal como lo va desarrollando Mariano de Lisboa en la ordinal y ordinaria edición de tapas rojas de La Capeluza.

Prólogo

El alter-ego del autor se nos presenta con el sospechoso nombre de Martín Barcelona. Dice que ahora el teléfono no para de sonar en su casa. Que lo llaman de La Voz del Interior; de la gacetilla literaria francesa L’enfant terrible; del suplemento cultural del Página 12: Radar. Que todos quieren saber de su carrera; de cómo en tan poco tiempo llegó a acaparar la portada de la revista Times; de cuál es su relación con Sarah Tenenbaum –la nieta de J. D. Salinger–; de qué significa eso de ser el DJ de la literatura. Puis, destilando rabia y cinismo nos acepta que es precisamente por eso que accedió a firmar un contrato millonario con la Editorial Caperucita para contarnos cómo fue la experiencia de irse a dormir siendo pobre e ignoto para luego despertar por la mañana con su cara ocupando la portada de los diarios más importantes del mundo.     

Capítulo 1

Mes de julio del año 2003. Ahora nos mudamos al campus de la Universidad de Wisconsin. Barcelona nos cuenta que pasó allí dos meses estudiando Lengua Inglesa. Pero se remite a relatarnos tan sólo un día de su larga estadía; la convulsionada jornada en que conoció a René Langelois y J. D. Salinger. René Langelois es un especialista en Salinger que viaja desde la Sorbona persiguiendo un mito: se dice que en la Universidad de Wisconsin estudia la nieta del famoso escritor neoyorkino. Sentados en el salón de lectura de la biblioteca universitaria, pasan la tarde entera conversando y, mientras una alumna de pelo rubio y rizado sentada en una mesa contigua de paño bordó paraba la oreja, Langelois lo introduce a Barcelona en los pormenores de la biografía del autor de The catcher in the rye. Le comenta que también se dice que pesa una maldición eterna sobre quienes procuran investigar su vida; que la hija de Ian Hamilton quedó cuadripléjica en un accidente de autos. Llegan a simpatizar tanto que, finalmente, antes de despedirse, el francés invita a Barcelona a una fiesta que se celebraba por la noche en el apartamento de un estudiante que residía por la zona del downtown. Barcelona acepta y entonces se desencadena una prolongada serie de sucesos catastróficos. Primero, en el camino de ida, los detienen con alcohol y hachís escondido en la guantera del auto de Langelois; y así pasan casi dos horas demorados en el edificio de la Alcaldía estatal. Después llegan a la fiesta muy borrachos y se desencuentran. En una habitación de la azotea, Martín Barcelona conoce a Sarah Tenenbaum, una colorada muy sensual. Desinhibidos los dos, se comen a besos en un pasillo por el cual, en un momento, cruza caminando Bernard L. Straw secundado por la rubia de pelo rizado que por la tarde paraba la oreja mientras Barcelona charlaba con Langelois en la biblioteca. Ignorando a Barcelona, ésta saluda efusivamente a Sarah y le pide si pueden conversar un minuto a solas. Barcelona se queda esperándola inmóvil hasta que la fiesta se acaba y la vivienda queda completamente deshabitada. Desconcertado, Barcelona sale a la calle y, como ve que el auto de Langelois ya no estaba, cruza la avenida y se toma el colectivo público. En el camino de vuelta al campus universitario, sobre la ruta, ve al auto de Langelois hecho trizas contra la banquina y al conductor destripado unos cien metros más adelante.

Capítulo 2

Esta vez de Lisboa nos obliga a trasladarnos a una fría y neblinosa mañana cordobesa del mes de julio del año 2006. Martín Barcelona, que ahora trabaja en la redacción de una telenovela de amor para un canal de cable, suspende su matutina rutina de sentarse a escribir por dos horas y sale con un paraguas de estampado florentino rumbo a un café de la zona céntrica con el objetivo de saciar su sed de desayuno. Mientras espera al mozo que le trae el clásico tía maría con leche y medialunas, con la mirada absorta atravesando el ventanal que mira a la calle Arenales, se topa con la figura de un ex compañero suyo del colegio secundario al que no veía hacía algo más de diez años. Se llama Frankie P. y está melenudo, escuálido, con barba rala y los rasgos aún más aguzados que antes. Luego de dar la vuelta y ocupar la silla de enfrente a la de Barcelona, éste le comenta que está entregado a la disciplina del zen y dedicándose a hacer cine, especialmente cortos. Que tuvo oportunidad de leer el único libro que había publicado Barcelona por entonces, y que estaba realmente interesado en la posibilidad de que hicieran algún proyecto conjunto para presentar en el XXV certamen anual de cortometrajes organizado por el Instituto Goethe de la ciudad de Córdoba. Le asegura que tiene un muy buen contacto con uno de los integrantes del jurado, y que, entonces, de hacer algo medianamente decente, tienen el certamen prácticamente en el bolsillo. No omite mencionarle la módica suma de pesos a la que accederían de ser los galardonados y, antes de asegurar que se tenía que ir urgentemente a buscar al aeropuerto a su novia que estaba llegando en un vuelo directo desde Parma, estrecha la delgada mano de Martín Barcelona, quien acepta encantado la propuesta y le promete pensar en algún posible guión y llamarlo en un par de semanas.

Capítulo 3

Retomamos a Salinger. Ahora Mariano de Lisboa, coqueteando con el mito de la maldición eterna, se propone aportarnos algunos datos básicos y de poco rigor histórico sobre la vida de Jerome David. Comenta su nacimiento en Park Slope, Brooklyn, New York; su mudanza a un cottage  de Cornish, New Hampshire; los disparos que recibió en la cadera un periodista que osó invadir su sobrevalorada privacidad. Emite algunos juicios hedonistas sobre su fracasado matrimonio con Claire Douglas y, después de un cambio de paso de marcado tinte digresivo, concentra el discurso en la controversia literaria y judicial que mantuvo como contrapartes al escritor y a su hija más pequeña, Margaret Salinger, la autora de El guardián de los sueños. Deja claro que la descripción de malos tratos y conductas extrañas que acusa la hija en su controvertido libro, es una prolongación del testimonio prestado por ésta ante los Tribunales Orales de Queens. Y, antes de pasar al siguiente capítulo, nos transcribe en cursiva un fragmento de la sentencia en que se otorga a Margaret Salinger, bajo el disfraz jurídico de la indemnización por daño moral, 500.000 dólares y los derechos de autor que pesan sobre el relato Un día perfecto para el pez banana, publicado por su padre hacia 1950 en la revista Esquire, y escrito por él tan sólo un par de años antes, mientras todavía padecía un serio trauma post-bélico.

Capítulo 4

Martín Barcelona telefonea a Frankie P. y lo invita a que, junto con sus respectivas parejas, fueran a escuchar en vivo a una banda de jam que tocaba en 990. Entre porro y porro, y con el lúcido dibujo del bajista como música de fondo, Barcelona le comenta que tiene el guión perfecto para filmar. Ilumina la figura de Salinger ante la mirada pavorosa del anfetaminoso Frankie P., y termina por explicarle que Jerome David escribió diálogos mejor que nadie y que su cuento-adaptación, ambientado en el ‘83, en un tenso clima de post-guerra de Malvinas, en una playa desierta de Claromecó, es sencillamente fabuloso. Un brillo luciferino en sus ojos pardos, denota, ante el boquiabierto Frankie P., que sus palabras no pertenecen al mismo Martín Barcelona que está hablando, sino más bien a una sabia voz a la que no acompaña ningún artículo posesivo, y que lo despoja de la “posibilidad de decir Yo”.

Capítulo 5

Por más de veinte páginas de Lisboa se estanca retratándonos la vida de la nueva Margaret Salinger; la Margaret Salinger indemnizada. Viajes, drogas y turismo sexual nos recuerdan la mejor prosa del Mariano de Lisboa de las reseñas periodísticas. En un barco destinado a Tánger, la seudo escritora conoce al ex tenista Richie Tenenbaum y, luego de una sesión de sexo sádico compartido con un alemán colorado que les consiguió hachís, deciden casarse por la iglesia jansenista. Un mes más tarde descubren el embarazo de Margaret y el tormentoso 5 de abril de 1982 nace la colorada Sarah Tenenbaum; a la que apodan Sarita.

Capítulo 6

Barcelona y Frankie P. se ponen de acuerdo. Ajustan al máximo el guión de Un día perfecto para el pez banana según la versión de Martín Barcelona y, después de algunas irrelevantes negociaciones, consiguen el sponsoreo de una productora local. En enero del 2006, junto a los equipos de filmación y al elenco de actores, parten a rodar la película a las playas de Claromecó, luego de haber capturado la escena del hotel en una lujosa y espejada habitación del Hilton de Córdoba. Este es un capítulo que deleita especialmente al lector, ya que las escenas literarias en las que se retrata el rodaje del corto, aportan algunos tips indispensables para los cineastas en potencia, y también para les autres.

Capítulo 7

Sarita Tenenbaum tiene una infancia feliz en su casa de Boston. Sus padres se aman, tienen dinero y le dan la libertad que no le dan los medios. Es justamente la persecución de la prensa la que, cuando en el año 2003 le llega la hora de empezar sus estudios universitarios, la obliga a optar por abandonar Boston y perseguir a una prima suya que por entonces se mudaba a Wisconsin. Se inscribe en Sociología y se instala en la residencia de estudiantes del campus. Durante una de sus primeras fiestas universitarias comprueba que la pesadilla amarillista podía incluso perseguirla más allá del Estado de Nueva Inglaterra. En la habitación de un apartamento de doble piso de la zona del downtown de Wisconsin, Sarita, mientras ya pasada en copas aguardaba que su prima Connie regresara del váter, conoce a Martín Barcelona. Sin hablar demasiado, se empiezan a comer a besos y a meter manos. Cuando la prima regresa del baño, le cuenta que ese chico con el que ella se estaba besando, era uno de los dos periodistas extranjeros que vinieron a investigarle la vida; para convencerla le da los detalles que alcanzó a escuchar de la conversación en francés que mantuvieron estos dos por la tarde en la biblioteca, y a la que ella escuchó con la oreja intrusamente parada. Como Sarita había sentido un magnetismo especial para con Barcelona, muy dolida sale con frenesí de la fiesta y monta su VW blanco. Pensando que aquella era la gota que finalmente había rebalsado el vaso, y que ya era hora de que ella abandonara los Estados Unidos, cruza un semáforo en rojo y provoca el derrape de un auto que se estrella a 120 kilómetros por hora contra la banquina. El accidente –o no accidente– de René Langelois, la afirma en su postura y, luego de recibir un giro dinerario por parte de su madre, tres días más tarde vuela a Ciudad de México. Es allí mismo donde casi cuatro años después recibe una carta de sus padres en la que le informan que tienen ganas de suicidarse juntos, saltando desde el pico de una montaña al vacío, y que antes les parecía justo hacerla saber de una vez por todas que su verdadero padre era Friedrich Montibeller, un alemán al que conocieron en Marruecos, que da clases de idioma en el Instituto Goethe de la ciudad de Córdoba, Argentina. También le dejan en claro que su abogado ya se está encargando de los trámites de la herencia, y que los derechos de autor de su ausente madre ya son prácticamente suyos. Lo primero que hace Sarita tras leer la carta es marcar un boleto de avión con destino a Córdoba.

Capítulo 8

Y aquí por fin llegamos al capítulo en que se produce la intersección narrativa. Martín Barcelona ya está en la sala de proyección del Instituto Goethe de Córdoba, junto a Frankie P., su novia, y algunos familiares y amigos. Sarah Tenenbaum, en cambio, todavía va en camino hacia allá, entusiasmadísima con la idea de presenciar un certamen de cortometrajes en el que Friedrich Montibeller, su padre biológico –con quien convive hace ya casi cuatro meses en una casa del barrio de Alberdi–, es el presidente del jurado. Llega y, tras saludar a éste, toma asiento en una butaca de la primera fila. Comienza la función y, al encontrarse en la pantalla con la adaptación de Un día perfecto para el pez banana, como primera reacción se emociona aún más que el propio público que, ahora, de pie aplaude calurosamente la opera prima de estos dos jóvenes artistas. Pero, cuando el jurado la declara ganadora del certamen, y ella reconoce a Martín Barcelona, quien junto a Frankie P. sube al escenario para recibir el certificado del premio, entra en un ataque de nervios y pánico que incluso la lleva a agredir físicamente a Barcelona. De vuelta en su casa, ya calma por las caricias que con suavidad le profiere papá Montibeller, que encima la arropa en su falda como si fuera una adolescente, recuerda que ella es la nueva dueña de los derechos de autor del cuento Un día perfecto par el pez banana, luego de haber heredado a su madre suicida. Siguiendo la tradición picapleitera de su familia, se pone en contacto con sus abogados y le inicia una demanda por plagio al guión –cuento-adaptación– escrito por Barcelona. Y, debido a problemas de jurisdicción, termina desatando un mediatizado proceso judicial meramente simbólico ante “el Tribunal Imaginario de Escritores de Pisa”, según las palabras del propio Mariano de Lisboa.

Capítulo 9

Y es en este apartado cuando finalmente el écrivain redondea su teoría anti-ego en la ficción literaria. Martín Barcelona, en respuesta a la demanda por plagio que le inició Sarah Tenenmbaum, elabora un jugoso alegato tendiente a alertar sobre la necesidad de que por fin desaparezcan los derechos de autor que recaen sobre las obras de aquellos escritores que lograron percibir el concepto, la inexistencia e ilusión del ego. Dice que en todas las demás artes, la adaptación de una obra ya es considerada como un nuevo trabajo distinto que el del propio autor original. Ejemplifica con Las Meninas de Dalí, que evocan el opus principal de Velásquez; y con la segunda Psicosis, de Gus Van Sant. Sin embargo es la figura del DJ la que principalmente le interesa, como modelo a adoptar dentro del mundillo literario. Nos asegura que el DJ es la prueba de que el público puede incluso disfrutar la obra de una mero medio, lo que de por sí lo convierte en un “artista eterno”, sin posibilidad de que algún día se agote su pouvoir creativo. Enfatiza en que es indispensable quitarle presión a los escritores, para poder así evitar futuros suicidios como el del algodonado Hemingway, y termina declarando ante el tribunal que él simplemente querría ser eso, un mero medio en la literatura, algo así como un DJ de la literatura, “alguien que abra una ventana que mire hacia los otros escritores, que a su vez son la ventana que deja entrever a otros, y así sucesivamente hasta el infinito, como en la semiosis ilimitada de Charles Sanders Peirce”. Apela a las Ficciones de Borges, que se asientan sobre la obsesiva idea de que todos los escritores escriben el mismo argumento, y sensibleramente remarca que no por eso pueden privarlo del derecho a poseer lectores, libres interpretadores que le otorguen existencia a sus escritos. Ante las cámaras de televisión de todo el orbe, el tribunal –integrado por Enrique Vila-Matas, Alessandro Baricco y Jordi Sérra– emocionadísimo decide, por triple unanimidad, absolver a Martín Barcelona, y de ese modo lo lanza al estrellato, convirtiéndolo en el nuevo mártir de la meta-literatura.

Sencillamente califico a esta novela de esencial, porque cumple con el único propósito del belarte de Macedonio Fernández, que es el de conducir al lector al superior estado de fusión de su mente con lo Uno, lo Único, el fenómeno onírico. Aparte, a lo largo de la novela se palpita el vacío esencial sobre el que ésta gira en torno, el cual deviene en suelo fértil para que fecunde “la suspensión voluntaria del descreimiento que constituye la fe poética”, según teoriza el semiótico francés Roland Barthes.

Si bien los libros de Mariano de Lisboa suelen agotarse con expedita facilidad, de encontrarlo a éste no les resultará difícil identificarlo. En la portada de fondo azul diseñada por el artista plástico Pollhol, se deja apreciar una bandeja de vinilos que de un lado pincha las Cumbres Borrascosas de Brontë, y del otro la Eugénie Grandet de Balzac. Sobre el margen superior, levemente angulado, podrán leer el título de la obra, escrito con letras grandes y de color rosado pop.

Diego Fernández Pais

Ph / Man Ray, Rayografía, 1924