
Ditirambos de Dionisos
by Juan Diego Botox
La verdad es el delirio báquico
con que cada uno encara
la línea de coca peinada
sobre el espejo de tocador.
ANDY CHANGO,
Y qué tal si parafraseamos a Federico Hegel
Juan Diego Botox es un despiadado outsider. Su ocupación principal gira en torno al teclado sintetizador de la banda de rock indie Bicicletas, con la que logró cosechar más fama que con la literatura. Su privilegiada posición de francotirador, le permitió hacer declaraciones desestabilizadoras del establishment literariotales como: “Si tengo algo que decir, lo digo. Si no, no. No me interesa especialmente la literatura. Creo que la Cultura (con mayúsculas) está bastante podrida”, respondió luego de que el periodista Mariano de Lisboa le preguntara la causa de la delgadez de su obra, en una entrevista prestada al semanario Filosofía y Moda en enero del 2006.
“Me parece una putada atomizadora del pensamiento eso de tener que andar viendo qué novela hay que escribir este año; al fin de cuentas, en una sociedad tecnológica como la actual, en la que el mundo parece haberse convertido en un supermercado, la Academia no hace más que sofocar las plumas iluminadas”, así empezaba el primer cuento que publicó Juan Diego Botox en octubre del 2001 en la antología anual de la Editorial Neo-Da-Sein, poco antes de que proféticamente se fuera todo al carajo en la Argentina y en el mundo. El cuento se titulaba El paraíso de los nerds, y era un llamado al rescate de la inocencia. Tuvieron que pasar dos años más para que recién podamos volver a saber algo del Juan Diego Botox escrito. En una antología latinoamericana de cuentos de ciencia ficción de la que yo estuve a cargo, publicó El cupido estatal, en el que procuró denunciar el modo mecánico de seducción estimulado por las reglas del mercado neoliberal burgués. Fue gracias a que conseguimos insertar la antología en las librerías de España que el renombrado editor Jorge Herror pudo tener acceso a su lectura y declarar: “Botox es lo que se dice un verdadero escritor de estirpe”. Ni lento ni perezoso, inmediatamente se puso en contacto con él y le dijo que si algún día tenía interés de publicar algo más largo, que sin más le avisara; que en su editorial siempre habría lugar para él. No fue pronto, tuvieron que pasar otros dos años: en el 2005 publicó su primer y único libro, la novela Ditirambos de Dionisos, título robado de un irritante poemario que Nietzsche escribió hacia 1888, porque es justamente éste uno de sus dos protagonistas.
Actualmente tiene 35 años, y un estudio atiborrado de merca en el barrio de la Chacarita. Más bien de pocas palabras, con decidida facha de rockstar, dice que prefiere que lo vean a que lo lean; cree que su cuerpo “es ya de por sí una obra de arte; el mío y el de todos, y a eso no lo digo solamente yo, también lo supo ver Andy Warhol y Diane Arbus; en la sociedad mediatizada ya es hora de que se haga un reality con un escritor siendo filmado las veinticuatro horas del día mientras escribe; creo que recién ahí vamos a poder empezar a hablar de la genuina consagración de la différence”. Como se podrá ver, la contradicción es –¿coherentemente?– una de sus virtudes más trabajadas.
Para desarrollar el argumento de esta novelita polifónica bastará con que transcriba algunas citas del autor, a las que luego les profesaré unas tímidas glosas. Como Botox considera valiosa y conceptual aquella obra literaria que procura captar el caos mental del escritor –del que desparece– a través de una radiografía instantánea, trágica de sus contradictorios y beligerantes pensamientos, se nos vuelve difícil intentar encasillar a su libro en un género que, en realidad, también se nos escapa, se nos desaparece. Y esto, sobre todo, como consecuencia de la burda apología que hace Botox de la digresión, la que genealógicamente determina al argumento a verse reducido a un mero puñado de párrafos, alguno de los cuales a continuación transcribiré.
“La historia que voy a contarles comienza en el lejano no future del año 2066, mientras se festeja el quincuagésimo cuarto aniversario del nacimiento de la Porro-Humanidad, y de su consecuente reorganización social. El bi-poder político del Porro-Mundo-Humano se encuentra ahora dividido entre las manos de dos religiosos gremios: el científico y el literario. Si bien la Jerarquía Científica es la que tiene la última palabra ejecutiva en materia de decisiones, en realidad es la que tiene menos campo de acción, porque es la Aristocracia de los Literatos la que al fin de cuentas signa los caminos por los que transitarán los experimentos de los científicos oficiales del Gobierno Mundial. Es por esto que, justamente este año, por ser casi el mismo año que el del título de la obesa novela póstuma de Roberto Bolaño, con el fin de conmemorarlo, la Aristocracia de los Literatos ha elevado un proyecto a la Junta de la Jerarquía Científica para que, finalmente, las vidas objetivadas Porro-Humanas caigan en la cuenta de lo indispensable que es la materialización de las ideas abstractas, como la de crear otros mundos posibles, habitables. Por ser ellos mismos los responsables de la ocurrencia, consideran que nadie lo tiene más merecido al homenaje por ahora que los propios escritores, Porro-Dioses por antonomasia. Precisamente, puesto a que en esta nueva era los medios de comunicación se encuentran en poder de la Iglesia Literaria, con el objetivo de que se consiga divulgar con mayor eficiencia el mensaje religioso, ni bien se tuvo conocimiento de la noticia se desató una fuerte operación de prensa que acabó por arrinconar a la Junta de la Jerarquía Científica, la que, sin tener otra opción, ha debido ceder en su postura y aprobar este capricho de los Porro-Oráculos de la vigente Porro-Sociedad-Humana, asumiendo de ese modo el compromiso de crear el Mundo de los Escritores.
“A la hora de la sanción, el proyecto señalaba lo siguiente: se tratará de un planeta, ubicado a unas cinco horas de viaje en tren bala espacial, que participará del concepto de parque temático; algo así como un inmenso Disney World. Tendrá una superficie de 30.000.000 de kilómetros cuadrados distribuidos en forma de piel sobre una esférica base metálica que flotará en la inmensidad del cosmos, y que incluso contendrá mares. Y de este modo se evitará la construcción de océanos, para significar o simbolizar la superposición, la yuxtaposición, lo difuso de las fronteras creativas que identifican a los distintos escritores. Bajo una distribución geográfica de naturaleza nacional, a cada escritor le corresponderá, celebrando las disquisiciones de Roberto Bolaño con respecto al tema, un país con su propio nombre. En ese país, estarán concentrados sus fetiches retóricos: así, por ejemplo, en el país de Rodolfo Fogwill uno se podrá encontrar con un clima neblinoso, vitalista, y lleno de caca y merca por todas partes. O bien, en el país de Saki, se podrá topar con perros que hablan, como Tobermory, y que son el centro de atención del six o’clock tea de la burguesía snob inglesa…”, escribe Juan Diego Botox en las páginas 1 y 2 del primer apartado de Ditirambos de Dionisos. Pero es recién en el tercer apartado, luego de que el Mundo de los Escritores ya se haya convertido en una realidad, y de que largos cuelgues utópicos de Botox nos describan países de escritores casi anónimos como el de Kyle Knighton o el de Federico Achával, que nos dice que, más exactamente, la novela discurrirá en el sexual y depresivo territorio del país del enfant terrible Michel Houellebecq. Es en ese mismo país donde la Policía Científica ha descubierto un enigmático crimen que, teniendo en cuenta que ese tipo de problemas correspondían al terreno del pasado Pre-Porro-Humano, cuando todavía el amor brillaba por su ausencia, los ha obligado a recurrir a la clonación de dos pensadores difuntos, que harán las veces de detectives de este misterioso asesinato. Como consideran que la situación Porro-Humana actual superó por mucho a la era racionalista, y que, por tanto, según aconsejó la mismísima Aristocracia de los Literatos, sería difícil que un racionalista pudiera resolver un crimen cometido durante el transcurso de una era lacónicamente irracional, clonarán a dos maestros de la sin razón para que cumplan con esta sucia tarea. Estos dos pensadores serán dos verdaderos Dionisos: Federico Nietzsche y Michel Foucault; los nuevos Mosca & Smith de la Era Porro-Humana.
“–Mientras cruzaba la galería descubierta que antecede a la puerta de entrada al club de música electrónica Free Love, Daniel 26 recibió tres disparos sincrónicos –dijo el rastafari jefe de la Policía Científica, ante la desatenta mirada de los clones de Nietzsche y Foucault, quienes todavía no comprendían del todo qué era esa oficina gris, helada, llena de plantas de marihuana en la que los tenían de rehenes. El rastafari procuraba continuar con su exposición del caso cuando, con un gesto digno de un alumno secundario, Foucault preguntó si no le podían enrollar un porro para él, puesto que era lo que más había extrañado de la vida durante su larga estadía en la quietud del no-ser. Los policías accedieron, alguien le alcanzó uno encendido, Michel dio una lánguida pitada “a la vieja usanza”, e hizo señas al rastafari jefe para que continuara. Mientras Nietzsche, absorto en su malestar, perseguía a las moscas tecnológicas –que transportan música al fino oído del Porro-Hombre– con su mirada de fuego, sin saber quién carajo era el pelado puto ese que tenía sentado a su lado fumando hierba, pues se notaba bien que no era su contemporáneo. –Y justamente por eso –continuó el rastafari jefe–, por haber sido esos disparos sincrónicos, es que sabemos que el culpable de este asesinato no es uno, sino que son muchos. Y ustedes, maestros de las multiplicidades, serán los encargados de investigar la vida de Daniel 26 y de dilucidar quiénes fueron esos tres asesinos: el que le disparó en su muslo izquierdo, el que le dio en el hombro derecho, y el que hirió una de sus nalgas. Podrán trabajar en conjunto, o bien cada uno por su parte. Quien resuelva primero el enigma, ganará la posibilidad de tener otra vida, a la que sabemos bien que cada uno de ustedes dos anhela profundamente, mis queridos vitalistas. El otro, el que llegue último o no llegue, será reinsertado en el desconocido mundo de la muerte, y no recordará nada de este corto sueño”, ilustra con una inolvidable pluma Botox, antes de volver a olvidarse de qué estaba contando, y de reflexionar hondamente sobre música, televisión, drogas y polo. Entonces, Nietzsche y Foucault se ponen manos a la obra, empujados por el instinto irracional de la voluntad de poder, y empiezan a investigar sobre Daniel 26. Una cosa lleva a la otra, ciertas circunstancias los reúnen por casualidad, Foucault le declara a Nietzsche la densa admiración que siente por su obra, le cuenta un poco en qué se basaron sus teorías sociales, Nietzsche le dice: “–Bueno, pero a eso ya lo había pensado yo, ¿vos qué le añadiste?”, empiezan a reírse, y se terminan convirtiendo en pareja. Pero no sólo en pareja de detectives, sino que, aparte, en pareja de amantes. Pasan horas y horas fumando porros y culeando en un cuarto de hotel, aunque casi siempre Federico es el culeador. Recién cuando se cansan de tocarse, salen a la calle a investigar sobre este plomo de Daniel 26. Un dato escuchado al pasar, una pista descifrada en la nota de un diario, van orientando en su research a los dos enamorados filósofos. Se enteran de que era un científico de gran relevancia; de que tenía problemas con científicos de otros laboratorios de la competencia; de que su mujer lo odiaba por haber obligado a su hija de doce años a iniciarse sexualmente con ellos; de que un secretario lo había denunciado por malos tratos: como el de hacerle tragar su propia orina mientras él lo meaba en público para que entendiera el concepto, para que se sintiera una parte de él; y de que le debía mucho dinero a su dealer de heroína, al águila de Parma, Lucio Sérra, el nieto del profesor Jordi Sérra, olvidable especialista en Deleuze.
“–Entonces, los sospechosos son cuatro: los científicos, la mujer, el secretario y el dealer; pero nosotros debemos escoger tres, mi amor, porque el disparo fue triple, como el amor que yo siento por vos, bigotudo divino –le dijo Michel a Nietzsche antes de comerle la polla suavemente. Distendido ahí arriba, Nietzsche le respondió: –Ahora, ¿qué vamos a hacer?, porque si llegamos a conclusiones dispares, a uno de los dos se lo van a llevar, y yo no me quiero separar nunca de vos –y en ese momento empezó a lagrimear. –No te preocupes, amor, quién mejor que vos sabe que no pasará nada, que ya nunca podremos separarnos, que todos algún día retornaremos a la eternidad”, escribe Juan Diego Botox en el apartado número diecisiete. Se ponen a laburar día y noche y, al cabo de tres meses, a los que dilatan como a un caramelo caliente para poder ganar más tiempo pegados, a pesar de la insistente presión que les ejercen desde la cúpula más alta de la Policía Científica, cada uno llega a su propia conclusión. Piden una cita con el jefe rastafari y, por turno, le exponen sus argumentos de este modo:
“–Resumiendo lo investigado, llegué a la respuesta que me trajo al mundo esta vez, esta segunda vez. En mi Origen de la tragedia –dijo Nietzsche–, ya expliqué yo que el error fundamental de occidente era haber depositado su fe en el concepto. De aquí se explica que su secretario, el que antes le había hecho una denuncia por vejaciones, como buen esclavo que es, haya sido el que le disparó a Daniel 26 por detrás, dándole en la nalga izquierda. Ahí ya va uno. El segundo, para mí, fue el dealer, el que le disparó en el hombro derecho, por impulso de su desatada voluntad de poder, por años alimentada con cocaína, que en realidad pretendía darle en el corazón, como lo pretendería todo verdadero amo. Y, respecto al tercer disparo, o fue la mujer o fueron los científicos, la ciencia, eterna lacaya a mi entender. Por eso, le atribuyo el disparo sobre el muslo izquierdo a su mujer, porque las mujeres siempre son las culpables de todo, como lo fue la puta de Lou Salomé…
“–Ahora, si me permitís, continúo yo, Federico –interrumpió Foucault, amaneradamente–. Mis conclusiones se asemejan mucho a las de mi bigotudo amado, pero en algo no pudimos ponernos de acuerdo. Para mí, en realidad se equivoca en su primera opción, en responsabilizar al secretario por el disparo en la nalga. Justamente, como él bien ya lo ha dicho, la lacaya por excelencia es la ciencia, por eso es la que siempre dispara por detrás. Al menos eso me suena mucho más posible que la rebelión del ente, estructura pasiva si las hay, que encima está acribillada por una miríada de poderes que la atacan por todos los flancos.
“–Veo que fue muy buena vuestra intención, filosofastros de cuarta –dijo alguien desde atrás de una enorme planta de marihuana que, duplicada por un espejo hecho con granito de Amberes, ocultaba la puerta de entrada a la fría oficina–. Aunque ustedes no lo puedan creer, soy Daniel 27, el clon de Daniel 26. La muerte de mi antepasado fue todo un engaño, para hacerlos traer de nuevo al mundo a ustedes y mostrarles qué fue lo que les faltó para haber podido ser los padres de una nueva humanidad. Lugar que, por cierto, les hubiera encantado ocupar, y que, desgraciadamente, les fue usurpado por el autor al que le debemos el nombre de este país: Michel Houellebecq. Todo, y cuando digo todo es todo (el tipo de muerte, el tipo de información que les hicimos llegar, la cartilla de sospechosos) estuvo organizado de antemano por mí y mis colaboradores sabiendo a las conclusiones a las que cada uno de ustedes iba a arribar. Y por eso siempre supimos que los dos se iban a equivocar… Federico –dijo Daniel 27 mientras se aparecía físicamente por la sala–, tu error no fue, solamente, el haberte olvidado del concepto, aquel que abrió las puertas para una nueva humanidad, sino que, aparte, subestimaste a la ciencia, causa material de la manipulación genética que logró, hace ya cincuenta y cuatro años, combinar la forma de vida humana con la de una de las plantas más utilizadas antiguamente para soportar la sociedad, la planta cannábica. De aquí que le hayas quitado responsabilidad en la muerte de mi antepasado clon, cuando en realidad fue ella, o los científicos enemigos, quienes le dispararon más cerca del corazón. Respecto a vos, mi querido pederasta Michel, tu error, como siempre, fue la falta de confianza en el hombre, incapaz, según vos, de desencadenar un cambio de paradigma radical… Ahora que ya los he podido gozar, y mientras el anciano enfant terrible Michel Houellebecq se les sigue muriendo de risa desde el más allá, procederé a detenerlos a los dos y a devolverlos a la heladera conservadora de clones, por si se nos ocurre consultarlos en otra oportunidad. –De pronto dos rastudos enormes, de pelo color blanco surf, salieron de dos esquinas opuestas de la oficina y, forzándolos para que dejaran de abrazarse y darse besos, tomaron por prisioneros con esposas en las manos a los dos filósofos irracionalistas clonados. Los condujeron por unos pasillos con paredes y techos de zinc y, luego de permitirles despedirse con un piquito, encerraron a cada uno en un refrigerador individual”. Este texto pertenece al último apartado de Ditirambos de Dionisos, pero, de todos modos, una vez salido ya de la historia en sí, el autor firma un epílogo, en el que compara a Michel Houellebecq con Carlos Marx. Dice que su literatura, y su ideología científica, solicitan una ardua militancia por parte de los artistas: “Así como antes el manifiesto surrealista de André Breton exigía a los escritores escritura automática y compromiso social, idénticamente ahora la literatura hipermoderna nos pide a gritos que insistamos en la apología de la posibilidad de matar genéticamente al hombre”, escribe Juan Diego casi que dogmáticamente, hilvanando de ese modo un pequeño ensayo con su extenso trabajo de narrativa ficcional.
Por dos motivos insto a que se lea atentamente este ensayo-novela: ante todo, porque el argumento que yo acabo de resumirles es el correspondiente a tan sólo uno –quizás, y lo digo por el título, al principal– de los tantos libros que contiene Ditirambos de Dionisos. (La conocida costumbre de Botox de perderse divagando por las callejuelas de las ciudades de países como Japón es imitada por él mismo en sus textos, a los que, una vez que los terminamos de leer –si es que podemos decir que los terminamos, que los finalizamos, en vez de decir que, en realidad, como a todo en la vida, los abandonamos–, no los podemos comprender si, justamente, no nos resignamos a no comprender, a fluir con el texto, sin preguntar donde no hace falta que haya una respuesta.) El otro motivo por el que lo recomiendo, es porque, habiendo publicado su novela en abril del 2005, curiosamente Botox supo anticipar el nombre de quien iba a ser el personaje principal de la última novela de Michel Houellebecq, La possibilité d’une île, publicada en Francia recién en septiembre del mismo año. Cuando le preguntaron cómo había hecho para prever que un nombre como Daniel –acompañado de un número que indicara de qué número de clon se trata: 25, 26, 27– podía en un futuro llegar a formar parte del novelístico país de Michel Houellebecq, Juan Diego Botox contestó: “Eso es algo muy fácil: pues si uno se detiene con minucia a ver los nombres empleados por Houellebecq en novelas anteriores, como Bruno, Michel, Justine o Christiane, no es muy complicado anticipar que Daniel podía ser el próximo… vamos, Claire, que a eso podría haberlo visto cualquiera…”. Lo que Botox no pudo ver con tanta nitidez, según la ácida letra de la periodista Claire Parnet, fue a la sombrilla colorada que se llevo puesta cuando intentaba levantarse de aquel fauteuil color caqui que, ubicado en derredor de la piscina de un hotel barato de Bagdad, sirvió como escenario de la entrevista que hace algunas semanas le prestó a la revista Les Inrockuptibles, luego de haber bebido demasiado champagne.