MIÉRCOLES 3:45 AM
el verano es el
tiempo en que
oímos más
el ruido de las
heladeras viejas
cansadas de
tanto andar
las voces de afuera
acuden
trayendo
precisos
los ruidos
la noche en la avenida
J. B. Alberdi
vos y yo
en la calma fría
de mi departamento
fumando un faso y
escuchando el Album Blanco
juntos
pasamos horas felices
tan parecidas a mis mejores horas solo
una noche larga
y nada que hacer
al otro día
tirados en mi cama
tiempo después
brazos y piernas
entremezclados
estamos jugando –decís
tratando de evitar algo
y el resto de tu charla
incoherente acompaña
mi letargo
ya desinteresado
tu voz
mis monosílabos
mensajes lacónicos
y tontos
parecidos a
los papelitos
que dejamos
pegados en
la heladera
imán de las horas
el tedio me alcanza en el final de la noche
sólo me resta examinar los olores que
me hacés llegar
hasta que entre
la luz
por la
ventana del living
TURISTA EN LA TIERRA
De los días quedan en mi, cautivos
y desarmados,
solo unos signos, trazos húmedos,
constantes y específicos,
habitados por una libertad monocorde, abisal.
Camino con obstinación hacia
los mismos lugares, como un elefante
anticipando su muerte
hace el paseo recursivo
de los pliegues de su pasado: memorioso
tal como dice la vulgar prosa del mundo.
Doblo hacia la calle Chile
y encuentro los restos
de la escuela en la que
terminé la primaria: la
prueba que existió se
halla depositada en
alguna de las capas de
la blanda memoria social.
Celebro que así sea y que
por primera vez
la carne sea más
perdurable que la piedra.
En 1982 se había venido abajo
el cielorraso de un aula y
la escuela fue evacuada.
Unos años después se
convirtió en conventillo.
Me alegraba que tuviese
ese destino. Una escuela
menos y una casa más.
Luego vino el desalojo,
brutal o gris, no me enteré.
El pretexto como siempre
fue combatir el delito. Hoy
sólo queda un hueco en la
manzana. Bajo ningún concepto
dejaré que influya en mi espíritu
ninguna frase cursi sobre la
defensa de la educación pública.
Sí.
Celebro que hoy sea
un mísero agujero. Vallas,
carteles ofertando el
lote o avisando de una
futura obra municipal que
no se hará nunca: ornamentos
que circundan el rodeo de esa nada.
Me recuerdan el subtítulo
del libro de T. E. : un triunfo: así
es como lo considero. Las medianeras que
circunvalan dejan adivinar algunos
restos: azulejos de cuarto sanitario, una
horrenda mano de pintura celeste y
una gran rajadura que se extiende
por la pared más de tres metros.
Las ruinas no siempre son melancólicas.
Las rutas que recorremos
terminan mezclándose y
la ciudad es la única
referencia estable, el
mapa fiel de una
sensación extraviada.
Aristóbulo del Valle
y Montes de Oca: la
cuadra del departamento
en que vivían Verónica y Javier.
Pero ellos, fácilmente, se hacen
presentes en mi mente,
en los trazos del pasado.
Ahora pienso en su padre, a
quién jamás vi pero llegué
a hablar dos veces.
La primera por teléfono.
La segunda por el portero eléctrico
una vez que toqué el timbre
buscando a Javier por causa de
alguna tarea del colegio. El padre
me dijo que no estaba y sonó
aliviado al librarse de mi. Un
tiempo después murió en
un accidente tonto y
de su voz no tengo
ni el recuerdo.
Sólo sé que pintaba y que
estuvo en la masacre de
Ezeiza y que corrió con alma
y vida entre la multitud
en fuga. Me lo contó Javier
en las horas vacías en las que
un profesor hablaba a la cortés
indiferencia de la clase.
Palabras que aburrían a
la tribu. Y a nosotros también.
Mis palabras pierden los
caminos y las imágenes de
un margen se corren hacia
el otro igualmente
fuera de foco.
Un mazo de cartas
manejado por un
principiante: no falta
ninguna y no aparece
la que queremos.
Visto a lo lejos
-los años atenúan la extrañeza-
todo parece exacto y
encaja donde debe, como
los libros leídos en la juventud;
la antología de los poetas chinos
de la dinastía T’ang y
uno sobre el zen, otro de Ginsberg
-préstamo de Julio- y alternados
con los correctos manuales de Mandel
y las novelas de Agatha Christie.
Perdriel al mil y pico: lugar para perderse.
Predominio de casas y restos industriales.
Sin departamentos, mucho depósito y
tallercito hasta que todo termina en el
Riachuelo, donde tiro mi lata de cerveza
y la veo irse formando un camalote con
el resto de los desperdicios.
Gestos y signos que suplantan las palabras.
Las palabras desencontrando los caminos.
Las palabras en zancos.
Los caminos enrollados y a la espera.
Las palabras no encuentran lo que buscan.
Pero no traicionan diciendo otra cosa.
Lo indican a su modo
como el reflector rastrea
la silueta del preso que huye
de la cárcel enancado en sombras,
explorando como yo
su ruta en el misterio
de seres y de cosas.
Estáticos, al amparo de lo innombrable
traicionamos a las palabras
como si fueran esposas
que nos aburren. Y que nos convencen que
la salida es continuar huyendo. Sin mirar para atrás.
BLOODY SON
La foresta
acuosa y verde
desprende el vapor
que se eleva
lánguido y sin prisa
-la neblina deshilachada
desafía a lo blanco de
las nubes-
y pareciera que
mi madre ha salido
del baño
con la toalla
en cuerpo y cabeza
y esa sola imagen
invadiera la escena
IMPACIENCIA DEL DESTINO
El tiempo no sobra.
No querés monologar
pero terminás haciéndolo
o quizás sea un diálogo
entre vos y el líquido
dorado en tu vaso.
Tenés tanto para decir?
De verdad? Tus palabras
como un ramo de flores
muertas o un vestido
que ya no se usa.
INCIDENCIAS DE LA BATALLA NAVAL
La gente cercana,
la que me importa
y la que no,
se ha ido muriendo. Un
aire frío me recorre
a lo largo del
espinazo y
de los hombros,
como si temiera
caer en la volteada
y que un chiste,
supremo y
dominante,
me llevara
puesto y
no pudiera
pasear ya,
mitómano,
con mi campera
negra por
el país de
la enfermedad
y las reputaciones.
Manjar para el gusano o
polvo diseminado.
Destinos invariables,
padecimientos en la
violencia de la verdad.
Tocado pero no hundido.
La acción, los fulgores y
los destellos siniestros,
alcanzan los casilleros cercanos.
Tiempo después me
tranquilizo y estimo que
permaneceré bastante
más en este mundo que
tan cuidadosamente desmiente
mis más arraigadas e
infantiles creencias
Ph/ Fan Ho, Windows and Shadows, 1952