Turista en la Tierra y otros poemas / Alejandro Sosa Dias

MIÉRCOLES 3:45 AM

el verano es el

tiempo en que

oímos más

el ruido de las

heladeras viejas

cansadas de

tanto andar

las voces de afuera

acuden

trayendo

precisos

los ruidos

la noche en la avenida

J. B. Alberdi

vos y yo

en la calma fría

de mi departamento

fumando un faso y

escuchando el Album Blanco

juntos

pasamos horas felices

tan parecidas a mis mejores horas solo

una noche larga

y nada que hacer

al otro día

tirados en mi cama

tiempo después

brazos y piernas

entremezclados

estamos jugando –decís

tratando de evitar algo

y el resto de tu charla

incoherente acompaña

mi letargo

ya desinteresado

tu voz

mis monosílabos

mensajes lacónicos

y tontos

parecidos a

los papelitos

que dejamos

pegados en

la heladera

imán de las horas

el tedio me alcanza en el final de la noche

sólo me resta examinar los olores que

me hacés llegar

hasta que entre

la luz

por la

ventana del living

TURISTA EN LA TIERRA

De los días quedan en mi, cautivos

y desarmados,

solo unos signos, trazos húmedos,

constantes y específicos,

habitados por una libertad monocorde, abisal.

Camino con obstinación hacia

los mismos lugares, como un elefante

anticipando su muerte

hace el paseo recursivo

de los pliegues de su pasado: memorioso

tal como dice la vulgar prosa del mundo.

Doblo hacia la calle Chile

y encuentro los restos

de la escuela en la que

terminé la primaria: la

prueba que existió se

halla depositada en

alguna de las capas de

la blanda memoria social.

Celebro que así sea y que

por primera vez

la carne sea más

perdurable que la piedra.

En 1982 se había venido abajo

el cielorraso de un aula y

la escuela fue evacuada.

Unos años después se

convirtió en conventillo.

Me alegraba que tuviese

ese destino. Una escuela

menos y una casa más.

Luego vino el desalojo,

brutal o gris, no me enteré.

El pretexto como siempre

fue combatir el delito. Hoy

sólo queda un hueco en la

manzana. Bajo ningún concepto

dejaré que influya en mi espíritu

ninguna frase cursi sobre la

defensa de la educación pública.

Sí.

Celebro que hoy sea

un mísero agujero. Vallas,

carteles ofertando el

lote o avisando de una

futura obra municipal que

no se hará nunca: ornamentos

que circundan el rodeo de esa nada.

Me recuerdan el subtítulo

del libro de T. E. : un triunfo: así

es como lo considero. Las medianeras que

circunvalan dejan adivinar algunos

restos: azulejos de cuarto sanitario, una

horrenda mano de pintura celeste y

una gran rajadura que se extiende

por la pared más de tres metros.

Las ruinas no siempre son melancólicas.

Las rutas que recorremos

terminan mezclándose y

la ciudad es la única

referencia estable, el

mapa fiel de una

sensación extraviada.

Aristóbulo del Valle

y Montes de Oca: la

cuadra del departamento

en que vivían Verónica y Javier.

Pero ellos, fácilmente, se hacen

presentes en mi mente,

en los trazos del pasado.

Ahora pienso en su padre, a

quién jamás vi pero llegué

a hablar dos veces.

La primera por teléfono.

La segunda por el portero eléctrico

una vez que toqué el timbre

buscando a Javier por causa de

alguna tarea del colegio. El padre

me dijo que no estaba y sonó

aliviado al librarse de mi. Un

tiempo después murió en

un accidente tonto y

de su voz no tengo

ni el recuerdo.

Sólo sé que pintaba y que

estuvo en la masacre de

Ezeiza y que corrió con alma

y vida entre la multitud

en fuga. Me lo contó Javier

en las horas vacías en las que

un profesor hablaba a la cortés

indiferencia de la clase.

Palabras que aburrían a

la tribu. Y a nosotros también.

Mis palabras pierden los

caminos y las imágenes de

un margen se corren hacia

el otro igualmente

fuera de foco.

Un mazo de cartas

manejado por un

principiante: no falta

ninguna y no aparece

la que queremos.

Visto a lo lejos

-los años atenúan la extrañeza-

todo parece exacto y

encaja donde debe, como

los libros leídos en la juventud;

la antología de los poetas chinos

de la dinastía T’ang y

uno sobre el zen, otro de Ginsberg

-préstamo de Julio- y alternados

con los correctos manuales de Mandel

y las novelas de Agatha Christie.

Perdriel al mil y pico: lugar para perderse.

Predominio de casas y restos industriales.

Sin departamentos, mucho depósito y

tallercito hasta que todo termina en el

Riachuelo, donde tiro mi lata de cerveza

y la veo irse formando un camalote con

el resto de los desperdicios.

Gestos y signos que suplantan las palabras.

Las palabras desencontrando los caminos.

Las palabras en zancos.

Los caminos enrollados y a la espera.

Las palabras no encuentran lo que buscan.

Pero no traicionan diciendo otra cosa.

Lo indican a su modo

como el reflector rastrea

la silueta del preso que huye

de la cárcel enancado en sombras,

explorando como yo

su ruta en el misterio

de seres y de cosas.

Estáticos, al amparo de lo innombrable

traicionamos a las palabras

como si fueran esposas

que nos aburren. Y que nos convencen que

la salida es continuar huyendo. Sin mirar para atrás.

BLOODY SON

La foresta

acuosa y verde

desprende el vapor

que se eleva

lánguido y sin prisa

-la neblina deshilachada

desafía a lo blanco de

las nubes-

y pareciera que

mi madre ha salido

del baño

con la toalla

en cuerpo y cabeza

y esa sola imagen

invadiera la escena

IMPACIENCIA DEL DESTINO

El tiempo no sobra.

No querés monologar

pero terminás haciéndolo

o quizás sea un diálogo

entre vos y el líquido

dorado en tu vaso.

Tenés tanto para decir?

De verdad? Tus palabras

como un ramo de flores

muertas o un vestido

que ya no se usa.

INCIDENCIAS DE LA BATALLA NAVAL

La gente cercana,

la que me importa

y la que no,

se ha ido muriendo. Un

aire frío me recorre

a lo largo del

espinazo y

de los hombros,

como si temiera

caer en la volteada

y que un chiste,

supremo y

dominante,

me llevara

puesto y

no pudiera

pasear ya,

mitómano,

con mi campera

negra por

el país de

la enfermedad

y las reputaciones.

Manjar para el gusano o

polvo diseminado.

Destinos invariables,

padecimientos en la

violencia de la verdad.

Tocado pero no hundido.

La acción, los fulgores y

los destellos siniestros,

 alcanzan los casilleros cercanos.

Tiempo después me

tranquilizo y estimo que

permaneceré bastante

más en este mundo que

tan cuidadosamente desmiente

mis más arraigadas e

infantiles creencias

Ph/ Fan Ho, Windows and Shadows, 1952