
Recuerdo una noche en Polonia, en casa de uno de los secretarios de la Embajada, en que fui sola a la terraza, un gran bosque negro me señalaba emocionalmente el camino a Ucrania. Sentí el llamado. Rusia me tenía también. Pero yo pertenezco a Brasil (Hablando de viajes, 1962)
Conjurar es una palabra bifronte, en un sentido positivo es invocar, ejercer un acto mágico, con un ruego encarecido conseguir algo que se desea, pero también puede significar apartar, exorcizar, alejar.
Titular un libro El conjuro instala de entrada la ambigüedad. Pero ¿de qué otra manera establecer una relación con la escritura de Clarice Lispector?
Abracadabra, palabra del arameo, el conjuro más conocido, pronunciado por magos o hechiceros en el inicio de la acción extraordinaria, significa “iré creando a medida que hable”, “pensar mientras hablo”.
Cuando me llamó por teléfono la primera vez y se presentó y me dijo su nombre. Le pregunté ¿Hana?
Y le dije que en japonés Hana es Flor.
Pero Hana, el de Laura, es el Hanna del hebreo, “gracia, apoyo”, Janna, nuestro Ana en español.
Y el nombre de Clarice en hebreo era Haia, “vida, animal”, que asimilaron a Clara y luego a Clarice.
Hay una lectura de Clarice y su diáspora, hecha por un estudioso del Centro Sefarad Israel, en la cual considera directamente a Lispector en la tradición mística, alguien que escapando de la persecución, parte de Ucrania al encuentro de la lengua portuguesa en Recife, y asume el aliento de la lengua en que se expresaron los primeros poetas místicos, la primera generación de conversos. “Del exilio a la renovación de la lengua portuguesa” es el título de su consideración académica, y la dimensión que propone es algo magno. Magno en el sentido de espacio recorrido y de tiempo transcurrido también.
Ese objetivismo de Clarice, ese asalto a la lengua que nombra siempre de nuevo, con el sentimiento oceánico que el éxtasis, esa unión momentánea y directa con algo mayor, con Dios, logra a veces verbalizar. Considerar a Clarice mística, desde su efecto de lenguaje, la resitúa.
Los Lispector llegan al Nordeste, primero Maceió, luego Recife, donde se creó la primera Sinagoga de América Latina, en 1653. Recordemos que un grupo de judíos partió de Recife hacia la futura Nueva York, expulsados por los portugueses. Había un barrio judío, el barrio de Boa Vista. Se van de Ucrania para instalarse en la ciudad brasileña con mayor cultura judía. Clarice dirá siempre:
“Me crié en el Nordeste”. Y hasta hay quien aventura que Macabea, la joven nordestina, de su última novela “La hora de la estrella” es ella transmutada en una revelación final.
Ahora la que viaja y lo relata en este libro es Laura Hana. Va de Buenos Aires a Brasil, a Rio de Janeiro. Viaja como peregrina, viaja en busca de rastros. El mismo pueblo natal de Clarice, Tchechelnik, es el de la abuela de Laura Hana. Es decir el punto de partida para las dos ha sido el mismo.
Viaja Hana para llegarse hasta los dos domicilios en Leme. El último donde vivió entre 1966 y 1977 tiene una placa homenaje y es ahora la casa de Zezé Motta, la actriz de Xica da Silva. Allí escribía Clarice con la máquina a manera de anticipada laptop sobre las piernas, en una práctica que la ensimismaba, y la hacía encorvarse sobre el vientre, ¿Clarice practicando la onfaloscopia, como los monjes ortodoxos griegos que consideraban el ombligo un centro de observación que podía dispararlos a la perfección? La estatua que la honra en la Praca Maciel Pinheiro de Recife, frente a su casa, la evoca así con su máquina sobre la falda.
Viaja Hana para visitar una tumba. Llegar hasta el Cementerio judío de Caju, donde yace Clarice que murió un viernes pero fue enterrada un domingo para respetar el Shabat.
Abracadabra. Voy pensando mientras hablo. Voy pensando mientras leo en voz alta. Voy pensando mientras subrayo.
Y aquí se devela el conjuro.
Descubre en la lápida que la misma frase que ella, Hana, copiaba y hacía suya, fue la elegida por Haia para honrar su paso por la vida: “Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la alegría.”
Y ahí se cierra el círculo. De todos los subrayados que acumuló en sus lecturas, de todas las frases que fue anotando y la nutrieron. De toda la lectura que masticó para convertirla en su propia escritura, siempre repetía Hana esta frase como mantra, eso la nutría, era una frase buena, simple, seguramente con una escansión secreta que la volvió esencial.
El conjuro era la frase que se repitió en espejo en la lápida. A Hana Haia le respondió en eco.
“Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la alegría.”
Abracadabra
Amalia Sato / Presentación de «El conjuro», de Laura Hana, Ediciones Paradiso, 2020.
27 de noviembre 2021, Bar De Fondo.