Censura literaria o siempre lo mismo. Un registro / Laura Estrin

Hacia comienzos del 90, en un congreso de literatura argentina en Bahía Blanca donde invitamos a Roberto Raschella, propuse pensar otra literatura, así leí su obra y la de Luis Thonis quien retoma la idea en su genial ensayo Un guante para Osvaldo Lamborghini. Años después, en unas jornadas del Instituto de Literatura Argentina de Filosofía y Letras de UBA, pensé en lo que no entra en la ciudadela, imagen que tomaba de la rendición que veía Shklovski en algún viaje sentimental, es decir, en algún recuerdo y por lo tanto en su sempiterno afán biográfico-analítico de escritura. Luego trabajé la literatura samizdat en el siglo XX en Literatura rusa. Más tarde, volví provincianos a los autores que el canon argentino deslee, soslaya o me deja perpleja porque no sé qué lee cuando los lee, eso fue en El viaje del provinciano.

En la mitad de aquel camino de lecturas fui tocada por la literatura permitida y la no permitida en que Mandelstam divide nuestra materia en “Cuarta Prosa”. Allí queda fulgurando que la literatura del Gulag no es solo un archivo a medias abierto por Shentalinski sino que el margen literario permitido sigue siendo -como supone Todorov- el negocio del crimen en la cultura ya que el pespunte que se permite ver del horror es solo una parte analgésica y lirificada del dolor, Shalamov no entra, Grossman entra, impera Steiner y otros epígonos. Digamos, la variante de sostenimiento del statu quo es la que dice los on y los out del sistema.

Pero desde hace mucho tiempo, en nuestra literatura nacional, pude trazar eso que la obra de Milita Molina llama nostalgia de la literatura y lo que en la suya Hugo Savino denomina realismo: la censura de la época. Formas que el mercado o el espectáculo –siguiendo a Debord- o mejor al imperio del bien –por Muray, dan a leer dejando de lado lo que jode. Y aquí o allí mismo, en ese oscuro desván de lo no permitido, está toda la lingüística vital de Meschonnic, fraguada a partir de Baudelaire y los rusos-samizdat, centralmente en Mandelstam y Tsvietáieva. Anoto allí a Annie Le Brun y lo poco que leí de Dantec.

Por el otro lado, en este candente magma de literatura permitida, diversa pero acendrada, como siempre la hubo, claro, y con energía renovada y centralizada en las vanguardias, las neo, además, por supuesto, ya que son lo más fácil que hay, el juego -como lo llamo y trato siempre de desvincular de esa gratuidad la obra de Héctor Libertella que se murió no-jugando, digo que lo permitido crece para llegar a los 90 argentinos en esa poesía de bingo y asadito con los suegros, realismo bajo, ¿sucio?, mala literatura o cualquier cosa –según Christian Ferrer, que los editores y las revistas literarias catapultaron para luego ser devorados por ellos. Lo llamaron “lo que hay”, “posliteratura” o con otras verduras jergosas afines que solo relamen cicatrices feas.

En un aniversario de Ricardo Rojas en el Rojas, es decir, en otro encuentro “sobrecogedoramente académico” -digámoslo con Néstor Sánchez, retomaba este hilo de barro confrontándolo con su “no es todo literatura pero es lo que hay” con que el radical del Centenario inventó los 9 tomos de literatura muy retomados y copiados por casi todos los críticos universitarios décadas más tarde. Un rulo, un espiral de lo mismo donde ningún Leys, ningún Dantec, ningún Ourednik, ningún Federman, se avecinan a estas costas amañadas de lo mismo de lo mismo que son estos mil años de teoría francesa y ahora otros mil de escritura creativa norteamericana -parafraseando mal a Descombes. Mucha literatura no sale del tallercito que todos se apuran a tener, porque para escribir hay que tener algo que decir y decirlo –según Wilde y hoy todos escriben, todos editan, todos traducen. Entonces lo no permitido crece como el desierto, como un páramo mientras Rulfo o Felisberto o Macedonio o Mansilla o… hoy no serían editados. Como dice Aira en algún lado: no dar lo mismo es suicidarse y casi nadie está dispuesto. Más bien están muy dispuestos a la silla de la Academia de Letras y a las condecoraciones de las embajadas. Ya lo escribió Zelarayán: no hay beca ni vaca ni belga que valga en el asunto de la literatura.

En esta serie de aproximaciones a la censura ínsita -como diría Nicolás Rosa quien se equivocó aquella vez que respondió que estaba en la universidad a la que criticaba aunque participaba de ella porque no pasaba nada dijera lo que dijese… y pasa, sí que pasa, digo, en esta censura bien armada, bien adentro de ella está el abandonar a Murena, a Correas, a Martínez Estrada, a Jorge Barón Biza, a Juan Carlos Gómez y a tantos otros porque la libertad es insoportable y la concentración, ¡ni les cuento! ¿o siempre lo fue? Incluso, por las dudas, pienso que olvidar la literatura puede ser también un recordar amañado, recordar repitiendo camino arado, reforzando la aplicación de teorías-palabras muertas. Organizarse –como repito de Pasternak en el Congreso Antifascista del ´34. Pues el olvidar verdadero no desconoce que la literatura es el malestar en la cultura, mal estar parado -como decía Nicolás Rosa que se deleitaba cuando lo escuchaban de pie. De ahí que oxímoron o payasadas como literatura de no ficción, posmemoria y otras yerbas sean los santos donde comulga hoy el canon y los powerpoint.

Para saber leer hay que conocer la historia de Europa del Este -dijo un Foucault que ya no sé si se sabe como tampoco se sabe a ese Todorov que siempre supuso que era un hombre desplazado, del Este al Oeste, del contenido a la forma, corrido hasta cuando acá, en Buenos Aires, le preguntaron por el Facundo y respondió que eso lo consulten con la crítica argentina. Para saber de la política de la literatura hay que entender que la polifonía de Bajtín decía algo sobre su propio destierro, digamos que hay que leer a la arrumbada Bubnova, una traductora que hace saberlo. Para entender la censura literaria hay que recordar por qué, cuándo y para qué va Mandelstam a Armenia y tener anotado que todo el imperio del significante era porque el reino del sentido estaba bien censurado, Daney dijo que siempre se persigue el sentido.

Quizá no he hablado de otra cosa en los últimos 20 años pero los dones que tiene lo prohibido la revolución no los necesita –digo arrastrando siempre una frase de Mandelstam.

Addenda: este texto fue originalmente pensado para una revista de Teoría Literaria Universitaria que propone un dossier sobre la censura literaria pero la censura que ejercen las reglas para presentar los trabajos, las normas de vigilancia para adocenar la escritura -como dijo Nora Avaro en un encuentro hace poco fueron tales que me quedé en casa, lo traje a Cuarta Prosa.

Laura Estrin, noviembre 2021

PH / Chema Madoz