Entrevista a Juan Abreu / Mariano Dupont

Recientemente se editaron dos libros tuyos en la Argentina, A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas, publicado originalmente en 1998, y Debajo de la mesa, tus memorias, que comienzan en la infancia y terminan con tu salida de Cuba en 1980. ¿Cómo es tu relación con esos libros?

Es una relación bastante amorosa. Ambos son libros muy cercanos en el sentido en que se alejan de mi ser literario y se acercan a mi humanidad más real. A mi historia fuera de las palabras; en la medida en que esto es posible, claro. A la sombra… es un libro de juventud, una especie de diario de los días en que el DSE cubano trataba de capturar a Arenas, que se hallaba escondido en un parque habanero. A mí y a mis hermanos también nos rondaba la policía, porque pensaban que escondíamos manuscritos de nuestro amigo, lo que era cierto. Creímos que era el final. Que terminaríamos todos en la cárcel. Por eso me puse a escribir lo que sucedía. Para que quedara. Siempre he concebido el arte y la literatura como instrumentos con los que salvar pedazos de vida de la aniquilación, la oscuridad y la muerte. Ya sé que es ingenuo, pero de otra manera no podría trabajar… En cuanto a Debajo de la mesa, mi relación con ese libro es tal vez aún más amorosa. Cuenta la historia de mi familia, es un libro sobre mi madre, sobre todo. Y un poco (yo viví en la Cuba de antes de que “nos liberaran” cerca de diez años), cuenta cómo era esa Cuba republicana. Es la mirada de un niño que es parte de una familia muy pobre, y creo que eso la hace más valiosa. El peor crimen de los hermanos Castro y de la familia Castro no es haber impuesto una dictadura militar, totalitaria, en la isla, sino haber destruido y borrado un universo humano amable, lleno de color y vida y olores y sabores y de valores morales y familiares, y sustituirlo por un sistema basado en la bajeza, la delación, el fanatismo y la miseria moral y espiritual. Sólo hay que ver que la Cuba de antes era el país de Lezama Lima, de Lydia Cabrera, de Virgilio Piñera, de Lino Novas Calvo, de Enrique Labrador Ruiz. Ahora es el país de Miguel Barnet, de Leonardo Padura y de Wendy Guerra. Eso lo dice todo.

Desde los años 70 se han escrito innumerables libros que narran los horrores del castrismo. Estos dos tuyos, junto con Cinco cervezas, se inscriben en esa serie. ¿Por qué creés que todavía hoy la mayor parte del mundo intelectual en cualquier lugar del planeta se resiste a ver el régimen como lo que realmente fue: una de las peores dictaduras de Latinoamérica?

No fue, es. Es. Eso es lo más terrible, lo que ha durado. En cuanto a esa aberrante percepción que tienen muchos intelectuales de la dictadura, creo que hay mucha ignorancia, y frivolidad, fundamentalmente, pero también racismo. Para los intelectuales europeos y norteamericanos, por ejemplo, los cubanos son indios. La pregunta clave es: ¿por qué les parece bien para los cubanos un régimen que para ellos mismos jamás aceptarían? Porque los consideran inferiores. Esa es la respuesta. En lo referente a Latinoamérica, me parece pura vileza. Que un intelectual latinoamericano apoye la dictadura cubana es de una suciedad moral tal, que no puedo siquiera categorizarla. Entiendo el sentimiento antiamericano en Latinoamérica. Pero para ser crítico y combatir políticas equivocadas de un país, no hay que convertirse en cómplice de una pandilla de asesinos. ¿No?

En Debajo de la mesa, cuando narrás ciertos episodios de la infancia, decís que en Cuba, bajo la dictadura de Batista, se vivía mucho mejor que durante el castrismo, y que en los años 50 existía al menos una dignidad y una nobleza que después se perdió completamente. ¿Qué agregarías al respecto?

Poco que agregar a lo que digo en el libro. Nuestra familia, que era una familia muy pobre, de la periferia habanera, vivía mucho mejor bajo Machado, Prío o Batista, que a partir de la llegada de los hermanos Castro. Eso es un hecho. Yo lo viví. Comíamos tres veces al día e íbamos a una escuela pública que sería la envidia de las escuelas castristas de hoy. Una escuela pública, gratuita. En cuanto a la dignidad y la nobleza de la Cuba republicana sólo hay que ver su riqueza cultural y su libertad de prensa, decenas de periódicos independientes, y su pujanza económica, y la independencia de su sistema judicial. Incluso bajo gobiernos corruptos e incluso al final, bajo la dictadura batistiana, la sociedad vivía bajo parámetros de decencia y de empatía humana muy superiores a los de la dictadura castrista. Los Castro y todos los asaltantes del cuartel Moncada hubieran sido fusilados de inmediato bajo Castro; bajo Batista fueron a la cárcel, en la que se les trataba como a seres humanos –a diferencia de las cárceles castristas, que son auténticos mataderos– y de la que fueron amnistiados. Creo que está muy clara la diferencia entre sistemas.

Las memorias se detienen con tu llegada a los Estados Unidos. “Por primera vez en mis veintiocho años de vida me sentí tratado como un ser humano. Un ser humano particular y único, un ser humano que no es parte de un ‘pueblo heroico’ u otra imbecilidad por el estilo”, escribís en el epílogo. ¿Cómo fueron esos primeros años en el llamado mundo libre después de haber vivido toda la vida bajo una dictadura? ¿Qué cosas te impresionaron, qué fue lo que más te llamó la atención?

Los primeros años fueron duros, pero gozosos. Era libre. Vivía en un mundo donde la vida dependía de tu esfuerzo, de tu trabajo y de tu talento, y no de los designios de un comisario político o de un policía. Yo era yo. No una pieza de una maquinaria ideológica y militar que podía disponer de tu vida y usarla a su antojo. De Estados Unidos me impresionó, lo primero, la abundancia, los colores; yo venía de un lugar gris y siniestro. También la generosidad con que nos trataron; especialmente los cubanos de Miami. Me impresionó la actitud de las autoridades norteamericanas, los funcionarios que me trataban como a un ser humano que tiene derechos, no como a un esclavo al que se le perdona la vida. Nunca lo agradeceré lo suficiente.

En esos primeros años de exilio, tanto vos como Arenas tuvieron algunos cruces fuertes con la izquierda universitaria norteamericana. Incluso en Debajo de la mesa narrás una anécdota al respecto. ¿Qué agregarías?

Bueno, nosotros llegamos con ganas de pelea, con ganas de decir nuestra verdad. Fundamos una revista literaria. Que pagábamos con el dinero que ganábamos haciendo diferentes trabajos. Yo trabajé en factorías, en un supermarket, primero colocando la mercancía y después como carnicero, pintando carteles en una camioneta destartalada por todo Miami. Pensamos encontrar solidaridad, pero las universidades norteamericanas estaban, y tal vez aún están, controladas por una izquierda gorda, siniestra y castrista que siempre se ha identificado con los represores, no con las víctimas de los Castro.

Siguiendo con lo anterior, una de tus bestias negras, tal vez la más notoria, es la izquierda “culogorda”, como la llamás a menudo en tus “emanaciones”. ¿Qué es lo que más te molesta de la izquierda, y del progresismo en general?

Su falta de objetividad, su fanatismo, su negarse a aceptar la realidad en nombre de una utopía revolucionaria que no existe y que nunca existió. La llamada Revolución Cubana nunca existió. Siempre fue un proyecto totalitario. Por supuesto, hubo mucha gente honorable, pero ingenua, que la hizo posible y aupó a los Castro y peleó y murió pensando otra cosa, pensando que luchaban por un proyecto digno. Pero. Los Castro siempre supieron lo que querían, y lo que querían era convertir la isla en una finca de la que ellos fueran los mayorales. A la vista está. Y para conseguirlo mataron o encarcelaron a todo el que podía hacerles sombra o significar un obstáculo para sus planes. Pero para los intelectuales de izquierda es mucho más fácil defender un sueño de juventud, que reconocer que se equivocaron y que durante décadas han apoyado, y han sido cómplices, de un régimen asesino. Por otro lado, la supuesta superioridad moral de la izquierda en todo el mundo es un fenómeno muy curioso, porque es una superioridad moral que se levanta sobre una montaña de muertos. Cien millones de muertos masacrados en nombre y a manos del comunismo, a manos de la izquierda. ¿Cómo una ideología asentada en el crimen, la esclavitud y la barbarie puede reclamar superioridad moral? Es un misterio para mí.

Tus textos son muy críticos con Cuba y con el pueblo cubano en general. Muchas veces para hablar de Cuba te referís a la “isla pavorosa” o, directamente, al “estercolero”. ¿Qué te dice la palabra “cubanidad” hoy en día?

Muy poca cosa. Estamos hablando de un conjunto de personas (odio la palabra “pueblo”) completamente envilecido por cincuenta y siete años de miseria física y espiritual, infectados de castrismo. Con las excepciones de rigor, naturalmente: disidentes y jóvenes artistas que tratan de ser honestos, de abrirse paso en el estercolero general. Pero para desintoxicar a los cubanos hará falta mucho tiempo. Generaciones. Yo no tengo muchas esperanzas respecto al futuro de los cubanos. Pero ha de tenerse en cuenta que para mí “Patria” es una palabra funesta y ponzoñosa, así que mi opinión seguramente no es muy importante. Llevo mucho tiempo fuera de la isla, y no creo en la superchería de unos lazos misteriosos con el lugar donde uno nació. Me considero un terrícola y un hombre libre en el paisaje del mundo.

Leyéndote pareciera que no, pero ¿hay algo que rescatarías, por pequeño que sea, de la “isla pavorosa” o de los cubanos?

Hombre, hay muchos escritores y artistas magníficos en la historia de Cuba. ¿El arte de un país no es a fin de cuentas ese país? Pero, en general, tiendo a compartir la opinión de Lezama Lima, cuando dice que lo hemos perdido todo: “En nuestra expresión lo mismo se pierde el rasguño de los primeros años que lo más rotundo y visible de lo inmediato. Lo mismo perdemos un anillo hecho por Darío Romano, nuestro primer platero en el siglo XVI, que se inutiliza por la humedad un baúl lleno de la letra de José Martí en el anteayer que viene sobre nosotros como una avalancha. Pero quien poseía ese baúl olvidó una primera regla de la conducta, es decir, que el poseedor de un baúl lleno de los escritos de Martí, entre las furias de un huracán o de un terremoto, está en la obligación de salvarlo antes que salvar su vida, como dice la orden del día de una de las grandes batallas contemporáneas, deberá morir en el mismo sitio antes que retroceder un paso. Casi todo lo hemos perdido, los crucifijos tallados y el cuadro de la Santísima Trinidad, de Manuel del Socorro Rodríguez; las recetas médicas de Surí puestas en verso; las frutas pintadas por Rubalcava; las aporéticas joyas de Zequeira, pérdida en este caso más lamentable todavía, puesto que nunca existieron; las pláticas sabatinas de Luz y Caballero; las cenizas de Heredia; la galería de retratos de capitanes generales, de Escobar; alguna mancha de Plácido en el taller de Escobar; las pulseras, he visto una de hilos de seda que era un primor, y las peinetas de carey, de Plácido; una receta de manjar cubano hecha por Manzano; no conocemos ni siquiera un sermón de Tristán de Jesús Medina, brillante y sombrío como un faisán de indias; el recuerdo de alguna sobremesa de Martí niño, con sus padres, donde tiene que estar el secreto de su cepa hispánica y de su brisa criolla, que une, como una suprema sabiduría, la madre y el caudal del río; sabemos que Julián del Casal hizo aprendizaje y algunos intentos de pintar, nadie ha visto una de sus telas de aficionado; en el Museo no hay un solo cuadro de Juana Borrero, sus Negritos son para mí la única pintura genial del siglo XIX nuestro. Todo lo hemos perdido, desconocemos qué es lo esencial cubano y vemos lo pasado como quien posee un diente, no de un monstruo o de un animal acariciado, sino de un fantasma para el que todavía no hemos intencionado la guadaña que le corte las piernas”.

¿Cómo ves ahora el porvenir de Cuba después de la muerte de Fidel? ¿Tenés esperanzas de que en algún momento se produzca una salida democrática o seguís siendo tan pesimista como siempre?

Ninguna esperanza. Pesimista como siempre. Sólo hay que ver cómo trata el mundo a Raúl Castro, un connotado asesino, para perder cualquier esperanza.

Casi toda tu literatura, o gran parte de ella, está atravesada por la política. En tu blog, “Emanaciones”, la política es un tema recurrente, e incluso llegaste a escribir una novela satírica, swiftiana, contra el fanatismo nacionalista catalán. Sin embargo, en A la sombra del mar escribiste: “La política no me interesa. Reacciono frente a ella porque pretende aniquilarme. Y no hay nada más digno en la vida que enfrentarse a un enemigo poderoso”. ¿Cómo es tu relación con la política actualmente?

Exactamente esa. Reacciono porque pretende aniquilarme. Creo que el poeta Hinostroza tiene razón: “Si no te ocupas de la política, la política se ocupará de ti”. Y sigo pensando, por otro lado, que la importancia y la cantidad de enemigos que tengamos habla, de cierta manera, de lo que somos. Para bien, naturalmente. Un enemigo poderoso nos ayuda a ser mejores personas.

Aparte de la política, otra de tus “obsesiones”, por llamarla así, es el sexo y la libertad sexual, que recorre varios libros tuyos como Gimnasio, Diosa, El reto y Una educación sexual. Incluso, durante un tiempo, escribiste una columna en Jot Down llamada “Seso a los sexenta”…

Sí, es un tema que me interesa mucho. Porque el sexo y las relaciones sexuales es algo muy importante, obviamente, pero además porque estoy convencido de que sin libertad sexual no hay verdadera libertad. A mayor libertad sexual mayor generosidad y más sanidad mental y mayor nivel de civilización. Creo sinceramente que si la gente follara más, si fuese más liberal, menos posesiva, sexualmente hablando, el mundo sería un mundo mejor.

Según tengo entendido, estás preparando otro librito sobre el sexo. ¿Es así?

Sí, he reunido más o menos todo lo que escrito sobre sexo, en revistas. Y he añadido algunos textos inéditos. El resultado es un librito instructivo, sano y divertido. Que ya tiene editor, por cierto, y se titulará De sexo. Aspiro a que sea un libro instructivo, una especie de breviario sobre la sexualidad humana, que ayude a liberalizar un tanto la actividad sexual de la especie. Y esto lo escribo entre risas, naturalmente. Supongo que esta recopilación tiene algo que ver con el envejecimiento, con que me hago viejo. Hace unos años no se me hubiera ocurrido reunir mis escritos sobre sexo, estaba demasiado ocupado poniendo en práctica mis teorías. Con la vejez, también, se abre todo un nuevo campo para mi curiosidad (literaria, al menos) en lo referente al sexo. Disminuye la capacidad física, eso es evidente. Pero. Por lo que he visto hasta ahora no disminuye el deseo. ¿Disminuirá? ¿Cómo viviré, cómo gestionaré estas nuevas circunstancias? He ahí algo interesante sobre lo que escribir.

Formás parte de la generación de Mariel, fuiste amigo, y en cierta manera discípulo, de Reinaldo Arenas, que a su vez fue discípulo de grandes escritores cubanos como José Lezama Lima, Virgilio Piñera y Lydia Cabrera. ¿Cómo te pensás en relación con la gran tradición literaria cubana? ¿O no te pensás en absoluto?

Hablas de escritores muy importantes. No creo que mi nombre merezca siquiera aparecer en semejante compañía.

Tu prosa, por otro lado, si bien por momentos es muy lírica y muy poética y está llena de torsiones muy singulares, por lo general es más bien seca, despojada, sin excesos ni ornamentos, y no parece abrevar en el barroco cubano. ¿O sí?

No. No me interesa el llamado barroco cubano y aún me interesa menos el llamado realismo mágico. Hace algunos años me permitía ciertos lirismos y algún exceso supuestamente poético, pero con el tiempo mi prosa se ha ido despojando de abalorios y efectismos. Ahora lo único que me importa es decir lo que quiero decir de la manera más directa posible, sin renunciar a la música, eso sí, porque creo que la música está en el fondo de cualquier prosa que valga la pena.

En cuanto a la tradición latinoamericana, uno tendería a ubicarte, después de leerte, un poco al lado de escritores como Horacio Castellanos Moya o Fernando Vallejo, apátridas y misántropos ambos, los dos también lectores y admiradores de tu admirado Thomas Bernhard. ¿Te ves en esa serie o preferís no verte en ninguna serie?

Mi ignorancia es considerable, no conozco la obra de Moya, sí la de Vallejo a quien admiro. Apátrida y misántropo, no está mal como descripción, me veo por ahí. Aunque también muy lúbrico y risueño; no hay que ponerse tampoco demasiado trágico. En cuanto a Bernhard, qué puedo decirte, para mí es una especie de dios.

Otro de los aspectos más sobresalientes de tu literatura es la risa, no tanto el humor como la risa, esa risa demoníaca, pero al mismo tiempo salvífica, que surge de la contemplación impávida de los horrores del mundo. En eso, tus libros se emparientan con los de tu amigo Arenas. ¿Lo ves así?

Sí, completamente. Salvífica, es una buena manera de decirlo. A las puertas del Infierno lo más conveniente es reír.

¿Qué autores y qué libros fueron fundamentales para que tu vida así como tu literatura sean lo que hoy son? ¿Qué encontraste en ellos?

No podría hacer una lista aquí. Sería demasiado larga. Soy un gran lector, me siento orgulloso de eso. He leído miles de libros, libros de todas clases porque siento una gran curiosidad por la vida y sus asuntos. Pero sí me gustaría decir que, con los escritores que más amo, siempre he tenido la sensación de que escribían para mí. Escribían para que no me rindiera, para que nunca me diera por vencido, para que intentara una y otra vez, hasta el último día de mi vida, escribir un libro que haga que otro escritor en el futuro sienta lo mismo: que yo escribía para él. Que escribía para darle la fuerza necesaria para enfrentarse a la vida con esa especie de alegría suicida sin la cual vivir no es vivir.

¿Cuál es la cualidad más importante que, según vos, debería tener un escritor, o un artista en general?

Obstinación.

Tus hermanos José y Nicolás también son escritores; de hecho escribieron juntos un hermoso libro sobre tu madre, Habanera fue. ¿Cómo es tu relación actual con ellos, sobre todo en lo concerniente a la literatura?

Es una relación magnífica. Seguimos compartiendo autores y libros y pasándonos los manuscritos en busca de consejo. La opinión de mis hermanos, literariamente hablando, siempre ha sido y sigue siendo muy importante para mí.

En Debajo de la mesa, el capítulo que le dedicás a Reinaldo Arenas lo titulaste “Un ser libre”. ¿Qué significa la libertad para vos, en su sentido más amplio?

La libertad es el bien supremo. Ni siquiera el amor se le compara. Uno ha de ir por la vida como un hombre libre. Y pagar, naturalmente, el precio que haya que pagar por ello.

Hace ya varios años que escribís tus viñetas casi diarias en el blog “Emanaciones”, como si fueran parte de una rutina que no podés dejar de hacer y que ya forma parte de tu vida cotidiana. ¿Qué es lo que te gusta de ese ejercicio?

Me gusta la libertad y la plasticidad que el formato ofrece. Nunca he escrito más libremente que en el blog. Considero mis diarias emanaciones una segregación vital, una especie de novela que trata de cómo transcurre mi vida y de la manera en que me relaciono con el tiempo que me ha tocado vivir.

“No hay nada más decente que un buen insulto”, escribiste en Cinco cervezas, una suerte de novela-panfleto en la que, entre otras cosas, vuelan las cabezas de varias vacas sagradas del mundo del arte y de la política. ¿Te interesa el panfleto, la diatriba, como género?

Sí, me interesa mucho, el panfleto me parece un género estupendo. No lo cultivo todo lo que me gustaría, desafortunadamente.

Una parte no muy conocida de tu obra es la trilogía “experimental” de ciencia ficción denominada El gen de Dios, compuesta por Garbageland, Orlan Veinticinco y Angelcaído. Y en Cinco cervezas escribiste: “Yo no creo en Dios pero creo en Philip K. [Dick]. ¿Qué te llevó a escribir esas novelas y qué te interesa del género?

Me interesa enormemente el futuro, ese futuro en el que no viviré. Yo veo El gen de Dios más como una novela futurista, que como una obra de ciencia ficción. Me encanta la ciencia ficción. Pero creo que mi trilogía es otra cosa. Tampoco es que me moleste que me encasillen ahí, no me importa. Ubik, por ejemplo, es una de las grandes novelas del siglo xx. Creer que la ciencia ficción es un género menor es una estupidez. Hay libros buenos y libros malos, lo demás es ruido.

Aparte de escritor, sos pintor. Hace años que venís trabajando en la serie “1959”, un conjunto de retratos de los fusilados del castrismo que fue exhibido en parte recientemente en Bruselas. ¿Cómo surgió ese proyecto?

Surgió mirando una exposición de Marlene Dumas en Londres. Había en ella algunas obras dedicadas a la tragedia palestina. Al regreso en el avión pensé: ¿por qué no se ha pintado la tragedia cubana, a las víctimas de los Castro, por qué no hay una obra pictórica sobre todo ese crimen? Después me puse a documentarme y empecé a descubrir los rostros de los fusilados. Y un buen día me dije: voy a pintarlos. Y en eso estoy. Hasta ahora he pintado 302 retratos. Quiero rescatar a esos hombres de la oscuridad en que los hundieron los asesinos y mediante el arte devolverlos a la luz y a los colores de la vida.

¿Qué buscás cuando escribís y qué buscás cuando pintás? ¿Encontrás diferencias más allá del lenguaje y de lo puramente técnico?

No busco nada. Siento un impulso y poco a poco en mi cerebro surgen las imágenes o el ritmo que tendrán las palabras que escribiré. El famoso tono del que hablaba Reinaldo. Tienes una idea, algo sobre lo que te gustaría escribir, por ejemplo en mi caso, la muerte de mi madre, pero hasta que no tienes el tono no puedes sentarte a escribir. Y entonces la cuestión es dejar salir eso que se atropella en tu cabeza de la manera más rápida y fiel posible. La fidelidad es muy importante. Con la pintura pasa lo mismo, surge una imagen en tu cabeza. Una imagen que nunca podrás pintar, sólo consigues aproximarte a ella. Pero te pones a trabajar y la persigues con el mayor ánimo. Y con la mayor obstinación. La obstinación es muy importante.

¿Cómo te sentís actualmente en Barcelona? En líneas generales, ¿cómo son tus días?

Soy feliz aquí. Sobre todo porque comparto mi vida con una mujer formidable. Y porque tengo tiempo para trabajar, y un jardín lleno de carnosos, rutilantes recuerdos. Y dos gatos y un perrito. Generalmente escribo por la mañana, leo después del almuerzo, y pinto por la tarde. A no ser que esté demasiado metido en un libro, entonces escribo todo el día. Por la noche veo alguna película, trato de poner mis pensamientos en otro lugar que no sea el trabajo.

  • Publicada en versión reducida en la revista Ñ, abril de 2017, en ocasión de la salida de A la sombra del mar y Debajo de la mesa, ambos publicados por Editores argentinos.