
A Sofía González Bonorino
John Cassavetes nació en una película de Frank Capra. Su biografía está en sus películas. Sale y entra en el melodrama como quiere. Cassavetes hace películas con su vida, y con la vida de otros, y uno puede mirar sus películas e inventarse su propia vida, explorarla, seguir los pliegues de nuestra vida con sus películas. Nos liberamos del cine como estética, les dejamos los escritos sobre cine a los especialistas, y su camelo jergoso. Todos esos tipos que miden. Que nos quieren orientar. Con Cassavetes vemos películas. Yo amo su cine porque no es militante en principio, porque desarma la métrica, porque en sus películas no hay mensajes, ni siquiera mensajes fílmicos, ni papeles, sólo hay personas. Y es raro encontrar directores que pongan en sus películas personas únicas, que no son modelo de nada, de ninguna causa, de ningún clisé cultural. No es tan obvio filmar la vida.
Finalmente, un espectador puede poner su punto de vista sobre el cine sin pedirle permiso a la demencia cinéfila y a los alumnos de cine. Puede prescindir de Pauline Kael.
Cassavetes: «Muchos días me desperté pensando: “¿Por qué diablos todo este rechazo? No sé cómo voy a hacerle frente. No sé qué va a ocurrir en mi vida”. Y si alguno de los personajes de esta película puede seguir adelante –al más bajo y pésimo nivel–, en ese ambiente de bailarinas de striptease, gente marginal y gángsters, creo que son mejores que la mayoría de las personas que conozco. Están más motivados. Son felices trabajando. Quise hacer una película moral para decir: “Sí, hay cosas que están bien y cosas que están mal.” En mis películas los personajes pueden pasar por momentos muy duros, pero siempre mantienen la esperanza y al final salen adelante».
Cualquier lector que intente escribir o contar su relación con John Cassavetes será sometido a la política de la métrica abstracta del especialista, lo mismo si uno lee a Macedonio Fernández, o a Guy Debord, la especialización es un master que cuesta dinero pero poco esfuerzo, el especialista, ya está claro, es aquel que no quiere enfrentarse a un discurso. Alguien dijo que los discursos convocan problemas que nunca se pensaron.
Esa esperanza no es una creencia, es un sistema nervioso, preparado para enfrentar la logorrea de los administradores de la sociedad. Pienso en ese filósofo compasional que se conmueve cuando ve a un obrero que pasa ante la puerta de su casa a las seis de la mañana. Además, cree que solo se puede ser feliz escuchándolo a él. Cassavetes, es lo contrario de un argumentista, no hace realismo lógico. Un hombre cualquiera de sus películas es la humanidad entera. Se mueven a distintas horas del día. Myrtle Gordon está en ese borde de edad que la conflictúa, y Cassavetes filma ese drama singular y no pretende representar a nadie ni a nada. El que practica arte, sabrá traérselo a su vida. El resto, ideas generales.
Hacer. «Hacer cine es un oficio que requiere formación permanente. Es un oficio que me enamora, y sería capaz de hacer películas gratis, y lo hago, yo mismo me las pago o las hago con mis amigos.»
Cassavetes intenta filmar la luz que viene del interior, en todos su matices. Si filmaba Opening night, una actriz que entra en la edad madura, Cassavetes hablaba todos los días una hora con una mujer de sesenta años, la mujer de Sam Shaw, o leía revistas femeninas, escuchaba a las mujeres, las escuchaba una por una: «¡Me encanta pasar la tarde con estas mujeres! Yo nunca hablo. Me limito a sentarme, y escucho y sonrío.»
Una pregunta recorre la obra de Cassavetes: «¿Podemos permitirnos hablar de algo en lugar de auto-engañarnos?»
Cada uno su manera de ver cine. Hay tantos puntos de vista como espectadores. Los académicos del cine, los que saben, hacen normas para ver. Quieren saber todo, y terminan viendo siempre la misma película. Hay como un lugar común que insiste y que dice que solo el cinéfilo que se hace crítico porque no puede filmar puede leer una película. Ese clisé tiene sus blogs y sus facebooks. Y no. La prueba es que en cuanto uno lee solito tu alma se va separando y tomando distancia de esa imbecilidad del presente. Los metidos en el ambiente leen siempre lo mismo. Siguen las lecturas de sus jefes. Les habla la voz del amo. Me repudre esa máquina profesional de escuelita de cine. O de taller literario. ¿Ya lo dije?
El crítico de escuelita se hace el canchero y liquida las películas según su impotencia. No hay que andar mucho para darse cuenta de que no tiene ninguna teoría del valor. Indigente de Baudelaire.
Veo Cassavetes.
Violencia concisa de sus películas. Que muy pocos soportan.
Escribir. «No se puede hacer esa clase de exploraciones solo con técnicas cinematográficas. Hay que escribir y escribir y escribir. Sin la escritura no creo que los directores puedan salir adelante, porque las técnicas…, bueno, son cosas que se ven. Al cabo de un tiempo pierden importancia».
Contra el saber: «Hay que luchar contra el exceso de perfección. Es algo que le ocurre a cualquiera que lleve mucho tiempo haciendo el mismo trabajo. Hay que luchar incluso contra el saber, porque una vez que sabés algo, es difícil abrirse y ser creativo, es una forma de pasividad, y no hay que bajar la guardia.»
Los únicos desacuerdos aceptados son los dirigidos, los orientados, en el sentido de un doctorando que hace tesis. Desacuerdos programados: «Ahora, el interés mutuo no es suficiente. No hay tiempo para estar en desacuerdo con alguien. O estás a favor de alguien o lo detestás. No hay espacio para comportarse de una manera que no sea conformista, es una época deshumanizada. Se podría agarrar al que no sea perfecto y fusilarlo. Y eso ya pasó una vez.»
«Dale 50.000 dólares a un joven para que dirija una película comercial, te garantizo que son tantos los «revolucionarios» que lo harían que se te pondrían los pelos de punta. Son capaces de vender por una mierda lo que sienten y todo lo que saben.»
Cassavetes filma en un clima donde el espectador es instalado en algún lugar «de recaudación potencial.»
Cassavetes llegó a ese punto en que todo lo tuvo que consultar consigo mismo. Claramente, nunca hay que escuchar lo que dicen los otros acerca de lo que uno hace. No es que se queda solo, eso sería entrar en la comedia actual de la marginalidad, en la fábula del aislamiento de muchos escritores, no, Cassavetes hace lo que no se perdona: decide solo. Entiende que «el mínimo denominador común es el dinero».
Para Cassavetes la inocencia es una lucha, no está del lado del alma bella.
Para Cassavetes el hacer pasa por maneras de hacerlo, una es convertir a un actor en personaje. O: «Yo me concentro en gestos y peculiaridades concretas, y es centrándose en esos pequeños detalles –los estados de ánimo, los silencios, las pausas, los movimientos inquietos– como surge la forma. Es así de sencillo.»
Podemos parafrasear a Meschonnic, que parafrasea a Marina Tsvietáieva, y decir que el cine no se hace con lo que se dice o se escribe sobre el cine. El cine, como la literatura, lo hacen los especialistas de la vida. Los discursos que se hacen sobre ambos lo hacen los especialistas del cine y de la literatura. Y si seguimos un poco, tal vez, el mejor especialista es el que más miente.
Ver Cassavetes liberados de las leyes del cine.
O va así: «Odio tener que montar. […] Preferiría que el público viese las copias, exhibir el talento y los sentimientos de los actores. Los copias son mucho mejores que la película montada. Si hacés una buena película, el total del metraje filmado, exhibido «en bruto», antes de ser montado, es mucho mejor, mucho más fácil de ver, mucho más gratificante que la historia terminada.»
Cassavetes es un aliado a proyectos anulados o puestos en la cola del olvido. No te deja en la queja. Cassavetes nunca se dejó encerrar.
Cassavetes no estaba en ningún ser, no ignoraba el discontinuo, sabía de la trampa de presentar ese discontinuo como la naturaleza de las cosas. Su obra explora la relación, explora de qué va un cuerpo en el lenguaje. En Así habla el amor, Seymour entra en una bar, pide un hotdog acompañado de una cerveza y un café y se sienta frente a un tipo que habla con el primero que llega, y lo escucha, – esa escena de la escucha entra en la historia. No se puede contar. Lo que no se puede contar entra en la historia. Hay que hacer Cassavetes, no ver Cassavetes. Todo Lionel Rogosin está transformado en ese momento.
Escuchamos la voz de Cassavetes. Que se anima a filmar dramas personales.
Cassavetes: «Soy revolucionario, pero no en el sentido político de la palabra.»
En el cine de Cassavetes las personas conversan. O gritan. Se sacuden. O por momentos no se escuchan. Minnie y Florencia dicen esa famosa frase de que «el cine es una conspiración» y los «críticos ideológicos» (Ray Carney) van de cabeza y sienten ese alivio de sentido. Esa frase se dice en el marco de dos mujeres que hablan de su soledad, y el cine entra en la historia de cada una de ellas, se lee ahí. Como uno se lee en un poema. No sueñan en eso de que el cine podría haber sido otra cosa. No, es el que ven.
Cassavetes filma lo que no conoce. No filma ideas, ni temas.
«Adoro a Frank Capra. Fue y sigue siendo, en mi opinión, el mejor director que ha existido. […] Pero, al mismo tiempo, no emulo a Frank Capra. En mis películas los personajes despliegan una falta de consuelo y se meten en situaciones nimias y embarazosas, pero únicamente porque aún no han aprendido a manejar su naturaleza emocional. Soy un hombre duro y terriblemente cínico. A Capra no le importaba su cinismo. Me gustaría ser tan independiente como él y expresar de verdad las hermosas ideas que él era capaz de expresar sin sentir que esas ideas no eran sinceras. Si tuviera la capacidad, los medios y el carácter, me encantaría hacer todas las películas que hizo Capra, pero hasta ahora no lo he hecho. Nadie puede ser alguien que no es. Cuando empecé a dirigir eso era exactamente lo que que quería hacer, películas de Frank Capra. Pero nunca he sido capaz de hacer otra cosa que mis películas locas y duras. No es intencional. Simplemente, uno es el que es.»
De repente pienso en las cartas de Johnny Dark. Tengo que poner alguna cita.
Cassavetes entra en el laberinto de la falta de consuelo, en la nimiedad inconfesable, esa, impenetrable, desazón que cualquier consejo profundiza. Pone el oído en «esos puntos sin importancia [que] suelen ser la causa de los divorcios, pueden destrozar una amistad, pueden hacer que acumulemos grandes éxitos.»
En las películas de Cassavetes hay muchos momentos de silencio. Grandes silencios con miradas.
A su manera, siempre a su manera, John Cassavtes dejó los cuentos de hadas para otra ocasión.
Trama. «Yo llego y escribo una escena para Gena, ella la lee y es una mujer muy concienzuda. Ella la lee y sus inclinaciones –todas sus inclinaciones– se decantan por la trama. Por el argumento. Tiene que ser clarísimo. Ahora bien, mis inclinaciones van totalmente en contra de la claridad de la trama. ¡Detesto el argumento! No me gusta centrarme en la trama porque pienso que en el público hay más gente que chicos de trece años, y también que todas las personas que conocemos en la vida real ocultan más cosas de lo que parece. Para mí es ofensivo tener que explicarle al público algo tan evidente. Gena tuvo grandes dudas sobre Opening Night durante el rodaje. De ahí la fricción. Por eso, al finalizar una película, siempre vuelvo a hablar con ella y le pregunto: «Crees que la gente comprenderá de qué estamos hablando?»
La identificación es la ganga narrativa, dirigida al lector, a su emoción clisé, insistentemente retocada en sus ángulos, ajustada a comunicación, pero hay artistas obstinados: «no quiero que el púbico se identifique»
El público. «He fracasado. Lo único que captaron fue lo superficial, pero nada de todas las otras cosas.» (Tras la primera proyección de Opening Night)
Se hacen películas que no se pueden distribuir y se hacen libros que no se pueden editar. Eso es una parte de lo cultural.
«Una vez que has dicho que tu película es de bajo presupuesto es como si fueras un tipo sin fondos en un barrio rico.»
Cassavetes no había empezado a filmar y Céline dijo algo sobre el cine: «el cine sigue siendo falso, mecánico, completamente frío …, no es más que falsa emoción! … no capta las ondas emotivas … es un paralítico de la emoción! ¡monstruo paralítico!» [Conversaciones con profesor Y, traducción de Mariano Dupont.]
Tal vez somos sonámbulos que nos negamos a ver las películas de John Cassavetes. ¿Por ser anti-gurú? No se puede amar lo gurú y ver el cine de Cassavetes. Pueden elegir otros directores. Los obispos de la crítica orientan.
Cassavetes filma contra el estilo. «¿El estilo, esa comodidad que se instala e instala el mundo, sería el hombre? ¿Esta adquisición sospechosa con la que, al escritor que se regocija, se le hacen cumplidos? Su pretendido don se le va pegar a él, esclerosándolo sordamente. Estilo : signo (malo) de la distancia incambiada (pero que hubiera podido, hubiera debido cambiar), la distancia donde equivocadamente permanece y se mantiene respecto a su ser y a las cosas y a las personas. ¡Bloqueado! Se había precipitado en su estilo (o lo había buscado laboriosamente). Por una vida ficticia, abandonó su totalidad, su posibilidad de cambio, de mutación. Nada de lo que estar orgulloso. Estilo que se convertirá en falta de coraje, falta de apertura, de reapertura : en suma una incapacidad. / Trata de salir de ahí. Camina lo suficientemente lejos en ti mismo para que tu estilo no pueda seguirte.» – (Henri Michaux).
Contra la «introversión organizada» del Actors Studio. Ver una película de Cassavetes basta para darse cuenta por qué Marlon Brando ni se enteró de qué iba En el camino.
«La idea de máscara conforma todas las películas de Cassavetes. (En 1968, cuando un periodista le pidió que describiera Faces, su siguiente obra independiente de importancia, en tres palabras más o menos, simplemente propuso : “Máscaras y caras”» (Ray Carney).
Las películas de John Cassavetes son insolubles. No hay soluciones de sentido. Escribe sus películas y mientras filma va descubriendo cómo representarlas. La improvisación es una exploración. Cassavetes filma enigmas y nos arrastra, si dejamos el saber, lo cultural. Además las películas de Cassavetes son una crítica del cine. Porque su ritmo nos empuja a inventarnos otra manera de ver. Lo insoluble también está en que no se ocupa de nosotros. “No sé qué desean los otros pero mi deseo es ser el que tiene menos posibilidades, lograr objetivos muy remotos, arriesgar.»
El argumento, ese detestable clisé, pide que los personajes sigan sus pautas, que se acomoden a sus leyes. Lo insoluble Cassavetes va al revés. Los personajes surgen de la historia: «Yo inventé, o concebí, los personajes, no un argumento.
Los argumentistas no pueden leer nada. O, siempre leen el mismo libro y ven la misma película.
Espectadores de Así habla el amor: Me impactó que el personaje de Minnie use siempre anteojos negros, yo hago lo mismo. Otra dijo que un novio la dejó, que lloró un tiempo y después se le pasó. Y agregó: el amor aparece así, cruce de miradas. Otro, molesto con los gritos y la electricidad de la película, dijo que le gustaría ver otra película de John Cassavetes. Y el otro dijo: a partir de ahora soy fan de Cassavetes. Cita de Cassavetes sobre el punto de vista: «Si la película es antes que nada la creación del director o del guionista, entonces solo hay un punto de vista sobre el tema. Es la creación de una sola imaginación. Pero si la película la crean los actores, entonces la obra tiene tantas caras como actores, la acción se ve en el conjunto, es la creación colectiva de diversas imaginaciones. Consideremos la película como una obra de arte pictórica. Se empieza con ideas, con algo propio, a veces alguien añade algo diferente y la obra cambia un poquito. La unidad estilística hace que un texto carezca de humanidad. No puedo evitar sentir que las historias de muchas personas diferentes y potencialmente inarticuladas son más interesantes que una narración artificiosa que existe únicamente en la imaginación articulada de una sola persona.»
La palabra estilo, esa noción de la decoración, no encaja en Cassavetes, él no se organiza estilísticamente como quiere la vulgata crítica con su arsenal de jerga que le pide prestada a la filosofía.
Cassavetes filma para saber por qué no es libre.
Cassavetes es el cineasta anti-santón. No filma ideas generales.
Peter Falk: «Cassavetes tenía una visión.»
Hugo Savino