
Por fin se detectó una huella de entrada a los recuerdos olvidados disimulada detrás de un escudo de lianas peregrinas que dieron por concluido su trabajo de guardianas. La primera pista resultó de la concomitancia de dos imágenes con igual grado de realidad ontológica, se recordaba muy bien una de 1978 en el subsuelo del consultorio de un médico de trato brutal en pleno barrio norte porteño donde practicaba abortos, la luz de la escena está puesta en las manos entrelazadas de la enfermera y la que aborta, una provinciana que vive en un pensionado de monjas adonde han venido a parar muchas estudiantes de Esquel. Esta primera imagen siempre traía aparejada otra igual de nítida pero tan aislada que no había sido posible concatenarla con hechos efectivamente ocurridos, como la del aborto en dictadura, por eso se interpretó que había sido un producto de la imaginación, o un sueño sin existencia real, de la-chica que despierta en una pieza desconocida y descubre que está desnuda debajo de las sábanas, una señora con uniforme de empleada doméstica me tiende mi ropa lavada y planchada, me dice que me vista y que me vaya. Para resumir, hay dos imágenes visuales coexistentes pudiéndose probar la realidad efectiva de una sola, la del aborto.
Otra pista que se exploró fue de orden comportamental, y resultó también la prueba contundente de que los hechos no habían prescrito, al contrario, seguían muy vigentes a juzgar por lo que había tenido lugar unos treinta años después, en Buenos Aires, en ocasión de un evento artístico donde bailaban muchas chicas de Esquel que habían llenado casi toda la sala con sus parientes. Yo estaba sentada en una mesa con la familia paterna de mi sobrina que actuaba, ella me contó que el tipo estaba entre quienes se habían acercado a saludarla cuando terminó el espectáculo, le dijo que hacía muchos años había conocido a una de sus tías, sin pensarlo demasiado mi sobrina le indicó el lugar donde me encontraba y el hombre caminó los pocos pasos que lo separaban de mí, no recuerdo gran cosa de su aspecto físico, creo que era canoso o rubión, de pelo corto sin bigote ni barba. Me preguntó si me acordaba de los señoritos agustinos -hoy sexagenarios e incluso septuagenarios-, de lo bien que la habíamos pasado en aquella época, y me invitó a unirme a un grupo de Facebook donde los señoritos agustinos evocaban sus mocedades, asegurándome que yo formaba parte de ellas. Fue entonces cuando debieron operar las lianas guardianas, dejé de escuchar la voz del hombre que hablaba inclinado en frente de mí, yo seguía sentada, de pronto algo ocurre con mi enfoque, mi punto de encaje cambia movido por algo, es como una fuerza que me preserva de las palabras del tipo que por fin se va. Al analizar este hecho, hubo otros dos que se interpretaron como antecedentes de la reacción defensiva. Las dos veces voy caminando por la calle en Esquel con una de mis hermanas que me pregunta si había reconocido al tipo que acababa de pasar, y pronuncia el nombre y apellido de uno de los agustinos […] es decir que en dos ocasiones me había cruzado bien de frente y por la calle con uno de mis entregadores, y las dos veces se me ocultó a un enemigo al que aún no estaba en condiciones de enfrentar.
Se evoca, se ve. Toma el sol de verano en el patio de la casa la-chica de Esquel que está por ir a estudiar a Buenos Aires, suenan los Beatles en el grabador y reproductor de cassette que está sobre el pasto, las muchachas en flor salen al mundo en las noches de Kapañuma y en la fiesta anual de la Sociedad Rural donde me saca a bailar un señorito agustino -que resultó uno de mis entregadores-, un hijo-de esos hacendados diputados que vienen de vacaciones a sus campos familiares con invitados que también suelen ser hijos-de propietarios o administradores de estancias, como es el caso del otro entregador, un señorito agustino de familia con hacienda en la provincia de Buenos Aires. Me dejo convencer por las muchachas en flor de que me gusta el hijo-de estanciero chubutense de la Rural, no estaba enterada de que al señorito no le gustan las mujeres según me informa en noches kapañumas su invitado de familia hacendada bonaerense. Trabo así un lazo con este fanfarrón que unos meses más tarde, ya instalada en el pensionado de monjas en Buenos Aires, me invita a salir. Lo que sigue ya lo conté cuando ocurrió el hecho -con adendas de sentido que fueron incorporándose con el paso del tiempo, porque al principio yo había creído que había sido el blanco de una apuesta-: estoy sentada en la mesa del bar con el entregador hijo-de estanciero bonaerense cuando reconozco un poco más lejos al otro entregador hijo-de hacendado diputado chubutense acompañado de tres o cuatro tipejos más. En los párrafos siguientes se demuestra que no se trató de una apuesta entre los agustinos sino de exhibición de la mercadería que yo era para toda esa gentuza que se mostraba con total descaro.
Se hizo un encaje entre las piezas que habían quedado inconexas, según la hipótesis de trabajo que se postula más adelante. Hay testigos de que no se trata de digresiones mentales a lo largo del tiempo, sino de imágenes de hechos de existencia efectiva que habían quedado aisladas. Se las ordena siguiendo una línea temporal, entonces, un poco después del episodio en el bar hay otro también en Buenos Aires en un departamento de no sé quién, quizás del hijo-de hacendado diputado chubutense, allí estoy con una de las chicas de Esquel del pensionado de monjas, también hay otros presentes, seguramente los mismos descarados del bar. Un hijo-de me muestra una revista con la foto de una pija en erección, yo me sobresalto y pego un grito, la escoria en pleno se ríe de mí, no recuerdo la reacción de la chica del pensionado.
Por último, en la línea temporal se ubica la noche en que la-chica es engañada por el hijo-de hacendado bonaerense que aparenta invitarla a una boîte de moda entre la gente bien. Estoy tomando un trago en la barra y empiezo a sentirme mal, todo me da vueltas de manera diferente de los instantes previos a los dos o tres desmayos que ya he conocido, el hijo-de me conduce rápido hasta la calle y me mete con él en un taxi después de atravesar una hilera de personas, algunas en la vereda preguntan qué me pasa y contestan que me descompuse, también está el portero de traje impecable que vigila la entrada. Hasta aquí, los hechos según los recuerdo, y un sentimiento de vergüenza al notar que estoy toda vomitada.
Se concluye demostrando la hipótesis vislumbrada más arriba, que a fines de los años setenta la-chica fue drogada por el señorito entregador con algún fármaco hipnótico que introdujo en el vaso sin que ella se diera cuenta, el tipo de sustancia utilizada por violadores, que anula la voluntad y provoca amnesia total o parcial, siempre me resultó curioso que al recapitular los hechos no hay ningún recuerdo del destino final del taxi, el pensionado de monjas a esas horas estaba cerrado. Se postula también que la-chica fue cuando menos atacada por toda o una parte de la banda de señoritos agustinos, y que el recuerdo del hecho en sí resultó pulverizado. Se encaja a continuación la imagen que hasta entonces venía adosada a la del aborto, la de la-chica que despierta en una pieza desconocida y descubre que está desnuda debajo de las sábanas, la señora con uniforme de empleada doméstica le tiende la ropa lavada y planchada porque a la-chica la habían traído toda vomitada.

Dado que por un lado los epítetos loca y conflictiva figuran entre los que la criaron, y que por el otro es de ánimo propenso a ensoñar durante mucho tiempo pensé que si de verdad hubiera sido atacada sexualmente a los diecinueve o veinte años por la banda de los señoritos agustinos, tendría que recordarlo, podían reprimirse hechos ocurridos en la infancia, pero no a la edad de semejante grandulona, además estaba mi fama de memoriosa, y no se acordaba de nada.
En pandemia se derribó una muralla decisiva siguiendo los indicios cinematográficos de la tisana de adormidera en La Marquesa de O, y del Rohypnol en Gracias por el chocolate, los decenios transcurridos hasta llegar a la hipótesis del fármaco violador habían sido puestos en la cuenta de los largos procesos de la-mujer. Y me vi convertida en una vieja patética con sus cuitas de un pasado padeciendo al patriarcado.
Se sabe, yo sé, se y yo sabe que es tiempo de contraataque, de intervenir en la espectral entidad enemiga. Se crea entonces un dispositivo destinado a tratar los crímenes de estos hijos-de, que por fin acabaron pulverizados en un agujero sin recuerdos a donde fueron a parar conducidos por la astuta retaguardia de la armada agredida que primero los puso de rodillas hasta que los agustinos se desintegraron. Aplastante victoria, eliminadas para siempre las manchas en el adn, la sangre se purifica.
Científicamente se purifica. Si se conocían las secuelas psíquicas de las agresiones sexuales pudo probarse también que dejan marcas biológicas en el adn, una huella medida y cuantificada por investigadores de la Universidad de Ginebra. [1]
“[…]. Lo increíble fue constatar que, en proporción a lo padecido, se encuentran modificaciones químicas en el adn de las personas que analizamos, una cicatriz que puede identificarse y medirse. El traumatismo se inscribe en el genoma y su huella sobrevive a cada división celular. […]”.
El informe científico concluye con la excelente noticia de que la marca en el adn puede borrarse, con una plastia del material analizado en encajes reapropiados. QED [2]
Sandra Garzonio, 2020
[1] https://www.youtube.com/watch?v=1gQS4qf6Lv0&t=1s
[2] Quod erat demonstandum
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