
El sentido de publicar hoy un libro de cuentos es mas que nunca un hecho artístico de suma trascendencia, y revolucionario. Miles de años de escritura no han podido decir todo acerca de la experiencia humana; su infinitud nos garantiza esa eternidad. La sentencia que afirma que todo está dicho es tan cínica como engañosa. No todo está dicho. Pero a no confundirse: cada voz no es la mayoría de las veces una voz nueva, con multiplicidad de planteos, contradicciones, mirada original -en el verdadero sentido del término, el de ser origen-, con una manera particular de expresar los conflictos entre las personas. Pocos logran escribir bien y decir algo con voz propia, no nos engañemos. Claudia Schvartz lo logra. Veamos, por ejemplo, este libro que nos convoca hoy, Una Parte de la verdad: los cuentos de Claudia S. nos hablan de un presente continuo, espiralado, que produce una rara ilación con la que logra que se confabulen principio y final de un modo misterioso, con procederes literarios de vidente cuyo encantamiento no cesa a través de todo el libro y con los que genera un hallazgo sorprendente: no se entiende cómo hace, pero siempre logra que en los cuentos los efectos antecedan a sus causas. Claudia le cambia la lógica a las cosas y sin embargo no nos aleja, no se distancia en rarezas inútiles y nos deja ver comportamientos de personajes que nos conmueven, nos asustan, nos causan pena, gracia, deseo, rechazo, inquietud y podría seguir la lista de tan humanos.
En un tiempo, el nuestro, donde aparentemente la información es cosa al alcance de todos y cierta conciencia de los hombres sobre sí mismos es una sospecha más o menos verificable, los cuentos de Claudia son simiente de géneros: algunos, como La Ferretería, bien podrían ser novelas cortas, y otros, como Leslie Caron, perfectos poemas, y en todos una sospecha inverificable. No se trata de la duración de las páginas; se trata de cómo logra Claudia, con una inteligencia que abruma, condensar tiempos, sitios, relaciones, y ofrecernos así una de las mejores experiencias de narrarnos que puede ofrecer la literatura actual a partir de narrar sus mundos privados, los de ella, digo. En ese sentido esta “Parte de la verdad” trabaja un estilo inclasificable -mérito constante de Claudia, poeta siempre, que cuenta episodios de la vida de personajes que, en tanto inteligentes son por eso mismo vulnerables, sin poder escapar de aquello que ignoran acerca de ellos mismos y que durante el transcurso de la escritura se les revela, como se nos revela a nosotros, lectores. En general es tentador decir que los lectores somos privilegiados; por supuesto que es así en este caso, pero ojo, hay que animarse a ese privilegio, porque Claudia es una patotera del lenguaje y sus historias son inestables, y nos desestabilizan, nos dejan perplejos, mientras Claudia se da el lujo de cerrar sus cuentos con una frase corta, inesperada, con la que ella se pone en guardia y sabe con qué golpe empezará el próximo cuento como un round de box y mientras nosotros pasamos a la categoría de lectores medios groguis a punto del nocaut. Son cuentos cuyas historias y sus temas están tan bien puestos en las páginas que a veces no le hace falta a Claudia escribirlos: apela al espacio en blanco, a escenas de saltos abismales y, hay que decirlo, raras veces tiene un escritor tanto coraje como para atreverse a esos saltos al vacío. Le basta mencionar un martillo a Claudia para que veamos el destrozo que no cuenta; esto que digo está en el libro; no es una metáfora. Sí, patotera Claudia sabe que ella siempre cae bien parada, porque sabe también que es la dueña del lenguaje. Sí, Claudia cumple lo que promete; habla en la contratapa de herejía para no limitar el saber y la creatividad porque, que no nos engañe la apariencia de su buena educación, ella es una hereje. Sus personajes son tan reflexivos como infantiles, tan razonables como egoístas, tan complacientes como amorosos, tan amplios como inflexibles, tan sinceros como mentirosos, tan siniestros como víctimas del asco que provocan, tan santos de toda santidad, y siempre en extraños viajes, a lugares, tengo que decirlo, diré la palabra alma porque Claudia allí nos lleva, del alma. Y hay más asombro: son personajes a los que la simultaneidad de sus emociones y comportamientos los confunde, los aleja, los lleva hacia acciones y reacciones que no esperaban tener, y al fin y al cabo los enfrenta a un conocimiento nuevo de su propia intimidad. Claudia es además de dueña del lenguaje y poeta una comediante de la palabra y la estructura, y maneja como nadie el enredo, la confusión amorosa, y logra cuentos cuyos sistemas de convivencias organizan relaciones en permanente cotejo con la verdad, por eso, me parece, se anima a contar esa parte de la verdad de la que tantos escritores huyen. Claudia, como buena patotera es una atrevida, metida siempre en decisiones riesgosas, difíciles, en las cuales, como en todo juego con gracia y con riesgo, nunca habrá certeza posible.
Yo me imagino que si pudiera ver escribir a Claudia la vería en un más allá y a la vez en un más adentro, seria a veces, riendo otras, enojada muchas, en plena misión, con la vehemencia de quien se ha fijado para sí un destino, o de quien no ha querido ni ha podido evitarlo, lo que viene a ser lo mismo.
¿Cuándo habrá sido que se cayó del paraíso, Claudia? Para ella hay fe que soporta la duda y fe ciega, hay leyes misteriosas y leyes que no merecen respeto, hay sombras y tragedias, palabras descarnadas y palabras excepcionales, hay inquisidores peores, nunca mejores que otros, hay voces que escandalizan y hay silencio. Hay hombres y dioses, mujeres y ausencias, cuerpos y almas. Pero, ¿cómo sucedió que se cayó del paraíso? Los verdugos se santiguan antes de encapucharse y Claudia anda desde siempre con la cabeza cortada en una mano y una lapicera llena de palabras en la otra sin hacer ninguna cruz ni poner nunca la palabra fin. Sabe que nunca lo habrá y que su destino es escribirle a los demás lo que le pasa y nos pasa, se trate de la parte de la verdad de la que se trate.
Hay un cielo y un infierno, y en ambos Claudia está.
Claudia, al leerla se hace innegable, escribe sin poder postergar lo inevitable, pone poesía, la desparrama en lugares extraños, a veces en los gestos, a veces en los miedos, otras en amores, a veces en abandonos, y siempre, siempre arrojándonos el lenguaje como un milagro o una maldición que ninguna filosofía explicará jamás; incapaz de cualquier complacencia no se rinde y se ofrece: no hay otra realidad que su escritura con la maestría de esos pocos que logran que un libro merezca ser leído y apasionen. Raramente un escritor se atreve a tanto. Claudia no teme. Es lo que escribe, y sus historias son a partir de sí mismas, negándose a todo antecedente que no surjan de su propia voz. Claudia escribe, pero además edifica y continúa con pasmosa consistencia sus anteriores trabajos, y luego habrá de continuarlos en los futuros, empecinada obra la suya que hace tiempo se afirma inconfundible.
Claudia logra una hazaña: no deja de crear extrañamiento. Escritora única y privilegiada, que mientras se espeja, nos narra.
Una parte de la verdad es un viaje que se perpetua y a la vez preanuncia otro inicio. Claudia se interroga y nos interroga: ¿cuándo se llega al final, cómo se empieza? Y así el libro se ha declarado: no dejarán sus palabras, nunca, de dar dentelladas audaces para morder lo que se le ponga a tiro, no cesará de proclamar lo que le venga en gana, mientras nos dice que no nos aflijamos, que la dignidad de mirar a la cara lo que nos pongan delante mientras estemos vivos es su posición y su invitación irrenunciable, y que recordemos que no hay porqué darnos un destino porque tampoco Claudia sabrá jamás qué hacer consigo. Su única certidumbre será seguir escribiendo, siempre, Una parte de la verdad.
Claudio Ferrari, 12 de abril de 2022
Leído en la Presentación de Una parte de la verdad, de Claudia Schvartz, Leviatán 2021, realizada en el Museo del Libro y de la Lengua, el 18 -04- 22