
DE LA MUERTE
A la muerte, que nos da un solo día por persona, es bueno estar presente. A la vida que nos da miles se puede faltar.
Al nacimiento se le perdona todo.
Le debo algo a la muerte. Un honor morir, a mi parecer.
Lo divino está cerca y no lejos. Lo demuestran místicos, santos y algunos amigos que también son santos pero nadie los conoce.
Nobleza de peces muertos, gracia de la forma. Sudario marítimo, cuerpo impreso con tinta de calamar. Gyotaku, registro de captura, con nombre y fecha.
Cuando piden un minuto de silencio siempre lo acortan a cuarenta segundos.
Muchas veces no callo para no usar silencios que no me pertenecen.
Las plantas, como dijo un botánico ruso, son el eslabón que une la Tierra con el Sol. Las semillas voladoras dan una cara a la luz.
Sueño: pequeño papel escrito gira entre nubes. Sigo sus movimientos, y vuelo intentando leerlo.
La vida entretiene, pero lo que se piensa, aunque se pierda, a veces vuelve, como las enfermedades.
Escribir para adelante, no escribir para atrás. Matar la idea redonda.
Defecto peculiar del periodismo según Chesterton: La innovación moderna que ha sustituido con el periodismo a la historia, o bien a la tradición, que es como la charla de la historia, ha tenido, por lo menos, un resultado definido. Ha logrado que todos podamos oír únicamente el final de cada historia. Lo tratan todo como cosa reciente. Dice: Nos enteramos de que alguien cayó muerto y esa es la primera indicación que tenemos de que haya nacido. Oímos hablar de la disolución de los monasterios y no sabemos casi nada de su creación.
El tiro de gracia es también una novela de Yourcenar.
Sueño: llevo un plato de sopa en el cementerio, tratando de que no se vuelque. Es líquido cadavérico y me encomendaron que lo entierre. Desconozco el tema administrativo. Punzada de responsabilidad, camino irregular. En equilibrio con el plato, termino haciendo fila en ventanilla para preguntar la parte burocrática.
Las enfermeras se encargan de la preparación post mortem, tarea respetuosa de acompañar al difunto.
A principios del siglo XX, la muerte se fue de su casa y se internó en el hospital. No se la volvió a ver.
Hay elocuencia en epigramas funerarios. Pero la utopía nunca se llevó bien con la pobre tumba.
Un médico decía saber si la muerte había sido violenta o no, según el aura. Marrón, por enfermedad; blanca, homicidio.
Pintar calaveras, policromar tumbas, construir monumentos, limpiar baldes y colgarse de capillas.
Óleo Velada de esqueletos. No pierden nunca los ojos; los conservan en sus cráneos, detrás de los huecos, con picardía. En mímica ósea, se hablan al oído y juegan al velatorio. Luz color aceite, casi blanca. Halo gris y ofrendas a sus pies, caracoles, estrellas de mar. Juegan a la muerte, al dolor que el tiempo va a traer.
El sepulcro y la pintura nacieron juntos. Aunque ni un ser humano ni un cadáver son una naturaleza muerta, antes de retratar a una muchacha dentro del ataúd, como recordatorio para sus padres, Kokoschka notó que sus retratos eran la suma total de un ser vivo. Nunca una tarea social ni historiográfica.
Otras épocas de muerte, olvidadas.
Kokoschka decía que a cada uno de sus modelos podría haberle pronosticado un destino.
La muerte puede también ser una mirada de ojos internos. La comprensión siempre fue un salto, como pensaron los rusos.
Caminamos por el campo de batalla de Cepeda, pero él pisaba, frágil, un hilo de alienación.
Cuando leo, lo hago con el silencio prestado por los animales que no pueden hablar, y escribo con el júbilo de haber podido hacerlo.
Los muertos plagiarios de Papini alivian la imaginación.
Separación ritual. Dibujar el cadáver de Patroclo.
La Chacarita de los Colegiales. El tren de la muerte. Aquel sol el día que lo dejamos. Leyeron el poema. Hubo un grito con su nombre. El grupo de mujeres miraba hacia arriba el nicho. Nos hubiera visto, caminando juntas, contra el paredón alto. La primera novia se quedó del otro lado del semáforo, no cruzaba Corrientes. Había tomado de ella ese gesto. De su musa tenía tanto. Terminamos en Imperio, café y medialunas. Hora imposible, décadas de su juego reunidas, en una mesa de bar por única vez.
Con libros parados en el pasto, el niño, hermano de Colette, juega a los epitafios.
Decesos y títulos
La lectura siempre se miró con buenos ojos. Nunca la degradaron ni quema de libros ni vaivenes de la historia. Sin embargo, la realidad de sus efectos pasa inadvertida. Morir leyendo, si bien es un suceso frecuente, siempre se encuentra entre los episodios considerados fortuitos. De nada sirve conocer de cerca casos verdaderos que evidencian lo contrario, como el de J. Rodolfo Wilcock, que murió del corazón mientras leía un tratado de cardiología.
El día de su muerte, Juan Carlos Onetti tenía sobre la mesa de luz varios títulos de James Hadley Chase, como Atropello y fuga, Las fotografías de la muerte y Aquí está su corona fúnebre. Los policiales malos le despejaban la cabeza.
Ni la muerte de don Quijote se considera como evidencia de que la lectura puede matar.
Tampoco la advertencia de Beckett: Esta clase de escritura puede incluso matar a un hombre. Hay hombres que han sido asesinados por ella.
Nada impide relacionar hechos de manera distinta a la habitual; del mismo modo que al humano primitivo le costó creer que el nacimiento tuviera algún vínculo con el sexo, y pensaba que la fecundación se producía mirando la luna.
Velorio ruidoso, con gente que quiere figurar en medio del antiguo No somos nada.
Misal diario en papel de arroz: vive siempre como quien ha de morir.
El señalador surgió para conmemorar una muerte. Imposible recorrer la cronología rastreando siglos de páginas marcadas. Nadie hizo esa tarea. Analizar lectura interrumpida.
Pobre muerte, con todo lo que hizo en siglos y milenios, relegada a color negro y guadaña. Poco, muy poco para ella, que se encargó siempre de organizar y reorganizar el mundo.
Cara a cara, todos los días, hombres robustos, pálidos, acondicionan y trasladan cuerpos. A veces llevan crucifijos colgados del cuello. Después, tratan de alternar su oficio y caminan por la vereda del sol.
La muerte deja su disfraz y encuentra la vía regia para llegar renovada al olvido crucial.
Me desmayé al terminar de leer Eunoe. Se lo conté al autor, y me contestó: Es la mejor crítica que me hicieron.
Morir leyendo no duele, es una deshidratación instantánea a la velocidad de la luz. Una muerte seca, como de papel.
Lectura que viene del futuro. Que cada uno escriba sus propias Lecturas mortales, desbaratando de un plumazo el dilema de la página en blanco.
Si leía diez horas por día y dormía siete, ¿qué porcentaje de probabilidades tenía de morir leyendo?
Enchinchada, como predijo Murena, se lleva al otro barrio a cien mil inocentes que no están preparados. Dice: La Muerte en general es discreta y progresista, incluso culta, acaso lo único que le falta es volverse periodista.
Morir en página 107 de Filloy: Me gusta Pollock porque su técnica de arácnido me impresionó la mirada como si fuera una mosca (novela en un congreso internacional de pintura que organiza un tirano retrógrado).
¡Acordate de vivir, bestia lenta!
No puedo separar la muerte de la vida. Lo vivo puede contener mil muertes y no cesar de revivir tiene encanto. En cuanto al progreso en el ataúd, pudrirse es desligarse también del ayer.
Muchos investigaron las últimas palabras, pero no las últimas lecturas.
Dar con el libro adecuado a nuestra muerte. Dejaré el mundo en la sinonimia del ruano y el hispanismo de los araucanos (pampas) o en la evolución del tuse.
Relación sutil entre decesos y títulos. Suplementos dominicales. No hay casos de muerte por leer el diario.
Lectores que no esperan nada a cambio. Los que leen miles de libros se sienten inmortales.
Cada libro soporta una cantidad finita de lectores, y la adecuación no guarda relación con la persona. El libro tiene los lectores contados.
Cuestión numérica. Impresión de tercer o cuarto lector de la Colección Jackson, de un hombre cuyo bisabuelo dejó comentarios en cada tomo a lápiz, y avisos como: 1914-1851= 0063 y en otro: audaz e ingenioso en las concepciones mercantiles. O: ¡Gran verdad! ¡Gran verdad! O: 338: la fe.
Estamos leyendo libros que mataron a alguien.
Hojas amarillas, muebles y persianas bajas, mate de lata, papel y oscuridad. Olor a pensamiento.
Poder o no poder leer se parece a tener o no tener fe. La lectura es religiosa.
Leer es como estar muerto un tiempo.
Mi abuelo murió en mitad de un cuento de Chesterton.
Siempre que quiero hacer una cosa me sale otra.
Sueño: un hombre leía en un ataúd, con los lentes puestos. Decía: ocho años estuve enterrado y no pude leer nada.
Las muertes por lectura no existen… pero que las hay las hay.
Mientras agonizo. Faulkner podría ser el padre de la resurrección por lectura.
Muerte en la última página. Pocos libros darían esta feliz coincidencia. Don Segundo Sombra: Me fui, como quien se desangra.
Frases
La hermana, desdichada, se ha estremecido con la ceremonia y transido su cuerpo se desploma al piso. Sin rumor ni ostentación.
Si muero con Lucio V. Mansilla, que quede claro que, como dijo Alonso de Ercilla: El miedo es natural en el prudente y el saberlo vencer es ser valiente.
Cada vez que le sacaban una muela y le daban cloroformo, al empezar la operación, cuenta Mansilla que decía al dentista: Voy a delirar, pero lo haré en inglés, siempre en inglés he delirado.
Actitud juiciosa y racional ante la muerte, sueño que siempre se demoró.
Murió mientras yo leía Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, de Lowry.
Ejemplar de Murena intonso. Argot bibliófilo.
Si muriera leyendo a Shklovski, sería por haber cantado coplas populares de contenido insufrible, haber usado una bandera rusa de pollera, o por tenderse en un linar. El material escrito deja de reconocer a su dueño.
Su firma, desde arriba, parecía un río. Posibilidades infinitas como las formas de mezclar un mazo de naipes.
Miedo de algunos: que se lleve a otro lado almas desde donde podrían actuar, vengarse.
Un muerto hace caer a un gobierno. Los heridos no.
Pregunté a un escritor cuál libro suponía que habría de matarlo, y contestó: No sé qué libro podría matarme, pero si es así, seguro que esto ya pasó y hubo resurrección por lectura. Yo podría matar a un personaje que no tendría resurrección posible.
Visitar muertos tiene el calibre que mide la vida a lo largo y a lo ancho de la voz.
Musil llamaba a las bibliotecas manicomios de libros.
Comienzo contundente Monólogo del insumiso: Poseí a la huérfana la noche misma en que velábamos a su padre a la luz parpadeante de los cirios (¡Oh, si pudiera decir esto mismo con otras palabras!).
Arreola, sus hormigas enloquecidas, sapo como un corazón en el suelo, y un par de muertos con el camello que sí pasó por el ojo de la aguja.
Bulgakov. Morfina: nieve, ventanas con forma de ataúd, un diploma precedido por quince sobresalientes y soportar miedos que uno mismo se crea.
Miedo nuevo: que se materialicen metáforas. Pavor de que las garzas que perforan la ajada sábana del mar embravecido, dejen a todos ahogados, como momias en un mar de telas.
La piel de gallina me da piel de gallina.
Dicen que el arte no tiene nada que ver con causas de muerte. Se empecinan en apartarla. Se terminó la homeostasis y san se acabó, ¿qué somos, calefones?
Al que se sienta tocado por la injusticia no le va a agradar ninguna vuelta del destino. La víctima lleva el dramatismo adhiriéndose a todo lo que encuentra.
Lo siento mucho, estará siempre en nuestros corazones, y el famoso No hay palabras. Peor es tratar de ser original.
Ya no basta con darle tanta prensa a la vida solamente. No se habla de la muerte como es debido.
Santos heroicos detrás de bustos de mármol, tapados con velos, varones heridos. Imposible odiar la muerte, como le era imposible a Jean Genet odiar a sus amantes. Lírica culpable.
La soledad no se me regala, me la gano.
La palabra comanda la muerte como el nombre.
Zonas de sombra, muertes adecuadas a monaguillos, floristas con tulipanes en la mano, solitarios de lucidez oscilante, gente sin distracción, policías uniformados, personas de rigor, compositores, o violinistas. Tumbas con ramos de dalias. Guerreros en líneas de losas floridas.
La muerte no ocupa el lugar del problema. Cada muerte tiene su aspecto poco amigable, pero no siempre es especulación. La palabra decide a veces el destino.
La manera de morir fue comparada con una síntesis, pero tal vez no la nuestra. ¿Puede el cobarde morir piloteando un jet? Murió en su ley.
Un paisano se va con Dios. En el velorio, dicen que el colorado lucero no es lo mismo que el lista tuerta, el pico blanco y el gargantilla. Los hipólogos buscan siempre cosas raras; descubrieron que en la Primera Guerra Mundial el overo constituyó un camuflaje casi idéntico al de los cañones. Pelo disimulado a la vista del enemigo. Otro recita: La muerte impone a los maulas; a los que han nacido varones les sonríe y hasta los hace aparceros.
Vocabulario, puntería. Le interesa la crueldad. Vive con nada. Espero que se cuide.
La poesía escrita con furia se suelta como una fiera encadenada.
Antes del alambrado, el antiguo oficio rural de zanjeador tenía parecidos manuales con el trabajo del sepulturero.
Los que se aferran demasiado a la vida tienen la sensación de estar perdiéndose algo que pasa en otra parte.
Estremecimiento que sólo el alma puede tener.
Ni dramatismo ni folklorismo, y menos pensamiento ingenuo. Nadie escapa a sus asuntos únicos. Los problemas en primer plano. Los por qué y para qué de la vida se esfuman por cansancio de la muerte que, al parecer, también se fatiga. Cada uno lo tendrá que esclarecer, pero no a partir de la situación última del organismo. Como si la muerte misma le dijera a la humanidad que se rompa la cabeza y piense.
Club de lectores apostadores: establecimiento con libros de todo tipo y sillas alrededor de una carpeta verde. Uno leería una cantidad de páginas, según el dinero apostado. Por turnos se pasarían el libro como ruleta rusa. A veces no le tocaría a nadie y se pasarían toda la noche leyendo.
Vladimir Holan
Hay
Hay momentos de frío
En los que estrangulas palomas y te calientas con sus alas.
¿Entre qué y qué está la muerte? ¿Entre las palabras? ¿Qué hay entre la tristeza y la alegría?
Supe por el poema de Holan Muerte que la muerte no está en la música. Tampoco en la soledad.
Los muertos de Hawthorne no serán todos de La letra escarlata.
El entierro de Roger Malvin: El bravo no se acobarda en la batalla; y, cuando hay amigos alrededor del lecho, incluso una mujer puede morir sin perder el aplomo.
Dejar de soportar la muerte común a lo carnicero, propia de guillotinas de milenios anteriores. La muerte trastocada deja a veces de lado el cuerpo. Harta de pesadez y embotamiento, contracturas, tendinitis y tumores, se abre camino por las palabras.
Nadie sabe cuándo, pero cada tanto oímos que alguien muere leyendo.
La muerte por Un árbol. Una roca. Una nube me hizo pensar en el hecho de golpearse la cabeza contra un farol, perdonar o sentir cierta paz. ¿Un vacío extraño y hermoso?
Morir en medio de una buena enumeración.
Final del fanático (novela que no voy a escribir):
Aceptó al curioso y al escéptico. No se apuró con la coherencia del dicho: Loado sea Dios por nuestra hermana, la muerte corporal. Dejó de lado los prejuicios. No se atropelló como potro en el corral. Nadie lo conocía. Era un fanático, un artista que no quería dar el nombre. No hacía teorías, no le gustaba la filosofía. Empezó escribiendo acerca de muertos bajo libros filosóficos. No eran enemigos. Las muertes abyectas bajo libros de Sartre no las relataré, decía. Se negó como se niega alguien a salir en la prensa amarilla. Encontraron un muerto con el señalador en una página de Kant. Los que creen mandar están obedeciendo, decía. Los aficionados al altruismo quedarán sin vida. No daba pistas de identidad. Encontraron un muerto del ambiente de la moda y uno del mundo espiritual (sin contraponer moda y espíritu). Antes de dejar todo y retirarse a una cueva, dijo que había descubierto la base de las adecuaciones entre muerte y lectura, pero que no las iba a revelar nunca: porque él era uno de los muertos de Nietzsche, que, de manera premonitoria, se parecía en algo a su propia muerte, que ocurriría pronto. Todos los muertos de Nietzsche eran personas que guardaban secretos con malicia, y él se iba a retirar con ese secreto, y, como todos aquellos muertos, moriría sonriente. Al final lo encontraron, y nada pudieron sacarle a esa sonrisa.
Jurídica
Al morir se cierra el uso del nombre. Un cuerpo: ni ser ni estar. Cosa digna.
Lenguaje jurídico: la muerte primero se proclama, después se declara y luego se certifica. El orden es estricto.
Evitan nombrar la muerte, pensando que podrían atraerla. En la morgue hay un altar.
La medicina acapara el fuego del verbo, enfría con diagnósticos reductores la muerte, con palabrejas unificantes, apellidos de quistes y otras conmemoraciones de manual. Vidas con mil cruces de misterio y peligros quedan reducidas, en su última palabra científica, con nombre de enfermedad, encerrando con su etiqueta médica al Destino.
El muerto por día en accidente de moto no es siempre el mismo. Nuestros seres queridos de la estadística.
Directivas anticipadas: antes de quedarme sin discernimiento, dejo mi anteúltima voluntad: que la muerte pierda la connotación de castigo.
Dicen que si te matan, te quitan no sólo la vida sino la muerte.
La gente: Ahora me puedo morir tranquilo.
Los oftalmólogos, esos pobres olvidados. Investigaciones sobre los saltos sacádicos (las fijaciones y sacadas de los ojos al leer). ¿Visionarios? Teorizaron: los ojos se clavan en un punto inmóvil y se redirige la mirada rápidamente de un punto de fijación a otro. Durante una sacada esta transmisión está discontinuada; se creía que era para no procesar imágenes nebulosas.
Fundamentos de percepción. ¿Por qué los antiguos forenses siempre quisieron tener en la autopsia registro de los movimientos oculares al leer?
Salto sacádico hacia atrás para releer: morir por letra ilegible, desconcentración, que toquen el timbre, o desinterés por lo leído.
Prontuarios de crónica policial, revolver sobre tapa azul y balas rojas. El pibe cabeza, el petiso orejudo y el crimen de los aristócratas, época en que Rivadavia prohibió en Buenos Aires el uso del cuchillo para que mermen las riñas. No es lo mismo Muerte y desolación en los pagos de Tandil que el cinismo y la estupidez del francés descuartizado que hallaron en la vereda donde se encontró abierto el caso de los verdugos de la Sexagenaria enamorada.
Dificultades de aceptación crecientes en el famoso retroprogreso modificaron la piedad por los muertos. Tampoco es tan antigua la propiedad de la última morada, y menos la costumbre de llevar flores.
Bloy: Sólo la muerte nos desengañará.
Manijas
En el entierro, piden ayuda al desconocido que pasa. Momento que cada persona deja librado al azar. Ironía. Comedidos presentes. Las manijas del ataúd son incómodas. ¿Quién las diseña? Elección del elenco. Por si te pasa algo, dicen. No la pueden nombrar.
Cuento que no escribiré: asignó en vida a seis personas las manijas de su propio ataúd para el traslado en andas final. Aunque no supo cuándo ocurriría, peor era que ese día llamaran a cualquiera, como si fuese un mueble. Pero modificó la elección desde la juventud, y a medida que pasaban los años, cambiaba la lista. Tenía un encargado de que todo se cumpliera. Ni otorgar ni sacar una manija eran muestra de nada. Sólo los quiso dejar reunidos, mirándose por sobre el féretro, desconociendo los motivos de su voluntad.
Las momias buzo
Era una mujer de río. Para todo se tomaba su tiempo. Si iba a elegir una torta en una vidriera, lo hacía como si pudiera elegir toda la eternidad. La calma impresionaba a amigos, incluidos los que murieron antes, preocupados por ella. En cada operación, al lado del tubo de oxígeno, volvía a la superficie, como un buzo. Cuando se recuperaba, hacía un dibujo de momia con patas de rana.
Suavidad sin controversias. Descensos mentales en las internaciones.
Morir del todo lleva tiempo.
A veces la agonía brilla. Es una estrella de mar: no es fácil saber si está enferma, decaída, o ya sin vida.
Al final no se llega de un día para el otro; la empresa se encamina y pierde pie. Bucear la muerte es un deporte lento, por momentos parecido a la caza submarina con arpón.
Momia buzo. Vendajes en la cabeza y gracia de movimientos. Philippe Ariés: La ciencia avanza funeral a funeral.
El cambio tan paulatino no se advierte, del mismo modo que tampoco se advierte un cambio de costumbre. Luz débil del muelle. Empezar a tener en cuenta cosas que el tiempo abandonó.
Moribundo novato, muerto nuevo.
Para entender quizás haya que practicar distancias en bote de remo.
Voz ronca que llega desde lejos, mono carayá. Vaivén, oleaje o mareo; la muerte va apagando las luces, cerrando puertas en la cabeza, como cuando se va uno por un tiempo de su casa.
A veces nadie está al pie de la cama por no coincidir muerte con horario de visita.
Había pensado que morir era más fácil, un pequeño movimiento. Pero no. Un muerto siempre es una novedad.
La agonía no es cosa de entendidos. Derecho a saber, a no sentir que la propia muerte nos aparta. La palabra del agonizante se parece a sueños que la ciencia deja de lado.
Último acto sin anticipación. Vestigios que también se van, poco a poco, en el detalle de morir. Ninguna instrucción. Solo vida indecisa que tarda en perderse del todo.
Confesó todos los males que había hecho, pero la familia lo sabía hacía décadas. Prescribió.
Orgullo de vivir más años que los pronosticados por la medicina.
En el Juicio Final de Papini está Rosas.
¿Despojarse de todo dramatismo? No sé. El médico le dijo que su historia clínica era una película. Acercó la oreja a su boca, como soldado en campo de batalla. El testigo agonizante colaboró con la investigación de la justicia.
Despedida de humor. Freud relata la del condenado a la horca un lunes: Linda forma de empezar la semana.
Ella dijo: Hice lo posible por mantenerme viva, hasta ahora. No podía avanzar hacia el pasado, donde estaba la vida. Tampoco había llegado al futuro. Sólo le quedaba la aventura de morir.
Aventurarse, ponerse en juego sin elección, por completo y una sola vez. No depende de uno.
La libertad de no ir más yendo y viniendo entre el miedo de los otros. El moribundo carga miedo de los sanos y los redime.
Agonía como parto que atrasa o adelanta. Se fue del mundo no como quien se retira sino como quien llega. Cuantos más amigos mueren, menos miedo.
Habitación con cuatro camas de hierro vacías, resplandor irreal. Le quedaba mirar alrededor y terminar el asunto. Era el propio interesado. Cuando abrió los ojos por última vez, vio por la ventana las palmeras del jardín del hospital; tenían enaguas vegetales, de esas que permanecen secas toda la vida arbórea sin caer, como si la muerte se pudiera quedar junto con la vida, sin desprenderse.
Pésame entre amigos. Sólo se permite hablar de la muerte en cuentos, en la clandestinidad; es decir, en voz baja.
Paciencia amniótica. Dicen que los muertos podrían tener miedo de la vida.
No venero la fatalidad, pero no es bueno imputar todos los males a la parca. Dicen que los muertos indios descansaban sobre el lomo de los caballos, pescuezo de cabecera y piernas cruzadas extendidas en el anca. Morir es intimidad y algún bruto extrovertido que la arruina.
Los niños en la playa hacen pozos y se meten adentro, pero no recuerdan tumbas ni antigüedad. El horror mundano es vulgar. Quizás en el futuro se traslade a cosas impensadas.
Dice Ariès que así como la gente por siglos no habló de sexo, la interdicción sobre el sexo se trasladó a la muerte. Buscar La pornografía de la muerte. Geoffrey Gorer. 1955.
Se esconden en los baños para llorar. Al pensar que la muerte no es más nuestro asunto, viene el efecto rebote.
En Roma, si un niño romano moría, le destacaban sus logros intelectuales escribiendo en su lápida Opera legit homerii (leyó las obras de Homero). La muerte del ser querido duele distinta en cada siglo. La transformación del duelo fue tal, que rápidamente se olvidó lo reciente que era: pronto se convirtió en una naturaleza y sirvió de referencia a los psicólogos del siglo XX. Falta la historia de la muerte en el temario. Falta el duelo antes de Freud.
Alejándome del mundo romántico, siempre quise romper lazos forzosos. No me resultan intolerables algunas rupturas. Dolor en la separación. La pareja quiere llorar junta. Despropósito. Los duelos no se hacen de a dos. No vamos a velar juntos el cadáver de nuestro amor.
No rechazo la muerte ni la exalto. El pudor ahora prohíbe el sufrimiento. Nadie quiere ver las cosas de la muerte, como si fueran apariciones funestas. No fue siempre así. Acercarme a la muerte. No quedar como superviviente en pena.
Gombrowicz y la agonía: Quienes envejecen fingen seguir viviendo, nadie ha sido capaz de crear un lenguaje aparte para la gente que entra en el proceso de morir.
Tampoco hay ningún protocolo en la medicina forense para preservar la palabra del agonizante, y esa frase llega al oído de un desconocido cualquiera, con suerte, eventual socorrista o enfermera. Nadie está obligado a transcribir lo dicho, identificación de características del asesino, mensaje de reconciliación, o palabra que cambia la vida de los deudos. Voz del difunto. Preservación de su palabra.
El médico de los muertos, Julio Garmendia. La casa del oruga solitario. Purdy.
Un pintor chino destruye cada pintura que termina porque solo le importa la experiencia de hacerla.
Lo típico de las sectas es dar miedo para controlar el pensamiento.
Hitchcock. El sesgo irónico se cruza como las huellas y no se puede descifrar. Alfileres para el jefe.
Difuntas sin nombre, allegados en funerales, incomodidad espiritual, impresión de confinamiento. Nadie sabe cómo las palabras, que siempre fueron armas, llegan a tanto. Los estudiosos ya han advertido de este coqueteo con la inmortalidad. Para explicar cada cosa compleja, LGV, el autor de El oficio de perder se preguntaba si tendría que escribir otro libro.
Alguien dejó su señalador en: Verdaderamente, quisiera hacer algo diabólico, pero no se me ocurre nada. Odilon Redon: representación de la muerte con un cerebro flanqueado por dos testículos a modo de alas.
Sepultados sin muerte, lava de los que ya no pueden morir, el revés de Pompeya.
Shklovski: certeza de abuela que presintió su muerte. Siempre se escucharon historias de personas que se visten para morir. Había sacado del arcón su vestido de novia, y había esperado un día que ella misma había fijado como fecha exacta, cumpliéndola en perfecto estado de salud.
A otras, en cambio, las vestían para morir. Shklovski de su abuela: abrió toda la vida la puerta ella misma, lo hizo también el día que murió: con el certificado de defunción redactado, vestida para el ataúd y con la mandíbula atada para que no se le bajara. Las antiguas monedas de 5 kopeks que tenía sobre los párpados para que se endurecieran cerrados, se le habían caído al levantarse, pero no lo advirtió. Aun sin poder mover la boca por la atadura, no pudo dejar de ir a abrir la puerta. Y aunque vivió seis años más, nunca se dio cuenta de que por fin le había pasado algo extraordinario.
Texturas: cartón, seda, papel, estatuas griegas con ojos de pupilas vacías. Muerte y gusto que la modela, talla de íconos, madera policromada. Asocian muerte con deterioro, decrepitud, debilidad o enfermedades. La muerte se encuentra en frases, en cerámica o vitraux.
Buscan lecturas como si el contenido asegurara años por venir.
Macedonio: Llegué a la conclusión de que la vida es algo mortalmente peligroso.
Según los cuentos de Hawthorne, los indios guerreaban con muertos igual que con vivos.
El viajero hallado insepulto en la aduana de Boston. Sabiduría Wakefield. Es peligroso abrir grietas en los afectos humanos. No porque rompan mucho a lo largo y a lo ancho, sino porque se cierran con mucha rapidez.
El ojo es un motor que nos puede hacer chocar.
Otra etapa de los oftalmólogos: estudiaron la palabra, y si se reconocía la última letra más rápido que sola. También, dónde se centraba la mirada. Llegaron a la teoría que identificaba letras reconociendo formas exteriores. La teoría de la forma exterior era falsa. El sonido es más importante que la semejanza visual. ¿Vocalización mental? Siempre hubo gente a la que se le mueven los labios involuntariamente al leer. Otros pueden ocultar que la lengua les baila. Un riesgo de vida por mal desempeño del lector se puede abrir camino.
La costumbre es un peligro. Es más fácil dejar de amar que dejar de fumar.
Los ojos leen el tren en la misma dirección. Leer olas de izquierda a derecha. Un criollo sabiondo podría decir basta e irse a la llanura a buscar muertos en tierras de antiguos fuertes.
El suicida del cuento de Papini encontró un método no utilizado por nadie. El suicidio sin usar las manos. Decía que la muerte no estaba todavía completada. Que le daba asco como se practicaba de manera común. Él respetaría la obra maestra del cuerpo sin cortar ni herir en la nobleza de su procedimiento. Si uno quería morir, bastaba con quererlo en serio y de manera constante para que la muerte, poco a poco, se introdujera en uno. Una vez que eso ocurre, cualquier nimiedad, una frase, un viento, y hasta una palabra nos derribaría.
No hay necesidad de una gran noticia telepática. Algún día las costumbres volverán a cambiar, y avanzarán hacia el pasado, cuando la muerte se podía nombrar sin avergonzarse, cuando no pesaba la interdicción que hoy pesa sobre ella.
Pobre muerte, tan cerca de la desesperación actual. La cronología es un mal.
No elijo lo que voy a soñar, pero es lo más propio. Así, nadie quiere modelar la muerte. El aburrimiento de acatar la realidad hace efervescencia.
Cuando la muerte ocurre al pasar, la palabra es un animal que sigue su camino. No la odio, tampoco me gusta pero no la considero macabra. Final de finales. Si la odiara nada tendría sentido, desconocería su motor.
La decadencia del cuerpo es marca que se demoniza. Pero la muerte no es fracaso ni castigo. La posibilidad de perpetuarse en exceso me recuerda a los que no quieren dejar el poder. Como dictadores, protestan brevedad, igual que tiranos. Se quejan, aferrados con egoísmo. Claman lo injusto de morir para sus conocidos, mientras todos los días se enteran de otras muertes que no les desgarran nada. No hay peor frase que la pregunta ¿Por qué a mí? Macedonio: La muerte no es fatal.
Se sabe que no existe inscripción de la muerte en el inconsciente. ¿O es una broma invisible? Error de comparar muerte y sueño. Virgilio Piñera, final de un cuento: el insomne se levanta la tapa de los sesos y ni muerto consigue quedarse dormido.
El dolor siempre fue pasión tan parecida al placer que algún día quedará en segundo plano, como el amor tan cercano al odio se confundió con el tacto y la mirada durante siglos. Ahora, como dijo Kokoschka, no basta con haber nacido sino con resucitar día a día como persona.
Cama vacía en el hospital. Pregunta al padre: ¿y tu compañero? Se cambió de colegio.
Helicóptero sanitario, estatua de ángel, banco de plaza, entrada de pabellón. Pórticos. Fuentes. Cielo y camilla. Una señal en un cielo ajeno, como el título de un libro ruso. Ella leía las memorias de Nadiezhda Mandelstam, Contra toda esperanza. El señalador quedó en la página 247. El ciclo: Vivir en Petersburgo es como dormir en un ataúd. En otra parte había subrayado que la palabra libro va unida en nuestra mente a la idea de su impresión. Llevaba los libros en la cabeza. No eran objetos. Eran su hábito, su vida.
Los jardines del hospital nos vuelven religiosos, nos hacen olvidar al personal sanitario, y creemos que las enfermeras son santas.
Veo una mariposa. Me da esperanza. Mentalidad medieval depositada en un insecto alado.
Encontrar en una fiesta al director de terapia intensiva. Dueño de agonías. Desde el siglo pasado, ocupa el silencio. Cada día habla con agonizantes. Nosotros ya no sabemos. Inmerso en buena intención y profesionalidad, desde su baja estatura, el médico fuma su silencio autorizado. Trata con lo que ya nadie quiere. Está más allá, copa en mano, parado en el césped, junto a la piscina. Miro su silencio. Al menos sabe terminar el asunto sin infantilizar.
Ojalá hable, se digne a hablar conmigo al que le toque estar cuando me llegue la hora. La muerte es un proceso, no un hecho.
Muerte a cuestas en la infancia de tantos. Sólo otros niños ayudan a cargar el peso.
Palabras de más: pregunto una sola cosa y me responden ocho. Después andan diciendo que yo pregunté las otras siete. Nadie devuelve lo que se va con la voz.
Escuchó la noticia. Se quedó con la boca abierta y no la pudo cerrar más. Alma robótica, inerte, don tranquilo. La calma que prosigue a la tormenta también existe. Jugábamos a matarnos con revólveres de cebita. Jugaba a no tener huesos, se caía redondo sobre sí mismo como demostración. Le sacaba las patas a los cangrejos, deshojando terror en las margaritas. Soñé que un niño resucitaba. Ilusión parecida a las decepciones de la infancia.
Cita de Los hermanos Karamasov: Este dolor no quiere consuelo, se nutre de la idea de que es inextinguible. Los lamentos no son sino el deseo de abrir aún más la herida.
El futuro me tira de la manga. Ya nacemos sin darnos cuenta como para que uno se vaya como nació. La muerte, al menos a mí, me gustaría vivirla.
Hay un muerto que no puede esperar.
LA SOLUCIÓN DE KAYSERLING
Sé que la muerte no tiene belleza y que mi condición de cadáver es infranqueable para la vida. El líquido que parece agua es el que engaña: me conserva tan idéntico que pareciera que sólo estoy sumergido en una piscina, y que emergeré del agua con mis dos tatuajes en los brazos: la chica montada en una estrella y el leopardo persiguiendo un águila. Aunque mantengo los colores y la hidratación, mis hombros hoy son dos cuadrados de cuero suspendidos a los costados de mi cara. No parezco amputado. El corte del cuello sugiere, como en la escultura, el cuerpo que me falta. Yo nunca había podido leer mi cartel. Ahora luzco una barba intacta y ya no tengo que recortarla. Durante las visitas guiadas, aunque en las otras vitrinas hay aortas y trillizos, las personas se acercan primero a mí. El descuartizado de la esquina, aunque en su vitrina incluyeron el hacha, no atrae tanto público como yo. Acerca de mí leo muchos pensamientos. Los siento con los ojos cerrados.
Parezco un prócer, un guerrero.
Los carbonizados están en un rincón. Nadie quiere mirarlos. El otro día vino un grupo grande. El doctor que hace las autopsias y que está acá hace cuarenta años les habla de los aspectos legales, las cremaciones, los tiempos de espera en los asuntos judiciales, y no hace ningún comentario mórbido. Él es una buena persona, de ojos azul profundo, y yo creo que se apena de manera firme por nuestros destinos. Algunos se impresionan de los cuellos cortados de manera limpia. Sucede que en mi época los trenes no iban a gran velocidad, y los suicidas habían puesto de moda eso de colocar la cabeza en las vías. No se olviden que mucho edificio alto no había aún como para arrojarse.
Hoy fue un día especial. En la visita del contingente, una mujer le preguntó al director cómo hacía para no soñar con todos nosotros, pero él le respondió que con nosotros no tenía ningún problema, que la única evidencia de su dificultad (si es que tenía alguna) era que en su vida privada no soportaba las peleas. Ni siquiera podía ver boxeo. La gente cree que el movimiento es vida, pero yo no estaría tan seguro. Algunas personas parecían no escucharlo, entre ellas, la mujer que se acercó a leer el pequeño letrero que bajo mi barba cuenta la historia de cómo terminé acá. Ella leía y miraba; y era mayor el tiempo en que leía que los breves segundos en los que ponía sus ojos en mí. De pronto me di cuenta de que se había entristecido. Tal vez yo le recordara a alguien; no sé si a un pariente. Yo soy español. Con el checoslovaco de al lado siempre nos ponemos a pensar juntos en el lituano que no habla. No hay mucho para hacer.
Además de los pensamientos de los visitantes, alcanzo a percibir también ideas que emanan de pieles entintadas con imágenes de serpientes y anclas, o lo que hablan a la izquierda mis vecinas las lenguas; están todas como quedaron después de que el dueño de cada una se ahorcó. Las juntaron. A veces me cansan, cada una contando cómo fue mordida o mostrándose las sogas alrededor de lo que quedó de los cuellos, como compitiendo. Cuando leo ideas en formación, partes, intenciones y palabras sueltas, se me ocurre que es un hábito que tengo desde antes de morir, cuando trabajaba, y todos me miraban con atención, sin decir en voz alta lo que pensaban de mi apariencia. A la gente le pasan muchas cosas extrañas por la cabeza cuando entran a este lugar. Son ideas distintas, pero la mecánica es la misma. La mujer iba y venía, miraba las demás vitrinas y volvía a mí, siempre pensando en la inmigración de su familia en 1934. Se acercaba como queriendo retener lo leído, sufriendo no poder anotarlo. Son carteles viejos, hechos con máquina de escribir. Antes que la mujer entrara, cuando esperaba en el hall, yo ya le había leído el pensamiento. No es una tarea fácil, porque siempre son contingentes muy variados, y a veces se mezclan las ideas y no sé cuál pensamiento es de quién. Parecía que rezaba pero no era un rezo. Cuando todos los demás transmitían temor o curiosidad y otras sensaciones que ya distingo de manera fácil, pude percibir la diferencia. Su sentir se desprendía de ideas médicas, técnicas, forenses o macabras. Ella lo pensaba con absoluta claridad. Se notaba que se le había ocurrido en el momento; que no lo traía preparado. Su pensamiento espontáneo era éste: agradecía a las almas de estos pedazos o piezas (como también nos llaman) por dejarse ver. Y pensó que, como ella no era médica, debería leer los carteles y mirarnos simultáneamente para que nos enteráramos, si alma teníamos, de lo que nos había pasado. Bomberos, policías, médicos y otros licenciados recorrían el lugar en silencio. Todavía no me había visto, pero ella creía que todo lo que vemos tiene unos ganchos invisibles que pueden abrocharse a lo que uno pensó. Entonces, ocurrió lo que tantos años había esperado: un poco agachada, con los ojos yendo y viniendo, como cosiendo dos telas separadas o dos destinos, leyó lo que decía mi cartel.
Yo, que nunca tuve una muerte con ritos funerarios ni entré en ninguna de las costumbres mortuorias contemporáneas, supe que, aunque no hubiera sido rodeado por un duelo de pietismo exaltado, había tenido una nueva experiencia extraordinaria. Ahora ya no me importa saber que jamás seré visitado en un cementerio y que nadie venerará mi tumba. Dentro de la solución de Kayserling, tuve la sensación más agradable de toda mi muerte. Es cierto que siempre había soñado con que algún visitante me mostrara un espejo. Me lo imaginaba; un espejo cuadrado, bastante grande, sostenido para mis ojos cerrados. Pero los muertos también nos solemos equivocar.
Soy el más espectacular de los materiales cadavéricos. Quizá porque no me suicidé. Además, nos van a mudar, eso también lo escuché. Y cuando nos muden, quién sabe lo que harán con nosotros, porque no van a permitir que ninguna persona nos pueda ver directamente. Planean mostrarnos en fotos. ¡Cómo extrañaré a las personas! ¡Si yo fui una de ellas!
Cuando la mujer leyó mi cartel, logró algo completamente inesperado. Supe mi historia. Estaba escrita en cuatro renglones. Al enterarme, me vino el recuerdo de un Chevrolet carrozado, la trompa. Tengo esa imagen, con una bandera luminosa en el frente.
Ahora que ella se fue, me consuelo pensando que pocos muertos saben cómo murieron. El checoslovaco me dijo que la mujer que está junto a la entrada se cayó de un cajón de bebida y se atravesó el cerebro con un alambre. Hay otro que está empalado; ese tiene torso pero no cabeza. Tampoco sé qué llevó al pedazo de piel sola a tatuarse Perón. O a ese casi portal femenino hacerse el tatuaje con la palabra Welcome. Yo no sé, pero sentí que la mujer que me leyó el cartel comprendía la coexistencia entre los vivos y los muertos.
A no pocos visitantes les parece que estoy durmiendo. La gente se queda seria o se ríe, y hoy, después de ochenta y tres años, me siento conciliado. Como si me hubiera vuelto el alma al cuerpo. En mi condición de cadáver, ya me puedo despedir de las personas. Nunca me llevarán como a otros a esa suerte de casa propia que es la bóveda, ni reposaré en esa cama que es el ataúd. Convertirme en esqueleto me entristecería tanto como a ustedes.
Alma todavía tengo. En la solución de Kayserling se mantiene fija. La gente no lo cree. Yo no salgo. Pero lo he intentado. Soy de los pocos muertos que se exponen con su accidente de despedida. Quisiera salir para arriba, como una nube. Pero estoy estático, como en una ventana, esperando el silencio del encierro final. Quiero que me recuerden así, con mi porte de elegancia en mi destino de vidrio. Los que por aquí pasaron saben que, aunque nadie me reclamó ni nunca supieron mi nombre, tuve un lugar central.
En el tiempo que resta, los que no paran de hacerse preguntas frente a mí seguirán pensando en mi vida, en quién habré sido, en mi destino de exposición para la ciencia. Pero yo, que hace tanto tiempo no hablo con nadie, ahora les hablo a ustedes. A los que leen esto y están afuera del Kayserling. Es verdad que los muertos no tenemos belleza. Pero, gracias al líquido que me conserva, ella pudo verme tal como yo era el día que crucé distraído la calle y darme esta vida de cuento. Y aquí estoy, porque solo la literatura sigue siempre hablando de nosotros sin sentir vergüenza, sin ninguna interdicción. Ni un coro de tanatólogos lo hubiera hecho mejor.
Alguno podrá decir que entro en la categoría de muerte moderna, la que mitiga el sentido trágico y nos da a los difuntos un aseo permanente de embalsamado. Nada más lejos para quien no fue rodeado de flores, y a quien no se le restituyó la apariencia de vida. No conocí funeral solemne ni monumento, y tampoco me visitan turistas ni peregrinos. No entro en ninguna cultura de bienestar, no crece sobre mí el césped de los parques ni tuve despedidas con música. Tampoco estoy aquí por repugnancia a la destrucción física. Permanezco entre mis amigos, piezas cadavéricas de inmigrantes que pasearon por las orillas del Río de la Plata hace casi un siglo, y no está permitida la entrada sin un permiso especial. Pero aunque nos estudian, son humanos, y entre ellos hay todo tipo de pensamientos que dejaré de recorrer. Por suerte, ya no tendré la duda de qué hacer si no me miran.
Lejos de ser un santo de cuerpo incorruptible, entro en esta vida de cuento basado en hechos reales. Por fin no estaré solo cuando cierren para siempre las puertas de esta sala de la morgue judicial. Era un tema que me preocupaba.
De todos modos, no me apenó nunca mi destino de cristal como tantos creen. Además, las visitas melancólicas a las tumbas fueron durante siglos un acto desconocido. Nosotros vivimos tranquilos, en el centro de Buenos Aires, en este Museo Forense que a todos nos representa. Tomen estas páginas como testamento. Es la única fortuna que puedo distribuir. Lo que más me sorprende de todo es que, aunque me haya atropellado ese colectivo en 1938, pueda seguir trabajando de modelo después de muerto.
Bettina Bonifatti
Ph / Humberto Rivas, Buenos Aires, 1984
Debe estar conectado para enviar un comentario.