Leonardo Senkman: César Tiempo. Los arrabales de un judío errante / Laura Estrin

¿Adónde situamos a un autor?, ¿en su generación, en su obra, en su genio o en los arrabales del tiempo? A lo largo de este estudio sobre César Tiempo Leonardo Senkman anota y se pregunta sobre las pregnancias y las posiciones, las actividades, los silencios y la presencia del autor en su tiempo y privilegia el interrogante -eso que no tiene respuesta- acerca de “la cuestión judía” como hilo conductor de su construcción histórica. Desde el comienzo leemos: “CT se encontraba también entre aquellos intelectuales y escritores judíos preocupados por el avance de los fascismos europeos, pero además entre quienes alertaban sobre la ofensiva local del nacionalismo criollo”. Senkman registra concomitancias, como la de Gerchunoff, así dice: “La pluma de Alberto Gerchunoff (…) fue de los pocas que denunciaban (…) el drama de los judíos europeos durante los primeros años bélicos, no obstante sus escasas publicaciones sobre la cuestión judía que se incrementarán hacia el fin de la guerra”. Y este libro señala diferencias como la de los “ojos de socialistas liberales (de) Anderson Imbert, (para quién) el Mal del nazismo no era peor que el de otros gobiernos, ya que el motivo de la violencia del Tercer Reich le parecía similar a otras pugnas entre imperialistas por conquista de colonias y mercados”. Además, el libro establece otras posiciones como las filosóficas de Macedonio o las casi nacionalistas de Girondo.

A veces los autores bailan en el Titanic y el libro de Senkman es un libro de historia literaria y nacional que cita a Tiempo cuando éste afirma: “No hay historia, caro amigo, usté sabe que actualmente no hay historia, sino el batiburrillo del gran mentidero público”. César Tiempo. Los arrabales de un judío errante es un libro que camina entre la historia argentina que acompaña a la europea de la Segunda Guerra y el antisemitismo -o la ignorancia, a veces es lo mismo- que antecede y nunca parece terminar. Senkman sigue el paso de publicaciones en diarios, revistas y libros de todo un grupo de autores argentinos y latinoamericanos contemporáneos a ese largo siglo XX. Zigzaguea entre Claridad, Boedo, Crítica, algunas actividades en Hebraica, tanto como ajusta lecturas ideológicas precisas que, metafísica mediante, olvidaron pensar la muerte concreta en los Campos de Concentración alejándose en relatos stalinistas o trostkystas. Repito, los autores suelen bailar en el Titanic mientras que los intelectuales, disfrazados a veces de escritores -los que tienen literatura y no ideas-, suelen ser seres muy frágiles, tal como supone Phillips Sollers, permitiéndonos definir asustadas lecturas ideológicas que giran con consignas y panfletos mientras la literatura escribe la vida y puede equivocarse como Martínez Estrada integrando una “comisión de homenaje a Stalingrado”. A veces la historia intelectual argentina se pierde en la historia utópica soviética y el libro de Senkman acompaña esos vericuetos siguiendo la derrota -en su doble sentido-, la de organizaciones antifacistas que incluyen a Aníbal Ponce, Raúl Larra, Bernardo Kordon y Tuñón, entre otros. Nunca olvido la terrible escena de Pasternak acorralado en el Congreso Antifascista de París en el 34 cuando solo puede articular: “Hagan lo que quieran pero no se organicen”.

Digo que corren en el libro de Senkman nacionalismos de un lado y de otro, como el ataque a Waldo Frank, pero todos los acercamientos dicen que ese tiempo fue una atmósfera abigarrada donde no hay muy claramente buenos y malos sino hombres, siempre débiles, ante el tiempo. Así nos cuenta de diplomacias cortas, alineadas a EEUU o a Moscú, donde lo ideológico somete a lo literario, por eso el libro triunfa al hacer siempre precisiones históricas: nos dice que Alfredo Palacios, Alicia Moreau de Justo y Bunge condenaron el escaso filosemitismo de la época. Frondizi había afirmado casi en soledad -señala el libro- que “Si los judíos de Alemania e Italia estuvieran acusados de una actividad ilícita determinada, la cuestión debería ser examinada bajo una faz distinta.

Pero nada de eso; los judíos son perseguidos por ser judíos. Ello es lo que da al problema magnitud humana”. Entonces esta historia a la que difícilmente y, por suerte, no se puede resumir, sigue el paso a César Tiempo a veces rodeado de hombres no muy confiables en sus elecciones o, directamente, antisemitas profesionales -para proponer una forma más a la figura con que Philippe Muray trata algunos burócratas del arte.

Además y, centralmente, esta biografía crítica persigue la relación de Tiempo con el Peronismo, en publicaciones y en las funciones públicas que tuvo, desde la dirección del Suplemento Cultural de La Prensa hasta la del Teatro Cervantes. Senkman cita cuando CT define su trabajo: “Desempeñé allí funciones puramente -escribe-. Me llamaron porque sabía armar un diario, corregir el vidrio en la imprenta y escribir inteligiblemente (…) No me exigieron afiliación ni batirle el parche al general. Tuve absoluta libertad de acción y no canté jamás loas a Perón ni a la señora”. Pero lo que me gusta  del libro de Senkman es que no olvida las obras de Tiempo y nos cuenta que  éste “prefiere evocar en sus memorias al Marechal asiduo del bar Pampa en calle Corrientes y Callao, junto a Jacobo Fijman, poeta judío católico converso” cuando refiere la descripción que de él hace el autor: “el poeta alucinado y alucinante de Molino Rojo, que introducía la manga del saco en un tazón de café con leche mientras trataba de convencer al negro Celedonio de escribir tangos en francés para regocijo de las midinettes del boulevard Saint Michel, a quienes recordaba arrasado de nostalgias. Marechal, en cambio, le sugería al autor de “Corrientes y Esmeralda” escribirlos en ídish, para alcanzar la repercusión internacional que su talento merecía”. Y junto a estas notas están esas otras precisiones  de la historia literaria tales como contarnos que Julia Prilutzky Farny inmigró de Kiev a Buenos Aires, naturalizada argentina y casada luego por iglesia, nunca escribió nada sobre el origen familiar judío y no dudó en colaborar con Hugo Wast mientras se decía amiga de Eva Perón.

Este libro se detiene y circunda justamente el arrabal del tiempo de César Tiempo, en nombres e itinerarios que casi han desaparecido del recuerdo del mundo literario hoy y que Senkman renueva escapando a  clasificaciones y a diversas morales a las que a veces la crítica apela. Esta historia se demora en heterogeneidades, en discontinuidades, pero el hilo conductor es la serie que lo acerca y aleja de lo judío. Así repite una y otra vez, qué amigos judíos no participaron en el Suplemento de La Prensa:

ni Eichelbaum, ni Grunberg, ni Glusberg. Y recuerda a CT cuando le escribía amargado a Álvaro Yunque en mayo 1953, cito: “Pero qué querés que haga si la gente de valor se retrae por razones que mi razón no entiende. Vos porque te jubilás. Larra me prometió escribir sobre Payró y no lo hizo. A Castelnuevo le pedí, después que a vos, una página viva sobre Gil, me la prometió hace no sé cuánto y terminó mandándome la conferencia aquella donde se metía con Lynch. Soto dice que tiene compromisos con La Nación. Franco no contesta. Tengo, sí, buen material de gente nueva, pero no puedo llenar el suplemento de firmas desconocidas”.

Una historia crítica como ésta escucha al autor también en alegres encuentros, leo: “CT recuerda: ´Chas de Cruz, que por ese entonces regenteaba una empresa distribuidora de películas soviéticas y se había propuesto escribir un guion con la historia de Clara Beter y enviarlo a Moscú junto con la protagonista. ´¡Se volverán locos!´, nos decía a Eichelbaum y a mí, comiendo en el desaparecido restaurante Corrientes, de la calle homónima, a dos pasos de Callao. Roberto Arlt, con su alegre cinismo de siempre, hablaba de traerla a Buenos Aires, establecerla en una casa de tolerancia con letrero luminoso al frente y destinar las recaudaciones a la institución de un premio Nobel para escritores argentinos. Castelnuovo y Julio R. Barcos se devanaban los sesos pensando cómo atrapar al fantasma”. Así Senkman trae en este libro cartas que precisan lo que quiere decir del autor: “Yo no dejé de trabajar un solo día -afirma Tiempo-, me mantuve fiel a mis viejos amores literarios, hice teatro, cine, periodismo, radio, dirigí editoriales, revistas, viajé, escribí presumiblemente más de lo debido, formé un hogar y, como si la pobreza fuera una enfermedad hereditaria, no dispongo ahora de un centavo más de los que podía disponer mi padre -un auténtico soñador del gueto… Ud. edita libros, yo los escribo. Los seres contra-reembolso no pueden comprender que se trabaja desinteresadamente, por puro amor a la materia que tenemos en las manos”. ¡Qué genial esos seres contra-reembolso!, si los conocerá la literatura argentina, son los que participan solo cuando hay beca -como diría Zelarayán.

Este libro también atiende ciertas relaciones impropias, no permitidas -digamos-, como la amistad de Tiempo con el cura Castellani – definido como ex antisemita y sacerdote jesuita- y se detiene en la dictadura del 76 cuando el autor será cesanteado del Cervantes “por un decreto que absurdamente lo vincula con la violencia subversiva” acusado de “escritor marxista” por haber traducido “Carlos Marx en la intimidad”, ensayo de un primo hermano de Marcel Proust y jefe de la escuela del romanticismo católico. Y Senkman agrega: “Los militares le achacaron, además, de ser escritor pornográfico, seguramente por aquella ingenua superchería de Clara Beter, una María Magdalena de nuestro tiempo que incurrió en la tremenda debilidad de escribir versos elementales acusando a la sociedad que la empujaba a la abyección y no hacía nada para redimirla”. Entonces, mientras se escribe la obra/vida de Tiempo marca otras, la de Castellani, la de Wast y en ella encontramos definiciones teóricas como: “Sabemos que todo mito entra en escena cuando el rito que lo escenifica es capaz de garantizarle una remota antigüedad”. Gran afirmación que va de la mano con puntualizaciones e interpretaciones del antisemitismo de Wast en sus novelas.[1] Este libro recorre una vastísima bibliografía sobre este mundo cultural y atiende otros cruces literarios como el de Borges y Cassinos Assens, “judío andaluz” -como lo llama insistente el argentino y refiere como “maestro” pero del que recuerda un solo libro. Senkman hace bien, escribe perdiéndose en los arrabales del tiempo de esta biografía mucho mejor de cómo se pierde Borges en la judeidad.  

Y vuelvo al inicio, esta biografía crítica se pregunta hacia el final: “¿Cómo interpretar esos anecdotarios al tanteo, la camaradería y los esbozos de amistades de CT con nacionalistas antisemitas arrepentidos, y con otros reciclados por el peronismo de su pasado fascista?, ¿Cómo leer las lamentables desmemorias del memorioso escritor de Capturas Recomendadas y Manos de obra?”

Y responde que “Tal vez sería posible comprender mejor los vínculos de CT con algunos escritores nacionalistas antisemitas arrepentidos, revisionistas católicos prejuiciosos y populistas de derecha reciclados como su persistente voluntad de articulador de vínculos sociales y culturales; -y continúa- CT ya lo había iniciado individualmente en la esfera privada durante los años 30 y 40, pero en los años 50 el populismo profundizó su rol de mediador de campos intelectuales antagónicos en la esfera pública durante su gestión de director del Suplemento Cultural peronista de La Prensa…” Entonces podríamos decir que esta biografía crítica es un libro de diferencias, como cuando precisa: “A diferencia del significado metafórico de los ‘gauchos judíos’ de Gerchunoff, la voz poética urbana de César Tiempo se resiste a desguetizar el porteño significado metafórico de su ‘Sabatión argentino’, más allá de las calles Junín y Lavalle.”  Y estas distancias que establece lo vuelven singular, inesperado, distinto a los trabajos críticos que hoy circulan, por ejemplo cuando puede recordar que “CT expresaba su resentimiento porque las revistas argentinas lo ´ninguneaban´, prefiriendo a mediocres escritores, en vez de algún prestigioso cófrade de literatura social del legendario grupo Boedo. Por ejemplo Álvaro Yunque a quien (de nuevo) escribía resentido en abril 1952: ´Por qué, qué mierda va ganar un escritor por conocido que sea aquí, en la Argentina, y en cambio, alguna vez pudo proporcionar una hora de felicidad a un lector,- y esto es difícil pagarlo. Cualquiera de nosotros, con más condiciones que el señor Freire, que el señor Roger Balet, que el señor Haynes- ya ves que no me pongo en pedante- pudimos haber ocupado altas posiciones y vivir en paz… Y somos constantemente ofendidos y humillados, por un medio que encarama a los exitistas- sean estos políticos, deportistas, cómicos o inventores,- y nunca, o casi nunca, a un escritor. Canaro es más popular y disfruta de un bienestar que no conocieron juntos Beethoven, Haydn y Mozart; Fangio es más conocido que todos los premios Nobel reunidos. Dejaos a los mediocres alimentar la ilusión de perdurar”.

Pero insistentemente esta obra regresa al nudo de su historia sobre César Tiempo, leo: “Volvamos a formular la misma pregunta sin respuesta: ¿por qué CT no encontró editor para el libro póstumo de Cansino Assens, Soñadores del Galut?” y se acompaña por significativas afirmaciones: “El olvido es algo inexplicable: nadie tiene la culpa, pero existe.”

Leonardo Senkman va y viene en su libro con César Tiempo, enumera, describe y se interroga sobre todas sus aproximaciones, nos recuerda la vida y la obra de Tiempo amablemente. Su relato incluye detalles, fechas y bibliografías, podría decirse que hace un retrato de amigos, autores que conocemos pero de los que no sabemos todo lo que aquí se nos muestra.

Además es una estampa extendida donde aparecen Mastronardi y Montale, Gerchunoff y Proust, les leo: “CT recuerda que en la tertulia florentina con Montale hablaron con admiración de los libros de poesía de Mastronardi, Luz de provincia y Conocimiento de la noche: ´Yo sabía recordar´” -escribe Tiempo que agrega: “de puro entrometido, me puse a recordar versos suyos que sabía de memoria (por coeur dicen los franceses, y dicen bien), y aproveché la coyuntura para hablarles de Entre Ríos, de Juan L.Ortiz, a quien me presentó precisamente Mastronardi en su tebaida de las afueras de Gualegüay, y del dramaturgo Samuel Eichelbaum, a quien yo a mi vez presenté a Mastronardi cuando fuimos allá, por el año 1934, a desovar unas conferencias en su ciudad natal. Y también les hablé de Amaro Villanueva, Leoncio Gianello, Alfredo Veiravé y Juan José Manauta, gualeyos también”. Senkman, como todos los provincianos, se detiene en los autores de su provincia y por lo mismo, o en su exacto envés, inquiere sobre el raro exilio del autor diciendo: “CT no escribió sobre las razones por las cuales a fines de 1961 se ausentó cuatro años largos de Argentina, residiendo en Bruselas y también en Roma. Durante ese tiempo vivió como ´un desterrado voluntario´: así se autorretrató en una de sus memorias”.

Mientras la narración circula aquí y allá nos despierta curiosidad y sorpresa cuando dice que “CT empezó a escribir guiones para novelas y audiciones radiales junto con Arturo Cerretani en radio Belgrano, Prieto y Provincia de Buenos Aires, durante los años de la revolución nacionalista militar de 1943-1945” o nos anoticia que “CT incursionó en el cine italiano”. Y esta historia biográfica se hace política crítica cuando apunta que “CT aspiraba a ingresar en la carrera diplomática en una capital europea, pero apenas logró un breve tránsito en el servicio exterior durante el gobierno de Arturo Frondizi cuando fue nombrado agregado cultural y vicecónsul en la embajada argentina en Bruselas; -y continúa- sin embargo, ese nombramiento quedó anulado ni bien se verificó que CT había nacido en Rusia y que se naturalizó a los 18 años de edad”.

 Una y otra vez el libro anota que Zeitlin no nació en Buenos Aires sino en la ucraniana Dniepropetrovsk pero afirma que “El barrio de CT no se replegaba en el gueto porteño porque siempre anhelaba componer poemas en calles de Buenos Aires en cuyas esquinas se cruzaban el alef-beit del alfabeto hebraico y los compases de un tango…”

Siguiendo estas páginas sobre César Tiempo, un “acopiador de indiscreciones” -lo llamó alguien en su época-, Nicolás Rosa hubiera dicho que se va armando una chismografía de época, elemento fundamental de la crítica y de la historia literaria. Se escribe la historia de arrabales de un recordador, una fundación literaria con suburbios que acompaña la intermitente pregunta sobre “la cuestión judía”, Senkman se interroga: “Entre tantos otros países a donde viajó a hacer reportajes, también CT visitó Israel en 1965. Pero intriga saber por qué durante su estadía no haya hecho ningún reportaje a escritores hebreos, ni tampoco escribió a su regreso en ningún medio periodístico impresiones de lo que vio en el estado judío. Esa ausencia se siente aún más leyendo Capturas recomendadas, el libro donde reunió los reportajes durante sus numerosos viajes por el mundo”. Entonces esta biografía postula un “judío rante[2] y errante” -como CT le escribió a José Gobello- y amplía: “errancia judía diaspórica” que describe al que “arrastra por los caminos del mundo su vieja pena madrastra, el corazón vagabundo y el alma en pena” sin omitir ninguna topografía para metaforizar penurias y soledades, sea en “paisajes alucinados, selvas insomnes, tierra sin sol” o en “locas ciudades”. El motivo recurrente, judío y literario, es escribir -dice Tiempo- “cosas de mi pueblo, gente de mi pueblo, alegrías y tristezas de mi pueblo, el pueblo de mi pueblo”, esas son sus “Aleluyas del sábado” de un “porteño nacido en Rusia” y miembro de la Academia del lunfardo.

César Tiempo anduvo en arrabales y sabe su etimología, recordó que “según Quevedo, latinista eximio, derivaría del hebreo ´Rabah´ que significa multiplicar, porque de la multiplicación resulta en no caber las gentes dentro de la ciudad y tener que poblar los arrabales… tan antigua nuestra lengua, insiste Quevedo… que no tomó de la griega ni de la latina, sino que conserva con más rigor la antigua lengua hebrea, cosa que le da más autoridad…” Y Senkman aúna este saber de Tiempo con otras precisiones, así escribe: “Cátulo Castillo comprendía que la iconografía del judío errante de su amigo era completamente distinta de aquel legendario mito cristiano sobre la errancia judía como castigo al pueblo deicida” ya que César Tiempo repetía: “Desciendo de profetas, de meturguemanes (vayan al diccionario)[3] y de cuénteniks. Soy judío por todos los costados sensibles de mi ser y no pienso desertar de mi judeidad (…) En cuanto a mi condición de porteño, te cuento que está amasada en el barro de la calle y de la noche”.

 Este libro dice de César Tiempo: judío argentino, un mitten drinnen, un justo entre -como subrayó en una conversación el mismo Senkman- que se condensa en su obra poética Sabatión Argentino, en su Sábadomingo y, en su último poemario, Sábado Pleno, que como no podía ser de otro modo, vuelve a interrogarnos sobre los dominios plenos de lo judío.    

Laura Estrin / Presentación de «César Tiempo. Los arrabales de un judío errante» de Leonardo Senkman
Museo del Libro (Biblioteca Nacional) 26 de mayo de 2022

Ph / Michael Kenna, 2002, Biwa Lake Tree, Estudio 2, Omi, Honshu

[1] Es el caso de esta comparación: “El tropo del control judío de la economía argentina continúa siendo central en la novela Juana Tibón, mientras que ya había casi desaparecido en la narrativa de Castellani en los años 50… El discurso conspirativo sobre el poder económico de los judíos se expandía también con el temor de la estrafalaria cantidad que habitaban en Argentina… la teoría conspirativa antisemita del “Plan Andinia” de usurpación judía, sionista y chilena de la Patagonia pareciera tener antecedente en la ficción 666 de Hugo Wast”.

[2] ´Rante´, lunfardo, de ´atorrante´. Adjetivo. Descuidado, desaliñado y en general impropiamente llevado.

[3] Fui al diccionario y encontré: “Definition of meturgemana religious officiant of the early Hebrew synagogue who orally translated the Scriptures from Hebrew into the vernacular”.