Julián Ríos: Larva / Lucía Mazzinghi

Las larvas son las fases juveniles de los animales con desarrollo indirecto y que tienen una anatomía, fisiología y ecología diferente del adulto. Necesitan pasar por un proceso de metamorfosis que puede durar desde unos pocos días hasta algunos años. Su función principal es acumular energía. Es frecuente que la larva digiera sus propios tejidos y forme órganos nuevos, actividades que desarrolla en una fase de reposo dentro de algún tipo de refugio (La cresa de la moscarda por ejemplo se alimenta de cadáveres). Todo proceso de transformación incluye la descomposición. Si uno abre una crisálida puede encontrarse con una larva podrida, medio gusano medio mariposa, hasta que cumple el ciclo completo y entonces emerge el bicho con las alas aún recogidas para terminar de desplegarse afuera en una explosión de vuelos y colores.

Algo muere y algo renace. La ley de la vida.

Julián Ríos publica por primera vez a los 42 años. Habían aparecido algunos textos suyos sueltos aquí y allá pero principalmente trabajaba como editor en la editorial madrileña Fundamentos. Larva es su primer libro publicado (1983), una bocanada de aire fresco ante tanto convencionalismo, un libro que se hace en el camino, y en ese andar vertiginoso celebra la vida y la muerte a través de perdiciones, metamorfosis y reencuentros.

Larva viene del latín larvus, que puede traducirse como maligno o espectro. Engendro, fantasma, paso, espacio medio, litoral, entrelenguas. Larva significa máscara también. Fantasma ondulante, la larva de Ríos es viciosa y viscosa, carga acoplamientos verbocarnales, donde cada palabra se abraza con ardor en una danza de torcimientos, acoples y fagocitación y las lenguas se frotan unas con otras produciendo chispazos.

Julián Ríos escribe una novela que construye su ética desde la fonética, desde las raíces en celo de las palabras hasta los encuentros y desencuentros amorosos en una Londres carnavalesca y lluviosa, citas excitadas, alegría de las influencias, máscaras y mascaradas, exhibición y goce. Mucho humor, para hacer reventar por el aire a la solemnidad y a los que intentan decirnos cómo escribir.

Los fantasmas de Joyce, Sterne, Rabelais, Nabokov y Arno Schmidt se ponen en fila detrás del Quijote de la marcha en orgiástica disolución y consiguiente resurrección de cuerpos palabras escenas y sonidos, escriviviendo sus bellasqueridas y bellaquerías. En el prólogo a la trilogía Nobodaddy de Arno Schmidt Ríos cita una frase sacada del comienzo de Momentos de la vida de un Fauno: ¿¡Mi vida?! ¡No es un continuum!, no es una majestuosa cinta que se desenrolla plácida y ordenadamente.  La vida -entonces la escritura- más bien está compuesta de fragmentos, saltos, cascadas, sacudones, palabras sacadas de quicio, fundadas y fundidas, palabras precisas y condensadas en la que cada signo y cada letra cuentan, literalmente tanto para él como para Schmidt (que compartían editores en Estados Unidos y Francia).

Del dicho al lecho y al resve también, y todo lo que se puede escribir desde la cama, carne, verbo y cadáver (de eso se trata el carnaval), como Proust en su cama tapado con el acolchado azul produciendo ese gemido apagado, burbujas de aire entre jadeos asmáticos y la pluma febril sobre las hojas apoyadas en las rodillas, como el vigoroso Twain soñando en su colchón a Tom y a Huck vagabundeando a orillas del río, como Osvaldo Lamborghini en su pieza en España, haciendo collages, dibujando, escribiendo y perdiendo y encontrando el encendedor entre las sábanas revueltas, del dicho al lecho al dicho al lecho y así: infinitamente como ese ocho acostado dibujado en las páginas 118 y 119.

¡Arde la torre de Papel! ¡Qué turgencia no acabe con todo! Londres y todas las ciudades de este bendito mundo construido con palabras bailoteantes del Asnotador que emburrona las nocturnotas…de este batiburrillo carnovelesco d´una noche de verasno. Tintinean las copas y los porrones, las carrozas y las campanas. El Milalias el asno el anotador el alquimista Don Juan en la noche dislocada: todos parten y reparten en juerga de jergas metamorfoseándose cual larvas arrastradas sobre sus panzas mientras Babelle se mantiene incólumne, siempre la misma (a lo sumo disfrazada de Bella Durmiente) y lo que hacemos nosotros es andar con todos ellos, perdernos en las calles y casas y bares y camas. Para escribir con propiedad, hay que desposeerse dice Ríos. Para dejar de estar perdidos no tenemos que querer volver sino estar dispuestos a transformarnos Asumir el riesgo.

Las mujerinias (las madres, las hermanas, las niñas de sus ojos, las sombras chinescas, las llaves y ETC) giran y gritan alrededor de Don Juan recostado, con el falo desinflado sobre la hierba, el green del shamrock, de los jardines cuidados de la city. Corren a su alrededor las furias cada vez más rápido y le sacan la lengua, ladran abuchean ridiculizan vejan afrentan. ¿Aguantará el fantoche? se pregunta Ríos y la noche de Don Juan termina siendo la de San Juan y también dan a luz en medio de la noche a una niña Doña Juana la Loca, gritos de asombros y rayos segando el jardín en tinieblas (un rayo de 170 letras ala Joyce y los mil guiños que le hace a Finnegans Wake. Se nota que lo ama, es amor no copia como dicen los envidiosos). Amada con amado confundida. Ba… belle… Elle et moi. Tú. Yo.

Todos se llenan la boca hablando de la libertad pero cuando se encuentran con alguien que verdaderamente la pone en acto lo quieren callar.

Tragarse las palarvas angustia, por eso Ríos escupe su chorrera, babeliza bebe balbucea en lenguas estropajocosas hace notas y notas de notas y notas de las notas al margen anotadas.

Hilar y reír, mis oídos hablan, mientras mi lengua mira, mis oídos hablan mientras mis manos oyen, y mientras mis oídos son ojos que abarcan todo lo visible, mis ojos son oídos que escuchan las jácaras de esta noche oscura de San Juan.

Una vela y una novela en cada mano.

Luz lux lucifer lumiere y la noche que cae y emborrona las letras garabateadas frente a la ventana.

Si no sana hoy, sonará mañana. ¡Finniche

Lucía Mazzinghi, 2022

Ph / Paul Strand