
Se cree que inmediatamente después de la muerte del abad Boullan, el célebre mago de Lyon, los fieles de la Iglesia de Carmel, reunidos en una especie de cónclave, eligieron unánimemente y a través de ovaciones estridentes al Sr. Joris-Karl Huysmans como su sucesor.
El autor de Allá lejos sería ahora el Pontífice Soberano de la orden de Melquisedec y el único sublunar capaz de celebrar el “Sacrificio de gloria”.
Pese a la postración financiera provocada por la crisis de Panamá, se destinarán sumas notables para erigir un templo sublime consagrado exclusivamente a las ceremonias del nuevo culto en el que los escritores menos esotéricos podrán admirar, en batas entalladas de cachemir carmesí y sobretodos blancos de escote abierto en forma de cruz invertida, al Gran Sacerdote que supo ser uno de los suyos.
Para ser sincero, Huysmans “fue enviado por el Cielo para desbaratar las artimañas infecciosas del Satanismo y para predicar la venida de Cristo glorioso y del Paráclito divino”.
Es por esto que titulo estas palabras La expiación de Jocrisse.[1]
Aunque, en verdad, todo esto me genera una tristeza profunda. Yo estaba, lo juro, en mi pequeña mazmorra católica, tranquilo, sondeando mis recuerdos militares,[2] y entonces vinieron a preguntarme lo que pensaba sobre los chismes satánicos. Me hicieron el honor de suponer que mi opinión sobre los magos contemporáneos se expresaría eficazmente para la edificación o la recuperación de algunas ovejas descarriadas.
Entonces consentí. Sin embargo, espero no sorprender a nadie si, de antemano, declaro que, tal vez, sería más útil consultar al Papa, a menos que se prefiera releer con cuidado la mediocre transcripción del diccionario de herejías que Flaubert tituló La tentación de San Antonio.
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¡Este pobre Huysmans! Tuvo un comienzo feliz con Las hermandas Vatard y Río abajo. Lo veíamos tan bien en sus inicios. En aquel momento tenía incluso la habilidad de copiar con precisión los adjetivos honorables de Lucien Descaves.
¿Por qué tenía que encontrarse con este abad Boullan, este doctor Bautista tan inquieto cuya baratija religiosa debería haberlo puesto en guardia?
En el nombre de los cielos, ¿pará qué llegó Vintras, el predecesor de Boullan, un molinero joven rebosante de apocalipsis, al destino sereno de este narrador de los suburbios?
¡Ay! El desdichado había escrito A contrapelo. Obsesionado con esta locución adverbial, se encontró inerme frente a esa horrible casulla de carnaval donde la cruz aparecía dibujada boca abajo.
Poco instruido en la historia universal, Huysmans debió haber creído que la oposición a la Iglesia Católica y la desobediencia o la deshonestidad sacerdotal eran novedades fulminantes, y se persuadió de que un carmelita que nos ilustra que “el Paráclito desciende sobre los genitales” debe ampararse necesariamente en un Dios plausible.
Vintras, el revelador, había enseñado que, “de todos los homenajes, el acto del amor sexual es el que más le agrada a Dios”, y esta gimnasia agradable a los hombres no podía menos que ganarle un gran número de sectarios.
Huysmans se estancó todavía más en esta doctrina que en el naturalismo donde fue campeón y donde pensó encontrar una desembocadura al cielo. Incapaz de una mínima intuición y prodigiosamente desprovisto de la facultad de síntesis, todo ojos pero privado de orejas, ignorante, en consecuencia, en las cosas religiosas (y de la ignorancia más espesa), era inevitable que las profanaciones sucias de un sacerdote innoble le parecieran prácticas santas.
Hemos leído, en los periódicos, el detalle alarmante de las curaciones de úteros a través de “la imposición de hostias consagradas sobre los ovarios”.
Fue presenciando estos actos como el desafortunado detractor de la escuela materialista creyó lanzarse a la más trascendente de las espiritualidades.
Y es que es cierto y de tradición constante que una religión obscena se vuelva el objetivo de todo aquel que desobedece la autoridad sobrenatural del Vicario de Jesucristo. Es a lo que se reduce, me temo, el movimiento de renacimiento religioso del cual se viene hablando hace algunos años.
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Y obsérvese bien que no hablo de los saltimbanquis, arlequines y escaramuzas del ocultismo. Señalo un auténtico glotón en torno a quien se ha armado un fuerte ruido los últimos días, un tragador inconsciente de los más viejos sables de la magia (y yo tengo, sin dudas, más derecho a gritar que los demás, dado que fui, durante épocas, el pozo benévolo donde las ideas y los documentos esenciales de Allá lejos fueron elaborados).
No fui el único en ser consultado, ¡no! A los documentadores no se les escapan oportunidades. Pero la esencia misma del libro, el sentido de una realidad sobrenatural que le falta desesperadamente… Dios fue testigo de mis esfuerzos y de mi paciencia para hacerlos penetrar lentamente en la novela.
Conté, en el capítulo precedente, esta aventura deplorable cuyo recuerdo no me embriaga de orgullo alguno. Les ruego que me crean.
Pienso también que es espeluznante equivocarse durante tanto tiempo y con tanto desatino sobre un hombre, y le demando continuamente a Dios que perdone mi estupidez incomparable[3].
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Este es el pontífice, el hechicero actual de la olla mágica y central donde lo vemos espumar, desde hace algunos días, todos los satanismos divergentes y neonatos cuya monstruosa amalgama se designa ridículamente como ocultismo o esoterismo.
Lo maldigan o lo adoren, es lógico que él sea su jefe, puesto que no pueden manifestarse o vivir si no lo hacen a través de su nombre.
Verdaderamente hubiera preferido que no se llamara Jocrisse. En tal caso, al menos me hubiera equivocado en algo. Lo que en realidad percibo de satánico en estos jóvenes es su estupidez y su profunda ignorancia. Para dar un ejemplo llamativo, creo que, al menos hasta ahora, no se ha encontrado entre ellos por lo menos uno capaz de preguntarse si Vintras, el fundador de los nuevos carmelitas o melitenses, ordenado sacerdote por su propia potestad, condenado a cumplir condena por estafa y redactor, en el fondo de su celda, del apocalíptico periódico Voz de la semana, no es por casualidad un simple pervertido. La misma observación vale para el abad Boullan, afectado inhumanamente, también él, por nuestras leyes penales.
Sobre todo, es llamativo que este último, regularmente vestido de sacerdote, que supo abandonar osadamente la Iglesia para encarnarse en el alma de san Juan, no haya inspirado a ninguno de sus admiradores la violenta necesidad de desmentir su traición y apostasía.
Pero vayan a demandarle un esfuerzo así a gentes que no saben absolutamente nada acerca de lo que significa la palabra Obediencia, la palabra Plegaria, la palabra Iglesia, la palabra Absoluto, y que sin embargo están muy seguros de haber reconquistado la sabiduría de Salomón o la ciencia colosal de Enoc, Séptimo Patriarca antes del diluvio.
Debo detenerme aquí, ya que tengo el honor poco envidiable, se los juro, de haber sorprendido el Secreto supremo, el gran Arcano de los magos, y no voy a exponerme a dejar caer un tesoro semejante.
Esta desgracia me sucedió ya una vez, el 15 de mayo de 1891, en una revista pequeña. Fue una imprudencia que me costó caro. Sin la intervención del príncipe Ourousof, que acudió rápidamente desde Moscú para defenderme, fui embargado por diez mil francos.
Parece que ese es el más justo precio de la reputación de un esotérico.
Léon Bloy, “L’expiation de Jocrisse” en Sur la tombe de Huysmans. Paris, Collection des Curiosités Littéraires, 1913.
Traducción: Nicolás Caresano.
Ph / Estatua de Melquecidec
[1] Personaje de la comedia francesa, ayuda de cámara bufón, que encarna la tontería y la torpeza. Molière lo menciona en Las mujeres sabias. Dorvigny escribió Le Désespoir de Jocrisse en 1791. [N. del T.]
[2] Escribía entonces Sudor de sangre.
[3] Etenim homo pacis meæ, in quo speravi : qui edebat panes meos, magnificavit super me supplantationem. — Salmo XL, 10.
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