Vigesimoquinto aforismo: No hay relación sexual / Zacarías Marco

La comedia de los sexos, en dos actos. Cuaderno de dirección. Diálogos y anotaciones. Prescindo del resto. Será nuestro libreto, la escritura que atrape lo imaginario para destilar unas gotitas de real.

Leo sólo dos pequeñas escenas, las previas a la formalización del enlace entre los amantes. Su acercamiento directo me sorprende. Suele suceder que la dificultad estructural de la relación amorosa se exprese y se concentre en el rechazo inicial a su unión, bien sea hecho por el padre, por la familia o por la comunidad. Hay mil ejemplos. Un tema que tiende a absorberlo todo, precisamente por cumplir la lógica del señuelo. De eso se trata, de que el despliegue de motivos que impiden el enlace oculte el factor estructural. Sin embargo, en este pequeño guion el desvío es evitado. El primer paso se sortea con relativa facilidad para poner enseguida el foco en la segunda dificultad, la convivencia de la pareja cuando el amor encuentra su límite. Tiene ese acierto, abrirse a la práctica. En el horizonte, cómo evitar el naufragio posterior, cuando los amantes enfrenten lo imposible que anida en su ser. Un vacío al que cada uno añadirá un relleno, su fantasía. Origen del malentendido que desplegará, llegado el día, sus cuatro combinaciones.

Prescindo del resto de la película, pero no de su referencia musical, una canción mítica, Shenandoah, de la que toma el título. Esta canción viene a insuflarle el aliento del pasado que le permite tratar el presente desde su opuesto, lo cotidiano. Dentro de las canciones populares americanas, Shenandoah es una sea shanty, un canto de marineros utilizado para acompañar con su ritmo el esfuerzo de navegación. De ahí que no tenga versión original, dando lugar a un sinfín de variaciones. Como suele ocurrir, han sobrevivido las más parcas en el relato de los hechos. ¿Pero de dónde le viene el éxito? Si bien la canción utiliza una metáfora habitual –tras el dominio de la naturaleza la conquista de la amada–, incluye un elemento transgresor. El tema, la soledad de los exploradores blancos y su búsqueda de mujeres entre los indios. La canción recoge uno de esos intentos de mestizaje por parte de un pionero, que se atreve a solicitar al jefe indio Shenandoah la mano de su hija. No sabemos su respuesta, y no hace falta, suficiente para contagiar a la película del fondo mítico de un amor imposible.

Volvemos ahora a nuestro guion. El contexto es otro. El hombre al que le va a ser solicitada la mano de su hija es un granjero, heredero quizás de aquellos pioneros, cuya hija tiene para él un valor añadido. No sólo porque es su única hija –el resto son varones–, sino porque él es viudo, y a pesar de los años transcurridos, no se ha rehecho de su pérdida. ¿Cómo responderá a la petición de mano?

Todo funciona en la obra gracias al contrapunto. Por ejemplo, entre lo civil y lo conyugal. Debido a la hipocresía reinante, no es posible operar en el escenario social, lo que explica el enfrentamiento civil, la guerra. Qué mejor entonces que permitirse algunas verdades en el ámbito doméstico. Quizás así pueda evitarse ese otro enfrentamiento, el conyugal. Una treta del guion que utilizaremos para centrarnos en este escenario secundario a la acción. No hay que ser un lince para imaginar que está destinado a agujerear al principal, dándole la salida. De él leeremos sólo las escenas –primer y segundo acto– donde se materializan los requisitos previos a la boda.

Empezamos. ¿Por qué hacerlos explícitos? Se entiende que es necesario un cierto aprendizaje en aras de la convivencia futura. Leo en el cuaderno una advertencia del director, ‘No subrayes o se perderá la gracia’. Me hace sonreír, no deja de tener gracia ver subrayada la propia advertencia. Página siguiente. Estoy buscando el primer requisito. Aquí está. Establecer la diferencia entre amar y desear, o entre querer y gustar, traducirlo como queráis, siempre que señale lo que realmente importa, la pasión. Si no la hay, no perdamos el tiempo. Bien, busco ahora el segundo requisito. Provocar una actitud que responda a la imposibilidad de la concordancia en la pareja. Es preciso mostrar a cada uno de los pretendientes el horizonte del malentendido inevitable. Un malentendido doble, o cuádruple, según se mire, al estar redoblado dentro de cada uno. Porque llegado el momento, ninguno podrá entender qué le sucede al otro, como tampoco entenderá el origen de su propio malestar. Se dan aquí unas preciosas indicaciones. Tono cómico en los dos actos. Cierro el cuaderno. No estoy seguro de haber entendido.

Lo abro de nuevo por el primer acto. En él se va a representar la ceremonia de la pedida de mano. Un cara a cara entre el pretendiente y el paterfamilias, un viudo hosco, con fama de intransigente, cuya rebeldía provoca sin embargo una inmediata simpatía. Nos preguntamos cuál será el sentido de su rechazo a las normas de la comunidad. Es cierto que ésta, en su actual deriva, no es ejemplo de convivencia, pero ello no impide que también él tenga su problema. No le perdona a Dios la muerte de su esposa y ha decidido vivir fiel a sus propias normas. ¿Le seguirán sus hijos? La película responderá en lo personal y en lo social a esta tragedia, pero no es eso lo que nos interesa, sino el paréntesis cómico que se abre en lo doméstico.

Bien, este hombre intenta ignorar la movilización de tropas, lo entendemos, no crió a sus hijos para la muerte, pero ¿sabe algo sobre cómo evitar en el amor la guerra? Tema clásico. Todo previsible, no importa. Pasamos a la escena, la recepción en el calor del hogar, al pie de la chimenea. El pretendiente, arcilla blanda en manos del paterfamilias, ensaya el acercamiento diplomático. No le servirá. No podrá evitar que se cuestione la naturaleza de sus sentimientos: si le mueve o no la pasión.

Primero, entonces, detectar qué le mueve al pretendiente. Ahí va la pregunta. Por qué quiere la mano de su hija. Porque la ama, se atreve a murmurar. Respuesta equivocada. No es suficiente. El pretendiente no entiende. Detalles sobre su torpeza aliñan la escena. Otra respuesta es requerida. Tiene que distinguir amor de deseo. Amarla no aliviará la incomprensión de la pareja cuando surja. El padre le muestra su propia experiencia. Él deseó a su mujer antes de amarla, después se dio cuenta que también la quería, y ya no dejó de hacerlo. El pretendiente, acorralado, entiende que debe responder con total franqueza. Confiesa por fin que ella le ha gustado desde siempre. Su sonrisa boba delata verdad. De acuerdo entonces. Placet concedido. De momento, nada más. Bueno, sí, el joven, que no se esperaba sortear tan fácilmente el paso, busca confirmación. Pregunta si eso significa que él no tiene ningún inconveniente para el enlace. Su anfitrión responde que de eso no dijo nada. El joven entiende finalmente la sutileza. Que su futuro suegro tenga o no reparos no puede frenar la unión. Ya está. Toca celebrarlo. Naturalmente, tropezará al salir, cayendo de bruces ante la sonrisa un tanto melancólica del padre.

Segundo acto. Se presenta al espectador como un díptico. Dos escenas paralelas, en diálogo. Lado masculino primero, lado femenino después. Si en el primer acto el tema era cómo abordar el imposible propio, la pasión, por la vía de hacerla explícita; en el segundo será el encuentro con el imposible ajeno, y su inevitable incomprensión. Tanto en uno como en otro se busca cómo nombrar lo innombrable, hacerlo operativo. En el primer acto, la pasión se dice, se define y se reconoce como el afecto en juego. En el segundo, el malestar ajeno se señala como incomprensible, lo que no impedirá una respuesta. Quizás no podamos comprender lo que, llegado el día, hará obstáculo a la felicidad de la pareja, pero aceptar la distancia entre las dos orillas facilitará la construcción de un puente.

En la primera de estas dos escenas el novio mantiene otra charla con su futuro suegro. En la segunda escena, es la novia la advertida de parecidos peligros conyugales por su cuñada. El tema en ambas es cómo afrontar el sufrimiento de la pareja cuando ni él ni ella sepan lo que les pasa. Ni cada uno lo suyo, ni cada otro lo del otro. La aparente simetría de estas escenas se va a romper en las respuestas, confirmando a posteriori que también la naturaleza del sufrimiento debía ser diferente. Este paralelismo divergente es acentuado además por los objetos de entretenimiento y las localizaciones. Para los hombres, el tabaco en la terraza; para las mujeres, el vestido de la novia en el dormitorio. Un buen cúmulo de estereotipos, por supuesto, pero qué queréis, el guion está escrito para grandes audiencias de mediados del siglo pasado. Tomamos estos lugares como estructurales, cada uno puede variar los contenidos como le plazca.

En el primer diálogo, el padre de la novia vuelve a poner en aprietos al que ya es novio oficial de su hija. Le advierte sobre el insondable sufrimiento que tarde o temprano surgirá en su esposa. Cuando ese día llegue, se inquietará y querrá saber, pero ella no le contará. Preso de sus cavilaciones, temerá ser la causa y ensayará, sin éxito, remedios. Llegará el cansancio, la desesperación, el enfado. No podrá evitarlo, y sin embargo, es justo eso lo que no debe hacer. Sí, es necesario afrontar ese imposible, porque en realidad ella no le estará ocultando la causa de su tristeza, sencillamente la desconoce. Enfadarse sería responder con su propia angustia allí donde el único remedio es un abrazo. En efecto, hay sufrimientos que sólo se pueden acompañar. Le toca a él salir solito de su propio abismo para servir de lecho a lo inexpresable femenino. El abrazo es el puente entre dos soledades que no se pueden cancelar.

En el segundo diálogo, la cuñada advierte a la novia de la tristeza que un día ensombrecerá el rostro de su marido. Ocurrirá de vez en cuando, sin motivo aparente. Ella no entenderá esta tristeza masculina y querrá saber. Pero, como ocurriera en la escena anterior, su actitud no podrá menos que acentuar el malestar propio y ajeno. Hasta aquí la simetría. En esta ocasión, la calma por acercamiento no funcionará. La receta es la contraria, dejar marchar. Una manera de mostrar de nuevo la falta de concordancia. Allí donde las mujeres necesitan un abrazo cuando las toma el sufrimiento, los hombres poner tierra de por medio, cambiar de aires, salir al encuentro de los pares. Por supuesto, este contenido podría variarse en función del lugar y la época. No importa, lo inevitable es la naturaleza del malentendido, que no puede dejar de estallar debido a la combinatoria de sus cuatro modalidades: de él con él mismo, de ella con ella misma, de él con ella, de ella con él.

De acuerdo. Qué tenemos. Leo en ambos diálogos la misma pregunta dirigida primero a él, luego a ella, “¿Lo entiendes?” Pregunta que termina recibiendo la misma respuesta, “No”. Ambos esperaban del amor que impidiera la brecha del ser mediante la unión de las dos orillas. Esta ilusión no es mera inocencia, es lo propio del amor. Si el amor no imaginara abolir la diferencia entre el deseo y los hechos, no sería amor. Podemos ser maximalistas y pensar que, no pudiendo cancelar la separación de la pareja, el deseo fracasa en su asalto a lo imposible. Pero entremedias su empeño ha ido construyendo puentes, y por ellos se han puesto a circular las emociones. No hay unión, pero sí trasvases. No hay relación, pero sí relaciones.

En esta pequeña comedia de los sexos hemos visto el imposible que afecta a toda relación. También, que el problema no es del orden del entendimiento. Se requiere un enlace, una apertura hacia algo que está más allá. Cierro el cuaderno. Vuelvo a sonreír. Por supuesto que estas aparentes simplezas no podían ser expuestas más que en clave de humor. El relato ha tratado de cernir lo que no puede ser dicho. Con eso basta. Pero el resultado queda en el aire, a la espera. Tenemos por un lado la imposibilidad de aprender de la experiencia ajena, por otro la necesidad de que haya una cierta transmisibilidad. Parece contradictorio, y sin embargo intuimos que no lo es. ¡Hay una lógica! Se inscribe algo que opera a futuro. Es un movimiento que funciona en sentido opuesto al de la retroactividad. Ahora, la asunción de un límite libera una potencia, que quedará en suspenso hasta que sea solicitada.

Este principio –llamémosle de anteactividad–, tiene, y es lo suyo, un movimiento inverso al del trauma. Hilvana tiempos de una manera que nos interesa. Para paliar la catástrofe que sucede cuando es negado lo imposible, inscribimos la marca de la imposibilidad. Pero es inevitable que esa marca sufra un desgaste constante, por lo que cada época y cada sujeto tiene que hacer su propia invención. La comedia que hemos seguido apostaba por la posibilidad de transmitir una función de manera universal. Sentimos que ya no estamos en eso, pero nos quedamos con su estructura. Porque lo que en definitiva transmite no tiene materialidad, es propiamente un vacío, la aceptación de un vacío. El sujeto recibe este golpe previo, un avant-coup a su fantasía de comunión con el otro. Aceptarlo le permitirá después hacer su propio recorrido.

No es ningún secreto que la operatividad de los relatos simbólicos se encuentra hoy en entredicho. Parece que hemos aprendido a no ser afectados por ellos. Los vivimos como algo desvaído, sin apenas utilidad en la transmisión del exilio del ser. Siguen ahí, pero no nos representan. Sin embargo, ¿es nuestra rebeldía la que habla, o nuestra conformidad? Tanto atacando lo antiguo como añorándolo, mostramos nuestra dificultad para dialogar con lo que tenemos. Un encuentro que de alguna manera nos elige, y es siempre el mismo. Es nuestro tema. No así la respuesta, que no está dada de antemano. La respuesta es nuestro margen de maniobra. El tema permanece, la expresión nos espera. Pero claro, como el tema se nos ha vuelto muy desagradable, adiós al relato. Bien, adiós. ¿Y ahora? Queda la expresión. Sigue a la espera.

Y esperamos a que venga. Después de confrontarnos al vacío, nos hemos quedado sin palabras. Algo semejante ocurre con este aforismo, que nos representa por mucho que no lo queramos ver. Todo lo que hacemos, por activa o por pasiva, lo afirma. Pero no podemos verlo sin transitar por la propia experiencia.

Toca, pues, calzarse y salir a caminar. Es hora de recorrer de nuevo los caminos, dejando de lado las palabras cautivas, demasiado esforzadas ellas en demostrar. Les pediremos otra cosa, volver a tratar el objeto, sus adherencias. A eso se le llama ir del relato al arte. Trabajar el objeto exige darle la vuelta a las palabras. Sacudirlas un poco. Sacudirlas hasta tocar el objeto. Ponerlas en este circuito que va y viene. Hasta que produzcan otra escritura, la forma artística, el poema. Entonces, sucede. Una palabra dada vuelta es una forma. Y una forma lo dice todo sin sudar tinta. También el aforismo tiene esa aspiración, ser arte del pensamiento. Pero hay que soportarlo. Este aforismo, que resume todos los aforismos de Lacan, no se soporta. Lo recorto y lo clavo en la pared. Listo. Me olvido de él.

Rompo aquí el lápiz que subraya y me pongo a caminar. Los pasos bordean el inevitable vacío, el agujero del ser. Toda obra artística lo muestra, pero algunas son eso, pura y simplemente. Pienso en Quad, de Samuel Beckett. Pienso en Double Square Frame, de Robert Mangold. Camino por ellas.

En ambas el vacío crea los recorridos, abre lo posible a partir de la aceptación de lo imposible. La primera, en forma de danza de uno, dos, tres, cuatro caminantes, nosotros mismos, haciendo un circuito ordenado a partir de un centro intocable, motor de la propia danza, que aproxima soledades sin llegar nunca al contacto. La segunda, en forma de pintura que dibuja los caminos solitarios, caminos que enlazan, pero sin llegar a unir, dos agujeros, agujeros redondos, agujeros cuadrados, da igual, lo importante son los caminos que recorren el circuito infinito donde lo mismo será siempre distinto.

La forma muestra que el orden está roto en su centro, y en esa irregularidad anida el objeto. Justo ahí. El objeto que provoca el movimiento. Que construye la forma que hace digerible mi abismo. La forma por donde camino. Estoy en Quad. Estoy en Double Square Frame. Bordeando el vacío que permite el juego.

Zacarías Marco

Ph / Fotograma del film Shenandoah, 1965