
Sobre la trilogía Los hijos de Nobodaddy de Arno Schmidt
Arno Schmidt nació en Hamburgo en el año 1914 en el seno de una familia de tejedores, curtidores y sopladores de vidrio. Estudió matemáticas y astronomía en Breslau pero tuvo que interrumpir sus estudios y ponerse a trabajar como contable en Greiffenberg, Silesia. En la empresa en la que trabajaba conoció a Alice Murawsky, se casaron en el año 1937. Decidieron no tener hijos. Enrolado en el ejército en 1940, prestó servicio en Alsacia y Noruega (1942). Durante la última semana de la guerra fue hecho prisionero por los ingleses (Se había ofrecido como voluntario para el servicio de frente activo en el norte de Alemania para que se le concediera una visita a domicilio. Como la guerra estaba obviamente perdida, usó esta visita para fugarse con Alice al oeste de Alemania con el fin de evadir ser capturado por el Ejército Rojo. Se entregó a los ingleses. Como refugiados perdieron casi todo lo que tenían. Desde 1958 hasta su muerte vivió junto a su mujer en una cabaña en las afueras del pueblo de Bargfeld escribiendo y leyendo ferozmente.
Gunther Grass: Arno Schmidt es contagioso, a la manera de un virus que transporta la vida y la muerte, lo ínfimo, lo que no tiene palabras pero sucede, se hace, se dice sílaba tras sílaba, conecta, recombina, crea criaturas cruentas crepitantes sincréticas y crepusculares.
Y con él: la risa.
Y con él –por supuesto- la rabia: arrojé la Reader’s Digest contra la pared, de un movimiento seco cargué la máquina con una hoja y comencé a ametrallar (¡oh! estaba furioso) dice en Espejos Negros. Estaba tan lleno de odio que alcé el fusil y apunté al cielo. Despreciaba a los periodistas, a la mayoría de los críticos, a los solemnes, relatos breves; antaño lindos, ahora furiosos, en los intervalos, la biografía de Fouqué aclara en el Brezal de Brand. Su brújula. Cuándo sale su libro le pregunta el Sr. Bauer: no se haga demasiadas ilusiones al respecto: asuntos furiosos y, para colmo, lóbregos, hasta a mí me sorprende que se vaya a publicar, responde.
Todo sucede simultáneamente en el lienzo del Tiempo. Captamos brillos, hendiduras, estelas, momentos.
Schmidt escribe dando puñetazos para despertar a los seres semihumanos que pululan por la tierra. Escribe contra lo uniforme, lo monocorde, inexpresivo, sujeto a reglas flojas, contra lo desesperadamente chato. ¡¿Mi vida?!: ¡no es un continuum! Vida y lenguaje son uno, lenguaje y vida -y por supuesto: muerte- no pueden separarse, una sucesión de instantáneas rutilantes. Un fogonazo. Y otro. Y otro. Y otro más, lejos, a años luz de la majestuosa cinta coherente y cronológica que nos quieren vender. La forma de escribir una novela no debe ser un continuum; debe ser una estructura articulada en cada periodo. Cada fragmento debe ser algo separado —delimitado—, un todo válido por sí mismo. Fogonazos como disparos de Mauser Karabiner en una época de guerras humeantes, como resplandores de rayos y sonidos de truenos retumbando en la tierra baldía, hambre, frío, demencia los hombres nunca son tan pesados como cuando juegan a los soldaditos. En Espejos Negros, el que cree ser el último hombre sobre la tierra no puede dejar de escribir su diario, no entiende por qué lo hace pero no puede dejar de seguir revolviéndose en el sinsentido y anotando frases y palabras y recuerdos, escribe cartas y postales que no enviará, aceita la bici y destruye roperos y puertas con el hacha para buscar alimentos, libros, pilas y bombitas para su linterna de dínamo. Muchas malditas gracias… fue un verdadero maldito placer… si todo salía bien (¿?) iba a poder seguir vagando por la Tierra despojada de seres humanos todavía por un buen rato: ¡no me hacía falta nadie!
La ira de Nobodaddy (término acuñado por Blake para designar al dios colérico de la Biblia, padre de nadie que no deja de amenazar con castigos a las criaturas reacias a ingresar a su rebaño y obedecer mansamente sus órdenes). En Paisaje lacustre con Pocahontas dice asombrado: el Señor sin cuya voluntad ningún gorrión cae del techo y 10 millones no pueden morir en cámaras de gas en campos de concentración, ¡qué tipo tan extraño! Nobodaddy destruye todo a su paso, echa rayos y centellas de palabras desarticuladas, miseria y confusión, nadie puede reflejarse en los espejos negros de sus ojos: sólo el fuego. Y quizá la luna, esa luna que vuelve una y otra vez: impávida.
El calvo cráneo mongólico de la luna, lacónica, de cemento, de piedra, una puntita de luna titilante, gong de cobre, luna castaña y ardiente relampaguea soltando resplandores burlones, dando su agrietada y fúnebre luz que a veces parece una pasta blanca, otras blanquiazulada, otras cristalinoamarilla suelta destellos naranjas, toda crispada, roja de ira. También puede ser un rostro macilento, una cuña que despide luz color margarina.
También están las nubes (y la lluvia). También está el viento. No faltan nunca. Trilogía de lunavientonube. Padre de nadie, hijo de nadie, solos, todos solos en medio de un infierno sonoro. Siempre en movimiento, a pie, corriendo, en bici, atravesando pueblos, bosques, brezales, chirrido de bici sobre las calles derruidas. Y de repente: la criada, con un delantal violáceo, derramó un cubo y volcó un agua tan grasienta y amarilla que unas moscas negras se pusieron a zumbar alrededor. Coles de azuladas cicatrices y esbeltos tallos de cebollas. La puerta volvió a cerrarse con ruido y selló el silencio. Bien. (El silencio: ¡Bien!) Todo lo contempla con ojos de lechuza y risa sarnosa, todo lo registra, las variaciones de la luz en un charco, un estornudo, la sorpresa mezclada de risa que le provoca el ronquido atronador de su amante en el cuarto de al lado.
Cuando resuena el trueno, tocar tierra. Cuando explotan las bombas, correr. Desaforadamente. Y que la pollera roja de la Loba se agite con el viento. Escribirla con los restos de un lápiz mordisqueado: la pollera y el aullido de placer, escribir también cómo su piel tiembla ante la simple visión de la ropa de Lisa y después besé la fría y húmeda boca de la botella, la fría boca de mujer húmeda de aguardiente, temblando de frío y de miseria y rescatar del polvo del olvido a la dama vestida de verde que lo estuvo esperando durante quinientos años en un cuadro de Franke entre todos los mamarrachos del Tercer Reich colgados en las paredes de una vieja sala.
La Loba y sus pantorrillas macetonas, los ojos fríos y burlones de Lore a través del vidrio con violentos reflejos violetas de luna, uno frente al otro como dos tormentas y Lisa, la Eva del universo postatómico, libre y decidida. Las tres tienen el mismo final: se irán, lo dejarán solo. Cuánto más se aleja la amante, más profundamente se adentra en nosotros, confiesa.
Un monstruo haciéndole algo a la lengua alemana, liberándola de los himnos, slogans, normalizaciones grandilocuencias y heil Hitlers que se escuchaban por doquier. ¿Arte para el pueblo?: dejemos el eslogan para los nazis y comunistas: ocurre todo lo contrario: el pueblo (¡cada cual!) es el que ha de tomarse la molestia de acceder al arte.
Un toque Joyce, otro Gadda, algo de Céline, bastante de Sterne. La landa de Luneburg es su Irlanda. Tiene su olor, sus sonidos, sus colores. Ratatán, broooumm, cranc, mmmm, lorelorelore, pip: pip: pip, psss, pom pom, wish ton wish, clip clat trip trap taratatatataaaaa, hic… brezales, nieve pisoteada, barro frío y charcos. Su paisaje es llano. Nada de montañas. Odia la grandilocuencia del paisaje, de las letras. Luchar contra la ubicuidad: ¡eso significa ser hombre!
Son siempre los peores quienes ocupan los puestos de mando. Para ellos ironía y desdén. Ni que hablar de los pobres diablos que se toman demasiado en serio la opinión de los críticos sobre sus libros (en lugar de imitar la soberana indiferencia de un Walter Scott o de un Arno Schmidt…), le hace decir a During. Obtengo cierto placer convirtiendo en palabras imágenes de la Naturaleza, situaciones, y amasando pequeñas historias dice en Espejos Negros… puedo escribir y exclamar lo que quiera: ¡¡estoy solo!! Revolotea por todos los libros el sueño de la casita en el bosque hasta que por fin se hace realidad. Schmidt pasa los últimos veinte años de su vida en una cabaña de madera junto a su mujer, mordisqueando las puntas de los lápices, descubriendo a sus autores preferidos en las páginas de Finnegans Wake, burlándose de los académicos y críticos y escribiendo monstruosos mamotretos en los que se da todos los gustos y suelta todas las carcajadas que se le ocurren (Zettels Traum por ejemplo, son las peripecias de un día (24 horas) en la vida de una pareja y su hija adolescente quienes hacen una visita al anciano especialista en Edgar Allan Poe Dan Pagenstecher para pedirle consejo antes de emprender una investigación sobre la vida del escritor. Sus pensamientos y acciones se presentan en simultáneo, divididos en tres columnas para lo que Schmidt llenó 120.000 fichas (su unidad de medida) y escribió 1330 páginas en formato DINA3 que tuvo que ser editado en forma facsímil por la textura del manuscrito, llena de recortes de papel mecanografiado, tachaduras, correcciones hechas a mano, dibujos, fotos, planos, esquemas y cuadros sinópticos, notas, acotaciones y paréntesis). Cuando lo terminó sencillamente dijo: tuve un sueño y escribí un libro grande sobre ese sueño. Así de simple.
Lucía Mazzinghi, 2022