
Acción restringida.
Vida pobrísima de casi pobre, y de mudanza a mudanza en el círculo del barrio, un perchero como pertenencia casi única que se traslada de casa en casa, y ahora una mirada a Celia y a mí cuando pasa el umbral. El viento lo mete en el café. Lo empuja. Sigue saludo y un sentarse en la otra punta. Saca su libro y lee. Nunca se deja adoptar. Ruido acolchado de la gente que trabaja hasta tardísimo. Ruido apagado Singer del otro lado del tabique. Un alto en el éxodo desorganizado.
Toda la exclusión viene de una frase escuchada, dos que se mandan cartas, dos que arman un encuentro, de la máquina de los celos, de la pendejada celos, y todo esa exclusión es exclusión de nada, todo ese misterio es aire, es tedio de angustia, de confidencia aburrida. No hay exclusión, hay que no quiero ir. Todo eso que me pierdo son lugares aburridos con pocas cosas que ver, gente que va de un lugar a otro, y yo escribo gente atrapada en su medio, en sus casas, en su barrio, que quiere irse lejos. Solo hay expulsión. Y a veces, de pocilga a repocilga.
Todo el Riachuelo arrugado como en la inundación del 67. Barcazas y mugre, pajonales, olor apestoso de los remolcadores amarronados. metidos en la garúa. Y me meto en el no-tiempo de la llovizna mientras cruzo el Pueyrredón. Del otro lado voy por la calzada llena de bosta, mojada, la campanada de la Iglesia, el drelin de Santa Felicitas de Barracas a las 20 horas.
Hacia atrás, muy hacia atrás, el tanque gigante de gas de la Compañía Primitiva de Gas y Alumbrado Eléctrico de Bs. As. Ltda. En la memoria, no siempre recontrafalsa, vi una foto de dos personas que lo miran – que la memoria me lleve de las narices a ese reino de hadas donde todo se organizaba levíticamente. Ahora miro ese campo de figuras por el ojo de la cerradura, como el Manco Paz. Al que nunca olvido. Sé que no puedo ponerlas a todas en el marco, hay escape de escena rememorada, hay dramas de secretos que se fueron, o que los guardo y no se los cuento a nadie y los olvido. ¿Por qué tengo que contar todo? Valor de una confidencia que viaja al olvido, y de la que no seré testigo.
Nacido en bastardía, con nacidos sin mitología, no hubo cantores de gesta de ninguna república, ni uno. Hubo baño al fondo, mano izquierda viniendo desde la puerta recorriendo hilera de puertas de cada pieza, y uno solo para todo el patio, me lo repito para no escucharme el eco de vate posible, ese ridículo que no quiere pagar impuestos. Ahí, en el impuesto se agota la poesía.
El único no-escritor es ese que no se escucha el eco. El resto: farsa.
Me gusta la gente que lee novelas de bolsillo. Esas ediciones son mis preferidas. Lola es una adicta. Se sienta en un colectivo y lee. Y baja, entra en un café y sigue, siempre pegada a una ventana. Y se lo baja en un día. Y no todas las noches se lo cuenta a Elia. Toques, comentarios, impresiones.
Contra el aburrido loro de sus glorias barriales.
Lo difícil: reprimir la rabia.
¿Ya hablé de la valija de Celia cuando llegó a Retiro? No era de cartón, eso seguro.
Deshacer el camino de la mentira. Lleva tiempo, como conquistar un libro. Es un chapoteo de rupturas.
Voy a proponer destruir el cuaderno de Luis Cardoso.
Paredes de gris burro y entrada arco de hierro de la estación Sola. Destello de memoria. Maniobra de trenes de carga y viento de septiembre.
Un día me descubro menos resentido que todos esos burgueses mancos que rapiñan entre el yo y el tú y franela de sentimientos y toco de rencor y toco de desprecio por lo que admiraron, se van con la mentira entre las patas. Y soban alcahueterías chiquitas, casi imperceptibles, pero hirientes.
Descubro que por causa de esa casa enorme que fundió al padre y a la familia, tampoco tuvo juventud. La llamó: «la inexistente juventud». Secuaz en el correr del tiempo.
Lo que irrita: la sintaxis imprevisible. Lo que sigue irritando hasta el enojo: que me meto en mi mundo, y no dejo entrar a nadie, no quiero intrusiones de consejo, no quiero sugerencia de cambio de adjetivo, no me interesa compartir mis lecturas, no quiero moscardones de la moda o de la ideología.
Mierda a la narración. Mierda a las críticas. Mierda a los falsos lectores. Mierda a los que no leen una pepa. Mierda a los gallinas que piden permiso. Mierda a la escritura blanca y aburrida y tristona de sujeto-verbo-predicado. Y al lenguaje transparente.
Hace falta una divisa para salir a la calle. La de uno de mis dioses era: «“moror, moratus sum, morari” es ahora mi divisa, mi motto: soy tardío, el que llega tarde, aquel, que tarda en hacer todo, en leer, en escribir, en ir, en venir.»
Y mierda al narrador nuevo rico. Todo el tiempo me quiere comer el culo.
Cuaderno de Luis Cardozo. Le mandé a Elia ese cuaderno de notas que hice hace algunos años. Era una anotación de cosas y personas, solo eso. Una geología del barrio en sentido insultante, desde mi encierro en esa fábrica, las escribía en un libro de registro de mercadería que me regaló el jefe, eran imágenes estrambóticas de algunos vecinos. Hoy lo releo y lo descarto. Es un poco formal, todavía le pedía permiso a esos decálogos mierdosos que fabricaban escritores de cuarta que empezaban a tener poder. Era mi obediencia la que escribía. Elia, ese tartamudo enmascarado, las leyó y algo me robó. No digo que me muerda el culo, pero, a veces, saquea. Lo mejor de Elia es que no tuvo juventud, como yo. (Jueves 20 de octubre)
En el fondo cree que hay un público en sí, que lo espera, y él lo imagina, sueña con eso el ridículo.
En Sarandí hay condena de higos secos. Quedaron ahí, olvidados en una fuente y Enriqueta armó ese escándalo de la calle O´Higgins, lo o´higginesco de algún mediodía. Hay mirada ladina de vecinos, no hay co-inquilinos como en la calle Paláa, solo malditos mirones metidos en el amor de barrio, osea: nada, murmurantes, cretinos como los llamaba Irma, todo el diccionario de insultos. Al principio, solo gallinas y la pajarera, después vino a vivir Negra y entró todos los perros del barrio más la quiniela. Hubo presencia de perro. En Barracas no había perro. En Avellaneda uno, el Chiqui, Irma en un ataque de indiferencia lo dejó escapar. No la perdoné nunca. Son los valores domésticos de Irma, su catálogo de modales hacia el resto, secretos y odios concentrados en el Chiqui. Su tendencia al trabajador equilibrado, normal, si hubiera sido profesora habría fabricado un escritor a su medida.
Cuaderno de Luis Cardoso. Nunca se mandó directamente, tampoco se tomo el trabajo de fabricar y adular descendiente, pero tampoco hubiera sido posible. Ni siquiera «enseñó», por supuesto: ¿quién lo imaginaría corrigiendo deberes de los discípulos, haciendo clínica de obra, guiando, organizando ese pequeño clan de fieles y devotos o una revista tendenciosa, traficando rodeado de aduladores, para emplear a uno en una editorial, a otro en un gran suplemento literario, o en esas revistitas de críticos lánguidos y obedientes, disertantes gratuitos. Yo lo conocí lejos de esos abrazos arruga sacos. (Sábado 22 de octubre).
Los quiero agarrar justo cuando están en el escape. Siempre los escucho uno por uno. Ahí, en ese umbral. Y yo soy todos ellos, uno por uno.
A los indiscretos los fui corriendo. No se dan cuenta. Mierda a los indiscretos. Así seguimos. De tedio a tedio, la única reciprocidad que nos quedó. Ellos se encanallaron en la sagradas leyes de la gramática. Gangas y yeites de la carrera oficial. Yo estaba recordando el robo de dos pollos a Francisco, y el sospechoso era el sodero que entraba hasta casi donde terminaba el gallinero y ponía en un rincón los dos cajones de sifones, seis por cada uno. No hubo consecuencias, no hubo cambio de sodero, no hubo más secreteos, todo terminó en un murmullo de olvido de mediodía de domingo.
La religión de los chimentos se comió a la religión de la historia que se comió los hechos. Del traslado de Avellaneda a Barracas, con escapes soñados a algún Norte.
Y entonces hice una especie de lista de presentación de mis méritos y deméritos para una carrera posible, los anoté en una hoja de cuaderno, y después me la doblé en cuatro y la guardé: acepto todos los dichos de eso que la buena conciencia en sus peores días llama interiormente la chusma, los acepto uno por uno, porque no hay una chusma, no, son todos bastardos uno por uno, nacieron en bastardía y seguirán ahí, es un destino maldito o alegre, depende. Un rasgo: ahí no se aprende a conquistar a la gente. Y un día hice trabajos de traductor amateur.
La chusma barrial bajaba hacia el riachuelo del lado de Avellaneda a tomar mate y comer bizcochos de grasa. Termo y mantel y servilletas. Fruta: bananas o naranjas. Todos apretados y rejuntados. Un clásico de cine o de la sociología hecha por ricos. Mierda a la categoría linaje de pobres.
Cuaderno de Luis Cardoso. Solo cuaderno, nada más. Y todos los días. Fecha. Registrar. Estado del tiempo. La palabra mate. Y de ahí, lo que viene y como viene. El resto para escritores y esos que la van de no-escritores. No es para cualquiera ser no-escritor. Y mordida de difamación del incorrupto de la literatura. Mierda a los incorruptos. Adonde voy los encuentro.
Hoy me saludó, primera vez, la comadre planchadora vecina y amiga de Elia. Su aliada en abiertos misterios. Malicia monosilábica, hasta lo despiadado, hasta lo serpiente llegado el caso. Hoy iba con un delantal amarillo anilina, que es doblemente anilina, unas merceditas con suela de goma y el pelo atado. Reina de las medias palabras, frases casi rotas, de levantar cejas, poner caras, confirmar la peor calumnia con un abrir y cerrar de ojos, más movimiento de hombros más una media palabra. Reina en liquidar veneraciones. Elia dice que exagero. (Domingo 23 de octubre)
Referencia en lo que leo de torres hacia el Noroeste. Lo escribo en mayúscula. Y sigue una meditación de torre y pararrayo que arranca en la arquitectura del Renacimiento y termina a fines del siglo XIX. ¿Vanidad de lectura? Puede ser. Nada que agregar. Me desprendo de la opinión. De a poco, como puedo. Celia me dice: la imaginación reventada por el escepticismo se metió en esa familia. Y sigue. Pido otra café.
Cuaderno de Luis Cardoso. ¿Elia quiere premio por infancia pobre? Celia, no. Seguro. No hace ronda en la esquina de la queja. (Lunes 24 de octubre)
Melancolía del gallinero, la pajarera y la parra. No puedo hacer realismo contemporáneo. No puedo.
Horda de jueces literarios.
Voces y cacareos desde el gallinero, siempre a las 7 de la mañana. Ahí, en el antepatio, tomaban mate Enriqueta y Francisco y las gallinas respondían al murmullo que les llegaba. Gallina que responde al no entender. No había descogote a la vista. Corrían ondas de civilización en Sarandí del año 1954. Cacareo desde la inmovilidad del palo en el que dormían. Ahí, en esa casa, o´higginesca aprendí los domingos a la noche, hora de los fantasmas, y el crimen, el arte del contrahechizo y poco a poco a sacarme de encima las claves positivistas de la biblioteca del pobre, que no dejaba de tener tesoros.
Azul toque verdes en el fondo del cielo. El Riachuelo corre con el Tiempo, hacia alguna salida, intoxicados de barrio, melancolías, caras conocidas todos los días, mandados, saludos, caras largas, legañosas, hartos de bufanda al cuello e invitaciones a un patio. Corren hacia alguna indiferencia.
El inicio no quedó tan lejos. Es otra novela. Está editada.
La no-banda, casi en su totalidad odiaba la cama. Los desayunos en la cama por sobre todo. Elia en particular destetaba las camas deshecha y a los que leían el diario acostados y después lo dejaban sobre la colcha. Cretona más diario de la mañana era su peor combinación para empezar el día.
Quién habló de lo tenebrosísimo de un Riachuelo de otro país y exageró un poco el ambiente que se instalaba. Acá, en este Riachuelo es lo familia mate y pan con manteca los sábados y domingos. Lo conventillo picnic.
Alma en ruinas no es un apestado en este bar, puede sentarse en una esquina de la mesa y no hablar. Purgar alma vengativa, o alma depredadora, o alma con sed de justicia, todas esas variedades de la imbecilidad del alma pueden ser tratadas por vía filosófica o por via novelesca. Como quieran.
Radios insoportables de la mañana vecinesca que salían por la ventanas del verano al patio interior. Por eso, llegar rápido a Montes de Oca y oír ruido de colectivos y coches. Olvido de radio, hoy, precisamente hoy.
Me voy de caminata bajo los tilos podados y no había perfume de vereda, solo aire enrarecido y toco de melancolía de algo muy tempranero, de soledad de las seis de la mañana de ese verano, no de otro, de recuerdos precisos que se remueven en mi cabeza, se hacen, se deshacen, son míos, solo míos. Voy hacia el mediodía de varios pasados, de luz de esa mañana, por Avenida Patricios al fondo, hacia el Parque Lezama, como casi siempre.
Lola no me acompaña, hoy luna atravesada, mal humor, silencio, cara de pelea, mutismo mañanero, el peor, el más hiriente. Viento de venganza. Casi hasta el odio.
Cuaderno de Luis Cardoso. Hay un reventar de pobre. Una canilla y un balde en una esquina que un viajero ve desde el tren. O hay un patio largo de italianos perdidos a principio de siglo. Elia se lo contó hoy a ese Julius que ahora viene al café y se sienta en la otra punta, y que preguntó por la noción inmigrante. Elia, diga lo que diga, le puso luz al cuento, los ojos iluminados de alegría épica, con detalles y aventuras, infancia de los abuelos y la historia de Enriqueta que le clava un tenedor a la madrastra y huye a otro pueblo. Italianos de colinas. Elia está siempre escribiendo en el agua. (Sábado 29 de octubre)
De achique de espacio a ciudad que se agranda, movimiento de barrido, de decoración, hay una oficina administrativa con urbanistas, sociólogos, emprendedores, técnicos en distintas cosas, maestros mayores de obra, dibujantes de planos, escriben proyectos, estadísticas, es una cueva del optimismo, de la certeza, sueñan con modelos sublimes, y con liquidaciones, y ahí entramos nosotros.
Siempre hay un infinito que va de Barracas a Avellaneda y de Avellaneda vuelve a Barracas y sigue hacia algún Norte. Y me subo a ese infinito contra las cosas narradas por el tiempo de la mitomanía, ese agrandamiento del pasado por gente que se emborracha escuchando sus ecos. Yo prefiero los libros que le hacen un hueco a eso que estos tipos quieren llenar de ser.
Continuo de la madrugada, y qué hora es la madrugada, qué murmullo de voces entra a esa hora del yugo más yugo, es el hilo rojo de la única secuencia verdadera de esos años. Ahora la sigo mejor. Es el trabajo de la repetición cada vez más enroscada.
Cuaderno de Luis Cardoso. Temprano. Mate. Varias rupturas en curso. O tal vez teatro de ruptura. O mendicidad de afecto.
Elia se mueve en el teatro de los farsantes. Es paciente. Yo más o menos. Lola y Gloria, desdén. Celia, ni los conoce, ni la tentación, lee por su cuenta. Orlando hace Maimónides. Se me ocurre que acá, para cada uno, es un dejar atrás antes de que nos expulsen, descarte y ley contra la vagancia, una carrera, el burgo Barracas cambia y se expande, de memoria novelesca, de casas bajas a reconstrucción inmobiliaria. Amor cívico de la refundación barrial. Fin de la pieza pocilga refugio, inicio de las timideces simuladas de la ley patada en el culo a Pipa e´ Moco, rebusca del pelo en el huevo de los oficiales de justicia con documento de desalojo, después vendrán los novelistas temáticos a escribir sus mentiras del pasado andrajo con olor a ropa sin tintorería, o los cuentistas de miniaturas o los poetas dolientes de lo perdido. Reconstrucción abstracta de la conejera. Y el remate es damas de caridad. Fue vida en el hoyo, o en «este chiquero» decía Irma, vamos de provisorio a definitivo, era la queja. (Lunes 31 de octubre)
Y ese día estaba el sol, que fatal metía su luz por la ventana, y empujaba el mucho soñar en irse. Gloria trajo un libro, Intuiciones del Norte. El Norte glacial. Una foto de un tipo con gorra escocesa, anorak, sentado en un impala. Otra, de un bar al borde de un camino con amuchamiento de nieve, y otra del interior del mismo bar y gente distribuida en mesas y dos, junto al mostrador, que miran a la cámara. Era todavía una idea, un figura de lejanía, esas que empujan a estar en la luna. Nube repentina amaga cambio de tiempo y aparición de viento, pero todo se calma y Gloria sigue su disertación. Luis Cardoso interrumpe, quiere saber cuándo leyó todo eso y apenas logra una mirada de lástima. Abandona y se mira en los ojos de Gloria y ese segundo eterno pasa, y Gloria sigue y todos escuchamos. Llega Orlando. Y se sienta en una punta y pone el oído, se engancha rápido. Celia lo mira y su cara no dice nada. ¿Judío más provinciana en el horizonte? Se trata de buscar un paso, el del Noroeste. Banda sin jefe. Es otra de las mañanas de Barracas.
Hay un ir y venir de libros y un no rendir cuentas a nadie. Hay un juntarse por convocatoria o al azar. O por señales o llamados. Un contra-esoterismo de Orlando no buscado se fue imponiendo. Él era siempre pausa de lectura, desde la cuna hasta este presente de escucha de Gloria. Un oído se hace. Y llega el mediodía que también se hace. Y nadie quiere irse. Todavía hay cuerda en este campo de figuras. ¿Irse adónde? ¿Para qué? Banda sin jefe no tiene horario. Lo desordenado Maimónides lo trajo Orlando, lo explicó, leyó el fragmento en la mesa del café, la única mesa de reuniones, le dio vueltas, lo hizo fácil y difícil, pero todavía está oscuro. Y Celia seguía en su remirar a Gloria y por la ventana, con toques de reojo a Orlando. ¿Hay vaivén a Orlando? Mirada anclada y desenclada a lo Orlando que discursea profecías. Al borde de su eco. Pero adhiere a clima de quimera hacia el Paso del Noroeste.
Finalmente casi todos toman mate a la mañana tempranísimo y no da para un tratado y miran llover por la ventana y no tienen ninguna idea que valga la pena, no hay sensatez en esa hora desesperada y cómica en la que a veces se sueña con algún reconocimiento o con el muñeco que da premios de lotería. Es un vagar de la cabeza, es «la máquina a vapor de la locura», y los matinales del mate esperan un freno, por ejemplo, algún amigo que haga de freno, ¡pero no!, ese amigo, como le pasó a Kierkegaard, se fue a casar.
Celia, un rato antes de que llegaran todos: «Me arrastró en su chifladura y no me pidió perdón». No dije nada.
Aquí no entran ni diario ni revista, o leerlos cada tanto con guantes, solo remitirse al papel, al cuaderno de notas, a Olivetti si se te da tipeo. Basta una bic. Un toque de misterio o de sugerencia, o esbozo a mano alzada. Y lo dice en imperativo: «Publica».
La piba modera, y es la que cierra. Maestra de ceremonia. Anoto mentalmente. No abro la boca. Consenso en demoler el aislamiento, elogio de lazo social, condena de la misoginia. Todo va a causa. Todavía.
Con Celia aparece el «tomar pensión» o «tomar pieza». Las trajo Celia ni bien se sentó con nosotros. Yo siempre escucho sus pasos. Sé que Gloria también. ¿Nadie la busca.? ¿Nadie la extraña? Un día empezó a quedase a dormir en lo de Gloria. Imperceptible. Dos o tres veces por semana. Pasa la Turca casi suicida de Roque Juan. Me saluda. ¿Estuvo en ese callejón sin salida? ¿Se puso la careta del amor? Me pregunta por Lola. Como en una novela de género le presento a Celia. A veces trato de ser responsable y explicar. Pocas veces o a descolorido de trama.
Se le veía la voz a Celia. Un día apareció esa figura. Todo llegó por la voz. Y se quedó. Vayan hacia atrás de este Gris al fondo y hay escenas que se hacen por esta visión de la voz. Es que desborré lo borrado, poco a poco, no fue voluntario ni cosa de renegado, fue seguir esa madeja que un día cayó en mis manos. Contra lo insidioso de lo borrado.
Nacida como yo en la antijerarquía, en lo antipatricio argentino. Tal vez en patio chorizo clásico. Ya hice una especie de dibujo con estas piezas y cocinas en otras novelas. Celia es casi un intempestivo para esta mesa. Casi un melodrama de sábanas. Todo se movió hacia un lado.
Sala, comedor, dormitorio, tabique, el recuerdo me busca. Está en rabieta. Se autocita, insiste. Como la buena conciencia que deriva a la metafísica. Te quiere atado, te agarra de las patas. Cretinísimo de bondad. Berrinches de quejoso. Quiere rellenar vacío, solo eso.
No había llegado el desarrollo expansivo, a Barracas. Lo arquitectura arrasador estaba lejos. Les leo ese libro que dice que «Algunos pobres, esos que no poseen nada y tampoco un oficio, llegan o se infiltran a escondidas.» Hoy, en la mesa, se discute noción inmigrante. Prohibidos los ensayistas profesionales. Dura horas y no hay informe de la sesión. Noción más precisa, casi en el borde de lo berreta: inmigrado pobre con rejunte de otros pobres.
El agua apareció entre el 10 y el 11 de octubre de 1967. Yo la descubrí el once. Vivíamos en una especie de conjunto de casas elevación imperceptible y el agua no llegó hasta ahí. Me quedé mirando en esa especie de orilla que era la impotencia o el agote de la crecida. Lánguida, se plantó ahí. Toda Avellaneda se volvió marrón. Solo pude caminar hacia atrás, ir hasta los Siete Puentes. Y recién ahí veo ese río en mi memoria y el agua que se iba por una espumadera. Llegué a las vías del tren carguero y desde ahí re-veo agua de ciénaga. Era el mismo río que inundaba Bernal, la casa del ruso Belquin. Inundados hasta las rodillas, él, padres y hermana. Otro barrio, las mismas casa bajas, revoque a la cal, jardín, casa y un fondo. Todo barro y pantano de calles. Pero ahí terminó todo, no hubo puntos de cruce.
Cuaderno de Luis Cardoso. Abro ese Arno y releo: «perturbados por el jazz». Y yo soy uno de esos. Lo pesco ahora, se me había pasado. No se le puede pedir tanta coincidencia a los escritores amados. Rascás y aparecen esas cosas. Pero los leo. No importa. Hay que evitar sentarse con ellos en una mesa de café. Hablan todo el día de lo que escriben y quieren hacer justicia, pero es mentira solo quieren comerse lo que se escribió y que no salga nunca más a la luz. Te dan consejos, te corrigen títulos y adjetivos. Patéticos angustiados, caníbales de la vigilancia. Hoy me levanté agriado y voy a seguir así. No pienso sentimentalizarme, ni tratar de justificar a los que mandan. Voy a almorzar al centro, Reconquista y Tucumán, solo. Y solo de viaje a lo que entiendo por mi lejanísimo interior. (Viernes 4 de noviembre)
Hay una idolatría de mirada que impuso Celia, por presencia de silla, banco y ventana, por caminar el barrio, por salir de la casa de Gloria a las siete de la mañana, por sentarse a solas con Elia, o con la no-banda, por entrar en el mercado, por ir al Tren Mixto, por pasar por Los Leones y pedir café y un brioche, por seguir por Lima hasta la sedería del primo de Orlando y comprar género para una pollera, por volver por Bernardo de Irigoyen y entrar a cenar en el Imparcial, solita tu alma, sin mirar a nadie, por bajar por Montes de Oca y perderse.
Desde la noche de Barracas. Bajando por Martín García. Celia amaga con contar algo de su infancia o pasado, algo, dar una punta: «todo está muy atrás, Gloria», familia que cura mal de ojo, ve cosas brujeadas que tía Negra, la de los perros en Sarandí, sana con palabras sobre un plato de agua con tres gotas de aceite, mate amargo, el mate dulce era clandestino, más pan con mermelada y dos comidas al día. Otro día seguimos. Mejor libros viejos.»
Cuaderno de Luis Cardoso. Temprano. Mate. Rosamonte fuerte. Presencia de calle vacía. Como todos los primero de año. Me gusta ese silencio. Gloria duerme. Leo ese libro de testimonios. Hablan solo sus enemigos. Los que no lo leían. Odio tenaz.
Los que tienen el brazo social más largo que uno: evitarlos. (Sábado 5 de noviembre)
Lo piojo cultural lo demolió Paul Claudel – se ganó el odio de todos los profesores de Francia y escribió enormemente tranquilo con la Biblia. Leer siempre a Paul Claudel contra algunos escritores con tentación a toque pedagogo.
Ahora pausa de caminata, de veredas, de tilos y de conversación. Solo pausas. Ni irse ni venir.
Hugo Savino, 2022
Ph / Jiří Kolář | Original Rollage of a Sculpture by Michelangelo and Painting by Bruegel Collage
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