
Para Lucía Mazzinghi
“Ulises lo hice con casi nada. Work in Progress, lo hice con nada. Pero estaban los truenos.” James Joyce
“Este libro es terriblemente arriesgado. Una hoja de papel lo separa de la locura.” James Joyce
De Anna Livia Plurabelle * : “Una de las lavanderas dice : `Quiero saber cada simple singular´.”
Anna Livia Plurabelle se hace de una orilla a otra, dos lavanderas conversan en el susurro de la promesa de una verdad. Por abajo y por encima de los acentos rítmicos se escucha un pacto de ilusión atado al dicho irlandés : “nunca permitas que la verdad arruine una buena historia.”, una de las lavanderas dice : “¡Oh, dime todo lo que quiero oír, lo alto que fue elevada una escaladeria dextra! Un guiño de conejín tras la caída del banderín.” Otra pregunta: “¿Eso es fiel? Es un facto.” Anna Livia Plurabelle es un facto de ilusión. Leemos en el laberinto de estos ríos. En este viaje entre fidelidad e infidelidad a un relato de lavanderas, los rumores tienen acentos, intensidades y matices. “Mira aquí. En esta proa mohosa”, o, “Sabías que lo caldtalogaron como hijo de la salmuera”. Y James Joyce, cada tanto abre una ventana de relato para el lector: “Dímelo en franca langua. Y llámale torrente al atorrante”. O esta advertencia al lector: “¡Cuidado con tu Grimmfather! ¡Piensa en tu Ma!”. El Grimmfather es el maestro por excelencia del relato. El tentador. El que te convence. El que vende una igualdad que no existe. Y te vende en el mercado. Cita de ALP: “Bien sabes o no kennet o no te he dicho que cada narración tiene su colafín y eso es el él y el ella del asunto.” Henri Meschonnic tiene esta frase: “No dejarse convencer nunca”. Agrego: no dejarse convencer nunca por el Grimmfahter. Y salto a esta cita de Émile Benveniste: “¿Qué no se intentó para evitar, ignorar o expulsar el sentido? Haga lo que se haga, esta cabeza de Medusa siempre está ahí, en el centro de la lengua, fascinando a los que la contemplan.”
Entonces: si se escucha poéticamente este capítulo, en ese rumor de mujeres que trabajan a orillas del río, en sus repeticiones e imperativos, y en sus retornos constantes a un contar, se escucha el poema de los chimentos sobre Anna Livia. El círculo del rumor y del susurro se hace de una a otra. Recíprocamente. El viejo mito del secreteo de mujeres, entre ellas o en soliloquio. Pero en la épica de Joyce cada mujer es única. De ninguna mujer de Joyce se puede decir “Así son esas mujeres”. Cuando alguien lo insinuaba a propósito de Molly Bloom, James Joyce clavaba “los ojos en el techo” y no comentaba nada.” (Richard Ellmann) ¿Quién no cede a la tentación de saber algo o todo sobre Anna Livia? Machaquemos en ese: “Quiero oírlo todo”. No sé muy bien si Anna Livia, o todo el Finnegans Wake, es una cebolla. ¿Cebolla o libro con un centro?: y otra vez Joyce a su amigo Jacques Mercanton: “¿Work in Progress? Un estado nocturno, lunar. Es lo que hay que transmitir: lo que pasa en el sueño, durante el sueño. No lo que queda después, en la memoria. Después, no queda nada.”
Se encoge de hombros:
– “Después no quedará nada.”
Así que me inclino por la cebolla. Si uno le va quitando capas, en el centro no hay nada. Pero, en este caso, uno la pela y la resonancia está en las capas que caen. Resonancias que se encadenan. Resonancias de las resonancias, infinitas. Todo el cuerpo-lenguaje está puesto ahí. Resonancia siempre incumplida. Plurabelle siempre será que será.
Leo el Finnegans Wake, el Anna Livia Plurabelle, en la traducción de Marcelo Zabaloy, y sigo el punto de vista del traductor Bernard Hɶpffner cuando hace esta inversión: El original es infiel a la traducción. James Joyce es infiel a la traducción que leo. Hago este pacto entre original y traducción. Otra vez : ¿Pacto de ilusión? De todas las traducciones del Finnegans Wake, y de Anna Livia Plurabelle, elijo la traducción de Marcelo Zabaloy porque se me impuso en su escritura. Porque no “tiene tendencia a la pureza que a la larga solo es una tendencia a la esterilidad.” (Bernard Hoepffner). Mi elección no va en detrimento de las otras. Es una cuestión del sabor de las palabras. La lectura se hace en la boca. Así que leo en ese doble vínculo. Los originales, entre otras cosas, tientan al cazador de invenciones, y un escritor como James Joyce, que los convoca con astucia, y no quiere sacárselos de encima, no los suelta, les pone todos los obstáculos posibles, y algunos de esos lectores se vuelven traductores. Y otros anotan al margen, hacen listas de palabras, inventarios, y pelean con esa cosa que inventó Joyce, esos libros, donde los sentidos vienen a hacerse y a deshacerse. Así que el que traduce, no traduce del inglés, traduce Joyce, traduce una organización sintáctica: su amigo Frank Budgen le pregunta: “¿Has estado buscando la palabra exacta”?, y Joyce responde: “No, ya tengo las palabras. Lo que busco es su perfecta disposición en la oración. Hay un orden que resulta apropiado en todo sentido. Creo que lo he logrado.” Y al mismo Budgen: “Es una buena palabra, y probablemente la usaré”. James Joyce escribió para un tipo llamado James Joyce que estaba sentado en la otra punta de la mesa. Cada libro que escribió era el libro que todavía no había leído. Tuvo que inventarlos. Toda su obra es un continuo en esta invención. No hay estrategias narrativas. Joyce no tiene temas – el tema es la matriz de los relatos, una métrica, un ajuste al tema, donde nada desborda, el relato no oye la resonancia, borra el recitativo, y ese borramiento es el realismo, “que es la pretensión de «conocer la naturaleza de las cosas´´ en lugar de ser una representación del lenguaje, un punto de vista sobre el lenguaje” (Henri Meschonnic). Joyce, entonces, escribe motivos, escribe en el sugerir. Y Dublín es uno de sus motivos, el río Liffey y el parque Phoenix, otro. La cabellera de Livia Svevo o las ensoñaciones de Nora Barnacle. Y más. Con esos motivos, con lo que escucha y lo que lee inventa sus libros. Creo que hay que subrayar el carácter de inventor de Joyce. James Joyce a su amigo Eugene Jolas: “En este libro no hay verdaderamente ninguna coincidencia. Habría podido escribir con facilidad esta historia de una manera tradicional. Cada novelista conoce la receta. Realmente no es difícil seguir un esquema simple y cronológico. […] Trato de contar la historia de esta familia de Chapelizod de una manera nueva.”
Joyce no tuvo influencias, tuvo impregnaciones. Anna Livia Plurabelle es un poema impregnado de ríos. Esta frase de Spenser que Joyce amaba : “Dulce Támesis, corre suavemente, hasta que termine mi canción.”, impregna todo el capítulo. Es otro de los hilos conductores que organiza el ritmo. La épica de Joyce es su propia voz tramada de historias y lecturas.
Anna Livia Plurabelle está situada en la Irlanda de James Joyce, entre estas dos citas: “Una Irlanda sobria es una Irlanda tiesa.” y en la voz de una de las lavanderas: “¿A qué era es?” El Anna Livia Plurabelle pertenece a la época de las planchadoras, de las lavanderas, todos oficios perdidos. Está en el umbral del cambio. No falta mucho para el lavarropas. Ya en 1904 (año del Ulises) se estaban anunciando lavarropas eléctricos en los Estados Unidos, y las ventas estadounidenses habían alcanzado las 913.000 unidades en 1928. Hasta hace unos treinta años había fabriqueras, chicas que murmuraban en las fábricas como heroínas del Finnegans Wake. Ahora el Finnegans sigue activo en las oficinas y en los supermercados, en esas cajeras que murmuran, ahí donde hay vestuarios y baños de mujeres. Contra lo que digan los sociólogos de la vida contemporánea, siempre hay un resquicio para hacer james joyce en el lenguaje ordinario. Todo el lenguaje es ordinario para James Joyce. Se trata de extraer lo eterno de lo transitorio. Y esta premisa de Baudelaire sigue activa en Finnegans Wake. Una historicidad de la belleza y de la vida.
Como dice una de las lavanderas: “¿Dónde me detuve? Detenerse jamás ¡Continuarración!” O sea, la sugerencia de Marcel Jousse: “encadenamiento de encadenamientos”. Una le dice a la otra “Dime dime.” Esa fábula es un canto que resuena. Es una oralidad que Joyce da a escuchar. Da a escuchar ese encadenamiento de encadenamientos en una sintaxis de sintaxero, no de relato. Esas dos lavanderas, hablan, gesticulan, y también ponen las pausas, y el silencio en el lenguaje. Se torean : “¡La próxima me preguntas lo que no tengo!” O: “Tírame el sonido del nombre del findhorn.” Entre ese lo que no tengo y el pedido de un sonido de un nombre escucho esa tensión entre relato y recitativo. Joyce es un maestro de los relatos. Los desmenuzó, los conoce. Sabe de su poder venenoso y hasta mortífero, caso Parnell. O uno de sus héroes Giordano Bruno. Caso Giordano Bruno. Como uno dice caso Dreyfus. Cito a Joyce, de su artículo El día del populacho (1901): “Nadie, dijo el Nolano, puede ser amante de la verdad si no aborrece a la multitud, y el artista, aunque pueda emplear a la muchedumbre, tiene mucho cuidado de aislarse.” [La frase de Bruno que Joyce desvió es: “Nadie ama de veras la bondad y la verdad si no le indigna la multitud.”] Ahí, en ese universo de murmullos, muchedumbres y solitarios, susurros y cotilleos, en esa guerra del lenguaje, se trenzan los rivales. Shem, el plumotente y Shaun la Posta.
En Anna Livia, un capítulo rodeado de ríos, como en un poema, no hay resolución de conflictos, es un canto de cantos. Una carta de navegación por 629 ríos para atravesar la melancolía: “Esta melancolía me está ganando la panza”. Navegación por el caos y la confusión. Anna Livia es lo contrario de un relato, que siempre se propone como una resolución de conflictos. Joyce no propone deliberadamente acertijos o desciframientos filológicos. Escribe citas desviadas. No propone nada. Se deja transportar por su propio poema. Hace sonar la relación. Así que le complica la vida al traductor, al lector, para que sepan, ambos, que subirse al tren del funcionamiento no es leer solo una historia. Hay que leer toda esa relación. Leer con el oído, oír que el origen es el funcionamiento. Con el oído, Joyce hizo un original con relato, un hilo argumental si se quiere, solo que lo pasó por su recitativo mientras, como el mismo dice, “hacia túneles en todas las direcciones sin saber qué iba a encontrar.” (en James Joyce, Richard Ellmann). Una vez más: Joyce escribe lo que no conoce. Todos tenemos la literatura, menos el artista. Él solo tiene lo que explora. Joyce filtró el recitativo entre líneas: “¡Continuarración! Aún no has llegado. Amstel a la espera. ¡Garonne, garonne!” O sea que siempre estamos llegando cuando leemos Finnegans Wake. Que no es un libro sagrado : “Es una construcción donde ritmo, prosodia, metáfora hacen una sola cadena de sentido.” (Henri Meschonnic).
Frente a esa continuarración todos somos ingenuinos, clowns irlandeses, escuchas, pero Joyce no quiebra la narración, no la rompe, no hay ninguna ruptura en él, hay recitativo, otra organización, no es que tiene el procedimiento por un lado y el lenguaje por el otro. Todo se relaciona. Es todo en el mismo movimiento. James Joyce llega a comprobar que finalmente aquellos que lo acompañaron en el Ulises lo abandonan en el Finnegans Wake, el mismo Ezra Pound retrocede. El resultado es que algunos redujeron el Ulises a un relato, arte del relato y arte de la narración contra el Finnegans Wake. Pero Ulises ya tenía esa sonoridad, esa música que Joyce adoraba en Spenser. Y la institución literaria, taimada, empezó a empujarlo a relato. Pero Finnegans Wake es una continuarración del Ulises, toda la obra de Joyce es un continuo. “Las alucinaciones en Ulises están hechas con elementos del pasado, que el lector reconoce si ha leído el libro cinco, diez o veinte veces. Aquí, se trata de lo desconocido. No hay pasado, ni futuro: todo transcurre en un presente eterno. Con todas las lenguas, porque ellas todavía no están separadas. Es la torre de Babel. Por otra parte, en el sueño, alguien nos habla en noruego, y no nos asombra entenderlo. La historia de los pueblos, es la de las lenguas.” – [En Jacques Mercanton, Las horas de James Joyce]. Marcelo Zabaloy traduce: “Batearía la gallina que cacareaba en la turraza de Babbel.” Esta historia es torre y turra. Y se desarrolla en el presente infinito del Finnegans Wake: “Anna fue, Livia es, Plurabelle será.” Joyce radicaliza su historización del tiempo, Plurabelle será, o estará siempre abierta al infinito de la historia, del sentido. Pero en ese nudo rítmico del Anna fue, Livia es, Plurabelle será, ahí, en ese nudo, leerá todo “escolardo trinitario”, o sea: nosotros, y el escolardo, leeremos tres futuros: en Anna fue: el futuro del pasado, en Livia es: el futuro del presente y en Plurabelle será: el futuro del futuro incumplido eternamente del Finnegans Wake. El presente eterno del libro. En escolardo trinitario resuena la burla, el payaso, el lector pretencioso, el clown que el mismo Joyce pretendía ser. Y tal vez espera lo mismo de nosotros.
Joyce nos invita, más que a un decir, a un hacer. Hay un decir sobre Joyce y un hacer con Joyce. Marcelo Zabaloy tradujo en el registro del hacer con. Y hay un leer con Joyce. En Anna Livia Plurabelle, como dijimos, se espera una verdad, hay un tiene que ser así, cito a una de las lavanderas: “Debe haber sido una vagabunda en su día, tiene que ser así.” ¿Anna Livia es una proxeneta?, ¿la quieren proxeneta?: en ese callejón sin salida hablan las lavanderas, y leemos nosotros: “Cuéntame más. Cuéntame cada pequeña teigna del asunto.” En teigna resuena tiña. La verdad de cada asunto tiñoso: “Espéyame una pruta y te cuento una verdad.” Ese amago de contar la verdad, esa promesa da vueltas, funciona durante todo el capítulo, y una verdad arrastra a la otra. Una verdad infinita, un chimento infinito, como el sentido. ¿Hay una vaga conciencia de que esa verdad puede arruinar una buena historia, como dice el dicho irlandés? Esa verdad transcurre entre: “¡Oh Dime todo lo que quiero oír”, “¿Sabes lo que empezó a canturrear después de eso” y un “Cuéntame las trentas del asunto mientras enjabono la mugre de las combisas de Denis Florence McCarthy.”, y según una de ellas: todos “Se muerestiñen […] por saber de Anna Livia la cushingala”, y sobre el final una pregunta que nos toca: “¿Un cuento que se cuenta de Shaun o Shem? Todos hijoshijas de Livia.”, y el “Cuentuncuento de tallo o piedra”. El movimiento del cuéntame organiza el continuo donde se organiza el rumor junto a las riverrantes aguas.
Hugo Savino / Publicado originalmente en Círculo lacaniano James Joyce (cilajoyce.com)
Ph / James Joyce, 1928
*Todas la citas del capítulo 8, llamado Anna Livia Plurabelle, corresponden a la edición del Finnegans Wake traducido por Marcelo Zabaloy, y editado por Cuenco de Plata, BuenosAires, 2016.