
En la Casa-Barco, Inés Aráoz / Editorial Edunt, 2019
La incidencia de la música en la obra de Inés Aráoz es iluminadora y compleja. Aquí aparecen no solo Béla Bártok en MIKROKOSMOS, una especie de homenaje a la niñez bajo el ala de la madre, la voz de Ya-canto, donde la pandilla de hermanos labra la profunda alianza que los une… a lo largo de esta obra de vida, aparecen Schubert, Beethoven nombrados en una especie de escucha interna e intensa que de algún modo signa épocas y prosas. Pero también aparece el ritmo y la cadencia de cantos propios de esa tierra tan amada, la patria chica, el terruño tucumano de asombrosa belleza. Entonces surgen de pronto nombres aymaras o quechuas como engarzados al ritmo de la pertenencia, un habla muy rica, gravada por el respeto a las antiguas tradiciones originarias.
Inés Aráoz ubica su centro – geográfico, espiritual, vital- en el norte del país, en el rico y verde Tucumán de nutrida y compleja historia y cultura. Desde allí se mueve hacia Bolivia (donde piedra y adobe le sugieren el nombre del poeta Sáenz[1]), hacia Catamarca, pero sobre todo hacia el norte de Córdoba, en Yacanto, donde transcurre el oxígeno de la infancia pero sobre todo el permanente regreso espiritual. Desde el verdísimo Tucumán, la ciudad es un ente gris y triste que cada tanto surge a lo largo de esta obra, casi como triste contrapartida. Es que Tucumán no solo significa nacimiento político como país sino un polo de ideas innovadoras y una universidad que acogió intelectuales llegados de muchos puntos del mundo, a lo largo de su historia. Cuando aparece la ciudad, creo leer la Buenos Aires centralista y autoritaria, infatuada.
En el territorio de En Casa Barco, la obra de Inés Aráoz, prosa y verso juegan su rítmica secuencia que escande las Notas, párrafos altamente analíticos – si poesía pudiera teorizarse- o crípticas y enigmáticas, pero siempre nodales. Entonces se puede leer “lo más delicioso del silencio”, allí donde la soledad hace del poema una necesidad de resurrección, apelación al ángel. Y como se sabe, Rilke habló ya de ese dolor que Inés Aráoz vuelve a señalar con un grito exasperado : ”¡Miserables! ¿Por qué tienen que medirlo todo?” o, más conciliadora, “la Vida fluye, inaprehensible si no fuera por el Arte”. .. O “Uno se siente estar y sabe que no hay lejanías”…
Entonces la idea de escritura, esa diaria anotación de enigmática interioridad, casi como una traducción (letra a letra o nota a nota) de sí misma, traslación de alta complejidad rítmica para una a quien, tal vez, la música no resultara suficiente.
También me parece leer que la preocupación por el lector es algo remota para Inés Aráoz; creo que es un personaje –el tal lector- que solo es mencionado, apelado, en sus obras más recientes. Tal vez esa despreocupación sea una clave para su tan intensa expresividad, como quien canta a solas en el camino y a su paso recibe el saludo de árboles y aves.
claudia schvartz
[1] Jaime Sáenz (1921-1986)
Ph / Sebastião Salgado / Selva Tropical, 2013
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