Presentación de la novela Itinerario de una insensata, de Liliana Guaragno.
Ed. Paradiso, 2004
“Él se presta a mi ilusión perfectamente. Mi ilusión, por supuesto, no se parece en absoluto a la realidad, sin embargo bordea lo real.” Con esas dos frases, Guaragno abre su novela y, a la pasada, nos pone en aviso: el mundo que será representado a lo largo de sus páginas no se parecerá en absoluto a la realidad, pero sin embargo bordeará lo real. No hace falta más que adentrarse un poco en la historia que narra Itinerario de una insensata para corroborarlo: una y otra vez el texto (la ilusión representada) se esforzará en no asemejarse a (en no representar) eso que llamamos “realidad”, y evitará, por tanto, sus cargosas convenciones, los discursos insípidos y manoseados que la atraviesan. Así, la escritura de Guaragno, bordeándolo, nos acerca lo real (esa entidad mucho más vaga e inquietante, menos tranquilizadora), lo convoca a través de un procedimiento en donde la vigilia y el sueño son una y la misma cosa. Sin embargo, Itinerario de una insensata no abreva en el viejo recurso de insuflarle a la vigilia la lógica del sueño; más bien parecería lo contrario: los sueños disparatados de Teks (la protagonista), narrados con la mayor “inocencia” (“inocencia” que recuerda de a ratos la de ese gran “inocente”: Felisberto Hernández), son en cierto modo gobernados por las leyes del día. De ahí, la extraordinaria insensatez de la novela de Guaragno; de ahí, también, su bella comicidad. Una comicidad nunca enfatizada, siempre sutil, y que se construye sobre todo a partir de un marcado desajuste entre la candidez con que se narran ciertas situaciones y la gravedad delirante, por momentos monstruosa, de lo que está sucediendo. (En una de las escenas, por ejemplo, a Teks, sorprendentemente, le cortan el pene. A continuación ella dice: “Una vez que el miembro estaba fuera de mí intento ponérmelo pero no puedo”. Y más adelante: “Aprovecho para ponerme mi pene que estaba guardado en un bolsillo de mi pollera, me gusta hacerlo”.) Pero eso no es todo: como si no alcanzara con el enrarecimiento que ese desajuste constantemente produce (“A mí me gusta manejar las incoherencias de niveles de razonamiento”, dice en un momento Teks que, como Guaragno, también escribe), el estatuto “menor” y ambiguo de los enunciados, a través de los cuales no es posible determinar si los personajes son realmente inteligentes o verdaderamente idiotas (“Algo de estupidez también viene bien frente al narrador sabelotodo”, agrega Teks en el mismo párrafo) termina de barrer las últimas certezas.
En una época en que mucha de la literatura escrita por mujeres parece obstinarse en el cálculo, en no dejar de transitar uno solo de los tópicos que caracterizan ese descolorido subgénero llamado “literatura para mujeres”, la novela Guaragno, anacrónicamente, decide ubicarse a una saludable distancia de esas gastadas servidumbres.
Mariano Dupont
Publicado originalmente en Los Inrockuptibles, n° 81, julio 2004.