
El origen mismo de la cuestión del origen está perdido.
Henri Meschonnic
Hay una tradición de padre en la literatura. El de Kafka, el de Joyce, el de Los Hermanos Karamazov, El padre de Strindberg, por poner algunos. Sibylle Lacan no repite ninguno de esos libros. Se inventa otro. Y dice con fuerza en los dos libros, que leo en su continuidad, que no escribe una novela, tampoco una autobiografía o una biografía y menos un libro de ficción. En mi opinión, nadie pone esa línea fuerza, ese contra, porque creo que ella escribe contra todo eso, si no piensa como animal literario. También escribe contra la opinión pública. La de su infancia, y la del presente de sus dos libros. Tengo muy en cuenta que estudió lenguas. Se desmarca de los géneros, del género, esa noria, y al hacerlo, subjetiva. Subjetiva en la lengua francesa. François Meyronnis lo dice bien : “Antes de ser hija de un famoso psicoanalista, Sibylle Lacan, es ante todo una escritora.” Y un escritor escribe. Sibylle Lacan escribe. Una sucesión de cabos, tal vez cabos sueltos, que la van llevando. Para mí, la novedad de estos dos libros es que Sibylle Lacan no escribe lo que conoce, al contrario, escribe lo que no conoce. Trata de atravesar la ignorancia de su saber. Es la poeta de su propio desconocer. Apenas si sabe que es vagamente una hija, o una no-hija, a veces una ex-hija. Recorre todo ese circuito. Con la escritura. No cuenta una historia. Ata cabos sueltos. Es escritora justamente porque no sabe lo que hace, porque se deja hacer por su lenguaje. Isidro Herrera traduce justamente ese hacer. Lo que Sibylle Lacan le hace al francés. Oigo esa palabra traductora que cada tanto pone en sus dos libros. Así que es alguien que se frota a otras lenguas. No dice mucho acerca de esa traductora que es. Pero es una marca que esta ahí, que muestra que tiene un oído para el lenguaje, que está en la corriente de dar cuenta de otros discursos. Algunas escenas también revelan que ve con el oído. El ulular de los trenes de su infancia le abren un paisaje. Y registra la pérdida. Lo que se perdió. Por ejemplo, los sonidos mágicos de la infancia. Es anacrónica como los gladiolos que ama. Anacrónica respecto a qué: a las modas, a los clisés de época. Construye su propia historicidad en ese desconocido hacia el que va. También se va haciendo su teoría del valor, la cito: “Los valores no son los mismos para todos.” Si cuenta algo, es cómo hizo para conquistar una voz propia. Para no perderla. También lo cuenta a cabos sueltos. Tiene un padre de leyenda. La leyenda dice que hay que leer. Que ahí hay algo que debe ser leído. Y está el peligro de la hagiografía. Así que Sibylle Lacan va y escribe y en el mismo movimiento lee. Y pone en escena a un padre. Cómico, y ridículo, ubuesco a veces, y admirable también, como todos los padres cuando ceden a la demanda social de ser padres. ¿Y qué padre no cede? Sibylle Lacan nos entrega estos cabos, los leo como envíos al que los encuentre y los quiera escuchar. Envíos para alguien que esté del mismo lado del lenguaje. Sabe que el abismo de “la nulidad literaria” se atraviesa escribiendo. Por eso escribe contra esa afectación llamada ficción. Es decir: la ficción como mensaje. Y encima, edificante. Se anima a ir hasta el resentimiento. Hasta la visión injusta. Y llega a leerse, la cito: “yo me admiro en el amor del otro, soy el único artesano de esto y nada puede alcanzarme.”
Sibylle Lacan escribe en el vacío del tiempo. Tiempo, con mayúscula y con minúscula. No sé si lo recupera o acelera su pérdida. Me queda la ambigüedad, la cito : “A veces el tiempo se estira.”
Sibylle Lacan es una cazadora de perlas, de escenas furtivas que ningún mar se tragará.
Hugo Savino, 2018
* Sibylle Lacan, Un padre, seguido de Puntos suspensivos [puzzles], Arena Libros, Madrid, 2018.