Reinaldo Arenas, Inferno. Poesía completa / Laura Estrin

Reinaldo Arenas, Inferno. Poesía completa. Prólogo de Juan Abreu, Editores Argentinos, 2018.

“Mía es la justicia y la retribución” (Tolstoi)

“A los escritores cubanos nos queda sólo una gran alegría,                                                           la de la venganza.” (Abreu)

 

No puedo decir ahora toda la literatura rusa asesinada por genial, pero puedo encontrar en Arenas lo mismo. Es otra lengua, otro ritmo, otro paisaje, pero es también el conocido terror por lo que estamos en ambas literaturas ante poesía de guerra. Entonces, ¿qué hacer con una lectura que nos pone de nuevo a recordar tiempo, historia y genio? Puedo poner juntos a Dovlátov y a Juan Pedro Gutiérrez, a Platonov y a Arenas, si El palacio de las blanquísimas mofetas es Chevengur, a Zamiatin y a Arenas como hace Abreu en un abrir la poesía de Arenas perfecto. Un abrir así: “Reinaldo Arenas pensaba que el mundo era un sitio inhabitable, infernal, me lo dijo muchas veces…”

 

Inferno, como han llamado a esta poesía completa, nos hace leer lo que hoy no tiene permiso ni plafón, hoy parece que no se pueden decir-escribir estas cosas: “Un hombre es un conjunto de antiguos y nuevos resabios que ni él mismo puede clasificar. Un hombre es el trapo con que otro se restriega el culo luego de haber expulsado los residuos de sus familiares más allegados –los más alimenticios (…) Una mujer es un hueco desesperado que supura, se encoge, agita, pide a gritos y si no alcanza (algunas son jorobadas o profesoras de latín) chilla hasta volverse santa o revolucionaria (…) La mujer, es siempre histérica, egoísta y sentimental (…) ellos (los adolescentes) serán los únicos que como habitan en otro mundo pueden soportar a cualquiera…” ¿Alguien escribe así hoy? Sí, pero no son publicados. Hemos vuelto al elocuente samizdat.

 

Arenas sin permiso (abuso de la frase de Mandelstam, el autor de Cuarta prosa) nos pone a Dios, el que existe y el que no existe, y agrega luego como autor que sabe –según nos enseñó Savino que seguía a Muray-: “Quién es el que interpreta / quién es el que padece” y separa bien Arenas y anota directo: “(Qué claro está todo: ni grandes frases, ni complicadas especulaciones filosóficas, ni el poema hermético. Para el terror basta la sencillez del verso épico: decir).”

 

Y si pocos dicen, nadie quiere saber, casi nadie quiere saber, ni reconocer. Mejor una tibia burocracia del consenso donde se unan ley y hecho, negación y olvido. Y Arenas, además, encima, todavía y sin embargo, no pierde escritura, lírica: un árbol incendia una calle… Y Arenas repite. Repite frases, repite palabras, repite como un penitente el horror que vive. Y el mar, la ciudad en ruinas y la historia: “Oh, sí, cómo me revienta hablar de la historia. /Cómo me revienta y precisa./ Cómo me encojona y fatiga (…) Hablar de la historia/ es hablar de nuestra propia mierda/ almacenada en distintas letrinas/… Hablar de la historia/ es abandonar momentáneamente nuestro obligatorio silencio para decir (sin olvidar las fechas) lo que entonces no pudieron decir los que padecieron el obligatorio silencio./ Para decir ahora lo que ya es inútil.” Y: “Veo un continente de indios esclavizados y hambrientos, reventando en las minas o en el fondo del mar…”

 

Arenas repite porque la muerte se le repite: “la muerte está ahí en el patio, jugando con el aro de una bicicleta… La muerte juega y rejuega en el patio con el aro. La muerte se pasa ahora la vida ahí, en el patio.” (El palacio de las blanquísimas mofetas). Arenas escribe lluvias y la flota soviética que arriba en “´visita/amistosa´)/ Qué querías que te dijese, de qué quieres que te hable. /De qué puedo puedo hablarte, /dime/ de qué otra cosa puedo/hablarte”. Me pregunto si me gustan estos registros porque son de Arenas. Por supuesto, leo autores. “Veo manos esclavas agitándose siempre/ en la fija tiniebla del tiempo”. Leo autores que dicen. Arenas dice: “Digo culo, y es como si dijera/ buenas tardes”. Ya Nicolás Rosa haciéndose el desentendido repetía: “lo que pasa es que no pasa nada”.

 

(En este momento una amiga me avisa que murió Hebe. Y ya van muchos amigos idos. Se hacen viejos los tiempos. Mareada le aviso a Nicolás que murió Héctor. Corriendo con un inalámbrico le aviso a Milita que murió Nicolás. No sé cómo me avisaron que murió Zelarayán. Hugo o Esteban me llaman por la muerte de Luis. Liliana me avisa de la muerte de Noemí y de la de Liliana, Claudia. Pero Irina murió de mi mano. Hoy es 11 de octubre del 2018: Un autor es el que dice en el momento exacto lo necesitamos, Arenas escribe: “La memoria es ahora ese dolor inconsciente, / desabrido y lejano/ algo angustioso y violáceo que muere”).

 

Pero Arenas aúlla, en época de lobos… -decía Mandelstam, y ya nadie aúlla, ni habla, ni dice. Y si dice y escribe no lo editan. El que dice sale del canon leve que ha triunfado. Se paga solito el libro y no pasa nada. Y Arenas dice que los turistas que van a Cuba no entienden nada, compran y ven lo que se les pone para que compren y vean, y es igual a Aragón y a Lily Brik que en el ´30, invitados por Stalin a conocer el paraíso soviético (¡!), no ven en las calles desbordadas de Moscú el suicidio de Maiakovski. “Ellos pueden marcharse” –dice de los turistas Arenas. Y ni los historiadores que no verificarán lo real de sus poemas –como escribe en una nota inicial-, ni los críticos dirán nada: “ningún crítico ha reparado en ello (la función de los críticos es no advertir siquiera lo evidente)”. Nadie levanta la voz en estos tiempos. Calma chicha y opa pero que arrastra una violencia: concomitante a la segunda Revolución del ´17, Osip Brik dictó su bula de no editar nada que no fuera útil.

 

Poesía de guerra, poesía histórica: puedo decir lo obvio. Arenas escribió documentos sacados de lo que efectivamente vio: “Yo he visto. Yo he visto.”  Si el canto más justo a la Revolución Rusa es Petersburgo de Bieli o Viaje sentimental de Shklovski, la cubana queda apretada en Termina el desfile. “Pero, naturalmente, como usted no estaba allí es como si nada de esto hubiese ocurrido… Todo eso lo vi, pero, naturalmente, si usted no lo vio, cómo puedo mostrárselo…” Y nuevamente una nota de Arenas sigue a Leprosorio donde queda dicho que el testimonio sobre las cárceles cubanas es personal. Del mismo modo en que cuando reúne los poemas de Voluntad de vivir manifestándose anota que son “inspiraciones furiosamente cronometradas de alguien que ha vivido bajo sucesivos envilecimientos. El envilecimiento de la miseria durante la tiranía de Batista, el envilecimiento del poder bajo el castrismo, y el envilecimiento del dólar en el capitalismo…” Clarito y con singularmente bella escritura lo decía en el inicio Abreu: “Almas vigiladas que se pudren. Hambre. Almas envilecidas por el colectivismo, por las consignas y la militarización (…) trabajo voluntario obligatorio. Hambre (…) miedo, mucho miedo. Hambre (…) Miedo, mucho miedo. Hambre. Hambre. Vileza supurando (…) la época que nos tocó vivir. Época plagada de cobardía, oportunismo y sumisiones. Gracias a él supe que la única literatura deseable se halla al margen de toda forma de poder. Contra toda forma de poder.”

Alguien no supo una vez responderme por qué Cuba empieza el camino de la URSS cuando Solzhenitsin, para decir lo más remanido, ya había publicado en Occidente. Ni hablemos de Shalamov que hasta hoy nadie quiere leer-ver. Incluso no pude responderme yo misma nunca por qué Dr Zhivago se escribió y todo siguió igual. Solo para Pasternak no siguió ya nada, su corazón no aguantó, era un hombre sentimental o mejor, como dijo Luis Thonis de los autores, era “hipersensible”.

 

Rusia desfila en la Cuba de Arenas: la ruta 32 está desviada por la llegada de Breshniev, algunas cosas cotidianas solo vienen de allá, una crema de afeitar, “unas botas rusas molestísimas” o “el progresista Festival de Cine Soviético” que lo sigue en Nueva York pero Arenas le canta a Marx que no sufrió casi nada (“Aportes”), incluso algunos dicen que nunca vio más obreros que los que trabajaban en la empresa de su suegro. Serán patrañas. Verdaderamente sin permiso Arenas escribe. ¿Hay que decirlo más claro, está todo esto tan viejo? ¿Podemos decir que la historia pasó, que la política pasó? La historia del pasado no es pasado –dice Meschonnic.

 

Arenas y Abreu, Shalamov y Chentalinski, disculpen, Savino me enseñó a hacer listas. Él escribe que las lleva en el bolsillo siempre. En Argentina solo habían leído Contra toda esperanza él y Thonis. Y el asunto no es andar chocando, ni confrontando, el asunto es escribir como ellos. Cuando a Nicolás Rosa alguien le pregunta si había sido feliz en un viaje, en algún lugar, miraba fijamente y respondía: Sólo un pelotudo puede hacer esa pregunta, a los rusos y a los cubanos los obligaron a ser felices, o a suicidarse. Los mataron como a Roberto Fernández como cuenta “Un cuento” de Arenas. Ellos vivieron el horror de una patria, un partido, un führer… disculpen pero comparar lo incomparable es casi lo único razonable en estos casos. Y pienso en las formas, también, además, encima: los poemas de Cuba, la primera parte de Inferno, casi sin metro y casi en prosa frente a los sonetos muy sonoros de los de Nueva York, pero no pienso más allá: la Biblia fue cosa de verso y prosa alternados -marcó Meschonnic.

 

Pero sin explicar todo, ni parte siquiera, un verso puede traer otro. Y decir todo. Arenas: “Lo demás se acabó, era mi vida.” Puedo entonces recordar de memoria a Maiakovski: “El incidente (la vida), ha terminado.” Y todo porque como bien escrito está en el poema “Pensar”, pensar no es tarea de nadie, es muy impertinente, insoportable, inhumano: el “Blanco mojoncito”, “un profesor norteamericano de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans” no tiene porqué saber nada de lo que sabe Arenas. Y el “calumnista del estado de la Florida” que escribe más que en español en turco tiene por tema “nada”. No hay que hablar de cosas feas, le dijeron a Dovlátov y a Juan Pedro Gutiérrez, “los bajos fondos”  -como escribe Arenas- son feos y la utopía aunque ya muy marchita –como leo recién en Adrián Cangi- es linda como las haditas del realismo socialista. El mar de la cólera, del destierro, del desamparo no son para “profesores que comercian con el crimen” –es frase de Arenas pero los conozco yo también. Gente que hablan del mal, de allí uno de sus negocios, pero viven bien y Arenas sabe de literatura cubana: vivió mal. Nábokov y Brodsky fueron directo a la Universidad norteamericana al salir de Rusia, nadie les envidia su cambio de lengua, pero algunos solo pudieron saber que el pasado es lo perdido, el tiempo robado, arruinado. Adentro imposible, afuera inútil, sintió Tsvietáieva, tal como Arenas escribió en El palacio…: “Aquí el terruño, aquí el infierno.”

Laura Estrin, 2018