
La primera novela de Esteban Bertola, Convoy (Editores Argentinos Hnos.), posee la singularidad que comparten libros como Cómico de la lengua, Muñecas 970, Ruidos y Diálogos en los patios rojos; narrativas donde el flujo del lenguaje moldea el núcleo efervescente del texto. La propuesta arriesgada de consolidar una literatura que catapulta el poder sugestivo de la palabra a un nivel milagroso. ¿Cómo?, pues ahí convergen la aventura sacra del lenguaje puesto a prueba y, el indudable don de su autor al acuñar un estilo único.
Así, la contundencia verbal de Convoy pone en juego una prosa permeable a las voces de la calle, la pulsación del espíritu; pero articula todo ello desvinculándose de las convenciones -léase: géneros- a través de combinatorias, repeticiones y una sutileza en el detalle matizado. En ese viaje de 192 páginas, donde se cree capturar el latido mismo de la memoria del narrador, el autor funda una cadencia propia, un fraseo, un pulso arrítmico que escapa a los registros establecidos. Como consecuencia, sus personajes deambulan en esta travesía de misterio luminoso que resulta ser la vida. Queda como prueba, la lectura del libro.
-Convoy es su primera novela, segunda publicación tras su poemario Dieta insectívora, aparecida hace exactamente una década. ¿Cómo y dónde nació la idea de este particular viaje en tren que narra la historia?
-Del movimiento, una gran cantidad de recorridos por la ciudad y provincia, subtes y colectivos, casi siempre por trabajo, hicieron combustión con lo que venía escribiendo, con los intentos. No escribía buscando, pero me encontré con algunas cosas que me gustaban de lo que iba saliendo en el –también– viaje de la silla; no digo búsqueda porque no se sabe bien lo que se busca, creo que es algo así como tratar de seguir, como sea, en la escritura. El movimiento lo asocio a una posibilidad de sintaxis, que podría condensar una cantidad de inquietudes vitales.
-¿Cómo cuáles?
-La vida, la muerte, el cuerpo, las relaciones humanas, el lenguaje, el gusto, la literatura, la locura, las derivas, las pasiones, la locura, las tramas personales, las construcciones, el control, etcétera, etcétera, es como un intento de trasbasar todas esas vivencias a una expresión o expresiones, pero sale así, ahora te digo todo esto porque estamos hablando pero cuando uno escribe pasa de otra manera. También me gusta mucho viajar en tren y lo hice desde muy chico, mi abuelo materno fue ferroviario. A los cuatro años viajé de polizón en un camarote, me acuerdo de ese viaje porque en un momento apareció un revisor y mi abuelo me pidió que me escondiera debajo de la frazada y me quedara quieto, encima él era auditor, intachable, y yo no tenía pasaje, no había conseguido y él me había querido llevar igual, así que lo menos que podía hacer era quedarme inmóvil, se la jugó por completo, íbamos a Villa Mercedes, San Luis.
-¿Cuánto tiempo le tomó escribirla y corregirla?, ¿podría referirse al procedimiento de su escritura?
-Hasta tal punto creo que el movimiento para mí fue importante que también se movió el momento de arranque del libro, había empezado a escribir el viaje de Retiro a Tucumán, porque me gustaba la duración de un día entero de recorrido, todo lo que puede pasar en un día de viaje y lo que pasa con la memoria (incluso con la escritura, con el poema), la gente, el aire de viaje… pero ese viaje no lo había hecho, y aunque no me calentara eso en relación con el libro me empezó a picar el bicho de hacerlo por viajar. Una vez que lo hice y volví, metí, saqué, incrusté, reescribí. La experiencia había sido tan intensa que no me quedó otra que empezar de nuevo, aunque tenía bastante avanzado lo anterior. Y de vuelta, todo en la escritura se junta con el tiempo en un mismo río y la sangre se calienta, se empieza a disponer el espacio para la voz. Ahí empecé de nuevo, fueron varios años donde el libro fue llegando a su “forma” de deformidad en deformidad. Por esto mismo la corrección también fue poco corrección, en realidad fueron más entradas, salidas, irrupciones atinadas o no, sustracciones, en el caso de algunos fragmentos que después saqué. Para mí fue un proceso largo, incierto, con punto de partida y sin una idea de llegada definida. Aunque, sí, ya de arranque quería que la lectura fuera el viaje y no solamente el relato de un viaje, por decirlo de alguna manera. Tiene que ver con un gusto por la escritura, que viene de un gusto por la lectura y por poner la oreja en esas lecturas. Que la escritura permita una lectura como la actividad que es y no como la de un resultado, así son los libros que me gusta leer.
-Intuyo que prefiere los logros de Joyce por encima de los de Kafka o si prefiere una analogía rioplatense: Néstor Sánchez por sobre Abelardo Castillo; allí donde el común denominador es ese afán por la verba, ¿no?
-Justo mencionás a un escritor que me da vuelta… qué te puedo decir de Sánchez, ¿leíste En relación con la novela como proceso o ciclo de vida? Está en el número 3 de la Ballena blanca: “nada que transmitirle a nadie, ni convicciones para representar, ni la menor idea de lo que irá a decirse porque es demasiado incierto lo que querría decirse…” y sigue…, son tres páginas pero parecen tres mil, es tremendo lo que escribe ahí: “Si me detengo del fárrago, si lo detengo en mí, una especie de hombre (en razón de edad, de desconcierto acumulado) puede concebir aquello único que le concierne: su ineptitud de recurrencia, los escasos metros cuadrados de una percepción irrisoria de lo que conforma su situación irrepetible”. Bueno, y la resonancia de Beckett que hay en esas frases… Joyce y Kafka, los dos, creo que no quedan afuera de estas frases. Son los grandes grandes, qué puedo decirte, muy loco tiene que estar uno para leerlos y no quedar tocado para siempre. La novela América de Kafka siempre la tengo muy presente, y esa escena final del tren con el teatro de Oklahoma me resultó siempre muy estimulante. Y Joyce es un mundo que me fascina también, no pude salir nunca de sus libros, son inagotables…
-Regresemos a su libro. La estructura que presenta es fragmentaria, lo que permite saltos en la narración, silencios. ¿Cómo llegó a esa opción formal?
-Un poco por el silencio llegué, de silencio en silencio. Es el silencio hasta que el lenguaje mete la cola… Una vez que arranca el recorrido de Retiro a Tucumán, los fragmentos son entradas de un diario de viaje. Son opciones que vienen dictadas por la escritura, por el ritmo, unidas por ese hilo desde donde tramar. Partir del silencio deja sentir esa brisa inmensa de libertad, es como una acción respiratoria. Alguien podría pensar que ese silencio está hecho de todos los sonidos escuchados… y sí, también… Por mi experiencia así es como aparece la memoria y también la escritura, y en el viaje eso es palpable, todo lo que queda atrás se vuelve adelante y es inevitable que esa condensación no encuentre un correlato en la memoria, en las palabras, en la sintaxis…
-¿Es errado afirmar que la oralidad da forma a su literatura?
-No hay errores, como decía Miles Davis.
–¿Por qué lo dice?
-Porque la idea de error supone una idea de correcto/incorrecto o peor de bien/mal hecho que me parece que anula las posibilidades de seguir adelante, leyendo, escribiendo, viviendo, lo que sea. El presunto error puede ser un punto de partida nuevo. A mí me parece que está lleno de marcas de oralidad el libro, pero eso es un elemento más que sirve a la escritura, al poema, si querés, al pulso que no hay que perder para poder perderse. Se escribe lo que se puede escribir, me parece. Para mí la oreja es fundamental para escribir como lo es para leer por supuesto, me gusta escuchar lo que leo, las lecturas que no se dejan escuchar no las puedo sostener. De esa escucha también vienen un montón de anécdotas escuchadas, muchas que compartí por el gusto de la anécdota con mi hermano y con amigos, que tienen que ver con ese tejido de una vida que quiere vivirse en libertad.
-¿De dónde proviene su interés por el lenguaje? O utilizando palabras textuales del libro, ¿qué voces le trae “el hada buena del barrio”?
-En el lenguaje está todo, no voy a decir lo que todos ya sabemos, sí otra vez lo de Wittgenstein “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, nada más esclarecedor que esa línea. Es una pasión que involucra la libertad y las posibilidades de vida, la expansión, el pulso, el aliento… también es riesgo el lenguaje y no está separado de la vida, como dice Henri Meschonnic: “Las palabras fueron hechas no para designar las cosas sino para situarnos con ellas. Si se ve a las palabras como designaciones, uno demuestra que tiene la idea más pobre del lenguaje y la más común”. La escritura y la lectura no pueden ser meros productos, el lenguaje es una aventura. Para seguir con Meschonnic, él dice que hay poema cuando “una forma de vida transforma una forma de lenguaje y recíprocamente una forma de lenguaje transforma una forma de vida”. Me gusta mucho esa descripción. Los poemas, las novelas, los relatos, los libros que después de atravesarlos ya nada es lo mismo, las canciones, cada vez que hay una experiencia así empieza un nuevo calendario.
–Y en este viaje asimismo hay rastros de lunfardo también, ¿verdad?
-Sí, son todas cosas escuchadas, arrimando la oreja, hay lecturas, hay deformaciones, variaciones, que fueron apareciendo en la escritura, vienen de escuchas y lecturas, se distorsionan, entran de alguna manera, se incorporan al repertorio. Es un viaje que se arma en la escucha, en el desconcierto de esa escucha, en la perplejidad frente a las cosas que habitualmente damos por sentado, me gusta la literatura que no da nada por sentado.
-Y música, mucha música. No sólo en el ritmo con que está consolidado el libro, sino también en las alusiones de un espectro amplio que incluye desde Gardel hasta Pappo. ¿Hay que tener buen oído para poder escribir?
-La música está muy presente, yo no puedo vivir sin música. Sí, está presente en el ritmo y también en alusiones y citas explícitas a muchas canciones… de todo tipo, rock, pop, tango, jazz… y a poemas, lecturas, todas cosas que te decía recién me dejaron marca. Para mí pasa todo por el oído, pero no sé…, probablemente para otros escritores no sea así. Conozco a muchos que sí y son los que leo con más placer. En cuanto al tango y al rock, por hablar de los gigantes que mencionás, ahí está el poema vivo, todo Spinetta con sus bandas eternas, Miguel Abuelo, Moris, Pappo, Manal con Javier Martínez, Charly, Nebbia, bueno, cantidad de letras de ellos que nos siguen poniendo atentos. Y los tangos Tarareando, Garúa, Ventarrón, Al mundo le falta un tornillo, Cafetín, El choclo, cuántos tangos, miles de tangos… Cómo podríamos vivir en el mundo si Leónidas Lamborghini no nos hubiera dado el lenguaje para situarnos en él, y cómo podríamos vivir, leer y escribir en la Argentina sin tener presente la Argentina que se repartieron los Lamborghini después de sacarse la sed con los poetas gauchescos. Por ahí pasa el oído también…
-Acabó de nombrar a un reconocido poeta. ¿Qué siente que tomó de la poesía para escribir un libro como Convoy?
-Leónidas lo decía, creo, de la mejor manera: el argumento es el lenguaje. Y es eso, una libertad con respecto al lenguaje, la posibilidad de situarme en el lenguaje y no abandonar esa maquinaria que oscila entre lo irrisorio de una percepción limitada y el abismo. Y darle espacio a esa afirmación de Meschonnic “sólo existe el poema si una forma de vida transforma una forma de lenguaje y si recíprocamente una forma de lenguaje transforma una forma de vida”, o lo que dice Sánchez en ese ensayo, que va por ahí también, es de lo que venimos hablando, que vale para la escritura y para la lectura. Lecturas que requieren de una entrega: no se puede leer un poema sin esa entrega. Macedonio en Museo de la novela de La Eterna dice: “El único lector artista es el que no busca soluciones”. Insisto en que son las lecturas que a mí me gustan. El espacio y la voz, la frase, la sonoridad, las posibilidades de combinatorias, las lecturas que se cruzan, se arrastran restos, que fueron apareciendo a medida que las iba escribiendo, todo eso es funcionamiento o andar de poema, que estira la pista para poder seguir… “y morder unos centímetros más de eternidad dorada”, como dice Milita Molina, sus libros, por ejemplo, estallan desde ese océano de la voz. Me rayo cuando empiezo a leer algo con ganas y me resulta predecible, o se lee algo que esconde una intención equis casi siempre aleccionadora o de tendencia moral, donde las frases no tienen relieve porque están para otra cosa y eso se nota, creo que la singularidad es importante. Entrás y, si el paisaje te atrapa, ahí vas. Para mí la escritura es poder escuchar esa voz que al mismo tiempo que guía te pierde, te desconoce, pero se que larga rollo propio. Estar y permanecer en el paisaje propio, como dice Hugo Savino.
-Continuemos con un poeta más. Otro que gravita por zonas lindantes: Roberto Raschella.
-Me gustan mucho sus poemas, el primer libro de él, Malditos los gallos, ya tiene una fuerza que no abandonó más, me parece, y me gustó mucho Diálogos en los patios rojos, hablando de lenguaje: mamma mía. Hace poco me compré el volumen que sacó Fondo de Cultura en una edición excelente.
-Sí, La casa encontrada, su poesía reunida. Un autor que merecería un mayor reconocimiento. ¿Cree que en la actualidad el prestigio está otorgado únicamente por las leyes exitistas del mercado?
-No, no creo que eso sea todo, demás está decir que entre los lectores muchas veces funciona al revés, lo digo como lector. Digamos que también funciona el desprestigio por las buenas ventas, pero es otra cosa, un prejuicio, aunque en muchas ocasiones sea así. Por supuesto creo que hay obras que tendrían que estar en el centro de las vidrieras, de la escena, del candelero y apenas tienen alguna visibilidad en los circuitos más fuertes de difusión. Sin embargo pasa algo entre lectores, una circulación y también un prestigio, si querés, subterráneo, que esas obras van teniendo, entre ellos y es muy intenso ese tráfico y la manera en que se posicionan.
-Volvamos a Convoy. Su prosa parece resolverse sobre la marcha. ¿Es posible, como escritor, dejar de pensar en la escritura mientras se está escribiendo?
-Creo que no, aunque también podría decirte que hay una resolución en escritura, en un fraseo, en una sintaxis, en esa guía que es la voz de un relato o un poema. Te enfrentás al silencio, a un dictado, al delirio, al desdoblamiento, a la multiplicación, división, todo con la escritura. Escribís pensando y pensás escribiendo, es así, desde ahí yo sigo adelante a perderme. Y, además, el lenguaje mete la cola todo el tiempo.
-¿Qué rol juega el argumento, entonces?
-Vuelvo a Leónidas: el argumento es el lenguaje, y después están los temas que desde ese argumento se va construyendo. En cuanto a los argumentos, también me gustan algunos libros que pueden tener una singularidad en eso, pero también es un rol que puede adoptar la peor forma, según cómo se lo use puede ser por donde sangre la herida o por donde se vea la hilacha. Me parece que el argumento puede matar a la novela del mismo modo que la poesía asesinar al poema.
-Parece determinante en esta última respuesta.
-Ese aplastamiento es determinante. Se nota en la obra, no sé cómo decirlo… Son gustos de lecturas, y apreciaciones que vienen de ahí. Como lector no me conformo con la anécdota.
-¿Y sus personajes?
-El intento es como cuenta el baterista Elvin Jones que su padre le dijo: “encontrá un espacio y llenalo con tu voz”. Un teatro para la voz.
-¿Qué piensa de lo experimental en literatura?
-Pienso que lo que llamamos experimental pueden ser muchas cosas distintas, también que queda corta la palabra “experimental”, experimental podría ser todo lo que no es convencional. Ahí ya hay un berenjenal. Lo demás es una libertad y una voluntad para escribir que se combinan con la vida misma, la experimentación está en el acto de vivir, me parece que muchas veces puede quedar como una clasificación muy fija, que puede quedarle chico a eso a lo que va dirigida. Aparte, como pasa con muchas clasificaciones, decís la palabra y mágicamente se convierte en una cosa plana que ya está cantada de antemano.
-Ahora oigamos a la otra campanada. ¿Cómo se lleva con su idea del realismo?
-¿Con la idea del realismo en la literatura? Hay, además de las grandes novelas del siglo XIX, novelas que estén clasificadas así que pueden gustarme por alguna cosa de la escritura. Si la escritura está consagrada a esa especie de homenaje a la realidad que tiene pretensiones que ahuyentan una voz propia, estoy tentado de copiarme de Hugo Savino que en un reportaje en La Periódica dominical dice “el realismo es la peste”, lo que dice es más o menos que mata la voz propia, para decirlo rápido. Macedonio también estaba en eso, en el Museo de la novela de la Eterna todo el tiempo aparece ese rechazo. Los libros que están hechos para demostrar alguna cosa o que están hechos o pensados para futuras tesis es como si primero estuvieran escritos en la teoría y después en el cuaderno, eso me parece un bajón directamente, son cosas que nacen muertas como dice Savino en el mismo reportaje.
-No han sido pocas las veces que nombra a Savino en esta entrevista. ¿Podríamos afirmar que su amistad ha sido decisiva en la evolución de su escritura?
-Si, por supuesto.
–¿Por qué?
–Nos hicimos amigos con Hugo Savino por onda de frecuencia con la escritura. Leí La línea del tiempo y Viento del noroeste, y quedé dado vuelta, entonces le escribí y nos conocimos. Y bueno, así arrancó la amistad, arrancó ya de entrada por la escritura. Y como toda amistad es decisiva. Es muy lindo eso de poder tener una trama con amigos, donde encontrar una primera oreja para lo que se escribe, que sabés que no te van a batatear…
-¿Tiene necesidad de actualidad, de leer lo que se escribe en estos días?
-Siempre estoy leyendo lo que se escribe pero no por actual sino por cope, por curiosidad, lecturas que llevan a otras lecturas… al que le gusta leer hace más o menos eso… lee. Por suerte existen los amigos, lo digo de nuevo, con ellos es impresionante el tráfico de lecturas, ése es el único circuito alternativo e independiente: los amigos, las lecturas y la amistad están tramadas. Tengo amigos que escriben, tengo necesidad de leer esas obras, sí, pero esa necesidad aparece porque son un pulso muy fuerte, no solamente por la amistad, lo mismo cuando algún amigo acerca autores y libros que no conocía, los leo. Pero si te referís a una necesidad sólo por actualidad, por estar al tanto, por estar informado, no, ni ahí, no me importa eso. Me importan los autores que fui encontrando y me dejaron marcas como lector y sus obras me convocan: Alberto Laiseca, Milita Molina, Hugo Savino, Mariano Dupont, Mariano Fiszman, Roberto Raschella, Luis Thonis, Daniel Riquelme, Lucía Mazzinghi, Andrés Monteagudo, a todos ellos trato de seguirlos de cerca en lo que escriben, son las voces de nuestro tiempo. Hace poco descubrí a Eduardo Rubinschik, Pablo Ingberg y Sergio Rienzi, autores que están en eso de revolver el estofado, no se conforman y no te dejan conformarte, están por fuera de lo esperable.
-¿Hasta que “el lenguaje meta la cola”?
-Y cuando la metió es casi imposible sacarla…
Augusto Munaro
ph/ Ansel Adams
Publicado originalmente en Ojo seco / 2013