Lengua vespertina en la tarde de las separaciones / Laura Estrin

Lengua Vespertina, de Perla Sneh /  Una lectura de Laura Estrin. 

 

idish

 

“Somos gente de emociones fuertes” –me dice Perla cuando le pregunto si en los mismos días en que presentamos su libro, casamos a su hijo.

Y de esto se trata, de cómo hablar de un libro fuerte –como diría Raschella que en esta obra de lenguas tiene mucho que ver. Se trata de que no se puede decir todo lo que Lengua vespertina escribe por eso lo intento con el verso de Ajmátova ´en la tarde de las separaciones´. Frase que Tsvietáieva respondería diciendo: “La separación – también es un oficio,/ y existe un arte de la separación…” y podría recordar que Álbum vespertino es el primer libro de poemas de Tsvietáieva, de 1913.

Detenidos inicialmente en el nombre -que por su cercanía a “lengua viperina” mencioné a Perla en mi guerra a las frases aradas, el asunto es mucho -Pasternak decía “me siento físicamente incapaz de soportar los lugares comunes”. También en algún momento de nuestras lecturas cruzadas le dije que “villorio era poesía en la poesía” y ahora ella me devuelve en su libro un “Los villorios –sí, no jodas; la palabra es ésa-“. Porque lengua trae mil asuntos a mis ojos deformados de palabras que una fiesta de presentación hace evitables y en todo caso, mejor, podría quedarme en el idish que agujerea el polaco con el que Perla lucha en este libro desde la primera página donde leo:

Hacía ya muchos años que todas las palabras sonaban distintas… (y algunas letras eran) un agujero por donde se le cayó la lengua.

Pero me parece que me gusta quedarme en vespertina. Quizá en un afán  hermético elijo solo “vespertina” para que la tarde que la poesía en este relato trae pueda agarrar lo que cae –Zelarayán alguna vez escribió de las cosas que se caen de la mesa-. Y eso que cae y atardece se guardaría todas “las separaciones” –como el verso de Ajmátova.

Elijo entonces vespertina: lo que la tarde arrastra tarde, lo que la vida ve a la tarde, los recuerdos y los amores enhebrados de este relato. Porque a la mañana nos inventamos el día mientras que a la tarde me parece que se vive con lo que queda. Lo que queda después de las guerras de la vida que a la mañana recomponemos una a una.

En el libro de Perla todo dice esa pelea con lo que ya no está, con lo que mataron. Y la lengua trata de recomponer algo. Perla cuenta una historia, se la cuenta a sí misma y a otro, escribe lo que no está pero ella busca y ve. Jarabe de pico o Palabras para decirlo, como sus otros libros. Palabras para decir la muerte en el Gueto y en los Campos. Porque en este libro los que no están, están. Son los vestigios, los restos, los jirones, lo precario incluso, palabras que ella hacia el final deslinda en polaco. Y las frases así deletreadas y conseguidas traen ciudades superpuestas: Varsovia, la arrasada y Buenos Aires que se hace barrio de caminata como en el Arlt de Correas, y Perla las llama, sabia, “todo y el vacío”.

Y no es solo cuestión de lugares sino de lugares en el tiempo, así Perla amarra la insistente continuidad de las cosas que ya no están, los árboles que no pudieron partir al exilio pero que sombrean todo el relato. Otra cosa que realismo y naturalismo que no sea de piedras -dice, o mejor: Perla anota los colores, las marcas de lo que mataron, de lo que murió, de lo ya no está, de una lengua que es el recuerdo de los que quedaron. Perla anota una guerra que ha matado cementerios porque los muertos lloran a los muertos, una guerra que ha incendiado libros, una guerra horrible y mezclada con la que pudo Bábel, porque un soldado lleva consigo lo menos posible –como escribe Lengua vespertina, del mismo modo en que el soldado-hijo del rabino que Bábel escribió en su crónica de guerra, que con las hebras del pelo de la amada marcaba los libros de historia en la batalla.

La guerra es la guerra, dice Lengua vespertina en polaco y luego traduce. Todo el tiempo esa conversación se pregunta: “¿Cómo te escribo los sonidos?”.

Lengua vespertina es un hilo entrecortado de bravas historias. Un hilo que es la vida que zigzaguea entre la familia, los recuerdos, el amor y los lugares. Y estos relatos duros son directos, porque nos ponen en el retrato y en el espanto de lo allí vivido. Nos meten al asunto de golpe. Y directa Perla todo el tiempo marca la singularidad de las lenguas que atraviesa:

qué chiflete, se había asomado a la calle Oboźna. Sí; usan tilde en las consonantes, es de locos. Cada pequeña cosa le anunciaba que ese lugar donde alguna vez alguien se quedó a pasar la noche, en efecto, existía; se deslizaba dócil bajo sus botas altas, que pisaban fuerte, como exagerando un poco, como si toda su voz resonara en sus pasos; se ve que quería que se escuche. O puede que sólo se tratara de ejercer la cándida vindicación de sus tacos repicando, empecinados, contra ese empedrado de tan inesperado parecido con los de su infancia. Creéme, parecía Castillo al quinientos. Dzien dobry, saludó al mozo con su mínima lengua de viajera inexperta. Pronunció las palabras con recelo, convencida de que vaya uno a saber qué extraño cataclismo se desencadenaría cuando esa habla, envilecida por la colaboración o la indiferencia, inundara de impurezas la cavidad desconcertada de su boca. Para su sorpresa, nada. Al contrario: sugerentes, turbadoras, las palabras brotaban, mansas; saludándola como a quien regresa de andar por caminos extraños. A su alrededor, tras los vidrios, la ciudad respiraba a su propio ritmo: un palacio, una iglesia; una iglesia, un palacio; cada tanto, un indecoroso monoblock soviético estropeaba el paisaje: como para no odiarlos un poquito.

A más lenguas, más recuerdos y más profundidad de los recuerdos, diferentes lenguas dicen diferentes cosas pero siempre en la sintaxis fragmentada, apurada y vieja de lo que queda. Las lenguas, las palabras recordadas son aire, como el que le faltó a Blok, como el aire que hace volar novias y chivos en las pinturas de Chagall, y Perla recuerda eso que vuela en el aire, la lectura por ejemplo. Y leer es una venganza contra el tiempo apunta su libro. Pero las palabras no curan, no alcanzan, incluso, matan, llevan a la hoguera; tampoco “hay  camino definido en el responso ni en el duelo” agrega, pero algunas “quedan argentino” –escribe allí. Y así, ya estamos adentro –como diría Savino. Y así sigue el relato entre un regreso que en realidad es camino de ida, a Varsovia, reina de los judíos del XIX, como leo en la terrible crónica de pogroms de Albert Londres, y así contará Lengua vespertina, que es una conversación que no se apaga nunca –digo usando un verso de Zelarayán.

Lengua vespertina es una rumorosa conversación que el relato hace con un amigo, lector o confidente de lo que ella va hilvanando, al cruzar lenguas y calles todo el tiempo.

Y si Varsovia es la guerra y lo allí perdido, Buenos Aires es un amor que no cierra:

estar se iba volviendo conversar, reírse, escribir, dormir abrazados, leer, tropezar, temblar, dar vuelta milanesas, pelearse, respirar. Prefirieron mucho tiempo esa esquina, tan serena, tan propia, tan fuera de las biografías. Merecía una página aparte, con letra chica y pluma fuente.

El relato va y viene por pronunciaciones y diminutivos, ya sabemos que es solo por la ventanita que se puede ver el gueto de Varsovia –como  en Zvi Kolitz. Y escribe Lengua vespertina:

Tiritas de palabras sin autor ni procedencia conocida, definía, recurriendo al diminutivo para mitigar la distancia, porque sabía –no dejaba de saberlo- que con eso no alcanzaba.

 Los diminutivos, las palabras del amor en castellano, en el relato van así:

Usaba mucho la palabra madre, pero de la suya hablaba casi siempre con diminutivos: el pelo con hebillitas; usaba un saquito; había un librito que leía y guardaba en la mesita de luz.

Entonces Lengua vespertina es un relato de palabras donde ellas son el sujeto, el personaje, que como dijes en la cadena de la lengua cuelgan al sol de una cuerda tensa –verso que le robo a Shklovski pero que él roba a una gesta más vieja, digo que este relato es una cuerda dura para escribir lo real. Porque, Perla nos dice :

Si las palabras son una parte sólida, azúcar disuelta en la imaginación, es por ésta que debieras preguntarte

Tsvietáieva ya nos había dicho: sin sal es difícil pero sin azúcar uno se pone triste.

Lengua vespertina es un libro de recuerdos, de la puntuación de los recuerdos donde el padre mastica cada letra y no faltan memorias de estudios, de políticas donde se enseña también el odio porque siempre es poco el amor que anda suelto -como escribió Milita Molina.

Hay páginas donde el resentimiento se hace lista, se nombra –herencia de Savino, por ejemplo en la página 64-65 o en la 107 de Lengua vespertina.

O donde se grita que hubo soldados y batallones y ejércitos judíos (en la página 97), porque a veces nos acusan de ovejas y uno se resiente… Y porque también está en el relato de Perla la lengua de los amigos hábilmente trenzada, como en el segmento sobre los vientos que, inevitable, la llevan a “El viento del Noroeste: un fraseo entrañable” -del mismo y ya nombrado Savino.

Perfectamente escandido, el libro va entre el polaco traducido y paladeado, las frases líricas y casi aforísticas en cursivas y el algo de humor que por ahí merodea. Y Perla escribe como mira, de lado, achinando sus ojos negros e inclinando la cabeza, así como rezando arma su política literaria. En el sentido de que solo una buena lengua hace justicia, como la reclama toda la obra de Raschella. Obra en permanente duelo, desesperación y política como ésta. Obra de inclemente historia que puede decirse apelotonada en frases poéticas pero claritas. En la página 115 hay incluso un ritmo Raschella:

Porque nunca hubo más remedio. Porque quise irme al fin del mundo y me encontré vistiendo ropas de combate. Porque hay cosas con las que no se puede hacer las paces. Porque me cansé de estar sin ejército. Porque arrojé mi llave al cielo y no hubiera quien la recibiera. Porque en mí se gesta un fuego y en llamas están mis días. Porque yo soy el hombre que ha visto la aflicción… (¿Lo escuchan?) 

Pero no hay justicia ni escampo -digo para usar la palabra hermosa que Perla trae en el epígrafe mismo de Lengua vespertina de Roberto Raschella. ¡Vieron, no invento nada, solo ato cabos!

No hay humanismo que valga, anota el relato. Decir es sobrevivir pero no alcanza, porque con eso uno además se vuelve loco y repetitivo. Hay solo el breve amparo de alguna otra lengua, la del idish, que como un manto liviano sobrevuela sin mucha alharaca Lengua vespertina. El idish parece un otro personaje fragmentado de esta historia, pareciera que su único modo de estar es yéndose siempre. Escribe Perla:

No eran citas; ni siquiera eran recuerdos, eran ruinas apelotonadas, y más luego se reconviene: Por eso, sólo le dijo: dejá, es literatura. Suspiró. Qué vas a hacer, viejo; quieren epifanías; no se conforman con menos. Quizás sea el modo que encontraron de lidiar con sus muertos.

Lengua vespertina lo había puesto antes: ni la guerra ni la paz detienen la lucha. Y si no hay lugar adonde ir, no hay retorno ni salida y las frases son  incluso muralla, el libro puede quedarse en pronunciaciones y traducciones, ya sabemos los judíos que una letra mal puesta arrastra catástrofes y que solo los antisemitas pronuncian mal los apellidos judíos. Y el libro lo dice, escuchen:

Con todo, las frases eran explícitas: llegaría el día en que los justos se levantarían contra los suyos y los aniquilarían, pero también agrega: ¿Con quién hablar de la derrota? Vivo rodeado de triunfadores.

Perla sabe y citando a otro autor, Alessandro Baricco, dice algo de lo que hace: “Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias. Así funciona…” y verdaderamente funciona porque a Lengua vespertina lo vengo leyendo hace tiempo, hace años, y cada vez que Perla me lo da, quedo una vez más atrapada en su relato, en su recuerdo, en su historia de palabras. Y pese a recordarlo casi todo –así le escribí en un correo- no puedo dejar de leer hasta terminarlo una vez más. Señal de que estamos ante un relato que nos afecta, un libro fuerte –como repito dice nuestro querido Roberto Raschella, otro escribidor de lenguas. Es que igual que el comienzo, el cierre de Lengua vespertina es enigmático y contundente –como diría Nicolás Rosa. Y hay más cosas que me llevan a Nicolás porque, evidente, a este relato no le importa “tanto la lengua sino el estropicio”, otro agujero por el que él miraba la literatura. ¿Será que la literatura es solo cosa de extremos, hendiduras y catástrofes?

Cada vez que leo el libro de Perla un tratado o un retrato asoma: el de las palabras como modos de lo posible en esta vida imposible. Y este libro que tiene también su página del rencor dice lo difícil que es escribir entre tantos, entre tantos todos que escriben. Y hay que hacerlo en y con frases que se siguen y persiguen, andar por frases y zás -como O.Lamborghini- hacer relato. Como poeta zas novelista.

Pero además, y aún, y encima –como enseñó también aquél- las palabras y las frases de Perla tienen saber, un mundo entero, más que diccionarios, la Biblia.

Perla pone, directa como digo, historias sin red, Hugo lo marca bien en la contratapa, pone sin pedir permiso a la totalidad del sentido, que siempre se llena, armas que son mejor como fragmentos, esas frases-arabescos que Lengua vespertina enhebra como dijes (ella lo dice así) porque para escribir se cruza toda la vida y toda la lengua.

Laura Estrin, abril 2019