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A los pocos días de estar allí nos sacaron a los balcones del hotel: por fin vería a aquellas mujeres ridículas, horribles, hombrunas, que atacaban con palos, paraguas y piedras a los vigilantes, y cuyas caricaturas llenaban las páginas de cuanta revista ilustrada había caído en mis manos: las sufragistas.
Comenzó el desfile. Lo inició una banda de muchachas muy lindas, sonrientes, que llevaban la cabeza erguida y por estar enfundadas hasta la cintura en mallas blancas parecían heraldos. «Las otras vendrán después», me dije, pensando que a éstas las hacían desfilar primero con el mismo propósito que induce a los vendedores de fruta a ocultar bajo una capa de cerezas o frutillas grandes y sanas, las chicas y picadas que son las más. Pero no: los marimachos, que según las revistas pertenecían a otra especie que la de las mujeres elegantes, no aparecían. En las filas en que una tras otra marchaban, ocupando enteramente la calzada, las mujeres eran como todas, quizá mejor que todas, porque, fueran jóvenes o viejas, estuviesen bien o pobremente vestidas, sus caras reflejaban alegría. Si a alguien me recordaban las muchachas portadoras de los cartelones con Votes for Women era a Juana de Arco. Terminaba el desfile- había durado más de dos horas- y las energúmenas no aparecían.
-¿Dónde están? – pregunté a papá que había aplaudido pero, a la vez, hecho algunas reflexiones irónicas.
-¿Quiénes?
-Las sufragistas…
-Estas son las sufragistas. ¿No has visto que piden el voto?
-Ya sé… ya sé…, pero yo digo las que sacan en las revistas, en los diarios- insistí con impaciencia.
-Bueno, ésas son caricaturas, nada más- me explicó, y adivinando quizá que la explicación no me resultaba convincente, agregó-: Además no tomes tan al pie de la letra lo que veas o leas en los diarios.
Así que los diarios también mentían. «¿Qué defenderán con la mentira? ¿Qué ocultarán? ¿Con qué fin engañan?» me preguntaba , sintiendo que me fallaba otro asidero.
Mientras Olga me masajeaba los pies helados por la permanencia en el balcón, volvió a decirme que en su país hacía tiempo que las mujeres votaban.
-¿Y qué pasa?- le pregunté.
-Nada…¿qué va a pasar?
-Entonces, ¿por qué están contra las sufragistas todos los diarios?
-No todos… Únicamente los que son too conservative. Los que sostienen que las mujeres sólo deben ocuparse de su casa y sus hijos. ¿No sabes las tres K de los alemanes? ¿Kinder, Kuche, Kirche?… añadió riendo.
Me repetí: «hijo, cocina, iglesia». Me pareció poco, y le dije a Olga que aunque tuvieran hijos, cocinaran y fueran a misa les quedaría tiempo para votar.
-Sí, pero no para ocuparse de política, y ésto, que se ocupen de política, es lo que a los hombres les molesta.
-¿Y por qué muestran a las sufragistas como brujas sueltas?
-Bueno… los diarios pertenecen a los hombres y son escritos por ellos- dijo Olga, aceptando un hecho que a mí me costaba aceptar. […]
María Rosa Oliver / Mi mundo, mi casa (fragmento) / Ed. de la Flor, 1995