Cornelius Castoriadis: Ventana al Caos III / Traducción Sandra Garzonio

Cornelius Castoriadis: Ventana al caos.*

 

¿Qué piensa usted de la idea de Heidegger en “El origen de la obra de arte”: la obra es apertura, “advenir de la verdad”? Para él, la obra es “el ser en tanto otro”. ¿No es el caos, en un sentido, lo “otro” de la forma?

 

Este texto de Heidegger es… No voy a decir uno de los menos malos: es sin duda uno de los mejores. Hay que leerlo. Efectivamente, es un texto que, en algunos aspectos, no está muy alejado de lo que yo digo. Pero lo que no está en el texto de Heidegger, precisamente, es la idea del caos, en él, lo “otro” permanece indeterminado. Si he entendido bien, usted pregunta si es posible llamar “lo otro” al caos. Sí y no. Aquí, hay que distinguir. Yo digo que el caos es a la vez el origen y el poder de surgimiento, lo que llamé la vis formandi; y es al mismo tiempo, claro está, lo insondable como tal. Ahora bien, no puedo hablar de “otro” en el caos porque lo otro no existe más que como forma, y la forma es aquello que resulta de la vis formandi; y el conjunto de las formas, es el cosmos. El caos, como usted dice, es lo otro del cosmos –o el cosmos es lo otro del caos-, pero esto es, digamos, en un nivel total, o global. El cosmos es lo otro del caos y no es lo otro del caos, porque el caos, precisamente, es una vis formandi, es la potencia de dar forma, de hacer surgir formas, y que estas formas, todas juntas, en todo instante, forman una super forma, que es cosmos. Pero vamos a volver sobre esto.

 

Sobre las dificultades que presenta la expresión “creación ex nihilo”.

 

Hay aquí una dimensión, digamos, terminológica, pero también una dimensión sustancial. Usted dice: “ex nihilo significa…”. Y lo que usted quiere decir es: desde hace siglos, y con certeza desde Parménides y Aristóteles, esta expresión o su equivalente griego significa que nada puede salir de nada. Decir que algo sale “de nada” choca con el sentido común. Es verdad que Hesíodo dijo que al principio estaba el caos, en el sentido de khainô, es decir, el vacío, la abertura; pero todo esto es mitología, claro está –aun si esta mitología es, digamos, matriz de la filosofía-. Poco importa… Hay aquí una dimensión terminológica, pues si es cierto que ex quiere decir “a partir de”, ninguna palabra tiene significación absoluta, el sentido debe especificarse cada vez, y no sólo verticalmente, sino también horizontalmente; yo opongo, pues, ex a cum y a in. ¿Qué es ex nihilo en una concepción de la creación? De entrada, usted puede decir, por supuesto: “es absurdo”. Pero entonces, usted debe volver a una concepción venerable, por cierto, para la cual nada es ex nihilo, todo es a partir de algo, y por ende, cualquier nueva forma es a partir de otra forma. ¿”A partir de” en qué sentido? Aquí hay una bifurcación. O bien lleva usted el razonamiento hasta su conclusión rigurosa, y llega usted o a Hegel –y difícilmente, con las dificultades de las que hemos hablado-, o a un reduccionismo universal, y nuestro seminario en cierta manera ya estaba en el momento inicial del big bang, hace 15 mil millones de años. Y luego hubo despliegue, evolución, desarrollo, etcétera, Entwicklung, se dice en alemán. Es claro que esta concepción deja sin significación al término “nuevo”, lo cual no sería grave, pero además, es inaceptable por razones que son razones de sustancia, de las que ya hemos hablado. O bien usted acepta que lo nuevo existe; y dice que esto nuevo sale “a partir” de otra cosa. Pero esto otro es de verdad otro, o es simplemente diferente. Si es de verdad otro, ¿es de verdad otro en cuánto a qué? Es de verdad otro en cuanto a la forma. Tomemos un ejemplo aristotélico: tenemos un gran trozo de bronce o de mármol. El escultor de este bronce o de este mármol poiei, crea una estatua. ¿Qué nos importa en esta estatua? Evidentemente, es la forma. Aristóteles dice, y con toda razón: forma inseparable de su materia. Pero esta estatua puede ser una forma nueva… Sólo basta comparar a Giacometti –hay una exposición de sus obras en este momento-, y, digamos, Rodin. Podría objetarse: Giacometti no es para nada interesante, no es un gran escultor, es una curiosidad. Yo pienso, por mi parte, que es un gran escultor, pero el problema no reside ahí. Supongamos que lo sea. ¿Qué quiere decir aquí: estas esculturas se crearon “a partir de” otra cosa? Se crearon, por supuesto, cum una multitud de cosas: no sólo con el metal, sino también con toda la tradición de la escultura, y una cierta oposición a esta tradición, y mil ideas en la cabeza de Giacometti, etcétera; y ellas se crearon in algo, y podemos decir, verdaderamente in mundo, en un universo, en un mundo que no sólo es el mundo físico, sino un mundo cultural, el París entre los años 1930 y 1950, lo que el artista conoce de las artes primitivas sin querer por lo tanto imitarlas. ¿Pero puede decirse que esta forma, la estatua de Giacometti, es simplemente una modificación de lo que estaba ahí? En filosofía también, lo veremos más tarde, una cierta filosofía, en tanto forma, se basta a sí misma, en un sentido; y también es el caso, como hemos visto, de la obra de arte. O, en tanto forma, del organismo viviente, en donde es claro que la forma no se basta enteramente a sí misma porque el organismo constantemente necesita estar en intercambio con el medio y, si es sexuado, necesita estar en relación con otro organismo vivo para que la especie continúe. Pero esta forma es modificación de lo que ya estaba, únicamente si la consideramos como lo que ella no es, es decir, en tanto materia, y si vemos en ella simplemente moléculas: carbono, oxígeno, azote, etcétera. Por lo tanto, esta forma como tal surge, se instala, se crea, y no puedo encontrarle antecedente. Su relación con aquello que la precede es una relación de alteridad, estas formas son otras, no son simplemente diferentes –la diferencia, precisamente, es lo que me permite producir una forma a partir de otra-. Considerada como tal, esta forma surge ex nihilo. Comprendo lo que puede molestar en esta expresión que, como pueden suponer, fue elegida de manera deliberada, para que sea provocadora. Pero si usted no acepta este ex nihilo, vayamos al límite, que es el límite teológico. ¿Crea un dios el mundo ex nihilo? Depende de qué dios, de qué mundo, de qué teología, de qué filosofía… En el Timeo, de Platón, ya están la materia y las formas; el demiurgo es un artesano, que tiene modelos y que tiene materiales. En el Antiguo Testamento, la materia del mundo, con toda evidencia, ya está ahí, puesto que el espíritu de Dios planea sobre las aguas, Dios da forma. Tomemos puntos de vista más radicales, como algunos de ciertos teólogos cristianos, cuando el neoplatonismo cristiano, por cierto, ya había dejado su huella. Dios crea la materia y crea el tiempo. ¿Pero los crea radicalmente? Todo eso ya existe eternamente como idea –como lo dirá muy bien Spinoza, desde este punto de vista es el mejor teólogo (ateo, además)- en el entendimiento infinito de Dios. Y tenemos aquí un puente de los asnos de la teología. Por supuesto, el mundo temporal y material existe en el tiempo y, en tanto material, va a ser destruido; pero este mundo, en tanto idea, es eterno en el espíritu de Dios. La idea de crear un mundo no le llega una buena mañana a un Dios que se aburre. El mundo es eterno, en tanto mundo no eterno, no perecedero, en el espíritu de Dios. La creación del Dios de los teólogos, por lo tanto, no es ex nihilo. En este sentido es que siempre he sostenido que los espiritualistas son los peores materialistas: lo que para ellos es creación en el mundo es este acto risible, irrisorio. Y aquí se encuentran con los físicos que dicen: Castoriadis, su idea de creación es absurda, trate de crear un electrón a partir de nada. Yo nunca he dicho que la creación se refería a los electrones. Además –paréntesis-, los electrones son creados a partir de nada: según lo que dicen ahora los mismos físicos o sus hermanos, el universo entero salió de una fluctuación del vacío cuántico. Y aquí es muy difícil no pensar en Hesíodo… En qué medida podemos hablar entonces de creación, es otra historia. Volvamos al Ser supremo: este mundo perecedero existe desde toda la eternidad en el espíritu de Dios; e incluso cuando Dios lo destruya, no lo olvidará, y este mundo seguirá existiendo en su única existencia verdadera, en el espíritu de Dios. No encontramos, pues, creación ex nihilo en la teología, y si suprimimos este “ex nihilo”, llegamos a la idea de un ser eterno que es espíritu, dentro de quien, ante quien, y en quien todo existe en la forma ideal. Aunque más no fuera como uno de los universos posibles. Leibniz dice: Dios elige hacer este mundo –entregándose a una especie de inmenso cálculo de optimización-, es el “mejor de todos los mundos posibles” (relean el Cándido si no quieren releer a Leibniz). Aquí se trata de matemática: este círculo que dibujo tiene una propiedad muy interesante, es la mayor superficie que pueda estar contenida dentro de un perímetro dado, tienen aquí a la vez un máximo y un mínimo. En esta consideración elemental, está el germen de lo que se volvió una rama enorme de la matemática: el cálculo funcional. Realizamos una función que obedece a dos exigencias, encontraremos esto en física sobre todo, y en economía aplicada (pero la economía aplicada no es más que una enorme broma). Y es lo que el Dios de Leibniz realiza para el mundo: aquello que debe minimizarse, es el mal, lo que debe maximizarse, es el bien. Se trata de un cálculo, pero el cálculo no se desarrolla en el tiempo, es instantáneo. Ahora bien, este cálculo instantáneo se desarrolla en un espacio matemático, donde Dios, en un momento –que no es tal, puesto que es intemporal, es el momento de la creación del mundo-, contempla simultáneamente la infinidad no numerable de las curvas y ve inmediatamente –puesto que es Dios- que este círculo que vemos es la figura óptima. ¿Y han dejado de existir todas las otras curvas a partir de este momento? Por cierto que no. Ha dado a una de estas curvas esta especie de existencia vulgar, “judeo-fenoménica” como dice Marx, empírica, táctil, donde hay seres humanos, etcétera. Todo lo demás existe, como para un matemático todas estas curvas existen simultáneamente como posibilidades en un espacio de dos dimensiones, o como existen espacios de n dimensiones, aunque no se toma el trabajo de numerarlos, etcétera.

A partir del momento en que no se acepta el ex nihilo como creación en el ser y del ser, se entra en lo que Platón llamaba un “abismo de charlatanerías”, se cae en aporías totalmente irresolubles. Y que conducen a ideas inaceptables: que todo esto supera nuestro entendimiento, supera la luz natural, como se afirma desde San Agustín -e incluso antes-, para resumir, no es para nosotros. El modo de coexistencia del tiempo y de la eternidad no es concebible; pero si hay eternidad, todas las formas están en ella. Hay una, marcada como la buena por Dios o no sé quién, que debe materializarse, pero esta materialización, de todas maneras, no es más que un paréntesis infinitesimal entre la creación y la parusía… No podemos salir de esto: si usted no acepta la idea de que las formas surgen en el ser, de que el ser y el tiempo –la verdadera temporalidad- son creación, tarde o temprano, si es consecuente, se verá obligado a llegar a esta especie de, digamos, “impensable” en el mal sentido del término. Es cierto que, en lo que yo digo, hay que aceptar como punto de partida cierto número de cosas: que nuevo hay; que el ser es caos en el sentido en que se ha tratado de precisar; que todo no es reductible… Son cosas que podemos elucidar, sobre las cuales vamos a razonar; cosas, también, que no podemos demostrar ni fundar. Pero también creo que ellas no crean el tipo de absurdo que crea, necesariamente, cualquier idealismo o cualquier materialismo, porque se asemejan, finalmente, a cualquier forma de teología.

 

Usted dijo que el placer desinteresado, en cierta manera, proviene de experimentar el sentido de lo a-sensato y lo a-sensato del sentido. No entendí bien lo que quiso decir; y tengo la impresión de que es contradictorio con lo que usted dice en otra parte: que no existe más sentido que el que nosotros creamos.

 

No. Yo hablaba del arte, y del arte en tanto ventana al caos. Ahora bien, el caos está por encima o por debajo de cualquier significación. El ser no tiene significación más que para los teólogos o para los filósofos teológicos: es Dios, es el mundo creado por Dios para nosotros… Pero el sentido de lo a-sensato y lo a-sensato del sentido, ¿qué quiere decir? En primer lugar lo a-sensato del sentido. ¿Qué es el sentido que crean los seres humanos? Es aquel viejo rey Lear que trata de encontrar una manera sensata de transmitir el poder, y de compartir su reino entre sus tres hijas, a quienes ama. Entonces las llama, y las dos primeras le expresan aquello, que, por excelencia da sentido a la vida humana, es decir, el amor de unos hacia otros y especialmente el amor de los padres para con los hijos y de los hijos para con los padres. Regan y Goneril, entonces, pronuncian discursos sensatos por excelencia: son hijas que aman, adoran a su padre,  dicen que harían cualquier cosa por él, en largos discursos muy bien construidos. Y la respuesta del rey Lear es sensata: a cada una le tocará un tercio del reino. Y luego viene Cordelia, asqueada por todos estos discursos sensatos, doblemente sensatos, incluso: aparentemente sensatos en sentido filial y realmente sensatos en sentido comercial –estamos en el año 1600-, en el sentido del interés. Y en un modo también sensato, pero diferente, ella dice a grandes rasgos: usted es mi padre, yo lo amo como hija, y no tengo nada más para decir. Lear, entonces, en una reacción humana, completamente sensata, se ofusca con violencia: ¡Cómo! ¿Es todo lo que tienes para decirme? ¿No se te ocurre nada más? ¡Pero cómo! Un amor debe expresarse. Y es lo que decimos todo el tiempo: tu manera de hablarme muestra que no me amas, tu manera de comportarte en la cama prueba que no me amas, si has olvidado mi cumpleaños, es que no me amas… Se espera de los demás pruebas de amor que sean otra cosa que: te amo, etcétera. Hasta Santa Teresa decía: “No hay palabras de amor, hay actos de amor”. Y Lear no encuentra ninguna manifestación de este amor en el discurso demasiado breve de Cordelia. Se enoja, reacción sensata, con ella –la más joven, la preferida, tema clásico- y divide el tercer tercio del  reino entre las otras dos hijas.

 Las cosas comienzan a desarrollarse, entonces, de una manera completamente sensata y completamente atroz, completamente insensata. Todos serán destruidos en la historia. Lear, en una reacción completamente sensata, supone que su hija Cordelia, desheredada, no podrá casarse con nadie. Pero el rey de Francia (“Francia”, en Shakespeare –para quien el país es el que reina, y el que reina es el país: Francia, Borgoña, Cornuailles, y habrá que recordarlo cuando haya que hablar de política), que ya amaba a Cordelia, en una reacción sensata, pero en otro nivel, se siente aún más conmovido por el desinterés de la joven, y a pesar de su ausencia de dote, quiere casarse con ella. A partir de entonces, adviene la catástrofe, y la tragedia se desarrolla como debía desarrollarse. Supongo que conocen la obra; si no es así, no dejen de leerla, es uno de los mayores monumentos de la literatura universal. Regan y Goneril echan al padre. Luego se destrozan entre sí, porque una ama al amante de la otra –lo que es completamente sensato, además, son las pasiones humanas, ellas conducen, al mismo tiempo, a actos atroces e insensatos-. Para sacar a su padre de las garras de sus hermanas, Cordelia convence a su marido para que éste prepare una expedición armada. Desembarcan en Inglaterra, luchan contra el ejército del marido de Goneril y del bastardo Gloucester, y son vencidos. Y Cordelia muere, Lear muere, y Regan y Goneril… Y todos los sentidos particulares con los que estas acciones humanas estaban hechas, desembocan en esta totalidad a-sensata cuyo desenlace es la piedad y el terror a través de los cuales se cumple esta serie de actos importantes y perfectos, y la katharsis de las pasiones nacidas en el alma de los espectadores. Esto es lo a-sensato del sentido. Y lo sensato de lo a-sensato es que, finalmente, si hay un sentido en nuestra existencia, es esto. Vayan a ver Lear, Macbeth, Edipo: el sentido es eso.

 

Pero usted asimila sentido y racionalidad…

 

No. Asimilo como sentido a lo que experimentamos como sentido. Yo llamo sentido, como he llamado significación para nosotros, a aquello que combina los tres vectores: lo que podemos representarnos, lo que es para nosotros objeto de un deseo, y lo que es el objeto de una investidura, de un afecto positivo. Tomémoslo en una forma muy simplona –que no es para nada simplona, además; no por casualidad esto es así-, piensen en las historias que se cuentan a los niños: y finalmente se casaron, tuvieron muchos hijos y vivieron muchos años. Es algo que a la vez podemos representarnos, que nos parece deseable, que en todo caso parece deseable a los niños y al común de los mortales, algo que quisiéramos alcanzar. Hace sentido. No es racional, demostrable. Hace sentido para nosotros.

 

Cornelius Castoriadis: Ventana al Caos, FCE. 2007

*(tercera y última parte con preguntas del público sobre la creación artística)

Traducción Sandra Garzonio.