Locas (II) / Lucía Mazzinghi

 

Registro historias en oscurolenguas cadenciadas, esperando encontrar esa luz secreta que viene del negro. Transcribo el oírgentino pasado por el hospicio, amasado ahí. Listas fragmentos letanías recuerdos picoteos cocorocó. Impasible muerte en el fondo de todas las cosas, ecos que suenan y resuenan. Me acuna una canción de teclas, cada locura tiene su propio ritmo, su propio viejo molino rojo moliendo palabras como si fuesen granos de pimienta.

 

 

Lloró a lágrima viva, pataleó gritó maulló aspiró escupió rompió desfalleció cétera cétera, siempre consciente de los otros, relojeando por el rabillo el mejor lugar para no golpearse al caer. Su marido se agarra la cabeza, cama 40 no tiene piedad. No es lo mismo soñar que morir. No da lo mismo. El teatro, la farsa, ese es su lugar, ahí se acomoda, eterno subterfugio, palabras chatarra, culto a la sinceridad, Bovary baqueteada y en chancletas habla mientras se acaricia las puntas del pelo, cada tanto se lleva un mechón a la boca, lo chupa, lo mordisquea. Neciasitada. Adornadora. Ojos de trágica. Todos los trucos.

 

 

No hay nada más bello y perturbador que una idea fija. Devora todo lo que se le pone enfrente.

 

 

Cama 59 se guarda sobrecitos de sal en los bolsillos de su raído tapado piel de camello con quemaduras de cigarrillos y manchas de no sé qué y luego del almuerzo sale al parque a matar babosas cubriéndolas de sal.

 

 

Fragmento de una carta escrita por Marilyn Monroe a Ralph Greenson desde la habitación del manicomio donde pasó una breve temporada en el invierno del sesenta y uno. Reina una inhumanidad arcaica… en las paredes aún se ven la violencia y las marcas de los pacientes anteriores… ellos podrían aprender algo pero sólo les interesa lo que estudiaron en los libros… los hombres viajan a la luna pero no parecen interesados en el corazón humano.

 

 

Merodea la rata, busca carne fresca, algo que rascar. Le llena la cabeza a cama 42 que entra en todas como un chorlito, cruza y descruza las piernas cada vez más alterada. Ese amasijo de frustraciones que es Albañal. Es pasmosa la sequedad de su corazón.

 

 

Sentada sobre sus talones, guarecida debajo de una media sombra verde cama 44 no consigue detener el calor hirviente que barre con todo, la luz blanca que corta y quema, el lentísimo picoteo de las palomas. Aprieta los dedos húmedos contra los párpados y se seca la frente y el cuello con un pañuelito. Crenchas caídas, ojos de santa. El cerebro reblandecido por el calor manda cada tanto una señal eléctrica, un chispazo aislado, una palabra suelta e inconexa como un chisporroteo, flor loca, digna y orgullosa con las medias sin elástico colgando sobre los tobillos. Chancleteando las zapatillas de lona con suela de yute se acerca a la canilla del patio y pone la cabeza debajo del chorro helado, la levanta y ofrece resplandeciente sus ojos cerrados al sol infernal. Acribillada por los rayos casi levitante ríe. Dorada eternidad: vacía libre pronta quieta.

 

 

Locas de balbuceos infinitos.

 

 

Patrona de estancia fuma insolente dentro de la cama y apaga el cigarrillo contra la cáscara de una mandarina. No le hace caso a las quejas de algunas compañeras. Se cree intocable. Se caga en las reglas, si se ponen pesadas manda a Sancho Panza a poner orden. Risacada y envilentonada Sancho rinde tributo servil a su taimada ama con aprietes y -si es necesario- trompadas. Si vuelven a buchear las surto a coscorrones ¿oyeron bien? les grita.

 

 

Cama 49 también fuma en la cama, no por ladina sino de imprudente, toda ella envuelta en un halo de perplejidad, aspira en silencio tragos largos de humo azul y tira las colillas semiprendidas al piso.

 

 

La voz metálica en el teléfono: cama 30 no puede dormir. Se acerca el médico de guardia, una de las enfermeras lo sigue con una jeringa apuntando al techo mientras la otra aprovecha para cambiar la yerba y poner la pava a calentar. El Tiempo concentrado en una gota dorada y espesa temblando en la punta de una jeringa. Un enjambre de preguntas se acumula. Un grito en medio de la noche, la noche es una boca abierta que come el grito y escupe lo oscuro, lo negro que rebota y se esparce. Cama 30 llama a su mamá, a pesar de sus cincuenta y seis años la invoca y el ojo vacío de la luna deja ver el destello de una muela enchapada en oro como un relámpago fugacísimo y la blancura fantasmal del cuerpo desnudo de cama 29 que no se entera de nada. Tristeza de los cuerpos en serie. Un ronquido a intervalos regulares como telón de fondo, las chasqueantes chancletas de cama 31 deambulando sin dirección por la sala en penumbras buscando puchos o monedas, el crucifijo fluor sobra la repisa de cama 20 brilla en la oscuridad, el olor rancio del miedo más olor a mandarina a cigarrillo a pan de carne recalentado.

A encierro y extravío.

A veneno contra los piojos.

 

 

Dicen que por las noches cama 47 visita a cama 41, dicen que hay besos, caricias y frotamientos debajo de las sábanas, que tortolean ajenas al silencio horrorizado de cama 45. ¡Dormir! ¡No! ¡Me causa horror todo esto! tiembla como un pastito, se tapa los oídos, reza para distraerse y conciliar el sueño, invoca la protección de los santos sabios antiguos profetas, desgrana versículos con los dientes apretados. Duermes Kundry, envenenada por un exótico misterio que nadie entiende. ¿Qué idea terrorífica en sueños te acosa? ¿Qué es aquello que queriendo no hacer, haces? Ojos abiertos en la madrugada vacía. La noche es una pesadilla entre no poder dormir y no querer soñar. Todos tenemos una forma de irnos, un punto de fuga. La peluca peinada y repeinada cuelga del respaldo de una silla con los pelos de punta.

 

 

Asma y marasmo ronquidos y chistidos toses voces.

 

 

Esta mañana cama 25 confesó que durante la noche alguien le hizo un agujerito detrás de la oreja para robarle y meterle información. Primero sintió una quemazón provocada por un láser o algún elemento manipulado a la distancia (tiene alguna sospecha sobre quién puede haber perpetrado el acto pero no está dispuesta a decirlo aún), luego un fuego frío, helado, y un leve olor a carne chamuscada. Por ahí sacan imágenes, sonidos, colores y entran luz dijo invadida por un inmenso sentimiento de fragilidad, lo dijo sin pelos en la lengua y con una tristeza mortal en el corazón.

 

 

El canto se enrosca en el desierto. El frío corta la respiración. Cama 39 parece no sentirlo. Yo hablo de un amor que te llena, que te desborda, dice, un amor que no calcula aporto yo, un amor eterno continúa sin prestarme atención, que te sacude los huesos, que te mata o te hace matar (y entrecierra los ojos al pronunciar estas últimas palabras). Amar no significa poder salvar. Sus palabras absolutas calan hondo en mí, profusas sombras de odio y hondoamor.

 

 

Cama 27 hace una lista con sus cincuenta palabras preferidas. Coincidimos en cuatro: pote polenta fogata no. De las suyas me gustan chapa perilla y cincel.

 

 

Cama 30 me pasa un papelito escrito con letra tembleque: acá hay sonvis.

 

 

Hay otra cosa que sopla además del viento. Arrodillada sobre la vela que tiembla la bella Livia la plura anna madamina la amada de todas las amadas por siempre troncha palabras y frases, las teje, las hace resonar, palabras y nombres pronunciados mucho antes de nacer, vienen de un lugar remoto, pasan, siguen, vuelven a venir, vuelven vienen siguen viniendo. Las recojo como quien recoge colillas del patio bajo la luz anémica de la mañana.

 

 

Con los ojos pegados a un azulejo amarillo cama 38 suelta una risa estridente y maquinal. No sé qué quieren, nunca lo sé dice luego de la sórnica risa. De la punta de su nariz cuelga una gotita. El pelo negro de alas de cuervo erizadas apunta al cieloraso que tiene una mancha de humedad de casi un metro de diámetro. Piel podrida, dientes rotos, abandonada en el infinito, en proceso de desposesión progresiva. La lucha es sorda y despareja. Rumia soledad.

 

 

¡Es la más puta de todo el hospital! escupe cama 42 con lívidos labios sentenciosos, no deja títere con cabeza, es recontra puta remata con acritud y resuena en el aire un tufo a lúgubre envidia. Cama 52 ni la registra, sigue en lo suyo, el diablo de la risa burbujeando en su garganta.

 

 

Melusina y sus promesas vanas.

 

 

Le juro, le re juro que yo quiero, yo quiero (pausa cierra las ojos queda inmóvil suspendida) pero mi cuerpo no. Cama 55 echada cual larva, acuartelada en su condición de enferma, jura en nombre de no sé qué dios y manipula sin asco a familiares y amigos con su tristeza infatuada.

 

 

Cama 56 no quiere ceder el volante, va derecho hacia su propia destrucción consumiéndose en un aburrimiento crónico. Se distrae haciéndole la segunda a cama 55, siendo su sombra consigue algo de falopa gratis, el resto del tiempo lo pasa regodeándose, chapoteando en su arrogante ignorancia, con las manos enterradas en los bolsillos de su camperita de Chaco for Ever y trabando la mandibula para fabricar anillos perfectos de humo azul.

 

 

Envuelta en un gabán roído, Joan Vollmer recorre la octava avenida de arriba a abajo como un fantasma con ojos vidriosos de bencedrina y el pelo sucio llovido sobre la cara lívida.

 

 

Con cama 35 hablamos de desobediencias edenales y fruta, ella cuenta y canta, indisolublemente lo hace, me arrastra, me hundo en sus ojos indios, el rojo chillón de su remera contra su piel chocolate, debajo de la manga izquierda de la remera le asoma el tatuaje de una pantera mostrando los dientes. La quieren descorazonar. ¿Y entonces qué? Lo dice con una canción: entre dos tierras no puedo respirar. ¡Una sola vida es tan poco! Antes de irse me pide sacarse una foto conmigo, para no deprimirse. La hacemos. Tengo una colección de selfies con ella. Quiere dejar algo registrado. Que algo no se pierda. ¡Qué cara de loca tengo! Y suelta una risa de dientes cascoteados.

 

 

¡Bienaventurada cama 28 que cree y espera!

 

 

El pecho lleno de migas de cama 51 que pesa alrededor de cien kilos. Las costuras reventadas del jean, remera corta, buzo adidas. Aprieta con fuerza contra sus faldas un paquete de bizcochitos Don Satur.

 

 

Cama 60 acumula vasitos de telgopor con gelatina y postre de vainilla debajo de la cama. Debe tener más de treinta vasitos. Se desliza por el tobogán de la indignidad, sin pudor ni vergüenza, en caída libre, sin freno. Terca albañal.

 

 

La patilla del anteojo pegada con cinta adhesiva, blanca y grumosa cinta que su madre enfermera se llevó del hospital en el que trabaja. Los ojos de cuis se mueven detrás de los cristales culo de botella, quedan por un segundo clavados en mí. Le mentí -pausa prolongadísima- no terminé séctimo. Tristornada confesión. Me dan ganas de abrazarla.

 

 

La madre de cama 23 en vestido de flores amarillas tiene el tono sedoso y seductor de una actriz de cine de los cincuenta gime suave su nombre y algunas palabras dulces pero rápida e inesperadamente desdobla la voz y aparecen la explosión y la violencia. El poder de tenerla en ascuas, ese cariño espasmódico, más de meter miedo que otra cosa. Cama 23 se empecina en encontrar señales de su relación con ella impresas en el cuerpo, malogrado intento de reflotar ¿qué? Una especie de desesperada memoria ciegosordomuda.

 

 

Cuerpos arremolinados en la ventana del pasillo buscan el rayo de sol frío que corta como un cuchillo afilado el aire viciado de la noche. Las moscas se amontonan del lado de afuera. Cama 46 apoya el dedo contra el vidrio, las moscas lo rodean curiosas. La yema del dedo se le enfría de a poco. Afuera, una enfermera sentada en el cordón de la vereda se seca las lágrimas y se suena la nariz. La mitad de su ambo celeste al sol, la otra en sombras. Desde un cable de electricidad un palomo gordo suelta un cagadón violeta que se estrella contra el pavimento con un ruido sordo splash.

 

 

Ojo con ir encanallándose. El hospicio te erosiona te traga te enferma te expulsa.

 

 

El blusón recontramilavado de cama 22 embolsa el viento frío de la mañana.

 

 

Boca abierta, hilos de baba, piel grasosa, lengua colgando, manos impregnadas de halopidol. Perfectamente en otra parte.

 

 

Santa Dymphna de Gheel…

Ruega por Sylvia Plath

Por Virginia Woolf.

 

 

Cama 43 canta la cantinela encadenada de su mente, grita desahuciada ¡me tocan el ser hijos de puta me tocan el ser! Y llora el vacío mudo de su soledad.

 

 

Guardiana del secreto mejor guardado. ¿Qué oculta cama 22? Extraordinariamente hosca y erizada, enflaquecida de insomnio y desesperación parece haber pasado las de caín. Aullido silencio aullido silencio. Pecho contraído, movimiento nervioso de manos, los puños de la blusa roídos bajo los efectos de una ansiedad monstruosa, los nudillos se le ponen blancos de tanto apretar. El dilema del aquietamiento o su exacto contrario. Todo parecería confluir a una forzada desmemoria en suave ralentización hacia el inexistente centro de un espacio sin forma. Está por verse.

 

 

Ninguna Verdad, ningún Bien: la mañana desenroscándose empuja la niebla parda hacia los rincones, el tilo al lado de la iglesia se tragó el sol de otoño. En el corazón de la luz: el silencio. El Tiempo es un montoncito de hojarasca ardiendo, humo, el olor limpio del frío. Los días se acortan, arranca la temporada de guisos. Cama 50 se aleja masticando sueños tristes.

 

 

Como dice mi prima Moni tengo la terraza llena de ratones comenta cama 26, no paro de flashar y reflashar, y su risa cruje, caliente como un pan.

 

 

Como ésa, como ésa, como cuál. EL hospicio es su ciudad. Canto y contracanto.

 

 

Cama 37 aparece con tres carillas apretadas entre el brazo y las costillas. Traduce revolving her head round and round on her neck at window light in summertime, in hypnotize, in doven-dream recall por: moviendo su cabeza en círculos sobre su cuello frente a la luz de la ventana en verano, hipnosis, memorias de sueños-paloma. Las hojas tienen manchas de mate y las puntas dobladas.

 

 

Decime la verdad, ¿soy linda? Pero claro, sos divina. Lindísima.

 

 

La Lilith que descubrió Bill de Kooning, la tiene que haber visto acá, en la cama 27, contra la ventana. ¿O la soñó? Demonio escondido en un nido de serpientes. Isaías 34, 14. Lengua bífida. Venenosa. Las bocas, las miles de millones de bocas femeninas, por ahí empieza, arranca, todo empieza en ese agujero negro que es la boca, contiene un universo, origen y destrucción, los dientes de Woman I parecen fichas de dominó relucientes, imanes que atrapan, trituran, claquean, el puño contra el muslo, fuerza y burla en la mirada, el pelo negro y lacio hasta los hombros.

 

 

Locas de aburrimiento.

 

 

Cama 33 pone bombachas y medias en remojo. Se sienta en el pasto al lado del balde, aburrida se toca la punta de la nariz con la punta de la lengua una media docena de veces, saca los Red Point mentolados del bolsillo del buzo, protege la llama del encendedor con el hueco de la mano, pita hondo suelta y suspira en el mismo movimiento. Bizquea el ojo del Tiempo eternizado.

 

 

Mis amigos me dicen Laurazepam porque siempre estoy relajada dice cama 54. Media sonrisa beata permanece por unos segundos en el aire y se diluye lánguida. Viene de la huerta con las rodillas sucias de tierra y la piel manchada de verdín. Tiene olor a chivo mezclado con tierra húmeda. Los ojos en las estrellas y las manos trabajando la tierra, así vivía mi abuela, de ella aprendí. Siempre se aprende algo de las abuelas. La transmisión es de costado, salta gira tuerce pero nunca retrocede, unos diluidos en otros, lo que se transmite y lo que se pierde. Non fui. Fui. Non sum. Non curo. Se es el que se es.

 

 

Una cosa es cacarear y otra poner un huevo.

 

 

En la salita del fondo toman mate y conversan alrededor de una mesa de fórmica color crema mientras Abel Pintos canta agudísimamente desde un celular ubicado en el centro. Sobre una silla rota cuelgan dos pares de medias y una calza con estampado geométrico. Si las colgás afuera te las roban. El sol entra oblicuo por una ventana alargada. Nada está perdido para el amor uuooo uuuooo. Cada una sigue su dirección, solas y juntas, la de pelo blanco encerrado en un rodete maneja los hilos, el ritmo, desde las sombras maneja y todas giran a su alrededor: la de anteojitos: ambigua e infantil, parece que no entiende pero sí, al lado la áspera flaca de pelo lacio y ojos saltones entra como un chorlito en todas las escenas, al lado la inabordable mujer de ojos azul hielo pasa aburrida las páginas de una vieja revista sin tapa humedeciendo su dedo índice con saliva a ritmo sostenido saliva dedo página saliva dedo página daliva sepo dágina y cerrando el círculo la de pelo corto con una leve sombra de bigotito en el bozo sonríe con acento correntino, dulce, algo perdida, dulce y digna sonríe mientras le pone una cucharada de azúcar al cacharrito de loza. Siempre aquí te espero uuooo.

 

 

El sabor del mate es el sabor del mate acá en China o en Tumbuctú. Sin embargo son posibles algunas impensadas variaciones. Laurazepam podría ser sommelier de mates.

 

 

Hora del desayuno. Se mezclan el olor a desinfectante del piso recién trapeado, el mate cocido y el té con leche. Se arma la fila para recibir las bandejas. Cama 58 arranca con el camorreo, busca alguna víctima distraída. ¡Salí lacra! ¡Andá a primerear a otra! Por ahora nadie se engancha. Cama 20 bosteza sin taparse la boca. Sobre la mesa redonda: un vaso de mate cocido y un pan. Agarra el teléfono del bolsillo del buzo, levanta el brazo, apunta y saca una selfie. Por un segundo la paloma deja de picotear migas y la mira sorprendida. Desde la remera Janis Joplin señala con el dedo índice a la cámara y se ríe. La absurda dignidad de un pan con manteca, la risa triste y sola de Janis, los labios trompa de cama 20 tirando besos dormidos, el desconcierto de la paloma.

 

 

Sentada en una silla de plástico al lado de la puerta que da al parque, rodillas juntas, cartera sobre las piernas, codos contra cartera y mentón hundido en una mano, los anteojos de sol puestos y los rulos recogidos en un rodete bien tirante todavía húmedo de la ducha de anoche. Cama 52 asegura que hoy Mauro la vendrá a buscar. Hace seis años lo espera, desde que terminó el secundario, su paciencia y devoción son infinitas. El que espera no desespera dice cama 54 enternecida mientras le pone varias cucharadas de azúcar al mate cocido y se chupa el dedo para sacarse una mancha de queso untable del codo. Cama 23 en su mundo se cuenta las marcas mientras deja enfriar el té.

 

 

Cama 48 pide un vaso de leche, saca de la cartera un frasquito con café instantáneo, echa dos cucharadas y revuelve, toda ella en ese gesto lento con restos de sueño, ningún apuro, el día por delante vacío eterno día que recomienza. El olor a café inunda por dos segundos el aire de la mañana.

 

 

Cama 25 deambula por los pasillos pidiendo curitas, su manera de caminar está compuesta por varias maneras de caminar. No quiere decir para qué las necesita. Cada tanto se aprieta la oreja con el dedo.

 

 

A cama 24 se le tuerce la cara de dolor. Su mamá la peina brusca, la tironea, soltá eso, quédate quieta querés, vuelve a tirar, lucha nerviosa contra un nudo, tu cabeza es un desastre, siempre igual, sus manos tensas conspiran contra cualquier gesto de amor. Sin consuelo, derrotada, cama 24 aguanta como puede esa ausencia total de reciprocidad.

 

 

Santa Dymphna de Gheel…

Ruega por Helen Fleischman.

 

 

La persiana del puesto de diarios y revistas se levanta con un lento rechinar, las esquinas embolsan el viento helado de la mañana mientras el diariero se tapa la pelada con un gorro de lana gris y se frota las manos para que recuperen calor. Un colchón de flores fucsias de santa rita. Naranjas amargas (especiales para hacer dulce) picoteadas por los pájaros y la pelusa blanca de los palos borrachos. Uno tiene forma de elefante parado en dos patas. Cama 59 recoge paltas en una bolsa plástica, sus piernas de cigueña absorben todo el sol de la mañana. Escrito en la remera con letras negras mayúsculas sobre fondo blanco: I DON´T CARE.

 

 

Esquirlas de luz, millones de partículas de cuarzo se desparraman por la sala. Una mano sobre la cabeza de cama 38, por momentos quieta, por momentos aprieta y acaricia, y esos movimientos circulares a velocidad intermedia sobre una cabeza despeinada y con piojos contienen todo el amparo del mundo. Peinar el lenguaje o sucumbir. Abrazar las sombras.

 

 

Refugiada en la selva paraguaya, cama 21 descansa de los demonios en la espesura crepitante de la cumbia que sale de su celular, una selva que la acuna, la acepta más allá del loquero de los papagayos, del recuerdo de los cintazos recibidos por el borracho perdido de su padre y de los rezos desgranados por su madre en desesperado guaraní. Florecen los ríos que tanto ama, Carapa Itambey Ñancunday, el Apa, el Ypané el Manduvirá, mil verdes la envuelven y la acunan al ritmo de ralladores y timbaletas, ella escucha lúgubre y con los ojos bordeados de rojo hundidos en su propio reflejo.

 

 

Un refucilo de pensamiento le ilumina por un segundo los ojos a cama 45. La mordedura filosa de la angustia. La espera inagotable. Pide peras y espera remurmurando viejos salmos al olmo mudo como una piedra. El traslado no llega, no entiende qué pasa, qué la hace seguir recluida en este lugar sin dios.

 

 

El rugido de la vasta oscuridad, la conciencia de nuestra indeclinable mortalidad sin la aliviante capacidad de desdramatizar. Exaspera la lucidez extrema de cama 46, absorta en su propio dolor, sus ojos zarcos me gritan el horror de la nada. Su casi metro ochenta echado en la cama con la pollera color remolacha enrollada entre las piernas y las tetas enormes como ubres secas sobre el colchón. Asusta tanto retraimiento.

 

 

Las manos de Naomi Ginsberg, las manos rígidas y flacas y grises de Naomi con una medialuna de sol sobre el pulgar, hipnotizadas, llaman desde su quietud, hacen escribir a su hijo Allen el dulce y triste lamento que es Kaddish. Lo escribe mientras escucha a Ray Charles en un viejo equipo, en la ciudad de New York, sacando a relucir las cicatrices de la infancia, la espuma del recuerdo, el cadencioso ritmar de la lengua, los ojos bien abiertos y las manos de Naomi, rígidas por el haloperidol y el espanto. La carta llegó dos días después de su muerte: la clave está en la luz que entra suave por la ventana entre los barrotes, la clave está ahí. Todo contrasta con las estrofas que hablan de un Dios triunfante. Muerte y Tiempo. Contemplación de la luz. El calor es insoportable, Allen escribe frenético atornillado a la silla balanceándose adelante y atrás adelante y atrás envuelto en antiguas letanías que le cantan al oído mientras Peter Orlosvky le alcanza huevos duros para que recupere fuerzas y fantasmas rusos vagan por las calles del Lower East persiguiendo su visión, Newark, Paterson, la saga de Naomi en el Bronx cerca del corazón reumático de su hermana Eleanor, muriendo de a poco, las alas gigantes del hospicio abiertas, agujeros negros, cuerpos piedra, trágica soledad, voces que claman redención en un solo de guitarra a la Ray, cantan y mojan las patas en la fuente de Greenwich Village.

 

Lucía Mazzinghi

Ph / Jorge Macchi  / Cuerpos sin vida, 2003