Provocadores / Maurice G. Dantec

 

Una cultura que no se nutre de la mística está condenada a marchitarse. Nuestro combate no tiene más que ese sentido: el de defender estas verdades que se obstinan en hacernos olvidar — Richard Bastien.

 

Durante años y hasta este día, sola entre todos, la revista Égards se ha sublevado contra los diversos retoños de nihilismo que roen desde hace tiempo la sociedad canadiense y, particularmente, esa sociedad, digamos, distinguida que es Québec. El simple hecho de ser cristiana —y no digamos católica— pone a la revista en la picota incluso antes de que se la lea, y el simple hecho de participar en ella podría valerle a alguien uno de esos epítetos floridos cuyo secreto guardan los periodistas que, desde luego, de todos los lugares comunes que son capaces de proferir, no entienden la dimensión verdadera de ninguno (como debería ser y como lo sabía León Bloy, cuya mirada fulminante enciende la tapa del número inaugural de este año, destinado, probablemente, a un inminente auto de fe).

 

Personalmente, yo mismo lo he vivido, y hoy en día saco de todo aquello un orgullo perfectamente asumido como tal. Hasta me animaría a agradecerle sinceramente a Jean Renaud por haberme permitido aumentar sustancialmente mi número de enemigos. A partir de ahora, la revista inicia su séptimo año, y no es un mal número para un acto de Creación.

 

Mi punto de vista, que mi amigo Patrick Dionne conoce desde hace tiempo, es el siguiente. Cuando me habló por primera vez de la voluntad de cambio que despuntaba en el seno de la revista, no pude evitar darle mi palabra de aliento e incluso contarle lo que yo mismo pensaba. Mi propósito puede resumirse en unas pocas líneas: no debemos dejar la cultura (y mucho menos ciertas formas de la cultura popular) en manos de los nihilismos de izquierda ni en las de los posmodernos. Se trata, como Gramsci lo entendió muy bien, de una guerra esencial y que se libra a largo término. Es inútil esperar resonancias concretas antes de que pasen años, incluso decenios.

 

La “resistencia conservadora”, para designarla en dos palabras, nos libra también a nosotros de nuestra propia estrechez de miras. Porque resistir está bien, y muestra que estamos vivos. Pero si la reacción es indispensable, no puede ser un fin en sí. Conservador, por su parte, me suena bien en función de ciertas raíces históricas. Pero si, como decía Korzybski, la palabra no se confunde con la cosa, al menos sí es cierto que la refleja, y no veo muy bien qué sería lo que conservaría del legado de este mundo. Además, es tiempo de pasar de la reactividad a la afirmación. Por esta razón, prefiero definirme como un católico-futurista.

 

En todo caso, lo que la nueva fórmula de Égards está en condiciones de ofrecer a sus lectores es la convivencia —o mejor todavía, el encuentro— por sobre las ilusiones de las épocas (de León Bloy y de John Ford, de Joseph de Maistre y de Lovecraft, de Kierkegaard y de Salvador Dalí, de Edmund Burke y de James Lee Burke, de los más lejanos Padres de la Iglesia y de Friedrich Nietzsche, de Santo Tomás de Aquino y de Johnny Cash, de Nicolás Gómez Dávila y de Philip K. Dick, de los Testamentos y la poesía de Paul Celan).

 

Durante mucho tiempo, el pensamiento cristiano estuvo encorsetado por la visión de los episcopados modernos. Pero la guerra universal que acaba de comenzar tiene por principal ventaja la de obligarnos a poner este pensamiento en marcha de vuelta y dirigirlo a un axis mundi restaurado, una civilización que nos corresponde fundar de nuevo.

 

La revista Égards, con su novedosa posición “metapolítica”, probablemente seguirá estando sola, como lo estuvo desde siempre. Pero estar solo no es nada.

 

Es no ser nada lo que termina por aniquilarnos.

 

Maurice Dantec  / Provocadores fue publicado en la revista Égards en la edición de primavera del 2010.

Traducción de Nicolás Caresano, 2020