Annie Le Brun: Del exceso de realidad / Entrevista con Katrine Dupérou

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¿Cómo llegó a la poesía?

Pronto, alrededor de los 17 años supe que me resultaba imposible entrar en este mundo. “No se es serio a los 17 años”, y justamente eso es lo que la sociedad no perdona. A los 20 años estaba en un estado tal de rechazo que no podía encarar la elección de ninguna profesión, la que sea, ni de insertarme de una manera o de otra. Leía muchísimo, dado que ya tenía la impresión de que algunos libros hablaban de lo que me preocupaba, aún si no se trataba de libros que se publicaban en ese momento.

 

¿No sentía que pertenecía a su época?

Nunca tuve el sentimiento de pertenecer a una generación más que a otra. Pero los años 60 estaban marcados por una seriedad teórica que me costaba aceptar. De ahí surgía un rechazo del mundo sensible, tanto en el terreno filosófico con el estructuralismo como en el dominio político donde la radicalidad de los situacionistas tenía todo para atraerme. Solo que eso hubiese significado aceptar la aberrante omisión que ellos hacían respecto al inconsciente. A la vez que obliteraban la parte más activa de lo que somos, ignorando deliberadamente de qué manera el sueño, el deseo o el lenguaje actúan en nosotros. Así, cuando encontré los libros surrealistas, vi que existían o  que habían existido personas que abordaban estas cuestiones esenciales para mí.

 

¿Cuál es su definición del surrealismo?

No creo que sea posible dar una definición aceptable de este movimiento que estuvo en el origen de las expresiones más diversas. Es más una actitud ante la vida que una vanguardia como se empeñan algunos en hacerlo creer para neutralizar desafíos que no tienen nada de estéticos. Es una manera de estar en el mundo que les permitió a la mayoría de aquellos que se arriesgaron en el surrealismo a descubrir la extrañeza de lo que era más singular. Así, cuando en el Primer Manifiesto del surrealismo, Breton declara que “Sade es surrealista en el sadismo”, al principio lo tomé como un facilismo o una ocurrencia, y luego, reflexionando me di cuenta de que era una clave del surrealismo, que pudo darle a cada uno la posibilidad de encontrar en su singularidad, así como Sade, aquello lo separa de los otros pero también aquello que los une. Si las feministas, furiosas  contra un surrealismo que exalta el amor, hubiesen sido menos estúpidas, se habrían dado cuenta de que más que en ninguna otra parte en el surrealismo un cierto número de mujeres se han expresado, porque encontraron allí un clima de libertad tal, que pudieron aventurarse ahí donde nunca lo hubieran podido hacer de otra manera. Eso se debe a una calidad del aire, un aire enrarecido donde los intercambios se aceleran, los pensamientos se activan.

 

¿Cómo sitúa a Dada en relación al surrealismo?

No se los puede ni separar ni oponer como suele hacerse. En el origen, encontramos la misma indignación frente a un mundo cuyos valores se derrumban con la carnicería de la guerra del 14. Un mundo que no era posible tomar en serio. Es toda la aventura de Dada, pero una vez hecha esa comprobación, es difícil continuar sin instalarse en una negación que corre el riesgo de convertirse en algo cada vez  más formal, y que a veces termina destruyéndose a sí misma.

Por eso se puede decir que el surrealismo empieza con la encuesta en uno de los primeros números de La Revolución surrealista: “¿Es el suicidio una solución?” Si se tiene la honestidad de no tomar la pose de negador profesional, es en efecto la pregunta a la cual conduce la revuelta Dada. Vaché, Cravan, Rigaut… respondieron a eso despareciendo. Pero a partir del momento en que uno continúa viviendo, entonces se plantea la cuestión del sentido, de un sentido nunca dado, siempre por inventarse. Esa fue la búsqueda del surrealismo.

 

¿Por qué oponer la poesía a la literatura?

Si la poesía es lo que me pareció ser a través del surrealismo, una actitud, una manera de estar en el mundo, que no excluye ningún medio de percepción ni ninguna forma de expresión para abrir el horizonte, la literatura se opone a esa apertura como una actividad de especialistas. De hecho, esta oposición es muy simple, cuando Rimbaud declara : “La mano que lleva la pluma vale tanto como la mano que lleva el arado. ¡Qué siglo de manos! – Nunca tendré esa mano”, dice la imposibilidad de hacer oficio de lo que es apertura del ser.

La poesía no se mide según la producción de textos. En los regímenes totalitarios, los poetas fueron sobre todo aquellos que se callaron, que no quisieron participar. Hoy, cuando uno ve la gran cantidad de producciones poético-literarias, uno puede preguntarse si la retención, el silencio no son más interesantes. La experiencia de los límites, la poesía blanca y  la imposibilidad de decir facilitan escribir 300 páginas, ahí está el nuevo conformismo, el academicismo de este tiempo. Vivimos en una época formidable donde los límites están ahí, en escena, como toda esa subversión subvencionada que se convirtió en la actividad principal de los literatos profesionales.

 

¿Por qué publicar poesía hoy?

No pensé que publicaba “poesía”. No es casualidad que retome al inicio del libro lo que había escrito hace casi cuarenta años: “No tengo nada que decir y aún menos algo que decir”. Eso sigue siendo así porque no sé, no quiero saber adónde voy. Así fue como me hicieron el reproche de haber abandonado la poesía para pasar a una reflexión crítica. De hecho, solo cambio de registro. En un momento me sentí obligada a tratar de entender lo que estábamos  viviendo. Como si, para escapar a la desdicha de este tiempo, hubiese que intentar pensarlo. Mirando hacia atrás,  a la distancia, me di cuenta de que nunca había dejado de escribir cosas líricas. De repente, quise ver las formas sucesivas pero tomadas como contrapunto por medio de esta sombra que nunca dejó de acompañarme.

 

¿Qué es el lirismo?

Difícil hablar del lirismo cuando los poetas subvencionados lo invocan para emplear su aliento corto en exaltar los placeres más irrisorios de lo cotidiano, y, cuando, para los  supuestos rebeldes que están en el candelero intelectual, el lirismo es una cosa que ya no sirve para nada, una antigualla definitiva de la que hay que deshacerse.

El hecho es que unos y otros se equivocan igualmente cuando ven allí una estetización de lo real. El lirismo, al contrario, está unido a la más extrema conciencia de la desaparición. En primer lugar es una manera de ver con total transparencia  la belleza y aquello que la amenaza.  Es a la vez el surgimiento inicial de la poesía y el rechazo instintivo de todo aquello que la obstaculiza. La determinación actual de privarse de esta energía transfigurante lo dice todo acerca de la mediocridad de la época. No tenemos otra cosa que oponerle a la muerte. Puesto que si el lirismo es siempre el desarrollo de una protesta, como se lo ha dicho, también es una asombrosa muralla pasional que protege lo que vive  exaltándolo.

 

En La Travesía del libro, Pauvert habla de su revelación cuando leyó sus páginas sobre Sade. ¿Cómo fue esta aventura editorial?

Encontré a J.-J. Pauvert en 1977 después de un programa de televisión a propósito de mi libro Lâchez tout, una crítica violenta del neo-feminismo. Esencialmente intervine en ese programa contra la censura, puesto que, según esas señoras, Nietzsche, Sade, Miller… tendrían que ser censurados lo más rápido posible. Pauvert vio ese programa donde yo preguntaba “¿Qué significa un movimiento de liberación  que empieza por censurar?”. Me envió una señal. Algo que me emocionó mucho porque era él quien editaba y reeditaba la mayor parte de los libros que me interesaban. A partir de ahí, no dejamos de trabajar juntos. Publicó mi ensayo sobre la novela gótica, Les Chateaux de la subversion (Los Castillos de la subversión). Después me pidió un prefacio para la reedición de las obras completas de Sade. Acepté inmediatamente, y partí hacia un extraño viaje en las aguas profundas de la cuestión amorosa. Colaboración que no terminó ahí y siguió con un postfacio que me pidió para El Supermacho de Jarry, uno de los libros más grandes que conozco. Por su lado, J.-J. Pauvert hizo un trabajo extraordinario con la Antología histórica de las lecturas eróticas. Un monumento que plantea la cuestión de la relación de la cosa escrita con el deseo para establecer cuánto esta cuestión está vinculada al tiempo, pero también que aquello que es erótico, no es tanto el texto como la lectura que hacemos de él. Esta antología es una historia de la perturbación. Solo Pauvert podía hacerla porque es seguramente uno de los más grandes lectores del siglo XX. Que reúne a la vez esta rara inteligencia sensible y el asombroso coraje intelectual que va acompañado por el  hecho de tener razón contra todos.

 

Sade, Roussel, Jarry, Cravan… ¿qué es lo que une a estas figuras que pueblan sus escritos?

Son personajes que conscientemente arriesgaron todo para ir al encuentro de sus sueños o de sus fantasmas y se aventuraron al descubierto en paisajes desconocidos. Nunca pretendieron hacer el bien. De repente, el aire es más respirable… De ahí la deferencia extrema que les otorgo.

 

Usted hace esencialmente referencia a autores muertos. ¿Esas experiencias son imposibles hoy?

No son imposibles pero no vi gran cosa que me haya impresionado. Seguramente hay seres que están en otra parte pero parece que se hace todo para que no lo sepamos. Dada la puesta en red del mundo actual, ¿cómo podrían manifestarse ahí seres que están por afuera, en ruptura? En su lugar, nos venden sustitutos de revueltas que se pueden comprar a precios variados: una revuelta para los pobres con el rap, otra para la clase media burguesa dirigida a jóvenes ejecutivos y publicitarios… Hay un verdadero mercado de la revuelta: un Diccionario del Siglo rebelde en Larousse, un perfume…  Un libro que tiene su lugar en este mercado es Rastros de Carmín de Greil Marcus, donde, situacionismo mediante, Dada es declarado como el ancestro de los punks. Es tan aproximativo que está en el límite de la deformación, incluso de la desinformación acerca de la época. Es un producto típico del pensamiento que nos dan ya masticado y que hace furor, pero que en este caso sirve para camuflar lo trágico de la masacre de la revuelta punk, sobre la cual habrá que volver. Pero en este libro ya se puede ver cuánto, para olvidarla, ayudan el achatamiento de toda perspectiva histórica y la neutralización de la dimensión sensible que hoy está determinada por el formateo de todos los productos culturales. Ahí tienen un poco de revuelta, envuelta con las últimas tendencias del empaquetado, que además se puede comprar en kit para las fiestas de fin de año.

Es una ilustración del análisis crítico que había hecho, ya hace cuatro años en Del exceso de realidad que se reedita en estos días. Por desgracia, nada vino desmentir el triste cuadro que hacía de ese tiempo.

 

Traducción: Hugo Savino          

Publicado en Le Matricule des Anges, Enero 2005

Ph / Annie Le Brun