
El librito azul con letras doradas en la tapa: Salmos y Proverbios y abajo a la derecha un sello que dice este libro no será vendido, libro sobado y resobado millones de veces por las manos flacas de cama 28. Si tengo miedo voy a salmo treinta y cuatro, versículo cuatro, le da dos chupadas al matelistotaragui, si sufro tentaciones, leo Mateo veintiséis cuarenta y uno: velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil, recita con voz mecánica y las manos levantadas con las palmas hacia abajo. Bendiciones. Amén.
Cama 32 está hundida hasta el cuello en su propia mierda. Construye de a poco la tos, espasmotrasespasmo la va armando hasta convertirla en un ataque. Se deshilacha el hilo de la conversación. Queda en agrio silencio. Un arañita cruza la mesa corriendo, la aplasta con el pulgar y la empuja hasta el borde con el canto de la mano. La puerta rechina y se abre sola, por la rajadura se escucha un cacareo como telón de fondo, un murmullo asordinado por la humedad que pegotea todo. Qué vida puta dice entre dientes.
Contra el vacío de la incertidumbre cama 41 dice boludeces sin solución de continuidad. Se esconde detrás de sus anteojitos y aturde con su palabrerío quejoso, cantidades industriales de excusas, un aluvión incontenible de cliches. No quiere saber, ante todo: eso. ¿Cómo es posible no saber tanto? Enerva. Aburre. Me distraigo mirando los dibujos de su remera. Afuera se refleja un arcoíris en un charco aceitoso.
Santa Dymphna de Gheel…
Ruega por Anne Sexton.
Dios invocado una y mil veces. Padre Padre por qué me has. Una y mil veces Dios padre por las rotas solas sombras locas, restos dejos secos huecos de este ¿bendito? manicomio.
Cama 46 jura y perjura que no duerme hace meses aunque sus ronquidos se escuchan desde el comedor. La voz es casi inaudible pero su sintaxis es de plomo. La fuerza de la inercia, lo larval, el tremendo poder silencioso de lo inmóvil.
Los corazones rotos hacen llover. Cuando la policía arrestó a Frances Farmer, ella repartía golpes a mansalva y se retorcía mientras vociferaba corroída por el desamparo: ¿nunca tuvieron el corazón roto? ¿EH? ¿NUNCA? A cama 24 el corazón se le fue partiendo de a poco. De eso puedo dar fe.
Lamidas y relamidas cicatrices las de cama 23. El pecho de amor tan lastimado readmite la renuncia y el fracaso. Las palabras atenazadas en la garganta, lo agotador de hacer pasar cada escena por el ojo de la cerradura del lenguaje. La vergüenza puede ser una dirección. Semiasomada al abismo, cada tanto vuelve a su vieja musiquita, recomienza, se va percatando de que cada momento tiene la inaudita posibilidad de su contrario. Destellos de algo adelante pero más bien la negrura de un destino abrazado y reabrazado, jaula, trampa. Abre la mano: de tanto apretar le quedó marcado en la palma el borde dentado de una chapita.
Nacieron cuatro gatitos en el fondo, cerca de la cocina. Duermen en una caja de cartón acostada con un viejo suéter de cama 50 como colchón. Les deja trocitos de pollo y pescado en una bandeja de plástico, les cambia el agua y controla que estén protegidos. La enfermera de los domingos les pone gotas en los ojos y los desparasita.
Pide y pide a quien se le cruce. Empecinada, incansable cama 31, ojos de insecto, labios pintados de rojo pasión, pide, exige que le compren un café, insiste reclama vuelve a pedir un cafecito. Zumba, revolotea, le dicen que no pero ella insiste, obscena, infrenable, un cafecito por favor qué le cuesta, presiona, empuja, sea bueno, hágame el favor. Por fin lo consigue, alguien cede, se sienta triunfante en una mesa con el vasito de telgopor humeante entre las manos, un trago, dos, se ahoga, tose y tose, parte del líquido se desparrama sobre la mesa, vuelve a toser, atragantada, casi ahogada. Ten cuidado con lo que deseas me susurra alguien al oído, su voz tiene un tono oracular y de risa contenida a la vez.
El padre de cama 34 se aleja tropezando con su propia impotencia, un bolsito de cuero tipo neceser apretado en el sobaco, por el rabillo le descubro cierto brillo en la mirada, una mueca torcida de placer que no logra disimular. Todo está ahí, en ese brillo voluptuoso.
Locas de terror.
La reunión de consorcio ha cambiado su sede. Forman un semicírculo alrededor de la cama 48. El tema es qué hacer con cama 31. No la aguantan más. Cargan también contra la serial killer de conejos pero por motivos diferentes. Serial killer las ignora a todas olímpicamente, no saben cómo entrarle. Le temen. Ella por su lado a solas me confiesa que a pesar del calor bochornoso no arma la pelopincho porque tiene miedo de que el nene de su hermana o la vecinita que es la piel de judas se ahoguen en la pileta culpa de alguna distracción suya.
Se le desenrolla una fuerza brutal, golpea grita ataca se defiende vocifera. Descarga sus golpes con furia y espanto. Cristales rotos, sillas voladoras, durlocks hundidos a trompazo limpio, mirada de cabra extraviada y gestos ampulosos. Ojos rojos, locos ojos rojos los de cama 32 contra el negro afilado de los bordes de las cosas. Toda la escena tiene una belleza siniestra y desafiante.
Eclesiastes veinticinco quince, la mujer y la furia dice cama 28 con labios sentenciosos. Levanta una mano de dedosgarra metidos hacia adentro y la deja inmóvil a la altura de los ojos durante aproximadamente diez segundos, la espalda recta como una tabla de planchar sin tocar el respaldo, lentamente vuelve a apoyar la mano sobre la Santa Biblia que tiene apretada contra las rodillas. Bendiciones. Laurazepam le da unas chupadas al filtro manchado con rouge y mueve la cabeza de un lado a otro en señal de desaprobación mientras suelta el humo despacito esperando la restitución paulatina de la calma.
Muchas tienen una vecina maldita. Envidiosa. Cizañera. Que lleva y trae y mete la cola. Es una fija la vecina.
Elucubraciones, fabulerías, cálculo subterráneo, una fuerza indescifrable, cama 27 y su increíble capacidad para hacer seis cosas al mismo tiempo así como de hablar en dos o tres planos distintos a la vez manteniendo siempre el hilo aunque sea casi invisible, como Coltrane con las capas de sonido.
El frío blanco sagrado de los azulejos del baño. Reflejos borrosos de cuerpos desnudos. Ausencia completa de cortinas y puertas. El pudor es un lujo.
La enfermera encuentra a cama 38 mirándose fijamente al espejo con el cuerpo cubierto de mierda.
Cama 53 se queja de cama 42. Es espiona dice, todo el tiempo relojeando a ver si pesca algo. Cama 42 niega todo indignada.
Cama 44 se queda largos ratos debajo del chorro de la ducha, oyendo atenta, los ssshhh tssss groan los ploc, las puteadas que le dedican algunas porque se queda ratos larguísimos ocupando la ducha le entran por un oído y le salen por el otro.
Santa Dymphna de Gheel…
Ruega por Georgia O´Keeffe.
Rigurosamente encalzada cama 40 planea su venganza revolviendo la marmita con calculada lentitud, el corazón helado, siseos, busca el encuadre que más le favorece, hinchada de humo y cerveza tibia previamente escondida en el bolso entre la ropa limpia, el papel higiénico, la yerba y el shampoo. Revuelve emputecida de rabia la olla del odio mientras suena el cascabel de su culo monumental y le brillan los colmillos manchados de nicotina. Noches de tiempo muerto, humedad y azufre.
Los ojos llenos de Padre de cama 36.
Las blabeleras (camas 33 y 34) sacuden sus melenas, sus risas van y vienen y el relumbrón de las risas se mezcla con el humo del pucho que pasa de una boca a la otra en perfecta sincronía. Parlan, chismosean susurrontas, blabusan blabuclean hilan una palabra detrás de otra, infinitas palabras hilan, cuántas cosas nacen del azar, del aburrimiento, del deseo de conversar, cacareo, rumor de mujeres, fiebre de lenguaje.
Los sueños dorados de convertirse en actriz reventados en el negro aire de la noche, el neón carmesí de un bar de mala muerte parpadea en el reflejo de la ventana de un monoambiente perdido en Josécepaz, una botella de legui, algunos blisters desparramados, días chicle, noches de doscientas horas. Tendría que volver a nacer y hacer todo de nuevo, asqueada fuma un pucho tras otro y maldice por lo bajo su suerte puta mientras los sueños de focos y espectáculos construidos con paciencia y dedicación se esfuman frente a sus ojos desorbitados. Después: el colapso, la vanidad hecha polvo, una sirena rabiosa, luces intermitentes, oscuridad. Su fulgurante futuro hecho mierda. No recuerda cómo llegó hasta acá cama 20, salvaje heroína del oeste vasto y desolado.
Cama 35 me quiere tirar las cartas. Saca el mazo, mezcla lento, los dedos salchicha se hacen nudo, destellos de esmalte fucsia saltado. Antes de arrancar me confiesa que escondió el once de espadas, el príncipe azul, porque ese es para mí (carcajadas). ¿Quiere que lo busque? De ninguna manera, ese es suyo. Veamos que me toca. Arrancamos. Once de bastos, pausa, parece que un caballero la va a cagar a palos. Se detiene. ¿Sigo? Claro. Da vuelta la segunda, siete de oros, será rica, riquísima… Antes de dar vuelta la tercera carta hace una pausa para generar algo de intriga, seis de copas: y tomará muchas muchas cervecitas. Me puede invitar alguna ¿no? Nuevas carcajadas, redondas y sonantes carcajadas.
Mató dieciséis conejos y tres gatos y los enterró en el fondo del caserío desamparado entregado al viento que trae la podredumbre del Riachuelo, testigo mudo, lodoso río contaminado. Mística y letal. No se detectan en sus gestos signos de crueldad, es otra cosa. Cama 59 no se arrepiente de nada. I DON´T CARE. Va por más.
Tumba la lata, tumba la lata loco repite como un mantra recitado a lo gritos, el odio pasado entre los dientes, escupido con furia, brazos rígidos y puños apretados. Después del almuerzo le tajeó la cara a cama 20 con un cuchillito de plástico. Peligra su programa de descanso, fue demasiado lejos. Un enfermero las separó y logró salvarle el ojo de pedo. Un masculino se interpuso entre la diciente y el femenino agresor dice la denuncia escrita por la policía. El lenguaje es un virus: desde el fondo del silencio avanza y ataca, se multiplica parásito y se expande, enferma, hasta puede matar. Esto se parece cada vez más a una cárcel dice cama 33 por lo bajo.
Alejandra Pizarnik enferma de lenguaje y soledad, pasa lagos y vacíos días en la Sala 18 del Hospital Pirovano fingiendo creerles a los mediquitos pero puteándolos de arriba abajo en su interior y con unas ganas de llorar que mama mía.
Locas de desesperación.
Llamó y no tuvo respuesta, años y años intentando construirse una madre, un padre, un modo de vivir, buscando pistas, inventando huellas. No le alcanzó. Fuera de madre, fuera de marco. Llamó y llamó pero nada. Manos que sueltan en el exacto momento en que el silencio se hace absoluto, su corazón termina de partirse. Salto al vacío. Cama 24 vacía. Ya está. Tus cuentas se cerraron, tus puños, tus ojos, tus oídos. Algo de paz. Por fin. Una desmesurada luna cobre rueda indiferente imantando todo a su paso. Sos lindísima. Tecleo sin querer explicar ni forzar argumentos ni buscar un sentido, tecleo hasta el final de la frase con una tristeza irreproducible y unas ganas tremendas de que me abracen, me acunen me acunen me acunen.
¿Suena un árbol si cae en un bosque donde no hay nadie? Por supuesto. Ocurre una vibración, una resonancia. Algo en el cuerpo.
Hay líos en la fila para recibir el almuerzo, gritos, empujones. Ánimos caldeados. Ella sonríe, ajena al griterío que la rodea. Espera a Mauro, nada más importa, desestima cualquier argumento, hace oídos sordos a las burlas, desdramatiza la espera con ráfagas de risa y maratones de sexo. Mauro y el beso eterno del Tiempo congelado. A los quince un vampiro le mordió el cuello saliendo de un baile. Sangre, sangre enferma y envenenada, pasa, lleva, se lleva, sangrerojogorgoteante plic plic plic, maldición que se transmite.
Cama 25 acaba de volver de un permiso de salida. Huele a ajo y pepperoni. Está inquieta, camina por los pasillos farfullando frases ininteligibles, se agarra la cabeza, pregunta a quien se le cruce si sabe algo de cama 24.
Belinda ca ca cacarea oronda en lo azul lustroso de la noche. Pedacitos blancos de papel flotan en el aire tibio. Hila, combina, un cálidoescape de letras dislocadas. Edgar Poe soñaba muy seguido con una gallina negra picoteando el suelo del patio las noches de luna llena. ¿Qué viene primero, el huevo o la gallina? El origen perdido en una inefable oscuridad. Ojo que borrar no es perder. Anillos de tiempo, gases, sombras, nada, no dioses no hombres: choques de sonidos voces y letras: ecos y resonancias.
Cama 38 se levanta la remera para mostrarme el tatuaje que se hizo en la panza unas semanas antes de la internación. Un útero tamaño real con un serpenteante cordón umbilical y dos fetos flotando en la blancura de su panza vacía.
Cama 31 se queja de un fuertísimo dolor de cabeza provocado por el paco de la siesta debajo del gomero. Vacío. Venas ardientes. Tiempo irreal. Siempre la misma cantinela. No tiene nada que perder. Es hacer cada día, sisifeando incansable, construir cada vez. Cuerpo de soledad.
Leonora Carrington vomitando todo su dolor en libretas que más tarde se convertirán en un libro sin relato ni trama, solo las notas de su propio encierro y desolación, el vómito helado del miedo.
No anda el volumen de la película. Cama 20 se levanta a ayudar y toquetea unos cables. ¡¡Qué flashas Mc Gyver!! le suelta cama 58. Silencio tenso luego risas.
Hay un problema con el lenguaje, un error inicial, eso es lo que estudio dice cama 27, y pone todo el énfasis en la palabra eso mientras afuera las nubes se oscurecen y anuncian tormenta y yo me acaricio la ceja izquierda con gesto automático. Se levanta las solapas del impermeable para resguardarse del frío instalado en el cubículo, dibuja una sonrisa pongámosle enigmática y se quita un mechón de la frente. Palabras hechizadas, dichas en la prehistoria, actúan, reproducen el error. En cualquier momento empezarán a caer gotas sobre el techo de policarbonato haciendo un ruido como de piedras o tiros.
El relámpago de la tele prendida todo el día llamada a mitigar el sin sentido y el tedio. Cama 36 se menea al ritmo de un estridente cumbianchón, envalentonada por los aplausos y gritos de cama 51. La lluvia las pone loquitas le dice Ricky a un amigo y ríe una risa de dientes amarillos.
Cama 47 sale a disfrutar de la luz perfumada post lluvia con el equipo de mate bajo el brazo. Todavía se ven chispazos plateados y azules, una ráfaga levanta hojas y sacude las gotas de los árboles que se desparraman sin hilo. Se diría que por un rato es posible alcanzar cierta quietud. Cama 41 se acerca despacio fumando y sonriendo y le pellizca cómplice un brazo. Qué linda liuvia dice. Se alejan. Cama 47 hasta toma mate con acento correntino.
15 de mayo. Prender una vela a la Santa Patrona. Que su espada acabe por fin con los demonios de la locura.
Humor de lunes, oscuro, resacoso, náusea que se arrastra y hace palidecer. Zozobra de brazos, ojos pegados a las baldosas.
Los peligrosos están afuera dice cama 48 señalando con el dedo detrás del muro. Esos no se dejan agarrar, en cambio a mí me cazaron de los pelos y me arrastraron hasta el patrullero. No me dieron opción. Su parla son improvisaciones sobre el mismo tema como un furioso solo de Ornette Coleman. La tracción de la locura. Pensamientos varados chocando contra el mismo muro una y otra vez. Guarda en una carpetita de cartón rojo las copias de las denuncias y causas iniciadas en innumerables juzgados civiles y penales de la capital. Saca a la luz los engranajes de planes macabros, desconfía, teme por su vida.
Cama 22 pertenece a la raza de las desertoras. Bramante silencio, locura encriptada, crudos sonidos de acero, crepitajes, murmullos. Suspendidas en el vacío soleado de fines de junio, preguntándonos en franco silencio cómo seguir. Inútil acordar cordura y buenas costumbres. A lo sumo: una tregua. No hay vestigios de una historia. Es bajísimo el porcentaje de respuestas encontradas. Ba – jísimo. Saber no impedir. Ir tramo a tramo por el ripio filoso de su lengua.
Hécate, diosa triple, Reina de los Fantasmas, pasea su corazón secreto por los umbrales de la noche seguida de su perro aullador. Orilla oreja: el borde. Orillea Hécate y su túnica translúcida embolsa viento y luz de luna.
Vas a saber usté la verdá. De repente me atontó un calorazo y me quedé lela mirando el río. Brillaba con una luz rara, no era de este mundo. Se persigna tres veces y se besa los dedos en forma de cruz. Toma aire por la nariz cama 21 y suelta el llantazo que venía conteniendo.
Todos creen que cama 51 tiene convulsiones a repetición, en realidad se sacude al ritmo de sus propios fantasmas, baila al son de su propia musiquita. Otros dicen que es idiota, le conviene que lo crean, entonces abre demasiado la boca y cada tanto pone los ojos en blanco, se babea, chilla como un mandril.
En las cintas grabadas cama 49 deshoja sus visiones y muestra la salvaje luz de la infancia. Visiones como piedras preciosas. A los dos años su perro le hablaba, a los cinco mordió un durazno dulce y perfumado y el jugo corrió por sus muñecas hasta el codo, a los siete le deseó la muerte a su madre mientras comía galletitas de agua con manteca y azúcar en la cocina amarronada de su niñez. A los diez su tío la violó, después siguieron su primo y su hermano mayor, murió y volvió a nacer una tarde roja de noviembre en San Miguel, provincia de Buenos Aires: leía en el jardín de la casa de su abuela bajo el sol rajante de la siesta y de golpe se vio fuertemente perturbada por un deseo desconocido, algo la empujó a la vida.
Santa Dymphna de Gheel…
Ruega por Alice James y por Dunya Hirschter.
Cama 36 cuelga unas musculosas en las cuerdas del tender. Saco los trapitos al sol dice con una sonrisa. Me guiña el ojo chingado. El sol resbala por su cara picada por el acné.
Todas las pertenencias de cama 39 caben en una bolsa de supermercado, todo lo que tiene en esta vida, ¿SE ENTIENDE?
Cama 32 intenta atrapar el borde del muro dando saltos con los brazos estirados, le pide a cama 40 que le haga piecito, le da indicaciones, se estira, un poco más arenga resopla putea, no alcanza, abandona, se lanza de cabeza contra el muro, grita que está harta, que se quiere ir a la mierda. Pocas visitas por prudencia hartazgo olvido temor al contagio. Rumor de palomas sobre los cables de electricidad, sucio gorjeo, hay algo pusilánime en ellas. Los domingos se vuelven eternos, dos o tres bailan una cumbia al son agrio del hastío, cama 45 come sándwiches de pastrón y pepino que le trajo su marido, olvida por un rato a las concupiscentes vecinas de habitación, un patrullero se estaciona en la guardia, bajan a alguien medio en pedo, el ritual del mate se eterniza en los bancos de piedra debajo de las tipas.
Ojos de cuis se lame las cicatrices del recuerdo con lengua pastosa, busca y rebusca una salida posible detrás de los cristales culo de botella. La percecsión afilada al máximo. De a poco le va encontrando la vuelta, reconoce cierto alivio. La tristeza retrocede.
Cama 42 grita agarrada con fuerza al tubo del teléfono público: ¡eso no es pecado papá, no es pecado! Tiene los nervios destrozados, vive atormentada por un primitivísimo sentimiento de culpa incrustado en su cerebelo durante una infancia modelada lenta y persistentemente por la iglesia católica apostólica romana, sus dientazos de caballo se desbocan y parece que van a salir disparados.
Camille Claudel terminó sus días haciendo figuras con el barro del parque del manicomio Montdevergues en el que fue encerrada por su madre. Treinta años consumiéndose en el fuego frío de su tristeza infinita. Lucía Joyce pasó sus últimos cuarenta años en el Hospicio Saint Andrew’s con la barba cada vez más crecida, rompiendo ventanas a trompadas y repitiendo a quien quisiera escucharla que estaba a punto de casarse. Fue enterrada en el cementerio del hospicio junto a Violet Gibson, encerrada luego de intentar asesinar a Mussolini mientras caminaba entre la multitud en la Piazza del Campidoglio.
El viento salvaje de la locura barre con todo. Este desierto es tan real. Camino monótono, áspero, de secos pastos siseantes, la luz baja como un cuchillo y corta y arde y sangra. Son dentelladas de luz. El que romantiza la pobreza y la locura es un hijo de puta.
Lucía Mazzinghi, 2020
Ph / Planta, León Ferrari y Gabriel Rud (2005)