Declive
Por el ojo de la cerradura vemos
cómo deja la palangana en el suelo: tiene agua. Ahora
no se ve. Hasta que levanta la mano
blanca, la misma con que la prisionera (jovencita
en Siberia) llevaba maderos hacia el barco.
¿Y las niñas? en la escuela
atrás de la vía.
Tiene una gillette y el ojo apoyado en la cerradura mira
su negra axila de abeja-madre. Arrasa. Algo se corre.
En el encuadre, un ojo mira al otro.
Si me estiro veo
la palangana (llena) de estrellas y abedules
también blancos: habría nevado.
(El hermano, sobre la nieve, corre
a la muchachita y ahora los ojos ya no ven.)
Atrás de la vía:
campanas.
Va a salir. Hay que correrse. Abre la puerta y desparrama
el agua (turbia) al gallinero. Nubes la alejan, hacen pasillos
hasta que tiende más ropa en puntas de pie. Los brazos en alto. Abrocha.
¿Cómo hallar ahí dónde posarse?
Ronda
Una mujer (podría ser tu madre) se quita
el sudor de la frente. ¿Está llorando
y del agua levanta las uvas?
-Claro que no- dice, -¿acaso
no lloré ya demasiado?- Y alarga
su idioma de plegarias
como un chiste.
aaacotkitbá sháre búre óbed bá
está cantando en polaco la abuela
en el horno -muerta se seca su harina.
aaacotkitbá cantamos las madres,
las hijas, las muñecas extenuadas
de éter y música.
Sigue aaacotkitbá pegada a la pared
los pies sobre un suelo enlosado,
y agrega la propia madre
me duelen las piernas
pero aprendí:
qué suerte le digo
si todavía hay piernas para el dolor.
(Bailemos) Del bolsillo salta
su cajita de nieves.
En puntadas se cose una siesta
cotkitbá a otra siesta cantabas
y mentías
pero aprendí:
tus tierras prometidas existen.
Por ejemplo hay rumores
de cuerpos escandalosos, solidarios.
Hay aves de plumajes como letras.
(Reímos más de la dulce mentira.)
Y a solas (detrás de las ventanas)
escurrimos
uvas.
Otra vuelta cotkitbá y no sabemos
el significado
pero parece una canción feroz.
Esa memoria acompaña desde la biblioteca
de los hornos.
Apuntamos
con la linterna. El renglón marca:
que los hijos vivan del lado de la dicha.
Dedicatoria o el secreto
Tal vez el dedicado
descifre adentro/afuera
el tiempo espacio
no vacío /su lugar.
El rabino-maestro, dice cuarenta años
apenas pasaron
se escuchan los gritos.
Respira, se le acomoda el sombrero
trato de entender: ¿Cuarenta años,
los del desierto? ¿Cuarenta, el comienzo
de la guerra? ¿Cuarenta, qué?
Una densidad crítica, oscilante, pegajosa.
-Los gritos, ¿de quién?-reclamo.
El rabino aclara como un mantra:
losgritosdecadatorturado
(No respiró, dijo las letras con una sola voz, los ojos vidriosos.)
Sobre el vidrio del recuerdo él vuelve hacia su amiga-vecina
su hermanito empujado hacia la calle hasta dónde…
no se ve más.
Vuelve al recuerdo: las manos de los padres, de la hermana estirando
estirándose sus siete años. Trece, veinte, treinta, cuarenta años
cuando escuchamos los gritos que no dejan de
escucharse por toda la escuela.
Como un resbalón pasó el tiempo y suenan el timbre los gritos
de alegría irradian sobre el ojo vidrioso, el otro ojo se derritió.
Una fuerza no separable del poder de ser afectado.
-Aprovechan: los chicos creen que no estoy y hacen
un tararám y suena el timbre.
Sacude el libro la cabeza camina el patio y ríen: los ojos nuevos.
Nos fuimos
a lugares distintos.
Y camino, la cabeza baja como para no tropezar huesitos, despacio.
La piel de gallina. Si patino sobre un hielo filoso
me salva la velocidad. Si abro los oídos no me salvo.
Se escuchan los gritos, nítidos. ra dolor palabra muda. No hablar
no hablar no hablar. Empieza a sangrar.
Roja la gota salpica la mirada, los pies.
Un tubo en la nariz.
-¿Quién
sangra?-, te digo.
La nariz es un tubo rasgando el olor viejo, agrio el olor
de la meada
(llegaste como un hada, decís)
qué sed adentro/afuera.
¿Quién no ve quién no escucha no palpa no huele no roza no imagina no sabe?
El rabino no dijo Auschwitz. ¿La mayor de todas las imperfecciones es
el no existir?
Y es otro el chiste, el grito
resuena en curvatura, zigzagueante.
El grito es un cuerpo que levanto con la mano.
No pises los huesitos.
(Tu nariz)
Formales
Alguien traza una franja de penumbra en el día
que comienza. (Hemos puesto la ropa
en remojo). Alguien cuenta
su revelación, fluye
como el agua por la franja que se estrecha:
viajaba en un tren,
desde la ventana veía el pasado
y el futuro, lo que muere,
rompe, muere, reguero de luz
y sombra sin cuerpo, sin fortuna
en el lugar común del grito
del sueño que nos despierta y cambia
la dirección de la mirada.
Alguien cava un pozo en el día
que comienza (cerradas, las puertas de la casa).
Y habrá una posesión
una especie de rezo habrá. Después
rodajitas, costras de pan. (Hemos puesto
la ropa en remojo.
Sólo fluye el agua y lo soñado
casi ya no insiste). Lloramos
por la fuerza del agua.
Por la imposibilidad de su captura.
Susana Szwarc
Ph / Max Ernst
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