
Siempre digo la verdad, incluso cuando miento.
Tony Montana
Dicen por ahí que es falso lo que digo, que
estas palabras no son palabras mías. No
me importa, me cago: yo hablo igual.
Soy Marcos Camacho, aka Marcola, del
PCC el Primer Comando, yo, una señal
de estos tiempos asquerosos, repodridos.
Pobre era, sucio e invisible, sí, lo era, yo.
Caminaba y caminaba por las calles, por
las playas cariocas, en harapos, pero nadie
me miraba, era invisible, ¡ni pelota me
daban! ¡Durante décadas así! ¡Caminé!
¡Y cómo! Cuando entonces todavía era
fácil resolver, la cuestión de la miseria,
una cosa de lo más boluda era, una papa.
El diagnóstico era obvio. Mirá: migración
rural, desigualdad de los ingresos, pobres a
cagar, sí, es verdad, pero medio controlados,
una periferia con límites más o menos
precisos. ¿Y? ¿Hicieron algo? ¡Un sorete!
¡Nada hicieron! Éramos noticia solamente
en los derrumbes de los morros, cuando el
barro enloquecido, desatado, lava negra,
demolía nuestras cuchas. O en blanditas,
edulcoradas bosanovas que nombraban
las laderas coloridas, nuestra gracia: a beleza
do povo brasileiro. Entendé, entendé lo que
ahora somos: millonarios, ricos gracias
a este asunto de la droga, nuestro emporio.
¿Y ustedes?, ¿ah? ¡Burgueses! ¡Culones!
¡Progresistas! ¡Pitufos! ¡Lactantes! Mirá,
mirate. ¡Somos el nacimiento tardío de su
hipócrita conciencia social! Boludo, te lo
digo: no hay, no, no existe solución para
estos males, no la busqués, no la esperés,
esperarla es no ver nada, no entender un
pomo. ¿No viste acaso el tamaño de las
favelópolis de Río? ¿Sobrevolaste en
helicóptero la periferia de San Pablo?
Seguro que no, no tenés cara. ¿Solución?
Ja. ¿Te volviste loco, blanquito? Sólo la
habría con muchos, muchísimos millones,
gastados en nosotros, “los pobres”, “el
pueblo”, como dicen ustedes, pulastros.
Y además, gobernantes, sí, que no sean
tan imbéciles, manilargos y mitómanos,
y una inmensa voluntad política, que jamás,
jamás la habrá, te lo aseguro. Crecimiento
económico, pero de verdad, no el chamuyo
que hace siglos venimos escuchando. Dar
vuelta la panera y educar en la verdad,
hijos de puta, a ver: ¡urbanización general!
Y la batuta en manos de un tirano, un loco
esclarecido, un santo que salte por encima
del cáncer burocrático, del mierdoso Poder
Legislativo. Y de la Justicia asesina, tomá.
Comunicación e inteligencia (entre la cana).
¡Aprendan de nosotros: que hasta conference
calls hacemos entre presos! Una mudanza de
lo más profunda en la conciencia del país, en
la estructura del poder. Y vos, caretón, que
recién me preguntabas si a la muerte tengo
miedo. ¡Me hacés cagar de risa! Son ustedes
los que temen. Yo, Marcos Camacho, aka
Marcola, tomo caipirinha acá en la cárcel, eh,
me la traen bien helada, en bandeja. No pueden
ustedes venir para matarme. Yo, en cambio,
puedo decirles a mis negros que vayan a
matarlos a ustedes, allá afuera, donde está
la libertad, la dolce vita, la la la. ¿Pescás?
Locos, locos somos, una horda de dementes,
estamos desquiciados, ustedes nos crearon,
ahora a aguantarse. Hombres-bomba es lo
que somos. Como cien mil hay hoy en las
favelas. Nuestra moral no es la de ustedes,
moralistas. Ni el bien ni el mal, nada nos
toca. Vivimos en un mundo inverosímil
en que la muerte no es gran cosa. Somos
nuevos especímenes, otros bichos, algo
mejor, mucho mejor, menos humanos, sí.
Hemos mutado. Somos cucarachas, nos
hemos vuelto resistentes, inmunes, nada
que ver con ustedes, flojardos. No: para
nosotros no es, no, la muerte, un drama
cristiano: morir en una cama de un ataque
al corazón. Es el pan diario, la sopa de
todos los días: morir de un balazo en la
cabeza, o apaleado, y terminar rigor mortis
en un húmedo zanjón, tripas afuera: ¡otro!
¡y otro! ¡y otro! ¡y otro! ¡y otro! ¡y otro!
¡y otro! ¡y otro! ¡y otro! ¡y otro! ¡y otro!
¿Qué importa? ¡Somos miles!, ¡miles!
¡millones! ¿Me seguís, zapallo? ¿No son
ustedes, acaso, intelectuales con cuarenta
palancas de retardo, los que alzan la voz,
indignados o llorando, para hablar de “la
pobreza”, “la marginalidad”, “la injusticia
social”? ¿No son, ustedes, acaso, los que
aún joden con Marx, con la lucha de clases,
con la revolución y demás pelotudeces?
¡Pónganse contentos! ¡La revolución al fin
llegó!, ¡acá está, miopes! ¡El paraíso en
la tierra! Cuando vuelva, yo, de estas lindas
vacaciones que me estoy tomando, te invito
un día a que vengas a mi casa: ¡de todo, todo
tengo, hasta juguera! Pero mi lujo verdadero,
te lo digo, son los libros, sabelo: leí como
3 mil, y leo al Dante, ahora, lo releo. Mis
soldados son, sin embargo, anomalías muy
extrañas. No hay, allá, más “proletarios”,
“explotados”. Hay, sí, una tercera cosa,
creciendo como el yuyo, brotando desde el
barro, un hormiguero de crotos sempiternos,
analfas, mutilados, harapientos, una escoria
fabulosa, bellísima, que a veces en la cárcel,
como yo, consigue cultivarse. Un monstruo,
un alien escondido en los rincones, al acecho.
Un novísimo lenguaje, amorfo, lozano, vivo,
que crece con la mierda, en los mismísimos
riñones de esta cultura homicida. Hi tech,
satélites, celulares, Internet, mierda con
chips, con megabytes, armas hace dos, tres
días impensables, HD, fútbol, diligentes
convoys de basura radioactiva, promos:
lo que quieras. ¡Posmiseria! Ya está, se
acuñó, los que piensan acuñaron, ¡bravo!,
pero parecen no saber, estos eunucos,
que lo que cambió en la periferia es cosa
de dinero: tenemos, ahora, más millones
que el Estado expoliador, vil y sorete.
¿Te creés, vos, que con 40 palos verdes,
como tiene Beira Mar, alguien no manda?
Con 40 palos, la prisión es un hotel, un
despacho, un spa. ¿Qué policía, contrariando
sus propios intereses, va a intentar desmontar
esta mina de oro?, ¿eh? Contestame. No podés.
Somos nosotros una empresa ultramoderna,
rica y eficiente, mejor que Microsoft. El
funcionario nuestro que vacila, que roba,
que duerme, etc., patada en el culo, al toque,
es vuelto a colocar, sin compasión, en el
desamparo vivificante del barro. Tenemos
contadores, jueces, ministros, presidentes:
compramos todo. Ustedes, en cambio, son
el Estado en bancarrota, incompetente, un
tiburón blanco alimentado por ladrones,
comediantes y política. ¡Ágiles métodos
tenemos de gestión! Ustedes son lentos,
pesados, burocráticos. ¡Aburridos! Sus
frases pesan mil quinientas toneladas.
Nosotros jugamos de locales. Son ustedes
los extraños, los turistas, los que pagan.
Soy Marcos Camacho, aka Marcola, del
PCC el primer comando, y te lo digo,
lo repito: no tememos a la muerte. Hasta
los dientes armados estamos. ¡Y bien, muy
bien! Nada que ver con lo de ustedes: aire
comprimidos, matagatos, gomeras, traba
volantes, tramontinas, pimenteros: prrrr.
G36, P90, M249: con estos juguetitos en
cambio es que nosotros trabajamos. En el
ataque, siempre. Ustedes están en la defensa.
Su humanismo mojigato hizo que estrellas
del crimen nos volviéramos. No lo saben,
pero son, sí, nuestros payasos favoritos.
Nos reímos mucho con ustedes, ahora
por ejemplo, con vos: ja, ja, ja. Te miro,
sí, te miro ahora y me río, no puedo, no
puedo evitarlo. Están solos. Pero no lo
lo ves, qué vas a ver, vos. Nosotros nos
ayudamos. Por miedo, puede ser, pero
también por amor. Hay mucho amor, sí,
allá arriba, en las favelas. Pero eso no se
dice. No se dicen muchas cosas. Que
no nos olvidamos de ustedes, jamás,
¡nunca!, porque son nuestros clientes.
Ustedes, en cambio, a nosotros, rápido,
muy rápido, nos olvidan: no bien se les
va el susto que a veces les metemos. ¿Me
pedías solución? No la hay, ya te lo dije.
Pero si querés, hoy estoy bueno, te tiro una
idea, una idea de las tantas que tengo en la
cabeza: allanen las casas de los popes de la
frula. Diputados, senadores, intendentes,
empresarios, presidentes: a ésos. Pero andá
a encontrar al que encare ese suicidio.
¿Quién lo va a hacer? Estoy leyendo ahora
Sobre la guerra, de Clausewitz. Ustedes ya
perdieron. Nosotros somos marabuntas,
hormigas carniceras. Esperamos, eso es lo
que hacemos, no hacemos más que esperar.
Escondidos en los rincones. Tenemos hasta
misiles antitanque. Si un día nos ponemos
algo locos, si nos joden, o porque sí nomás,
les mandamos unos Stinger FIM-92. Chau,
listo. Para acabar con nosotros deberían
soltar una bomba atómica en cada favela
de Río, de San Pablo. ¿Lo pensaste, cara de
pancho? ¿Ipanema radiactiva? ¿Eh? ¿Cómo
la ves? ¿Te imaginás? Un hongo, dos, tres.
¡Dejen de una vez por todas, cretinos, de
defender “la normalidad”! La normalidad
no existe. ¡Hagan autocrítica!, ¡mírense al
espejo, deformes! ¡Contrahechos! Estamos
todos en el centro del problema. Sólo que
nosotros vivimos de él, ustedes no. Están
hasta las manos, a ver si la agarran, eh.
Dense cuenta que esto es apenas el comienzo.
Lasciate ogni speranza voi ch’entrate.
Mariano Dupont
Ph / Fabio Bucciarelli