
Hablan de cama 24, cada una aporta su memoria, un fragmento, una pregunta, una posible explicación, palabras que van armando un cuerpo, delineando una ausencia, hacen brotar un ritmo sincopado. Cama 25 asegura que detectó un signo de partida en su última voz, luego queda con los ojos fijos en el suelo, durante un rato intenta encajar el pie dentro del zapato.
¿Qué es? ¿Qué es cama 53? ¿Hombre mujer puto lesbiana travesti transexual? La el le lo li. ¿Se nace o se hace? ¿Tiene derecho a estar ahí? ¿Si no dónde? ¿Cómo la llaman? ¿Qué quiere? Discusiones acaloradas se suceden. Se arman bandos.
Cama 43 camina por el parque y los pasillos con la nariz metida en las páginas de un libro. Lee caminando, sentada en el pasto en un banco de piedra en una silla de plástico, recostada en su cama, concentrada y sostenidamente lee durante todo el día todos los días con el tapado siempre abotonado hasta el cuello. Su pelo se decolora como se decoloran los lomos de los libros en bibliotecas soleadas, tiene dedos nudosos y flacos, parecen palos secos. La curiosidad me gana, me acerco dispuesta a preguntarle qué la tiene tan atrapada, antes de que las palabras salgan de mi boca noto que tiene el libro al revés.
Una lectura continua produce todas las enfermedades nerviosas; posiblemente, de entre todas las causas que han perjudicado la salud de las mujeres, la principal haya sido la multiplicación de las novelas desde hace más de cien años. Artículo médico publicado en el año 1768.
Soy Enheduanna, la sacerdotisa de Nana. Escrito en un pedazo de disco de alabastro veintitrés siglos antes de Cristo. ¿La primera persona en firmar un texto fue una mujer? Sacerdotisa y poeta de la ciudad de Ur, hija de un rey, adoradora de la Luna. Se hicieron muchas copias de sus himnos y poemas que fueron celosamente custodiados en las ciudades de Nippur, Ur y posiblemente Lagash.
Cama 30 saca un papel del bolsillo de atrás del jean. Escrito con lápiz negro y letra temblorosa: la comida tiene gusto a ceniza el arroz los fideos como muertos ayer nomá tuve que enterrar una milanesa. Sin remate ni atenuantes. Su hermano la viene a ver en pardo traje de fajina, le trae sánguches envueltos en crujiente papel manteca, alfajores y coca-cola, le acomoda la ropa en el lóquer, le ceba mate en silencio.
Cama 41 y cama 42 dejaron de hablarse por un problema de polleras. ¡Esto es un puterío! se indigna cama 42, no se puede seguir así. Se lleva la bandeja a la cama, no quiere hablar con nadie. Albañal obviamente tuvo que ver con ese lío. Arbitraria, vengativa, trama con odio, el veneno le gotea por la comisura, su corazón es negro alquitrán.
Cama 35. Hago lo mío, lo que puedo, me baño, respiro bocanadas de aire caliente, me hundo en el río de Blabel aferrada al hilo de su hablar semiextraviado, lo remontamos con viento de cola. Oigo con el oído a tientas oigo sin ver oigo y sé que es tiempo de levantarse y anblar. Viajamos por el vacío del mundo entero, la sigo en su soledad inmensa, hasta el borde de su universo la sigo, hasta la corteza más fina, en la cornisa, con los brazos extendidos haciendo equilibrio de golpe nos miramos y nos ponemos a reír. Como locas.
Transpirada, gorda y erotizada, cama 26 me cuenta con vergüenza y risa y placer la larga lista de novios que acumula. Parece que en el último tiempo ha sido atravesada varias veces por las flechas de un Cupido culón y con enfisema. Termina todas las frases exclamando: ¡qué hija de remil…! Sus tetas arrastran miradas, la musculosa apenas las aguanta, la lengua va a mil por hora, cumple ardorosamente su papel, chilla chamuya chichonea.
Locas de erotismo.
Voces. Variaciones mínimas. Nexos rotos, ausencia de conectores, zumbidos, una inmensa mescolanza. Infinitamente Annfu Lives Pluraser. Ya se dijo: ¡oscurolenguas! Yo solo intento flotar.
Una gruesa capa de base tapa los poros. Polvo. Peluca. Dulcísimo y envolvente perfume. Uno ochenta y tres de estatura, tacos cuarenta y dos. Muñeca desorbitada, mastica el regusto acre de la duda, el drama, laberinto de enigmas, doble entrada, callejones sin salida, tiembla ante la fuga veloz de las horas, encarna la fijeza en contraste con el tono suave de su voz: me llamo Vida. Vida vieja y triste y cansada y vieja vida. Peniasolada cama 53.
¿Quién le quita el monopolio de la queja a cama 40? Se queja de los aullidos de cama 22, del olor que despide cama 44 (dentro de esas orejas pueden germinar porotos dice con desdén), de la carne hervida, la polenta color moco y de que se corta el wifi. Las tortilleras de al lado de su cama la tienen harta, la trava del fondo también, esto es un desmadre, no hay decencia ni tranquilidad. Una asiente en silencio, dos se ríen, otra protesta, cama 21 dice de modo casi inaudible que todas necesitamos un poco de amor.
Elise N. Cowen -la ene es de Nada- maldito padre con voz de trueno, nombra y borra, admite y rechaza en el mismo gesto. Hay nombres que aplastan y se convierten en lápidas de mármol o granito desde el minuto uno. Ella intenta encajar, hacerse un lugar pero el corazón no le aguanta, se consume en su soledad vigilante detrás de los anteojos de marco grueso, decide salir por fin del círculo sagrado del miedo. Cristales rotos, desesperación y salto. No abre: atraviesa. Caída libre. El olor agridulce del viento, resistencia vencida. Los últimos versos de su libreta:
Déjenme salir ahora por favor
Por favor, déjenme entrar
Cama 37 pasó veinticinco días abrazada al cadáver de su madre en posición fetal hasta que algún vecino llamó a la policía quejándose del mal olor. Con los ojos semicerrados me mira y suelta: es verdad, lo acepto, me costó dejarla ir. Ya perdí su voz ¿se da cuenta? ¿Ahora cómo me abrigo? Hace meses que usa el mismo vestido de seda marrón con rayas blancas. Hace caso omiso a las quejas de todos, a la insistencia de que se cambie, a los regalos de nuevas prendas, a las amenazas. Resiste con los ojos llenos de una soledad incurable. Ese vestido es su piel. Busca el abrigo de una voz.
La semisonrisa pérfida de cama 60 te revuelve las tripas.
Juana de Castilla, reina de España, loca de celos y amor cargó durante varios años el cadáver de Felipe el hermoso, obligando a su séquito a abrir el ataúd cada dos por tres para asegurarse de que seguía ahí, que ninguna otra mujer se lo había llevado.
Con Roberto me casé por Iglesia y todo el piripipí, 15 años juntos y de un día para el otro se las picó. Me dejó a la intemperie dice cama 54 resignada. Me perdí, no consigo volver del todo.
Las siete de la tarde es la hora pico de la angustia. Las once es la hora de los gritos que erizan los pelos de la nuca. ¿Desde qué fondo gritan?
Todos vamos a morir.
Cama 33 en babélico torbellino suelta su parla arisca y dulzona a la vez, llena de desvíos y salpicada de risas risibles.
Patrona de estancia, llena de sí misma, perseguida por el demonio de la soberbia, no sabe hacer otra cosa que despreciar, busca el ángulo descuidado, el flanco más débil y ataca. Mano en la cintura a media jarra ofuscada siempre cree que tiene menos de lo que merece.
Cama 32 ejerce el derecho de ser una decepción para todos, desganada desgrana frases con un voceo ronco de millones de Particulares moldeando su garganta a lo largo de los años. Carga y suelta un enorme y verdoso escupitajo que resbala por el vidrio de una de las ventanas del comedor. A veces me hago la sarnosa así me dejan en paz. Su petulancia tabica, esconde un miedo atroz.
Cama 29 marchitándose despacio, sin estridencias, nadie puede precisar la altura de las sombras que la envuelven. En el ojo de la tormenta todo es silencio y calma. El centro de la existencia es un vacío. Inconvencible, no hay simetría posible, repta su lengua, acecha, envuelve poderosa y letal. Oscuroseres la atosigan. ¿Los sonvis de los que habla cama 30?
Cama 48 frente a cama 28 se reparten el mundo, no les gustan los médicos, para una el Estado para la otra Dios, lo por hacer, hermanadas por una ley, una voz, la marca fría de la ceniza en la frente de la misa de los miércoles a las once, cómica sed de vivir.
Dora Maar abandonada por Pablo como un guante ensangrentado sobre una mesa de caoba y mármol en el Deux Magots. De repente se abre un abismo, un desmoronamiento imparable. Desencajada y rota, abraza al Dios sufriente de la cruz, traslada el fuego sagrado de un dios a otro. Lo alucina en las piedras, las plantas, los gatos los colores los jarrones los cuadros.
Está y no está a la vez. ¿Es posible? Sí lo es. Carne viva y ojos muertos. O al revés. De su cuello arañado cuelga un escapulario de plata con una foto sepia de su abuela. Cada tanto pasea por su infancia, los escombros de su infancia, lo que queda en pie: una palabra repetida al infinito, un olor, un modo de mirar, sucios manchones de memoria. Cama 43, insectuosa niña loca, violada por su padre durante toda la infancia transcurrida en la provincia de Tucumán, abusada una y otra vez por el viejo verde inmundo violín hasta que su abuela consiguió juntar fuerzas y traerla de prepo a Buenos Aires una madrugada de verano en un colectivo Chevallier. Fueron a vivir a lo de una tía en Santos Lugares, recalaron ahí, se rearmaron con la ayuda de familia y vecinos.
El perfume del tilo entra despacio por la ventana, invade, se instala en los rincones. A cama 52 se le caen las palabras de las manos, palabras rescatadas de un hundimiento, amasadas, retorcidas y estiradas palabras que sitúan a Mauro en una claustrofóbica eternidad. Va construyendo alrededor de ese nombre, sola, solísima, bordando hilos de voz, salpicando cada tanto con risas como llamaradas.
Cama 25 otra vez aquí. La razón: haberla perdido. Parece otra vida. Caminó durante tres días seguidos hasta derrumbarse sobre una silla de la guardia con los pies ensangrentados, sombra errante, se había cortado el pelo a tijeretazos y no podía decir ni mu. Cuando habló, dijo: tengo miedo de escupir mi corazón. Es una vuelta y otra y otra más y en cada vuelta conquista algo, cuenta de nuevo, incluye un detalle, va reelaborándose. Volver a arrancar. Agarrar los remos. La acompaño a hablar por teléfono. Asterisco 1 habla durante unos minutos con un tal Roberto, asterisco 2: le da indicaciones a un tal José, asterisco 3: pone sobreaviso, incluso amenaza de muerte a una tal Ester. Corta el teléfono con fuerza. No puedo estar en todo -suspira- me voy a mis aposentos. Se da la vuelta con los brazos colgando rígidos a los costados y los hombros levemente tirados hacia adelante. A rumiar, a siestear a acallar las voces a esconderse a encontrarse. ¿Quién sabe a qué?
Visiones ¿y algo más? Caosficción. Viejos lugares azules, páramos, fulgores. ¿Qué busca? ¿Qué buscamos? ¿Qué carajo buscamos todos se puede saber? Una luz lenta sesgada y persistente entra por la ventana. El ojo atento empieza a oír. Una risa en frenético vibrato, la risa de una gallina errática girando el pescuezo como desatornillada pic picoteando qué, cloc cloqueando quién. Todo es vanidad y apacentarse al viento que acumula hojarasca contra la piedra amarronada de la Iglesia.
Con cama 23 hay que ir de costado, al costado, como quien no quiere la cosa.
En el playón de enfrente, acunados por un viento húmedo, con el corazón estrujado y los ojos empapados intentamos soportar el vacío de no saber. En el vacío no existe el por qué. Quiere regalarme un cuaderno con notas de ella. Insiste en que entienda, que descubra el misterio del dolor y la muerte. El frío cala hondo. El viento desacomoda, es un serrucho entre las ramas. Negro contra gris. Negro. Una chata desvencijada suelta tres disparos por el escape antes de salir a la avenida echando humo por los cuatro costados.
Santa Dymphna de Gheel
Ruega por cama 24
Y por Unica Zurn.
Día tras día cama 38 se fabrica una identidad frente a ese bendito espejo redondo, un pasado, dos o tres líneas por dónde seguir. Lacónica, no frágil, nota a nota, surco a surco, ruina tras ruina, truenos secos, chispazos, espejismos. En el desierto es fácil volverse otro.
Infierno es la luz de la nada que no se apaga. Imaginá la luz imaginala cayendo plena sobre las rodillas resplandecientes como carbones, sobre la espalda encorvada. Infierno es rincón sin sombras, cama 21 convertida en piedra de cara al mediodía caliente, la piel cuarteada y áspera del yacaré. Mejor no saber mejor no hablar mejor no querer.
Acuso que el lenguaje humano es deficiente dice cama 27. Me veo en tus ojos pero dada vuelta, las partes de mi cuerpo se unen ahí. Armar el cuerpo, unir fragmentos, un cuerpo que se canta, se cose, se sombrea. Se levanta de la silla, se coloca un sombrerito de paja con una cinta roja sobre la cabeza y toda la luz de la mañana pegándole en la cara, se da vuelta muy despacio arrastrando consigo esa luz, afanándosela, abre la puerta y suelta antes de salir: ella tiene un look, giro de caderas y tetas, brazos en jarra, guiño creo que mío, hay momentos en que no se sabe qué es de quién, risa que se pierde por el pasillo amarillo.
La cama como última barrera, último refugio de intimidad.
Cama 30 reviste su cuerpo con una costra de mugre miedo y estupor. Un tufo ácido, rancio, cubre su retirada.
Cama 52 está indignada con la que ocupó la cama 24. Tiene el cuerpo contrahecho y una pierna tullida. Pendenciera, sola, desdentada, astuta. Encima tiene pica con cama 51, se conocen de pasar la infancia en hogares. Hermandad en el desamparo, rivalidad en el desenfreno, desasidas de todo tienen el desbarranque fácil. Enviciada de soledad y rechazos la nueva ocupante con la cara interior de la zapatilla derecha sucia y gastada por el arrastre, contrataca con un rosario de puteadas para todos los gustos.
El viento aúlla, se hace vendaval. Se cierran puertas, retiemblan vidrios. Latigazos de lluvia. Cama 44 duerme en posición cadavérica, panza arriba, la boca semiabierta, negro aliento espeso y narcotizado, las manos cruzadas sobre el pecho, los ojos fuertemente cerrados al mundo, ajena al sifonazo de afuera. La dentadura postiza hundida en un vaso con agua sobre una silla. Cama 47 le quita los anteojos y los apoya dulcemente en la silla. Mueca congelada, burbujas, risorror.
Cama 37 y los vanos intentos por ocultar su sintechez. Garabatea notas en un viejo bloc de recibos. Listas de propiedades y campos perdidos, herencias robadas, nombres, teléfonos a los que nadie nunca responde, historias historias camelería infinita para evitar el vacío gris que chupa. Cama 45 la escucha en sumiso y sagrado silencio, tironeando cada tanto la peluca para enderezarla.
En las primeras horas de la noche, el viento racheado desraizó un gomero que ahora yace muerto con las tripas al sol.
Una madrugada un bamboleante colectivo de la línea setenta y ocho atravesó la oscuridad entre la bruma y las luces neón y la dejó en la puerta con lo puesto. Vine sola como siempre sola, dice cama 32 y a medida que va armando el relato, la rabia empieza a rodar, el tono se le desquicia, se desborda esa fuerza sin cauce, desesperada, danza macabra de autodefensa, contra el presente, contra todo, el mundo hecho pedazos que caen, caen, se hunden. Toca fondo. Queda agotada, el cuerpo fláccido, la mente en blanco.
Britney Spears nunca tan bella y relajada como después de afeitarse la cabeza en una peluquería cualquiera de L.A. Los mechones dorados de Princesa del Pop desparramados en el piso como una piel que se cae, la maquinita todavía prendida en una mano, se pasa la otra por la bocha reluciente, limpia, una media sonrisa anuncia el cambio, el alivio que da romper el molde que encasilla y asfixia y aburre y destruye, salirse de la industria cruel que te fagocita sin culpa.
Albañal y Bovary son carne y uña. Fuman con los culos achatados contra el banco de piedra, suspiran hondo, complotan, urden, conocen todos los trucos. Entran y sacan la lengua viperina a una velocidad pasmosa. Aman ver a un hombre derrumbarse, es un espectáculo del que nunca se cansan, en las antípodas de la empatía o la piedad, van apoderándose de todo, devoran, ahogan, tumban, levantan y vuelven a tumbar.
Astillas de palabras arden y se apagan como la brasa de un cigarrito, la boca llena de sonidos. Suelta de a poco cama 22, sus ojos calientes están llenos de secretos, una cierta tonalidad de la luz le amarillea el pelo y la frente. La voz dice estaz zola, así, zezeoza se lo dice, no sabe desde dónde ni por qué, no conoce a nadie que hable de ese modo. Abandonada a sí misma, como una pieza que gira alrededor de un punto que no es el centro geométrico, levemente corrida, zolita.
Zuzúrrame zueños. Zozóbrame zinzezar. Zínzeramente tuya. Z.
Locas de desamparo.
El pálido fuego de una duda en los ojos de cama 20. No se saca la capucha del buzo ni para dormir. Tiene los antebrazos y muslos marcados de desesperación. Se toca la nariz repetidamente, la ansiedad la carcome.
Las blabeleras salen a pasear por el parque colgadas del brazo, parlotean, mirándose y remirándose jadean, suspiran, saltan los charcos con piernas rechonchas, esquivan una pelota de voley azul y amarilla, emperisoladas buscan el amor, chapucean inocentes su lengua en franco parloteo entre árboles y piedra, esparcen secretos y chismes y ríen fuera del Tiempo.
Santa Dymphna de Gheel
Ruega por Emma Santos.
Cama 46 y un continuo empecinarse en su lenta y abrasadora caída en la nada, ardiendo por dentro, comiéndose a sí misma, usando el lenguaje desmigajado de la melancolía. La Reina del Dolor. El mejor lugar para esconderse es la muerte, quién te va a ir a buscar ahí. En algún momento de su vida la cocina fue su corazón y alimentar a sus pollos: su brújula. Vareniki, Golubtsi, Borsch y muchas otras delicias inundaban de olores rusos la cocina de su casa, mesas largas, amigos de la Iglesia, vino y vodka ardiente y música de acordeón y conversaciones que parecen cantos, un rumor de palabras fluyendo, un río de jeroglíficos misteriosos y tibias manzanas asadas crocantes dulce pastel. Ya no. Algo metió la cola y el frío se instaló para siempre.
Cama 35 toma azúcar con mate. El agua tibia diluye despacio la montaña de azúcar que hay sobre la yerba. Vuelca un poco de agua por el temblor de las manos. Me cuenta que cuando vivía en Oruro, su amiga tenía una víbora de mascota. Un día Honey se escapó de la pecera en la que vivía y un vecino la liquidó de un certero machetazo. No sabían qué hacer, decidieron cortarla en cuadraditos y fritarla en la sartén con manteca y cebolla. La carne es salada, parecida al pollo. Pobre Honey dice sin poder contener la risa, terminó como vitualla, mi amiga se comió hasta los huesitos.
Recojo esa perla: vitualla.
Cama 31 les colmó la paciencia. Tumba la lata loca, si no te cayás te hago poyo vocifera cama 58 y levanta el puño con gesto de que va a empezar a sopapear. El aire queda congelado por unos segundos. A cama 38 en cambio le perdonan todas. ¿Qué hace a una más soportable que la otra? 31 pide dicen, pide sin parar.
Y un día el odio rotundo reventó y se esparció por la pieza mal iluminada, a cuchillazo limpio desfondó a su madre y luego se sentó a esperar con los ojos vacíos. Reinaba un silencio absoluto interrumpido por las gotas de sangre chocando contra el piso ploc ploc ploc y ladridos hasta que llegó la policía alertada por los vecinos. Un odio enfermizo, el revés de la trama, cama 39 no dice ni una palabra sobre esto, cosida para adentro, envuelta en la espesísima niebla del olvido. Yo floto. No me apuro ni me dejo apurar, aguanto el silencio de millones de bocas tapadas de polvo, agujeros que hacen nido, un bullir de gusanos se aleja, hinchados babeantes gusanos satisfechos mueven sus culos lentos. Cazo palabras al vuelo.
La luz gana terreno en el filo de la tarde. Cama 26 se maquilla mirándose en la cámara del celular: delineador, sombra, rímel rubor muack, beso para emparejar el rouge, caída de ojos, todo vacila en un batir de pestañas enrimeladas. Estoy borracha de amor dice mientras enfila para el comedor con la calza incrustada en el culo. La espera su Don Juan del momento sonriendo detrás de la barba de nicotina, el termo de mate debajo del brazo y las manos enterradas en los bolsillos del jogging gris.
Cama 51 sorprende por atrás al médico de guardia con sus bamboleantes casi cien kilos y los brazos extendidos hacia el cuello, es un abrazo, una irreprimible necesidad de tocar y ser tocada a cualquier precio. Intento de ahorcamiento escriben en la historia clínica. Inyectable y contención física. Quiere ser amada a cualquier precio. Pone ojos de cordero al sacrificio o chancho al matadero, todo por amor.
Internada en el hospicio de Heidelberg, Katharina Detzel fabricó un muñeco de proporciones humanas con paja de su cama y tela del colchón. Lo usaba para descargar el odio y la impotencia pero también para abrazarlo y bailar con él en momentos de felicidad, risa que espanta, el deseo pujante arremete, baila y baila girando loca paso y contrapaso el rugir de lo oscuro, la danza macabra del sexo y la desesperación, del horror del nazismo, del miedo y la resignación.
La espalda contra la pared, debajo del roperito empotrado, cama 50 se abraza las piernas, esconde los ojos de cuis y apoya la frente contra las rodillas puntiagudas, tenaz en su desolación, repite, se repite, gira sobre sí misma, atrapada en su particularísima idea de destino, no repara en las interferencias de la radio que zumba parásita ni en el ramito de olivo reseco pegado con cinta en la cabecera de su cama, se le escapa un sollozo, desde donde estoy en cuclillas alcanzo a oírlo y a pescar el detalle del sacudimiento de su espalda, los mocos sorbidos, las piernas reabrazadas. Mi cabeza es un helicóctero dice apenada.
Cama 36 espera en silencio a que cama 50 se componga para salir a caminar. Se frota las manos, las junta frente a los labios en posición de rezo, las ahueca levemente y mete la trompa para soplar y calentarlas.
No hay tregua para cama 53, acogotada de adversidad. El reverenciado miedo reimplantándose cada vez, mortificada se sueña otra pero aguanta, descansa en la posibilidad perpetua de reescribir historias. Ponerse en marcha bajo este cielo metal. Se suena la nariz con delicadeza extrema a pesar de sus manazas.
Cómo decir.
Rasca Belinda aburrida, aletea desganada, escarba, picotea, traga letras que se incrustan en su cerebro y pone locos huevos rotos garabateados mientras cacarea un canto indescifrable, balbucea lo fiel y lo fabulado a la vez. El hormigueo del Tiempo. Rechiflidos, crujires, ignorancia, espera, caídas, ascensiones y un humo negro. Salir del tiempo, arrancarse y ver; entrar en el tiempo y en la ceguera. Extracción del huevo de la locura, relámpago, epifanía.
La luz es un latido. La llave está en la luz del sol que pasa suave entre los barrotes, polvo flotando en la tarde luminosa, las rejas, la llave, esa tajada de luz, ahí, ahí. Chatura generalizada. De golpe vaivén del humor, elegías vociferadas al universo maldito, todo podrido, cómo seguir. Los pecados de los padres se pagan hasta la cuarta generación asegura cama 48 con el índice levantado. Tercera generación corrige por lo bajo cama 28 mientras carga el termo con agua caliente en el dispenser del pasillo y me guiña el ojo.
Cama 42 se acurruca a cavilar la infancia gris lo perdido que no volverá, nostalgia edulcorada y venenosa. Vida en declive. El jugo que destila su memoria le amarga la carne, se la endurece. ¡Oh feroz culpa! Dame una señal diosito, una señal te pido nomás, con una basta.
Una chispa encendió un fuego en su cerebro y le hizo prender colchones mantas y ropa vieja, las paredes estallaron y rugieron en llamas mientras cama 29 daba saltos y agitaba frenética los brazos encima de su cabeza, sola en la calle de tierra con un remerón hasta las rodillas y los pies morados por el frío. Ahora le chorrea la sopa por la comisura pero sus ojos brillan como carbones encendidos.
No creí que fuera posible tener semejante cantidad de piojos anidando en una misma cabeza y no rascarse ni una sola vez ni expresar alguna molestia. Algo suelto, no se le anota a cama 30. Un abandono sobrecogedor. La enfermera reprime el asco y despioja con paciencia infinita, hoy le va a costar almorzar pero sigue, sigue.
Patrona de estancia entra la droga (principalmente paco y marihuana aunque también cocaína y pastis) a la hora de la siesta cuando el manicomio es un páramo. Sancho Panza incansable hace el trabajo sucio completamente fascinada por el tono imperativo y los modales altaneros de su jefa. Su oficina está en el fondo, al lado del cartel oxidado que dice lavandería, un lugar lleno de plantas, el calor atravesando el techo de zinc, viejas lavadoras gigantes apagadas, tablones apilados, gatos pululando, la foto de Eva.
Raspa corta abre resangran las viejas heridas de cama 23. No se decide a ceder. Encapuchada y con los ojos clavados en el suelo, a su paso deja un reguero rojo oscuro sobre las baldosas amarillentas. Le sacan de entre sus cosas un cortaplumas desafilado con el borde manchado de sangre. ¡No puedo, no puedo! Qué. Decirlo cantarlo gritarlo, la historia el hilo el relumbre no puedo. Esa impotencia es el pan de cada día. El infierno vencerlo las máscaras el horror. ¡no puedo! Vértigo. Aturdimiento. Cara con signos de fracaso, alargada parda cansada.
La sombra andrajosa y desahuciada de Sara Jones empujada violentamente contra una colchón roñoso por dos ursos vestidos de blanco para ponerle la camisa de fuerza y llevársela definitivamente a algún lugar del que ya no pudo salir, martirizada por los ruidos dentro de su cabeza que muchos años después su hijo convirtió en música.
A cama 43 las voces nunca le dicen más de dos palabras: No dig. Ahora que. Como si. Vas a. Ella completa las frases, interpreta, adivina, apuesta. Otras veces queda en completo silencio, en estado de perplejidad. Se agarra las orejas, las dobla sobre los agujeros y aprieta con fuerza. Carga la certeza del rechazo, es mudo, por eso tan peligroso.
La madre de cama 38 se inclina sobre la cara pétrea y sudorosa de su hija, llena de angustia y con los sueños destrozados le pasa un pañuelito por la frente y le acomoda las sábanas. Me escucha llegar, pide disculpas por su ropa de entrecasa. La luz le acuchilla una sandalia, destellos rojos de las uñas atraviesan las medias color piel, debajo de una de las tiras de cuero: un juanete amordazado. En una bolsita blanca de nylon trae una caja de cartón con alfajores recuerdo de Mar de Ajó. Alf-Ajó se llaman.
Nací guacha yo dice cama 56 emponzoñada hasta la médula.
Cama 27 lleva mi voz grabada en un casete con los poemas que escribe y me dicta como paso previo a ponerles música. Los escucha en un viejísimo walkman amarillo sony a prueba de agua. Para sentirme acompañada mientras viajo en tren dice. Sé tú sé mis yo, mi retorno y el Tiempo, pasado y presente tiempados por mí. El Tiempo se perfectó en un solo instante. Se me impregnan sus palabras, sus pausas, su ritmo ce ce ce ta ta ta… Lo oídicho por escrito en medio de las aguas divididas del ritmar.
La voz me dijo matáte. Silencio. Apoya la frente contra la mesa. Al rato: ¿no habrás escuchado mal y te dijo casáte? Algunos matrimonios son como estar muerta. Levanta la cabeza, me mira, sonríe cama 43, una sonrisa levísima me regala.
Santa Dymphna de Gheel…
Ruega por Seraphine Louis
Y por Vivienne Eliot.
Cama 49 anda en remera por el parque a pesar del viento helado y la escarcha. Viene del bar con barba de azúcar impalpable y dos puchos en la mano.
La cosa está heavy, yo no mato como ustedes que matan de a poco con palabras o con pasta, yo mato con faca, chin pun, faca y sefiní. Azota y agota cama 58, no se cansa de hostigar con su cantar tumberito falopa, arrogancia y desamparo, emperrada en su mirar fiero y odio apelotonado aplica mafia sin parar.
Ésta me va a llevar derechito a la tumba, hija del dolor, loca de atacar me dice la madre de cama 32.
Cama 34 se marea, trastabilla, no le gusta lo que escucha, con una mano se apoya en la pared, la otra se la lleva al pecho, luego a la cabeza, le pide al padre que se calle, que no da más, que se va a desmayar. El padre insiste, que ya va siendo hora de que alguna vez alguien le diga las cosas como son. Su cara se desfigura de tanto no querer saber.
Cama 37 se levanta y manotea el vestido de seda marrón que tiene a los pies de la cama. Arranca el día: se pone el cuerpo. Después: los aros, las chancletas turquesas, la carterita negra de cuerina y a caminar, llueve truene haga un calor sofocante o un frío que pincha y corta, ella da vueltas y vueltas al parque pidiendo puchos cargando la peste bubónica de la soledad y la desolación. Cama 45 se escabulle discretísimamente antes de que cama 28 la encuentre para discutir La Palabra y ofrecerle mate y bendiciones con restos de sueño en las manos y la luz revuelta de la mañana incrustada en los ojos abiertísimos.
Ojos de cordero de un dios harto y distante
ojos de no entender
ojos de certeza
ojos de terror
tus mis los sus nues ojos
de pobreza
de luz perdida
de conjuro
de soledad.
La Saga de la Luz, sus gradaciones, su movimiento, Naomi y Cía. Oh Naomí, con tu zapato largo, con tu partido comunista y tu media rota, con tus seis pelos oscuros, vestido viejo, panza, miedo, boca y dedos, con tus brazos, tu pera, tu voz, con tu nariz, tus ojos, con tu muerte Naomi, tu abrumadoramente solitaria muerte. Sin caos no hay luz.
Penélope transforma el fuego quemante de su desespero en el ardor luminoso de una risa. La risa sobre la risa, el espesor de una ausencia. Terquedad ancestral, infinita espera: su único consuelo. Mauro viniendo, Mauro siempre por venir. Cama 53 la mira con ojos de pena pero calla. Qué puede decirse frente a la bestia desahuciada del desamor. Tres años encerrada por una pareja treinta años mayor hasta que logró salir, qué puede decir, sólo palabras huecas, frases vacías mientras los insectos explotan contra la luz en la noche sofocante. El amor no se regatea. Desamorado amor vien vavien va. Cama 47 recuerda promesas vanas y mucho porro en la rambla barrida por el viento agrio y espeso que se levantaba del río arrastrando barro y bicherío y asfixiando las promesas de amor. Cama 48 despotrica contra los hombres y su violencia, que no valen la pena, cama 26 le retruca que hombres o mujeres: todos sufrimos por amor. Cama 59 las mira en silencio, resplandecen las letras blancas de su remera I DON´T CARE.
Cama 23 en silenciosa y suavísima sumisión va gestando algo, virando a otra cosa.
Reafeminamiento.
Con un dejo de espanto en la voz, cama 39 le confiesa a un compañero por lo bajo: las madres nunca mueren, nunca repite con resignación, casi en sordina lo dice, ya me lo había alvertido mi nona, sus ojos llamean en un fulgor carbón.
Alguna chiruza la ojeó me dice cama 25. Se ofrece a sacarme el embrujo farfullando en sordina conjuros ininteligibles entre bostezos eructos arcadas y una catarata de cruces en mi frente. Al final se persigna cuatro veces seguidas con los ojos dados vuelta como en trance, se inclina y con gesto de pitonisa entrenada me sopla al oído que cree saber quién fue.
Locas de odioamor.
Año Nuevo. Navidad. Tiempo hueco. Soledad. El ciruelo arde en su fuego púrpura, el pavimento manchado de fruta aplastada. Una tristeza gris flota en el aire, venganza de la memoria, el dolor se hace más patente en estas fechas. Hay pan dulce y turrones. Se brinda con jugo, algún vino o sidra metidos de prepo, se brinda sin choque de cristales, en silenciosos vasos de telgopor. Terribles fiestas y próspero año fulero. Por las locas las rotas las solas las fracasadas. Salú.
Rácana agrisada Albañal teje desgracias y maldiciones en el rincón más alejado de la sala, las escupe como quien deshoja margaritas corroída por la envidia. Le resplandecen las rayas blancas del jogging adidas la salada, la remera no alcanza a contener la carne que se desborda por todos los costados. Pereza crónica, zorrismo encarnado. Más sola que loca mala.
Cama 27 se va de alta, todas la aplauden, ella saluda con una ágil y cómica reverencia, casi un paso de baile, luego carga el bolso y se retira. Le regaló el shampoo sobrante y dos pares de calzas a cama 26 que suelta unos redondísimos lagrimones melodramáticos mientras la acompaña hasta el protón de salida.
Salita del fondo. La biblioteca. El cuartito violeta. Orín Tellado, silla blanca de fórmica contra mancha amarillo maíz. No da. Siempre más más más es un martirio un flash viejita, un fla. Amor y Ardor. Terror y Dolor.
Cama 54 y cama 53 se hicieron amigas, Vida la maquilla, le comparte consejos de belleza, Laurazepam la anima con frases cariñosas, cada tanto la abraza o le pasa el brazo por los hombros, le presta un libro de algún gurú de la respiración que pueda ayudarla a encontrar algo de paz.
Aquí estamos solas otra vez. Todo es tan lento, tan pesado, tan triste… De cara a la misma pared blanca, nudo empecinado de dolor, el llanto de cama 21 es un torrente, un aguacero manchado por el caliente barro selvático, un trillón de insectos, hojarasca apelmazada, vainas, semillas, pastos y plantas carnosas. La congoja se le mete hasta en la sopa. ¿Dónde tiene guardado tanto llanto? Que el río no arrase con todo, por favor, que algo quede en pie.
Alguna minucia enojó a Bovary y quiere hacer escarmentar a tanguero con un silencio gélido que se prolonga durante toda una semana. Él insiste, qué pasa qué pasa por qué hasta cuándo, ella resiste, soy lo que soy, ¿querés que me suicide? Él se desespera le pide que le explique, ella balbusisea cualquier pavada, se mantiene firme en su crueldad, sufre con pasión de mártir, se queda con él para poder quejarse amarga y prolongadamente.
Santa Dymphna de Gheel
Ruega por Christine Lavant
Y por Mary Jane Ward.
Sentada con las piernas cruzadas como indio en un banco de piedra serial killer mastica su pipa ensimismada, la golpea contra el borde para sacar el tabaco viejo, la llena de tabaco nuevo, prende un fósforo, chupa, chupa aspira con fuerza, un crepitar de pasto seco, chupa por un lado de la boca y suelta un chorro de humo perfumado por el otro, desasida de todo, se me pone en la cabeza que el hilo invisible de la respiración la mantiene unida a este mundo, respiración asmática agravada por el humo picante de la pipa, el encierro y la completa falta de ejercicio.
Cama 55 empieza a hartarse de llevar a remolque a Sancho, marioneta descoyuntada vira de fascinerosa a fascinada, sombra pegajosa, su jeta payasesca enfervorizada de lealtad cansa, su euforia densa y tenebrosa.
Acostumbrada a la salmodia y al canturreo, a los dulces acentos cantados en la penumbra del Templo, cama 45 se tapa los oídos. No aguanta los gritos chirriantes, los golpes, el revoleo de sillas, a cama 28 invocando virgensantísimas a diestra y siniestra.
Entediada, absorbida por sus visiones como piedras incrustadas en las circunvoluciones de su cerebro reblandecido, a cama 49 se le cae una brasa prendida sobre la frazada. Cama 50 reacciona a tiempo y apaga la llama con una botellita de agua. Los ojos de tortuga de cama 49 se mantienen desabridos aunque sus labios balbucean un gracias nena casi inaudible.
Cama 33 acicalada, la madre asustada, la cuñada harta. Annacrónica Lívida Plusquerella. Ojos de insecto, se mueven rápido, en guardia. Firman y sale por el fin de semana.
Cama 35 dice que se hizo un amigo en el parque, alguien que viene a tratarse una vez por semana. Toman mate y escuchan Los del Fuego y Megadeth en el celular. A veces lo acompaña su mamá, ella le dice que se aleje de mí, que soy mala junta. ¿Por? Por loca debe ser y levanta hombros y cejas al mismo tiempo, los diez dedos entrecruzados como un racimo de salchichas sobre el tambor de su panza. El abismo de su bostezo, la pena de sus manchas pringosas. Tan sin madre.
Las voces le dicen atorranta, mujer de mala vida. Su nombre es María Magdalena. Entró en la cama 27. Se distrae de las voces que la atosigan haciendo crucigramas, soy recta, honesta, seria repite sin cesar.
Charlotte Mew, triste y valiente gallina del páramo y su útero condenado a quedar vacío para no transmitir la maldición de la locura, entona austera el clamor de una canción que no termina.
En el parque se arma la ronda de los desclasados, una casta de inclasificables tomando mate y fumando porro puchos tabaco mezclado con ruda, un ramillete de tinturas, todos los acentos. Hay quien gime, hay quien ríe, quien confiesa, quien canta calla calma clama. Rinden tributo al dios Hernán Coronel y su Mala Fama, sagrada musiquera.
Cama 50 me cuenta pasmada que se pasó dos días alimentando con una jeringa con leche a un gatito muerto. No se dio cuenta hasta que se lo dijo una enfermera. Empuja el horror al fondo de los ojos, lo hace desaparecer, es su forma de olvidar. Olvidar y seguir.
Locas de desolación.
Cama 37 fuma en cadena, sus dedos manchados de nicotina aprietan el encendedor con fuerza. Me dice que se le atascó la cabeza, que no puede seguir con la traducción. Que abandona. Que busque algo menos triste. Un espanto antiguo congelado la detiene, modula el vacío dando tragos cortos a una botellita abollada de agua, tiene tres pelos desperdigados en el mentón.
Tengo metido tan adentro este paisaje.
Pero claro que todos conocemos a analivia, poderoso río susurrante, posee el secreto del sueño, del movimiento, de las almas heridas que vagan en la noche espectral, río de oscurolenguas que corre salta se encrespa gira y remolinea, fluye a la deriva, a borbotones, se calma se funde acuna se encabrita. Peces plateados cruzan como flechas centelleantes, remontan la corriente, cortan la tarde, la parten como un damasco. Río de óxido y herrumbre, barroso río abierto y salado y sonoro y riente. Balbusacando balbusiendo balbusonando cuenta y canta en todos los tonos, canturrea, correrío salta y se funde, se hace torrente, hilito, lame el limo, piedras árboles basura, lame la historia de una y de todas, la locura, la escritura, el sueño, se ensancha, se abre como una flor, el rugir de la vida en los oídos. Yo solo intento flotar, contemplar los sonidos, oír la luz.
Lucía Mazzinghi, 2020
Ph/ Lucía Mazzinghi
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