El señor de Norpois, parásito de la lengua/ Hugo Savino

El señor de Norpois va a comer a la casa del narrador. Invitado especial. Embajador. Lleno de historias para la mesa y sobremesa. La clase de ridículo que siempre es héroe en las reuniones. Entra como gran figura y sale algo chamuscado. Por supuesto que no se entera. Vanidad es coraza. No se puede contar esta escena. Proust es como Balzac, digresión tras digresión. Como dijo uno de sus lectores: “es como el Talmud, pliegue sobre pliegue”. No descubro nada. Pero hay algo que saltó en esta lectura. El carácter de didacta de M. Norpois. Alguien impregnado de Sainte-Beuve hace Sainte-Beuve. Beckett le manda una carta a Kay Boyle, el 6 de abril de 1982 y le dice que está leyendo las cartas de un poeta americano y remata: “qué didactor”.  Y eso es el señor de Norpois, un didactor, pero francés,  imbuido del genio de la lengua francesa, que cree saber algo de Bergotte porque lo conoce. El narrador le muestra algo que escribió y Norpois se lo demuele, y en el mismo impulso trata de ridiculizar a Bergotte. Y estigmatizar a sus lectores. Como hacen algunos imbéciles del presente con Néstor Sánchez y sus lectores. El narrador descubre en esa cena el ambiente literario. Un mínimo texto y ahí está, vigilante. Mundo de las letras: esa intriga para mucha gente. Más el mundo de la edición, otra fascinación. Norpois le niega el acceso a la Revue des deux mondes. No se sabe muy bien por qué, todos, lectores y escritores, están imantados por estas dos universos, enfáticos. Es cierto que encarnan lo cultural por excelencia. Todos quieren pertenecer al menos a uno de ellos. El narrador lee entre las palabras de Norpois, y sabe al instante que no están en la misma orilla del lenguaje. Sabe que ya hablaron. Como cuando Tucker le dice a Beanpole en Noche cerrada: “ya hablamos”. Norpois cree que puede “calcular exactamente en qué escala sus palabras o sus movimientos le llegarán al otro”, pretensión de embajador de lo cultural. Que es pura comunicación. “Sermoneo”. Cree conocer la vida privada de Bergotte y todas las vidas privadas. Es muy crítico con Bergotte, al borde de la denuncia. Y ya sabemos que la denuncia es una orilla del lenguaje. Una elección de vida, la denuncia. Cuya frase de partida es: “No comparto su manera de ver”. El señor de Norpois es de los que piden acción en las novelas, es de esos que rechazan la maniera, si es loca, mucho más, y la confunden con la afectación, es de los que no pueden leer: “En un tiempo como el nuestro donde la complejidad creciente de la vida apenas si deja tiempo para leer” es su divisa de sordo. De señor “tópico”. Él no lee, nadie debe leer. Un Norpois actual, más democrático, te manda a hacer un seminario o un master. El señor de Norpois es el representante de lo social, su fiel empleado, nos quiere ahí, escuchando sus prédicas escolares, quiere tener derechos sobre los escritores: “Usted acordará conmigo que tenemos el derecho de reclamarle a un escritor algo más que un bello espíritu”, es el que detecta “malas influencias”, por ejemplo, la de Bergotte.

Norpois hace, en efecto, su trabajo de demolición del escrito que el narrador le mostró, pero éste acaba de aprender que es importante no ir ahí donde lo que uno hace nada vale, que no hay puentes entre algunas orillas, que Norpois solo puede leer lo escrito, y no el escribir, y mientras escucha el sermón sainte-beuve: [Norpois al narrador]: “usted mismo me dijo directamente, que [su escrito] no era más que un garabato de niño”, [el narrador en voz bajísima para sus propios oídos]: “(se lo había dicho en efecto, pero no lo pensaba en absoluto)”, ya sabe que la sordera de lo cultural ocupa un lugar importante en la escena. Que es una de las formas de la censura. El problema no es que Norpois sea el eterno predicador de la obra adaptada a su tiempo, sino que quiera  ocupar todo el terreno. Norpois es la rapacidad del genio de la lengua y del lugar, contra el genio de la invención. Norpois es el Enemigo de la literatura, ese policía tenaz que inventó Milita Molina. También descubre que su padre lo hace aparecer en el Tiempo. Y ahí empieza a escribir contra Sainte-Beuve, contra la casa en el campo, en el bosque de la lengua, en lo cultural. 

Hugo Savino