
[A propósito de la publicación de De la lengua francesa (París, Hachette, 1997)]
Pregunta: ¿Después de todos sus trabajos consagrados a la poética, al ritmo, a la traducción, ¿por qué consagrar un libro a la lengua?
Henri Meschonnic: En realidad, me pidieron que escriba este libro porque ya conocían mi trabajo anterior, en particular Des mots et des mondes (Hatier, 1991) que trata acerca de los diccionarios, de las enciclopedias y de las gramáticas. Por consiguiente, no se trataba para mí de escribir la enésima historia de la lengua francesa, sino más bien de hacerse cargo de un problema, el del «genio de la lengua francesa» abordándolo históricamente y conceptualmente. El título, De la lengua francesa es, además, un título que empieza con una palabra que falta y que es: «el genio…»
P: ¿En qué el «genio» es particularmente francés cuando se trata de la lengua?
H.M.: Es verdad que otras lenguas han formado sus propios mitos pero el de «genio» como claridad francesa es un mito francés, un mito único, que los lingüistas han tratado siempre mediante el desprecio calificándolo de tejido de absurdidades. Pero ¿cómo se puede zanjar con el desprecio algo que dura desde hace cinco siglos, y que continúa vigente? Es la pregunta que me hice.
P: ¿Hubo siempre un mito del “genio de la lengua francesa» o se puede fechar con precisión su aparición?
H.M.: Este mito aparece en el siglo XVII, después del inicio de una guerra de las lenguas en el siglo XVI, que sucede a una paz de las lenguas, la paz latina. Hasta el siglo XVI, el latín es la lengua internacional, la de la Iglesia, la del saber y el pensamiento, y coexiste, sin rivalidad, con las lenguas vulgares que desarrollan una literatura profana. La rivalidad aparece en el Renacimiento, cuando para conquistar el poder político y cultural, el francés entra en guerra con el latín. Por otra parte, lo que sella la victoria del francés sobre el latín es un acto político: ordenanza de Villiers–Cotterêtes de 1539. Y es algo que no terminó: después de la guerras contra el latín, habrá una guerra contra el italiano, como reacción a la italianización del francés por la presencia de dos reinas italianas en Francia, Catalina de Médicis y Maria de Médicis. Pero en esa época, todavía no hay mito de la lengua. La lengua sigue siendo un tema político.
P: Dicho de otra manera, ¿la cosa aparece antes de la expresión?
H.M.: Sí. La expresión «genio de la lengua» recién hace su aparición alrededor de 1630, en la Academia Francesa, en un texto pronunciado por un traductor.
P: Cuando se trata de la grandeza de la lengua francesa, ¿la mirada siempre se dirige al siglo XVII?
H.M.: Sí, porque todo sucede como si no hubiese nada antes del siglo XVII, que opera una verdadera mutilación de la continuidad cultural francesa. La Edad Media está borrada, así como la generación de Marot, ya enterrada por la Pléiade. A eso hay que agregar la ruptura entre la lengua de la corte por un lado, y por el otro el lenguaje popular, los franceses regionales y el lenguaje de los oficios. Con Port-Royal vendrá entonces a implantarse la idea de que el francés es la lengua del orden y de la claridad, esencialmente a causa del orden «sujeto-verbo-complemento», que se supone como el único orden del francés, y el orden mismo de la razón natural, que se opone al «desorden» de la frase latina. Es lo que se ha llamado «la querella de la inversión», nacida de la comparación sumaria entre el francés y el latín. Sin embargo, no hay «desorden» en latín, no hay inversión puesto que están las declinaciones. Este orden único es un mito, ya que existen en francés seis o siete órdenes diferentes.
P: ¿Cuáles son las consecuencias de esto?
H-M.: Puesto que la lengua francesa es la lengua de la razón, es la de la prosa y no la de la poesía. Es también una lengua que no tiene ritmo porque no tiene acento de palabras. Una verdadera censura puede de esta manera eliminar la poesía del patrimonio francés; Beaumanoir, toda la poesía del siglo XV, así como la poesía barroca, se borran y se desconocen. Sin hablar de Scève o de Sponde… Incluso los grandes poetas del siglo XIX son rechazados por la ideología académica. Brunetière detestaba a Baudelaire, a Mallarmé, a Verlaine. El simbolismo no es francés. Y esto dura hasta el libro de Dauzat en 1943 que retoma el mito del genio en la época de Vichy, y hace de él un tema nacionalista. En los años treinta, los únicos que escapan a la mugre lenguajera que está en curso y que es la del antisemitismo y el fascismo francés de esos años, son los surrealistas.
P: Sin embargo es en el siglo XVII, con Rivarol, que el genio, la claridad y el orden alcanzan su punto culminante.
H.M.: El momento más bello del mito, es efectivamente cuando Rivarol publica su Discurso sobre la universalidad de la lengua francesa que en 1784 gana un concurso de la Academia de Berlín. Hay que reconocerle un cierto genio para las fórmulas. «Todo lo que no es claro no es francés» es la más citada pero hay otra menos conocida, pero más enorme, que me hace decir que hay un totalitarismo ingenuo en Rivarol: «La lengua francesa es la lengua humana»… Rivarol le dio forma definitiva al mito de la claridad como genio de la lengua francesa.
P: Finalmente, usted demuestra en su libro que no hay «genio de la lengua» sino genios de la lengua.
H.M.: El problema del genio es en efecto un problema no de lengua sino de hombres. Cuando citan a Proust o a Descartes creen defender la lengua, pero Proust y Descartes no son la lengua, son cada vez una obra, es el lenguaje y no la lengua. Se confunde entonces la lengua y el discurso, el discurso y un sistema de discurso que es aquel de una poética, porque de entrada se confunde la lengua y la literatura, la lengua y la cultura. Hay que pensar la relación entre la lengua y aquello que ha sido escrito en francés, evitando la trampa del determinismo que querría que haya una relación de causalidad entre una lengua y lo que se escribió en esa lengua, mientras que lo que hay es una interacción.
P: Pero lo que usted dice es un poco paradójico ya que escribe por otra parte que cierto tipo de pensamiento solo es posible en una lengua dada.
H.M.: Porque si alguien inventa un pensamiento, lo hace en una lengua y no en la ausencia de lengua. Lo que se inventa en una lengua no se inventa en otra. Tomemos el ejemplo del latín. En el siglo XVII hay una poética del pensamiento en latín. Francis Bacon, Spinoza, Descartes, Leibniz inventan un pensamiento en latín y el latín de cada uno no tiene nada que ver con el latín del otro, así como sus pensamientos solo son posibles en latín.
P: Al mismo tiempo que usted critica a los «defensores» de la lengua francesa, se niega a plantear como problema esencial el de una «simplificación» del francés con fines demagopedagógicos.
H.M.: No es rebajándonos a un nivel supuestamente bajo que vamos a defender la lengua francesa. Lo que hay de viciado y de vicioso en esta simplificación es que ese no es el problema. Tome el caso de los japoneses, ellos plantean que la lengua japonesa es una lengua superior porque ningún extranjero puede aprenderla. La defensa del japonés es lo contrario de la defensa del francés. De hecho, si observamos lo que pertenece a la lengua propiamente dicha, no es eso lo que hace el atractivo de una lengua, es su cultura, su literatura, sus genios y no su genio. La mejor defensa de una lengua, es su historia, las grandes invenciones de pensamiento que se hicieron en ella, son Montaigne, Diderot, Proust, los surrealistas. El esfuerzo para continuar inventando una poética y lo político. No hay que rebajar el nivel. Se puede aprender una lengua muy difícil si uno está motivado. No es un problema de ortografía ni de conjugación, sino de sentido del lenguaje.
Traducción : Hugo Savino
Ph / Manuscrito de Baudelaire