Educando en Navidad / Luis Thonis

Ella lo miró con actitud sobradora cuando hablaron sobre la libertad y dijo sin vacilar: no sé qué carajo es la libertad, es un mito, algo que inventaron para embromarnos más.

Era una provocación, ella sabía que no iba a dejarla pasar. Él le puso el brazo en el cuello, lo hizo girar, la levantó en vilo, la depositó en el baño y le metió llave. Pasado un momento, ella comenzó a gritar y a patalear: ¡abrime la puerta, desgraciado, te voy a denunciar!

– Eso es lo que quería oír, dijo él, denunciame por privación de libertad. Lo que prueba que la libertad existe. ¿De acuerdo?

Ella no quiso dar el brazo a torcer, ¡eso nunca!, y siguió protestando con distintos tonos de voz, de soprano a conventillera. Lo llamó represor, machista, racista, secuestrador y genocida, hasta que se rindió: ¡Sacame de aquí, ya sé qué es la libertad, amo la libertad más que a ninguna otra cosa en el mundo! Pero no tenías que encerrarme en el baño.

Le abrió la puerta con una sonrisa de bienvenida: la libertad no puede definirse, es como el aire, uno se entera cuando falta, a veces es demasiado tarde. Ahora te podés ir o quedarte conmigo, elegí.

Ella se había transfigurado, a veces la irritaba su forma de ser pero al menos no era un tipo que iba a esconderse bajo el felpudo. ¿Lo amaba? Sí, pero la historia no iba a durar mucho, pensó con un dejo de tristeza. No le gustaba que le diera siempre la posibilidad de irse… tampoco quería alguien que la controlara y le siguiera los pasos. ¿Entonces? Él sabía de la libertad pero de mujeres no tanto. Fue a abrazarlo con un rostro visitado por pintitas rojas.

– Hay peores prisiones, hay países donde te encierran y nadie sabe más de vos, y si pensás así vamos a ser uno de esos. Aquí ya pasó- dijo él, como para completar la lección. Pero a ella ya el tema de la libertad le interesaba menos que la reconciliación, se acurrucaba en su pecho y le susurraba “malo, malo” y él le decía, suave, tratando de evitar el tono paternal, que hay muchos buenos que odian la libertad y llegan a negar que existe y hay chicas que en una hora cambian ciento ochenta grados su opinión. Y así siguieron sin que se armara otra rosca, tuvieron una feliz Navidad, y como si por un momento fueran personajes de un cuento de Dickens, quisieron que se extiendiera a los que aman la libertad…

Luis Thonis, 25 de diciembre de 2012